POR: MIKEL LAS HERAS
Los derechos humanos son universales, se dice, pero no se pone en práctica este precepto. Y no se pone, porque se anteponen intereses de todo tipo sobre ellos.
Impresiona constatar cómo fuera de Venezuela, con pretextos a veces ideológicos, a veces con la excusa de “que no hay información disponible”, otras veces con argumentos fuera de toda lógica como “es que es una sociedad polarizada de ricos y pobres”, o “de izquierda y fascistas” o de otras tonterías absolutamente alejadas de la realidad, se convalida la violación, a estas alturas sistematizada violación, a los derechos humanos.
En Europa, por ejemplo, se acatan decisiones de tribunales europeos e internacionales de derechos humanos, se leen con atención los informes y se pide a los gobiernos que hagan caso de ellos, de organizaciones como Amnistía Internacional, Human Rights Wach, Periodistas Sin Fronteras, etc.
Todas esas organizaciones han emitido informes y acciones urgentes sobre Venezuela, y no solo en los últimos días, y no han recibido eco ni de gobiernos, ni de organizaciones sociales, ni de partidos políticos europeos. Tampoco hemos visto mayores quejas por ejemplo, de la venta a Venezuela por parte de España, de gas lacrimógeno y otros insumos que son usados para la represión. O de los tremendos negocios que hacen Telefónica y Repsol en un país donde el petróleo “es del pueblo” y las telecomunicaciones están bajo control estatal. Venezuela está fuera de la agenda de muchos dirigentes políticos y sociales que hablan sobre neocolonialismo, injerencia y derechos humanos, pero claro, en países donde no gobiernan partidos y presidentes “amigos”. Doble rasero.
Pero esa forma simplista, primaria, de ver las cosas en blanco y negro (y luego hablan de polarización cuando se refieren a Venezuela), adquiere una dimensión importante cuando el tema en cuestión es el de los derechos humanos.
En Venezuela, hoy, se tortura. Hay ejecuciones extrajudiciales. Se usan las armas de fuego para controlar manifestaciones. Existen grupos paramilitares y parapoliciales actuando con impunidad. Se criminaliza la protesta de trabajadores, indígenas, campesinos, estudiantes y ciudadanos en general. Hay más de 3.000 personas sometidas a juicio y con medidas cautelares emitidas por los tribunales, por protestar. En Venezuela existe un entramado de leyes (Ley Antiterrorista, Ley de Zonas de Seguridad, etc) que hacen posible la aplicación de una doctrina de seguridad nacional, similar a la que aplicaron las dictaduras de latinoamérica en los 70.
Pero la cosa no queda ahí. Especialmente en los últimos tiempos se ha avanzado profundamente en contra de la libertad de expresión. El gobierno maneja por ley el mercado cambiario de divisas y no está concediendo divisas para la importación de papel periódico. Poco a poco vemos cerrar diarios y reducir el número de páginas de muchos de ellos. En paralelo, se interviene en forma descarada, vía bloqueo (el estado controla acceso a internet) o hacking, a un sinnúmero de páginas webs, redes sociales, sitios de recorte de vínculos o de difusión de imágenes, y se ordena a las operadoras de cable el retiro de emisoras de noticias, como el reciente caso de NTN24. Censura.
No es legítimo ni ético usar el lugar común de “quieren dar un golpe” para convalidar, abiertamente o con el silencio, todas esas violaciones. O decir que “la derecha quiere tomar el poder”.
Vale la pena ponerse a pensar por qué existen tantas protestas en Venezuela (en 2013 hubieron más de 4.000 protestas laborales, por vivienda, seguridad, salud, etc) y por qué se está dando ahora esta ola de manifestaciones con contenido más político pero que no ha dejado de lado el contenido de reivindicaciones sociales. Vale la pena ponerse a pensar por qué Venezuela está atravesando esta profunda crisis económica, social y política, tras quince años de gestión de un gobierno con profundas raíces militares y militaristas. Vale la pena ponerse a pensar en lo que muchos venezolanos pensamos a diario: ¿A dónde han ido a parar todos los ingresos que hemos tenido por la renta petrolera con un barril sobre los 100 dólares? ¿Por qué ahora dependemos de las importaciones de productos alimenticios que hasta hace unos años producíamos para nuestro consumo? ¿Por qué la escasez de alimentos y medicinas? ¿De dónde han surgido todas esas nuevas fortunas de lo que llamamos en Venezuela “boliburguesía? ¿Por qué tenemos que ver uniformes militares a toda hora y en todas partes, desde en el alto gobierno hasta en las colas que hacemos para comprar alimentos? ¿Por qué el gobierno gasta tanto dinero en compras de armamento para la Fuerza Armada Nacional? ¿Por qué, si supuestamente gozamos de un buenísimo sistema de salud, todos los empleados y trabajadores de la administración pública tienen por contrato pólizas privadas de seguros de salud? ¿Por qué los dirigentes se tratan en clínicas privadas o en el exterior sus enfermedades? ¿Por qué este gobierno tiene más de 400 contratos colectivos de sus trabajadores vencidos y sin negociar? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta impunidad?
Hay muchas preguntas cómo las anteriores rondando en las cabezas de muchos de los que hoy protestan en Venezuela, de derecha, centro e izquierda, trabajadores, estudiantes y amas de casa, de muy diferentes condiciones y procedencias sociales. Es un insulto a la inteligencia pensar que, si estamos divididos en por lo menos “dos mitades”, una sea de pobres y la otra de ricos, o una legítima y la otra golpista. Vale la pena pensar sin doble rasero.
Comentarios