MANU SOTA - AL PUEBLO BILBAÍNO
En la lucha electoral de Bilbao, en la que tan menospreciados vienen siendo, aun por los llamados intelectuales, los valores de la inteligencia, nosotros, los hombres que nos hemos organizado para realizar una obra cultural en el País, con un propósito de seriedad y persistencia, no podemos permanecer neutrales ahora en que combate, frente a un político de oficio, una figura que simboliza la amplitud y la fuerza del espíritu, la inquietud de la inteligencia y la austera moralidad que sujeta las acciones humanas a los dictados de la propia conciencia.
Y mucho más siendo este hombre, de tan alto valor humano, un hijo de nuestra tierra que reiteradamente ha hecho ostentaciones orgullosas de su cualidad de vasco, que en una de sus obras madres, La vida de Don Quijote y Sancho, ha lanzado esta encendida profesión de fe:
“¡Oh tierra de mi cuna, de mis padres, de mis abuelos y trasabuelos todos, tierra de mi infancia y de mis mocedades, tierra en que tomé a la compañera de mi vida, tierra de mis amores, tú eres el corazón de mi alma! Tu mar y tus montañas, Vizcaya mía, me hicieron lo que soy; de la tierra de que se amasan tus robles, tus hayas, tus nogales y tus castaños, de esa tierra ha sido mi corazón amasado, Vizcaya mía”.
¿Cómo, siendo bilbaínos, poder sentirse impasibles en esta jornada? ¿Cómo pretextando ecuanimidad política abstenerse de intervenir en favor de valores que están por encima de los accidentes de las luchas políticas? Y no se arguya que esas alias inteligencias, esos valores de superhumanidad, no deben representar políticamente a los pueblos porque sean incapaces — según insinúan los que se tienen por hábiles conductores de muchedumbres — de una acción continuada y disciplinada; sostenerlo sería condenar al ostracismo político a las supremas mentalidades, nunca maestras en el arte acomodaticio de transigir y doblegarse. No; cuando un pueblo es poseedor de una capacidad intelectual y moral de excepción, es un deber ineludible utilizarla, ahuyentando a toda medianía ambiciosa interesada en colocar al insigne pensador adversario en un encumbramiento tan cercano a las nubes, que la ciudad no pueda solidarizar con él.
Bilbao, la invicta, puede y debe solidarizar prácticamente con Miguel de Unamuno. A Bilbao, en toda su potencia de vida industrial, él la ha ennoblecido aristocratizando espiritualmente la función vital del engrandecimiento económico.
«En este abrumado alud de materialismo histórico, en esta exacerbación del Negocio que está ahogando a la política — y la política es la civilización — toma en Bilbao el movimiento con cierto sentido poético, es decir, creativo, una idealidad. Allí hay muchos, los más fuertes, los más bilbaínos, que aspiran no a gozar de la riqueza sino a crearla. O si se quiere, gozar creándola. Porque el bilbaíno, digan lo que quieran los que por ser incapaces de comprenderle le calumnian, goza creando más que consumiendo. Y si consume -¡es inevitable!- es ante todo para crear. (Unamuno, «Bilbao y la nueva política”. Hermes, número de Octubre de 1920).
Concluimos:
Con esta invocación al pueblo bilbaíno, a su conciencia colectiva, a sus deberes para con uno de sus más ilustres hijos, creemos haber contribuido al hallazgo de la ruta espiritual de Bilbao.
Bilbao decidirá. La villa de las grandes ambiciones sabrá elegir para que la represente a aquél de sus hijos que -encarnado en la propia entraña de la sensibilidad bilbaína- vive torturado por las grandes inquietudes, en un afán perenne de inmortalizarse en un Bilbao inmortal.
Bilbao, 18 de Diciembre de 1920.
Por la Redacción de HERMES:
Jesús de Sarria
Ignacio de Areilza
Manuel de la Sota
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