Julián Zubieta Martínez*
Si por algo se puede identificar esta época en la que todos estamos creciendo, me inclinaría por encorsetarla como una edad de soledad individual embaucada en un jardín de malicias, confundida, y atacada, por una seguridad conservadora bajo la sentencia de la duración. Un ciclo donde la hegemonía de las finanzas ha desplazado los derechos colectivos por el crédito y la deuda personal, de manera que el consumo de la aparente ostentación egoísta ha reemplazado a la redistribución igualitaria del bienestar general.
En este sentido, para intentar explicar este despropósito social del que formamos parte, voy a seguir las orientaciones de P. Bordieu cuando nos dice que todo fundamento de la práctica social implica y necesita hablar de lo histórico. Es un hecho que el espacio social y las instituciones son hoy el resultado de lo que han venido siendo a través del tiempo. La duda que siempre nos asalta en este aspecto se instala cuando pretendemos buscar ese espíritu-principio que avale lo que el sociólogo nos sugiere. Y aunque sea complicado situar un origen, si nos centramos en estos últimos cien años, que se corresponden con el inicio de la Gran Guerra en 1914 hasta el año entrante, podemos incluso titubear del eurocentrismo de Hegel cuando se pronuncia en favor de las masacres, justificándolas como el precio del progreso, puesto que después de un siglo XX embargado por las guerras y la violencia protagonizada por los europeos, en su mayor parte, el resultado de ese belicismo es catastrófico y nada progresista.
Al hilo de lo anterior, podemos señalar que la sociedad europea de principios del siglo XX era hija de los cambios revolucionarios sucedidos desde mitades del siglo XVIII en ese mismo continente. El curso de esos acontecimientos había implicado transformaciones tan profundas en la configuración de los cimientos sociales que a su vez habían provocado mutaciones estructurales en la espina dorsal del eurocentrismo, tanto en lo que se refiere en la esfera económica como los campos políticos y culturales europeos. Bien es cierto que todos los países no caminaban al mismo ritmo. Pero los mimbres del incipiente estado de bienestar que aspiraba a consolidarse en los años 30 de ese mismo siglo, y que parecían iban a ser garantía de suprema estabilidad de cara a un futuro cortoplacista, nacen de esa discrepancia con las leyes imperantes y conservadoras de la Edad Moderna. Es entonces cuando los parlamentos proyectaban en sus debates unos derechos sociales arropados por unos ciudadanos que pretendían ser los legítimos descendientes de la democracia griega representando su propia soberanía mediante las elecciones, más o menos integrales. Bajo estas premisas se generó un ambiente donde se creía que todos los deberes y obligaciones estaban exactamente delimitados, donde casi nadie creía en las guerras. Incluso todo lo radical y violento parecía imposible en esta época heredera de la razón y de las luces. Dicho sentimiento de seguridad era la posesión más deseable de millones de personas, vamos a decir el ideal común de vida.
Pero en este jardín de las malicias, renació de nuevo la ambición de poder. Sed de conquista de nuevos territorios, necesidad de materias primas que facilitasen el consumo y el bienestar de unos pocos, mano de obra barata y un chivo expiatorio a quien culpabilizar -en este caso judíos, gitanos y diferentes a lo políticamente correcto- asaltó al mundo. Europa se volvió escenario de la más brutal de las guerras que la humanidad había conocido hasta aquel momento. La Gran Guerra. Una guerra que duró cuatro largos años, cuyo resultado fueron millones de muertos. Después de esto los europeos ya no podían decir al resto del mundo que tenían una misión civilizadora que cumplir. La herencia del siglo de las luces había quebrado el jarrón de la razón.
Pese a este desastroso resultado, en 1919 tras la Conferencia de París y la Paz de Versalles, el mundo creó la Sociedad de Naciones -anticipo de la Organización de Naciones Unidas, también creada tras una nueva catástrofe mundial de la II Guerra Mundial entre 1939 y 1945- bajo el paraguas del presidente norteamericano Wilson, con la sana intención de no volver a repetir los errores de esta catastrófica guerra. Pero, de nuevo, Europa no supo medir la soledad de los derrotados. Los imperios centroeuropeos fueron acorralados hasta tal punto que la extenuación a la que fueron sometidos se convirtió en una oleada de descontento inflamada de paro, inflación y crisis políticas que se extendió por todo el continente y a la que la estupidez de los vencedores no supo poner freno. El gran edificio de la civilización europea, ese eurocentrismo que hoy mismo nos invade se derrumbó entre las llamas de una nueva súper guerra, volviendo a hundir los pilares que la sustentaban. Podemos afirmar, tal y como lo hace E. Hobsbawm, que el continente entre 1914 y 1945 se enterró en 31 años de guerra total, cuyo resultado más llamativo fue el abandono del campesinado hacia las ciudades y la instalación de la industria extractiva y de manufacturación. Oasis que anticipaba la soledad y el conservadurismo actual.
Siguiendo al autor mencionado, la II GM tal vez podía haberse evitado si se hubiera restablecido la economía anterior a la guerra como un próspero sistema mundial de crecimiento y expansión. Sin embargo, la economía mundial se sumergió en una crisis profunda que instaló en el poder a las fuerzas políticas del militarismo y la extrema derecha en muchos países, decididas a conseguir la ruptura del statu quo mediante el enfrentamiento, si era necesario militar, y no mediante el cambio gradual negociado. Aquí es donde tenemos que recordarnos, sí, una vez más, que los grandes acontecimientos de la Historia se han producido como consecuencia de un debate donde cada quién tiene derecho a exponer su punto de vista sabiendo que nunca los puntos de vista son exactamente iguales. Esa es la condición de toda discusión. Este olvido es el que nos transporta al error que arrastramos desde que somos Historia. Un error que se corresponde siempre con el poder, es igual la máscara con la que cubra el rostro. El poder aparenta siempre una formalidad en favor de la sociedad, pero en el fondo es el control de los grupos privilegiados los que se hacen con su política y su gobierno. Ésta es la brecha que se ha abierto de nuevo entre privilegios y reparto, avivada por el individualismo de la globalización del capital en medio del jardín de las malicias de esta democratización del consumo.
Hoy, en el año 2014, después de cien años, asistimos a una realidad política que busca una manera de ser no violenta. Pero la lectura de todos estos proyectos se ha convertido en un lenguaje burocrático absurdo y artificial en el que las palabras pierden el sentido -Václav Havel denominó estos palabros como peditipetos- conformando un paquete complicado y confuso que no nos lleva a ningún lado. La desigualdad económica, el deterioro de lo público en beneficio de lo privado, la dictadura del poder y el abandono de lo social impera en una sociedad que vuelve a repetir los errores que la llevaron a la muerte de millones de personas durante estos cien años mencionados someramente. Gobiernos sin autoridad, violaciones de los derechos humanos, corrupción omnipresencia de lo irregular, no son las características que tienen que destacar en una democracia al uso. Lo que confirma otra vez que no estamos ante un sistema democrático suficientemente asentado, en este eterno jardín de las malicias.
Cuidado con los resultados, pueden ser de nuevo nefastos.
* Historiador
"(...) corresponde siempre con el poder, es igual la máscara con la que cubra el rostro. El poder aparenta siempre una formalidad en favor de la sociedad, pero en el fondo es el control de los grupos privilegiados los que se hacen con su política y su gobierno."
¿Vaya, hombre, entonces era mentira lo que no decís desde el PNV, de la Patria, de los vascos todos, y todo eso? ¿Estás de acuerdo con el articulista, entonces, o el que reproduzcas su opinión no significa que la compartas en absoluto... Jejeje...?
Publicado por: Donatien Martinez-Labegerie | 01/30/2014 en 09:06 a.m.
(...) la hegemonía de las finanzas ha desplazado los derechos colectivos por el crédito y la deuda personal, de manera que el consumo de la aparente ostentación egoísta ha reemplazado a la redistribución igualitaria del bienestar general (...)
Disiento. Las finanzas, el sistema financiero vigente actual son, únicamente, culpables de usura y explotación. Además, tampoco entiendo porqué Europa no constituye un contrafondo europeo que opere contra los fondos buitres desmantelando sus planes...
por ejemplo.
La ostentación egoista... el pretender aparentar lo que no se es. Aquellos que se ponen por encima todo lo que tienen por no poderse destacar nada más en ellos, salvo quizás los "defectos" de los demás... Esto lo hacen por elección personal vital. Unos para darse el gusto y otros para pillar (el gustirrinín tiene que ser grandioso al descubrirse ambos arruinados). Y en esto, que ha existido siempre y nadie lo ha inventado, el sistema financiero no tiene absolutamente nada que ver.
Por ejemplo, a mi siempre me han contado que mis abuelos vivían en un piso de alquiler (grande, la verdad) y lo compraron porque los dueños lo vendían para pagar la boda de la hija (que debió ser en el Bilbao de aquellos años la pera limonera)... La gente ha estado dispuesta a arruinarse desde siempre con el único objetivo de aparentar o encontrar atajos.
Publicado por: ocasional | 01/30/2014 en 09:37 a.m.
Por cierto, para colmo de los colmos, terminó divorciándose.
Publicado por: ocasional | 01/30/2014 en 09:39 a.m.