Gabriel Mª. Otalora*
Por memoria entendemos la capacidad que tiene una persona -o una sociedad- de conservar una huella de sus experiencias y de reaccionar ante situaciones nuevas relacionadas con aquellas experiencias. Maurice Halbawchs, que murió de hambre en un campo de concentración nazi, rechazaba, como sociólogo que era, la existencia de una memoria pura individual, entendiendo que la memoria siempre es social. Incluso era partidario de hablar de una memoria colectiva, más que de memoria histórica, porque la memoria común emerge solo en un espacio y tiempo determinados y en relación con personas, lugares y fechas… concretas.
Sirva esta introducción para centrar el tema de nuestra memoria histórica vasca a partir del reciente manifiesto del colectivo de presos de ETA (EPPK), con toda la pinta de que su lucha armada en forma de terrorismo está acabando su recta final. La memoria histórica hace presente que este movimiento de liberación nacional surgió gracias al franquismo, aunque derivó pronto en un totalitarismo en torno al colectivismo soviético y maoísta (disimulados bajo la utilización equívoca del término "independentismo"), que tanto daño han hecho a nuestra sociedad por su carácter radicalmente antidemocrático y violento. Ante este comunicado, la esperanza se mezcla con la pretensión de algunos por cerrar página de otro horror laminador, el que provocó la dictadura de Franco, amnésicos conscientes con el GAL, BVE y similares, y emperrados en que no se hable más de la deuda franquista ni siquiera en forma de memoria histórica.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) criticó recientemente el discurso navideño del rey porque no tuvo en cuenta a las víctimas del franquismo y solo hizo mención a los afectados por crímenes de ETA: "El jefe de una estado democrático con 113.000 desaparecidos no puede cerrar los ojos a esa realidad", ya que "no existe un delito más grave en el estado español pendiente de obtener justicia para decenas de miles de familias".
La asociación lamenta que el discurso haya vuelto a discriminar entre unas víctimas de la violencia y otras y haya mirado para otro lado cuando "falta voluntad política y jurídica de los diferentes gobiernos españoles desde la transición al ocultar con su silencio a la mayor violación de derechos humanos cometida por la dictadura franquista y que continúa pendiente de solución. Todavía existen miles de familias que jamás han visto salir de la cárcel, ni con una condena grande ni con una pequeña, a los responsables de un genocidio". Y recuerdan que la ONU reclama a España garantías de justicia: "Como bien ha señalado en este año el Grupo de Trabajo contra la Desaparición Forzada de la ONU, el Estado español debe garantizar para esas víctimas la verdad, la justicia y la reparación; y todavía no ha hecho nada de eso".
Frente al mensaje de Juan Carlos de Borbón, que se hacía eco del mal momento que están pasando las víctimas del terrorismo, en clara alusión al fin de la doctrina Parot, la ARMH recuerda que nadie ha reconocido ni pedido perdón por el delito múltiple de detención ilegal, tortura, asesinato y ocultamiento de los cadáveres del franquismo para extender en el espacio y en el tiempo el dolor a su familia. No se trata ya de pedir responsabilidades penales a genocidas como Queipo de Llano, Mola, Franco y tantos otros que les imitaron en sus crímenes. Ahora se trata de recuperar la memoria y reconocer el daño causado en todos aquellos años que usaron el genocidio para la aniquilación de sentimientos que luego fueron enfangados con más odio y destrucción a partir de ETA. Para nada se trata de dejarse llevar por sentimientos vindicativos.
Todo va en el mismo paquete, nos guste o no, si lo que buscamos es una sociedad en verdadera convivencia, justa y normalizada, que pueda aspirar a reconciliarse. Todo es muy reciente, bastante más de lo que parece, pues los que andamos por la cincuentena, sabemos de padres y madres y de otros familiares que pasaron por exilios, extrañamientos y destierros, cárceles y lo que es peor, torturas, fusilamientos y desapariciones.
Algunos franquistas fueron implacables genocidas, pero nadie ha dicho que fuesen tontos. Fueron capaces de zafarse del juicio de la historia, incluso en su parte más comprometida de apoyo al nazismo y al fascismo.
No hay pasado vivo sin nueva creación, como decía Carlos Fuentes. Y afortunadamente, hay signos de esperanza. La aprobación (el 26 de diciembre) por el Parlamento Navarro de la primera ley de ámbito autonómico para la reparación de las víctimas del franquismo, pone el foco en las actuaciones que se están realizando. Especialmente relevante es el trabajo realizado en otra zona de Euzkadi (CAV), empeñada en el derecho a la verdad y justicia, siendo la única administración del Estado que actúa en la práctica, tanto en la excavación de fosas (hecho que ha merecido una mención en el informe del grupo de trabajo de la ONU sobre desapariciones forzadas), como en la reparación a los presos políticos del franquismo y a los que fueron obligados a participar en sus batallones disciplinarios.
La memoria colectiva es algo más que memorias compartidas de acontecimientos concretos: es una aproximación sistemática al pasado, que implica distintos niveles explicativos, y que tiene en cuenta tanto las dinámicas sociales generales como los procesos interindividuales. Solo recientemente se ha estudiado y comprendido el papel de la emoción en la formación de la memoria colectiva así como la relación entre emoción y memoria que hace del común compartir algo más que unos hechos recordados. Y no cualesquiera hechos, pues no todos los sucesos se recuerdan en el imaginario colectivo, en este caso del pueblo vasco.
Solo unos pocos acontecimientos son duraderos y se convierten en la herencia de una generación, mientras que otros, aparentemente similares, son olvidados. Ninguna guerra ha sido más televisada que la Guerra del Golfo y, sin embargo, no dejó ningún eco significativo, ni siquiera en los Estados Unidos. Pero todo el mundo recuerda la caída del muro de Berlín, que representa un gran cambio en la percepción del mundo y de las relaciones políticas y entre las personas al convertirse para la mayoría en un símbolo de la caída de un orden totalitario y global. La pena es que Gernika se ha quedado a medias en las consecuencias de lo que representa mundialmente como símbolo. Los genocidas no han sido tontos y han eludido su responsabilidad adulterando nuestra memoria histórica.
Queda en pie, afortunadamente, un mecanismo importante en la formación de las memorias a perpetuar hasta hacerles justicia. Me refiero a la posibilidad real de trasladar el compromiso con nuestra generación que se encuentra en el umbral de la edad adulta; a la capacidad que tengamos de transmitir la declaración de voluntad colectiva acerca de la acción social de nuestros derechos en clave de memoria histórica no manipulada ni enterrada. Esa voluntad será la que en el futuro mantendrá viva la memoria en esa generación en nombre de todas las anteriores, hasta convertirse en justicia.
* Analista
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