Por José María Galiacho*
La elegancia es una actitud, un comportamiento concreto frente a una situación determinada, la naturalidad con la que andamos, la facilidad con la que hablamos e incluso la destreza con la que escribimos. Es una forma de vida asimilada y no forzada, una manera de afrontar el día a día sin tener que parar a pensar qué corbata escoger o cuál es el zapato que mejor combina con nuestro traje. La elegancia no es otra cosa que naturalidad, sencillez y saber estar. Son precisamente esas normas que han pasado de generación en generación, independientemente del caso omiso que hoy se haga de ellas, las responsables de separar el trigo de la paja. Es curioso observar cómo no hace tantos años las invitaciones no se llenaban, como sí lo hacen hoy, de frases del tipo smart casual, formal dress, business standard, longe suit y un largo etcétera; frases todas ellas con las que hoy se intenta evitar que los invitados desentonen con la formalidad o informalidad del acto. Hasta bien pasada la II Guerra Mundial, momento de inflexión en la vestimenta masculina, los hombres eran perfectamente conscientes de aquello que tenían que vestir y no necesitaban a nadie que se lo recordase. Con prestar atención a la formalidad del acto y a la hora en que éste se fuera a celebrar, se sabía cuál era el conjunto más apropiado para la ocasión.
Eran tiempos donde no era necesario recordar que la noche requería de atuendos oscuros o que no se podían vestir zapatos marrones en un acto formal y mucho menos hacerlo en ausencia de luz solar. De todos era conocido que el presentarse en una boda con esmoquin produciría, en el mejor caso, las risas del resto de invitados, que las camisas de cuadros se debían reservar para el fin de semana y nunca para las ocupaciones en la ciudad y que en los actos más formales había que decantarse por corbatas lisas y sin diseño alguno.
Aquellos caballeros habían aprendido de sus padres, y corroboraban en la calle, que los zapatos negros lisos de cordones eran la única opción para el chaqué y que si las camisas blancas había que reservarlas para la noche, las azules claras tocaba guardarlas para el día. Sabían de lo inapropiado del uso de gafas de sol en sitios cerrados, de la falta de respeto que suponía desprenderse de la chaqueta o desabotonarse el botón del cuello de la camisa y, por supuesto, nunca se hubieran podido imaginar que sus homólogos, menos de un siglo después, llegarían incluso a saludar a un Jefe de Estado con una gorra de béisbol en la cabeza.
Nada de esto ha quedado escrito y, sin embargo, estas normas son la verdadera esencia sobre la que construir no solo la base de la elegancia sino también las muestras de respeto hacia los demás. Normas todas estas que nada tienen que ver con una posición económica concreta sino solamente con la cultura y educación adquirida a lo largo de los años.
*José María López-Galiacho es escritor
Un poco exagerado el hombre.
Hablando de elegancia, desaparece Pastor de la primera linea de la sucursal vascongada del PSOE.
Por qué me habré acordado de él si este comentario habla de elegancia?
Publicado por: CAUSTICO | 06/01/2014 en 10:26 a.m.
El sentido de la elegancia acabó tras los años '30.
Publicado por: D M~L | 06/01/2014 en 07:41 p.m.
Tan cutre el esmoquin para una boda de día como llevar un Frac, ¿verdad? ... A mi me lo parece. Y en efecto, te arreglas si vas a estar ante la presencia de quienes respetas.
Publicado por: ocasional | 06/01/2014 en 08:18 p.m.
In olden days / En otros tiempos
A glimpse of stocking/ Ver unas medias
Was looked on as something shockin / Era algo escandalizador
But now / Pero ahora
God knows / No
Anything Goes / Todo vale
Publicado por: D M~L | 06/01/2014 en 11:39 p.m.