Por Txema Montero, *
Un libro de un amigo no tiene por qué ser un libro amigo. El último de José Félix Azurmendi, Vascos en la Guerra Fría, ¿víctimas o cómplices? Gudaris en el juego de espías, recientemente publicado por la editorial Ttarttalo, me deja una sensación ambivalente: reconocimiento a la labor del autor por abrir la puerta de una habitación oscura y frustración al comprobar que dentro solo se encontraban un par de muebles, varios retratos y ningún cadáver en el armario.
Azurmendi, cuya jubilación como periodista profesional ha supuesto el comienzo de un estimable período creativo, a libro por año, es un narrador con dominio del estilo y capaz de sacar chispas tanto de documentos privados como de la prensa de la época o de los discursos de los líderes a los que se refiere. Por el libro discurren el omnipresente D. Manuel de Irujo, de nuevo fuente informativa principal para el autor, el lehendakari Aguirre, Juan Ajuriaguerra, Antón de Irala, Jesús Galíndez, Pepe Michelena, el canónigo Onaindia… que se entremezclan con los republicanos Indalecio Prieto, Álvarez del Vayo o Negrín y se relacionan con Rockefeller, Beith, Hickman, Hoover y otros espías o jefes de espías anglo-americanos. Una primera observación, la galería de personajes resulta abrumadoramente masculina, con la excepción de una intrusa: la aristócrata vasca Carmen Gurtubay y Alzola, pariente de la duquesa de Alba, un tanto chaladita y mitómana, quien después de dos divorcios de sendos españolísimos y franquistas caballeros, pretendió darle otra vuelta de tuerca a su nada aburrida existencia con una dosis de espionitis en favor de los nacionalistas vascos.
Advertidos quedan, pocos descubrimientos hallarán si buscaban las tenebrosas conexiones entre el Gobierno vasco en el exilio o el PNV, que al efecto se confundían, y la OSS, antecedente de la CIA, el MI6 británico o la propia Agencia Central de Inteligencia. Por el contrario, se darán de bruces con una realidad menos glamourosa y más a ras de tierra: la de la supervivencia política y económica, y en algunos casos personal, en medio de una marimorena a escala planetaria, la II Guerra Mundial y sus consecuencias.
La narración se inicia con la llegada a los EE.UU. (1941) de su personaje principal, el lehendakari Aguirre, quien después de exitosos recibimientos en varias repúblicas de América del Sur es acogido de tapadillo en Nueva York porque así lo dispuso el Gobierno estadounidense, anticipando el trato que le iba a dispensar en el futuro y que se concretó en un "te reconozco, pero no te ensalzo". Durante el transcurso de la II Guerra Mundial sí que podemos hablar con propiedad de actividades de espionaje de agentes del Gobierno vasco o del PNV en favor de los aliados, Rusia excluida. Por eso, el título del libro lleva a cierta confusión ya que hace referencia exclusiva a la guerra fría cuando en realidad el mayor tráfico de material informativo y actuación de los espías tuvo lugar durante la guerra caliente que supuso la muerte de más de 60 millones de personas. Sea este mi primer reparo. El segundo es la insuficiente discriminación ideológica entre los actores políticos. Resulta a mi entender revelador que los vascos se arreglaran mejor con los demócratas de Roosevelt que con los de Truman. Mejor con los laboristas que con los conservadores ingleses, y desastrosamente mal con los republicanos a partir de la llegada al poder del general Eisenhower. Hay un sesgo ideológico en las relaciones, pequeño pero real, del que el autor huye como de una bala.
Lo cierto es que la ideología fue cosa de escaso interés para los aliados, Rusia incluida, cuando al final de la Guerra, reunidos los vencedores en la conferencia de Postdam, Stalin aceptó el mantenimiento de la situación española tras un pequeño debate, visto y no visto, sobre la permanencia de Franco en el poder. De los demás, Churchill, Atlee sustituyéndole después, y Truman; ni hablamos. Ya nos habían ofrecido un anticipo a cuenta durante la Guerra Civil con su política de no intervención, que en la práctica supuso poner en manos de Franco ases, reyes, caballos y casi toda la baraja.
Las formas, eso sí, se guardaron y Franco pasó por una cuarentena internacional hasta 1953, el año de nuestro desastre. La victoria militar del Generalísimo (1937 en nuestra cronología, 1939 en el de la causa republicana) culminó con la victoria política del Caudillo cuando la Santa Sede firmó el Concordato, acompañándose este reconocimiento por parte de la cruz con el reconocimiento por parte de la espada, pues en tal año también firmó el dictador el tratado para establecer las bases americanas en suelo español. Apenas tres años le faltaban a Franco para ser el único gobernante del mundo que estrecharía las manos del gran derrotado de la guerra, Adolf Hitler, cuando se encontraron en Hendaya; y del general vencedor, Ike Eisenhower, en su imperial recibimiento en Madrid.
Y mientras tanto ¿qué había de lo nuestro? El lehendakari Aguirre se debatía en el gran dilema. ¿Apoyar a los americanos, de hecho al bloque occidental, contra los soviéticos como opción preferente? ¿Luchar contra Franco sin considerar las consecuencias que en sus aliados históricos, ingleses y americanos, tal lucha podría suponer? La cuestión era peliaguda y afectaba al propio PNV. Una parte del mismo, mayoritariamente los dirigentes en el exilio y desde luego los espías que más estrechamente se habían relacionado con los aliados y de quienes económicamente dependían siquiera en parte, presionaban al lehendakari para que se mantuviera en buenas relaciones con quienes, sin embargo -como reconocían- nunca prometieron nada a cambio de la ayuda prestada durante la guerra. Antón de Irala, el más significativo de todos, insistía en que ni hubo tal promesa ni falta que hacía, porque la ayuda a los aliados lo fue por compromiso con la democracia y tal compromiso debía ser mantenido en la lucha contra el comunismo. Franco, proseguían, simple peón del anticomunismo, caería como fruta madura una vez derrotado el poder soviético por resultar ya innecesario y ese sería el momento de las aspiraciones vascas. Obviamente, quienes así pensaban se equivocaron de plano pues el fin del régimen franquista (1975) antecedió en 14 años a la caída del muro de Berlín (1989). Tales tesis tuvieron una consecuencia imprevista en el interior. Ajuriaguerra, escamado por las actuaciones de los americanos y con un conocimiento más preciso de lo que ocurría bajo la bota de Franco, percibió que si el PNV no se constituía como una resistencia efectiva al franquismo, una vez desaparecido el régimen el Pueblo Vasco daría la espalda a los que no le hubieran defendido de los abusos del dictador.
El papel de los espías vascos en este dilema es más importante por lo simbólico que por lo efectivo. Jugaron a favor de los americanistas. Trataron de entorpecer a Ajuriaguerra, favoreciendo las discrepancias internas dentro de las juventudes vascas con un apoyo indirecto ¡al núcleo fundacional de ETA! Lástima que Azurmendi lo cuente de pasada, pero lo cuenta. Y al final y ordenadamente se disolvieron desapareciendo en la niebla. Muy a la manera de los agentes secretos, aunque con un toque doméstico. La sede de los espías, llamados "los tenebrosos", con su jefe natural Pepe Michelena al frente, sita en la rue Quentin Bauchart de París, pasó a ser el domicilio de la familia Michelena. Todo, como se ve, un poco de andar por casa.
Aludo en el título de este artículo a la historia de una derrota. ¿Fue posible otra cosa? Sinceramente, creo que no. Los americanos no apoyaron a Franco solamente por su anticomunismo sino porque no veían otra alternativa que defendiera sus intereses. La oposición a Franco estaba fragmentada y era casi irrelevante, con la excepción del Partido Comunista. El Gobierno vasco y su intachable carácter democrático había perdido atractivo en un mundo cada vez más movido por intereses. Además, irrumpía una generación de abertzales prestos a certificar su defunción. El siempre tremendista Txillardegi había dicho (1956): "El PNV está muerto". ¡Caray con los forenses políticos de la izquierda abertzale! Los americanos, el mundo entero, incluido al mismísimo Stalin que aconsejaba "Terpiña, terpiña" (Paciencia, paciencia) a la Pasionaria y Carrillo, aceptaron el franquismo como mal menor.
Del libro sale el lehendakari Aguirre con heridas de diversa consideración. "Líder indiscutido, carismático, serio, solemne, como corresponde al que ha aceptado la representación de un pueblo a la búsqueda de su destino" pero al mismo tiempo "incapaz de replantearse su opción -a favor de los americanos- en un mundo dividido en bloques". Al contar la historia, corremos el peligro de verla a través del espejo retrovisor, desde el presente hacia el pasado. El lehendakari Aguirre, hombre de corta vida (56 años), comenzó joven en política. Alcalde de Getxo con 27 años, fue lehendakari con 32 y desempeñó su cargo con administración civil y militar efectiva durante los escasos 9 meses que duró aquel Gobierno sobre tierra vasca. La guerra mundial le enseñó a moverse entre los pasillos de la política internacional, pero sus cartas eran escasas. "¿Víctimas o cómplices?", se pregunta Azurmendi. "Las dos cosas a la vez", se contesta. En los grandes conflictos no es tan rara la doble experiencia de sufrir y hacer sufrir al mismo tiempo. Que se lo pregunten, si de personas concretas hablamos, al joven Primo Levi, judío italiano resistente, encarcelado en Auschwitz, que se salvó del exterminio por sus conocimientos de química (era ingeniero) utilizados por los nazis para producir material bélico. Dedicó su vida a explicarse tal paradoja y solo halló en el suicidio salida a su aflicción. Si de los grupos o naciones hablamos ¿fue cómplice o víctima la URSS pactando con la Alemania nazi la desmembración de Polonia con lo que facilitaba su propia invasión al no dejar tierra por medio entre la nueva frontera alemana y la propia?
El lehendakari Aguirre administró una derrota cuyas consecuencias superaban sus posibilidades; pero capitaneó una resistencia, más moral que política, que supuso un faro de esperanza y luz en medio de la más abrumadora depresión. Fue, sin ningún género de dudas, un líder carismático. Ajuriaguerra, aún hoy a la espera de un biógrafo que le haga justicia, se arremangó, insuflando el hálito vital a "un muerto", el PNV, que sesenta años después goza de buena salud. ¿Y los espías vascos? ¡ chsss! ¡chsss!
*Abogado
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