POR: JOSE L. ARTETXE
Para la última entrega de la colección, DEIA aportó un escudo que tuvo una dilatada vigencia muy a pesar del Athletic, que durante tres décadas se vio forzado a lucir un emblema que traicionaba sus orígenes. El régimen establecido tras la Guerra de 1936 impuso al club un cambio sustancial en su denominación, obedeciendo a un criterio tan obtuso como acorde al espíritu en que se sustentaba. Sólo el escudo actual ha durado más tiempo que el que Franco manipuló.
Para 1922, el Athletic ya se había dotado del escudo que ha permanecido hasta hoy. Guardados en la trastienda quedaban otros cuatro de diversos diseños que, analizados en conjunto, describen una evolución no programada que desembocó en el definitivo. Pero el primero de febrero de 1941 empezó a aplicarse un edicto que abogaba por la castellanización de todos los nombres de uso común. La Federación Española de Fútbol, siguiendo al pie de la letra esta iniciativa contra los extranjerismos, instó al Athletic a amoldarse a la nueva realidad, de modo que en adelante el equipo rojiblanco pasó a ser el Atlético de Bilbao.
Lógicamente, la imposición afectó a la grafía del escudo que no recuperó su ser hasta el 26 de julio de 1972, fecha en la que cundió una gestión llevada a cabo por la directiva que presidía Félix Oraá. Durante treinta años hubo que tragar en esta cuestión, como en tantas otras, pero no siempre se hizo. Por ejemplo, con motivo del 50 aniversario del club, este tuvo el significativo detalle de obsequiar a los jugadores de su plantilla con un llavero del escudo genuino, donde se leía Athletic Club.
Secuelas de la Guerra
Por fortuna la esencia de la institución permaneció inalterable, pese a que la Guerra pasó una elevada factura en el ámbito deportivo. Los futbolistas y el fútbol no fueron ajenos a las consecuencias del conflicto y el Athletic, en concreto, perdió a algunos jugadores de extraordinario nivel. Acaso sea Ángel Zubieta quien represente mejor que ninguno esta realidad, pues sólo pudo vestir de rojiblanco en la temporada 1935-36, luego abandonó su tierra como integrante del Euzkadi y desarrolló la mayor parte de su carrera en el San Lorenzo de Almagro. San Mamés tuvo el privilegio de verle en acción con motivo de una gira del conjunto argentino, donde Zubieta era la gran figura. Es el equipo del Papa Francisco.
Un buen puñado de jugadores vascos quedó desperdigado por México y otros países. Alguno quiso regresar, como el portero Jose Luis Ispizua, que no fue readmitido por "separatista". Sí volvió Guillermo Gorostiza, apodado Bala Roja y poseedor de unos registros espectaculares. A caballo de la Guerra, marcó 196 goles en 256 partidos jugando de extremo izquierdo. Con la treintena cumplida emigró al Valencia, que abonó 55.000 pesetas al Athletic, y en seis temporadas, sólo en Liga, anotó otros 70 goles en 115 partidos.
El Athletic no pudo disfrutar plenamente de este fenómeno, que lo fue a pesar de sus hábitos poco profesionales, pero ello permitió que emergiera en esa posición quien podría ser designado como el mejor futbolista o, como mínimo, uno de los tres más completos de la historia del club: Piru Gainza. Estuvo veinte campañas en el equipo, se quedó a siete del medio millar de partidos oficiales, es quien posee más títulos (dos Ligas y siete Copas) y ostenta el récord de goles en un partido, ocho en un 12-1 al Celta de Vigo. Eterno como el diablo, que tal fue el apelativo que le atribuyeron por sus habilidades a este zurdo que, curiosamente, de chaval actuaba de portero y luego trabajó como técnico del club toda su vida.
Gainza debutó en enero de 1939, el mismo día que Bertol, y cuatro meses después, le llegaba el turno a Panizo. En septiembre de 1940, fueron Iriondo y Zarra las novedades. Pronto se formó un conjunto impresionante con la delantera más poderosa. Así cabe considerarla porque su ariete marcó 333 goles en 352 partidos, pero tampoco se quedaron cortos Panizo (169), Iriondo (115) o Gainza (152). A los citados les acompañó Venancio, pero su aportación fue más discreta, de hecho hasta 1948 jugó 22 partidos. Su puesto en la primera mitad de la década lo ocupó Patxi Garate (134 partidos y 54 goles).
Urkizu, el patrón
Aquella alineación empezaba en Lezama, un niño de la Guerra que se hizo en Inglaterra, y seguía con gente muy sólida y competente, aunque se viera algo ensombrecida por el brillo de los delanteros. Eran Bertol, Unamuno, Mieza, Nando, Arqueta, Oceja, Elices, Zelaia, Urra,… Al mando, patroneando la nave, un ondarrutarra, exjugador y cuyo récord de permanencia en el banquillo de San Mamés aún perdura. Juan Urkizu dirigió al Athletic un total de 235 partidos entre 1940 y 1947.
Subcampeones de Copa en la campaña 1941-42, al año siguiente obtuvieron el doblete y repitieron título de Copa en la 1943-44 y 1944-45. Otra Copa en propiedad. Quedaron segundos en Liga en la1946-47, al no pasar del empate en la última jornada, lo que les dejó con peor gol average que el Valencia, que quedó campeón. Ya sin Urkizu, dos años después, de nuevo, subcampeones de Copa, y en la temporada 1949-50, campeones gracias a cuatro goles de Zarra en la final, tres en la prórroga.
Ese año el equipo empezó a hacer algún viaje en avión, el capitán Bertol recibió su homenaje y se abrió la sede de Bertendona. En los ejercicios sucesivos, el club abordó una sustancial mejora de San Mamés, un plan que ya se había puesto en marcha en 1946 con la Tribuna Norte, la ampliación de la General en 1948 y con la instalación, en 1949, del nuevo marcador. En 1953 se estrenó la Tribuna Principal, con su emblemático arco, levantada con una inusitada celeridad. Todo este proceso se remataría a principios de los 60, con una Tribuna Norte remozada y la luz eléctrica, acontecimiento que se celebró ante el Flamengo brasileño.
En realidad, semejante espíritu emprendedor nació en 1945, a raíz de la adquisición en propiedad de los terrenos donde se ubicaba el campo a la Caja de Ahorros Vizcaina, que facilitó la operación permitiendo el abono en veinte "cómodas" mensualidades. Por aquel entonces se había barajado con cierta insistencia la construcción de un campo en Torremadariaga, pero finalmente se optó por hacer un gran estadio en San Mamés, un proceso que se fue materializando a trozos, mediante reformas parciales que no impidieran al equipo seguir celebrando sus compromisos.
Buen relevo
A medida que se acercaba el final de la década pasó algo similar a lo de diez años antes: los jugadores no son eternos, salvo Gainza, y empezó a asomar otra camada que tomó el testigo sin que el nivel competitivo se resintiese. El Athletic de los 50 también le dio mucho al club, en forma de títulos, pero también de gestas puntuales muy recurridas en la memoria colectiva para ensalzar y mitificar el nombre del Athletic. Primero fueron debutando Canito, Manolín, Serafín Areta y enseguida se les agregaron Orue, Artetxe, Garay, Carmelo, Eneko Arieta, Maguregi, Markaida, Uribe, Mauri, Etura…
Iriondo, Zarra y compañía fueron dejando sitio y en el curso 1951-52 se rozó la gloria al clasificarse a tres puntos del campeón, un Barcelona arrasador en esos años. Pasó algo parecido en la edición copera de la campaña 1952-53. La llegada de Daucik trajo el impulso definitivo. El técnico que había triunfado con los azulgranas (dos Ligas y tres Copas) sumó tres títulos más a su paso por Bilbao: la Copa de 1954-55 y un año después el doblete, éxito que no se producía desde la temporada 1942-43.
En 1954 se le rindió homenaje a Panizo, un adelantado a su tiempo al que costó entender en San Mamés, y en 1956-57 el Athletic participó por primera vez en la Copa de Europa, donde se lució ante el Oporto y el Honved de Puskas. En tercera ronda caería ante el Manchester United en terreno inglés (3-0), tras haberle puesto contra las cuerdas al calor de La Catedral (5-3). Esta victoria se rememora como el culmen del rojiblanquismo junto a la de la final de Copa de 1958, ganada al todopoderoso Real Madrid de Di Stéfano en su propio estadio. La hazaña de los once aldeanos, bajo la batuta de Baltasar Albéniz, establece una frontera tras la que vinieron años de sequía.
Hasta once tuvieron que transcurrir para que el Athletic pudiese de nuevo levantar un trofeo, si bien es cierto que en las campañas 1965-66 y 1966-67 se alcanzaron sendas finales. En 1959, míster Pentland, sin soltar el puro ni para ejecutar el saque de honor, fue agasajado coincidiendo con la visita del Chelsea. En 1963, las bodas de oro de San Mamés, efemérides que tuvo como protagonistas a Zuazo y Pinillos, miembros del Athletic que lo estrenó. Y Latorre firmó el gol número 2.000.
Volvió a registrarse una transición, renovándose la plantilla durante la primera mitad de los 60 (Jesús Garay fue vendido al Barça por 5,5 millones de pesetas, que dieron para levantar una tribuna en San Mamés) y no faltaron buenos futbolistas dispuestos a emular a las camadas anteriores, aunque lo cierto es que los resultados ya nunca serían tan descollantes.
'El Txopo'
Entre todos sobresale la figura estilizada y serena de José Angel Iribar, un mito cuyo nacimiento podría situarse en la final de 1966, perdida contra el Zaragoza. La paradoja que supone que la afición acuñe una canción en reconocimiento a su categoría la tarde en que pierde un título, quizás ahorre mayores disquisiciones sobre quién fue. Elegante, innovador, dotado de una visión que le permitía parar a base de colocación y además ser el iniciador del juego con su saque de mano. Viéndole todo parecía fácil. Nadie ha disputado tantos partidos, 614, defendiendo el escudo rojiblanco, que él empezó a portar cosido en su jersey negro cuando no figuraba en las camisetas. Por cierto, detrás de su fichaje del Baskonia estuvo Gainza, que también ejercía de entrenador cuando a El Txopo le sacaron a hombros de Chamartín.
Fidel Uriarte, un todoterreno portentoso en el remate, sería el otro referente de los sesenta junto a Txetxu Rojo, extremo muy fino que completó 17 campañas. Argoitia, Etxeberria, Sáez, Aranguren, Antón Arieta y Larrauri, formaron a menudo con los anteriores… Y entre todos tuvieron en la Copa de 1969 el premio a su constancia y a la de los aficionados, que se desplazaban en masa a Madrid, ávidos de triunfos. 40.000 se calculaba que acompañaban a los rojiblancos en aquellos años. Ante el Elche bastó un solitario gol de Arieta para desatar una locura que permaneció demasiado tiempo reprimida.
La inercia condujo al año siguiente a disputar la Liga, que finalmente se iría para el Manzanares por un solo punto después de muchas semanas al mando de la clasificación. A falta de tres jornadas para su conclusión incluso se derrotó al futuro campeón en San Mamés (2-0), pero la derrota siete días después en Valencia resultó fatal.
Aquí acaba el repaso de las décadas de los 40, 50 y 60, donde los inevitables altibajos fueron ampliamente compensados, pues fue un período fecundo, con diez títulos y siete intentos más frustrados en última instancia lo certifican. Una etapa donde emergieron jugadores que nunca se olvidarán, capaces de dar la necesaria continuidad al singular empeño del Athletic. Desde los Bertol, Panizo o Zarra hasta llegar a Iribar, Uriarte y Txetxu Rojo, pasando por Garay, Artetxe o Carmelo. Todos ellos expuestos a la sagaz mirada de un Piru Gainza que fue testigo privilegiado, merced a su papel estelar, en una gran porción de la historia de la entidad. Cuenta la leyenda que según recogía la Copa de manos de Franco cargaba de su retranca habitual el saludo de despedida: "Hasta el año que viene".
A mi me encanta Rojo I ... por su mala leche (y como me lo han contado, que no lo vi.... pues la imaginación hace el resto). Fue el primer y único jugador en hacer un calvo en San Mamés, ¿no? ¡Qué huevos!
También me han contado que antes la gente se iba a San Mamés de merendola: la bota de rigor, cazuelitas tamaño Bilbo por las tribunas de txipirones en su tinta, bacalao o lo que se terciara... y la guardia civil haciendo controles en la carretera (para los que llevaban coche -600-) a la salida de San Mamés.... La gente se lo pasaba bien de otra manera...
... Todo esto me lo han contado... Yo ya he sido de la generación del bocata "manoseao" pero, afortunadamente, he llegado a levitar con la celebración de un gol en el viejo fondo norte de San Mamés. Las localidades no tenían asiento (de ahí lo de ¡que bote, que bote San Mamés!, como no se podían sentar...), así que, cuando toda la peña se echaba "pa'lante" ... o contabas con cierto peso específico o ... estabas un rato sin tocar suelo... Era muy divertido...
Publicado por: ocasional | 01/28/2014 en 06:46 a.m.