Francesc-Marc Álvaro
No se conformen con lo más fácil. Hay muchas maneras de leer los resultados de las europeas. Se puede hacer hablando de izquierdas y de derechas, distinguiendo partidos grandes y pequeños, separando fuerzas de ámbito estatal y de ámbito autonómico, comparando (en Catalunya) soberanistas y unionistas, poniendo la raya entre partidos del sistema y surgidos (aparentemente) fuera del sistema… Yo propongo ir más allá. Antes, sin embargo, recordemos la foto que ahora tenemos: si se miran los datos de las urnas españolas, se llega a la conclusión -y así se ha certificado- de que el bipartidismo se ha hundido y que aumentan opciones que cuestionan el mapa de partidos forjado durante la transición, sustentado en el control/reparto del Estado por parte del PSOE y del PP. Si cerramos todavía más el foco y analizamos las papeletas depositadas por los catalanes, confirmamos un fenómeno que hace tiempo que vemos: la profunda transformación del mapa catalán de partidos, siempre diferente -desde 1977- del mapa español, como corresponde -se reconozca o no- a la nación política (no sólo cultural) que es Catalunya.
Mi propuesta es que, teniendo eso en cuenta, analicemos los votos a partir de un esquema diferente, que consiste en distinguir entre vieja y nueva política. Cardús escribía ayer en estas páginas que los resultados del domingo “deberían obligarnos a repensar las categorías de clasificación política que aplicamos demasiado automáticamente desde los espacios estatales al europeo”. Tiene mucha razón. Al mismo tiempo, sin embargo, sostengo que el antagonismo entre lo viejo/lo nuevo permite explicar muchas de las cosas que ocurren hoy en toda la UE. Que Catalunya sea ahora una especie de laboratorio democrático, donde se da una pugna pacífica entre vieja y nueva política (que se solapa, como ya tengo escrito, con una lucha posmoderna por el poder entre élites tradicionales y nuevas clases medias empobrecidas), ayuda a interpretar algunos movimientos que se dan en España y en otros estados europeos.
Las encuestas lo dicen y los últimos comicios lo han confirmado: la gente no confía en la política de siempre. La vieja política es también política envejecida y bajo sospecha. Hace unos meses, los que hablábamos de la crisis del sistema democrático español éramos tildados de exagerados, aunque la suma de averías de gran calado no hace más que abonar esta tesis. La crisis del sistema que quedó escrito en la Constitución de 1978 es, principalmente, una crisis de mediación entre las capas centrales de la ciudadanía y sus representantes profesionales (políticos, altos funcionarios y medios de comunicación). Dicho más sencillamente, eso significa una crisis de credibilidad aguda y creciente de los que deben defender el interés general. Y, por lo tanto, una extensión de la desconfianza.
El buen amigo Albert Sáez ha dicho, acertadamente, que estas elecciones europeas, en España, las han perdido el Ibex 35 y sus propagandistas, que es una manera eficaz de explicar que la ciudadanía lleva demasiado tiempo notando que nuestros representantes democráticos trabajan más para encajar los intereses de los de arriba en la ley que los intereses de los de abajo en la justicia. Cuando escribo “de los de arriba” me refiero al segmento privilegiado de las élites económicas que, en conexión con los sectores regulados y en sintonía con los partidos dominantes, obtienen grandes beneficios y mucha influencia, con un riesgo escaso y muy poca predisposición a aceptar cambios. Para el asalariado, el pequeño empresario y el profesional, la suma de crisis económica, corrupción, incumplimiento de promesas y menosprecio de los instalados se ha hecho cada vez más insoportable.
Pero la nueva política no es un todo homogéneo. Dentro de la nueva política hay de todo, en Europa, en España y en Catalunya. A veces, algunas formaciones presuntamente nuevas son, en realidad, proyectos antiguos (incluso apolillados o con figuras que llevan viviendo de la política muchas décadas) que se basan en el maquillaje y el oportunismo. Dentro de la nueva política también hay populismo, obviamente. Como hay populismo -y en dosis no siempre digeribles- en la vieja política, una tara de la cual no se salva prácticamente nadie. Pero no toda la nueva política pivota sobre el populismo ni todos los populismos son iguales, si bien comparten algunos rasgos básicos, como reducir la complejidad de los problemas, prometer soluciones inmediatas y, sobre todo, vender autenticidad mediante un cambio de lenguaje que proviene de la incorrección política. Este último punto es muy importante y explica el atractivo principal de dos formaciones en alza: Podemos y UPyD, muy diferentes entre sí, pero coincidentes a la hora de presentarse como la herramienta que puede romper la costra.
¿Cuál es la frontera entre el populismo, el regeneracionismo y el reformismo radical? ¿Cuál es la diferencia entre la creación de nuevos partidos/movimientos en red y la simple copia tuneada de los partidos tradicionales? ¿Hasta qué punto las nuevas fuerzas pueden cambiar o influir en las políticas más importantes? ¿Cuáles son los vasos comunicantes entre la vieja y la nueva política? ¿Cuál es el precio de la nueva política para poder perdurar? Habrá que observar cada gesto atentamente.
No tengo nada contra Madina, aunque tampoco sea santo de mi devoción, pero lo que está claro es que ni en el PSOE ni en el PP van a permitir nunca que "un vasco o catalán, pueda gobernar España", lo contrario si claro..., es el racismo excluyente imperial que existe en Madrid, todo esto deben de tenerlo claro los votantes vascos y catalanes a la hora de votar y de pensar su futuro como país propio.
Publicado por: hg | 06/29/2014 en 12:06 p.m.
La Virgen santísima. Vamos a ver si aclaramos conceptos. Una nación cultural es una etnia. La gente que tiene como lengia materna el catalán es una minoría en la región. Y tienen derecho a usarlo, pero no a imponerlo a los demás. Y punto. El caganer en el Belén no hace una nación.
En segundo lugar, el hehco de que un grupo de gente en un territorio vote a un partido secesionista no hace de la gente que vota una nación, no digamos ya al conjunto de la población. Aunque fueran mayoría. Pero es que encima sobre el censo no llegan ni al 30 por ciento.
El resto del escrito es paja para justificar el par de memeces fascistas. No vale la pena comentar semejante parida.
Publicado por: Joaquín | 06/30/2014 en 04:05 p.m.
Una etnia no es una nación cultural.
Catalunya es una nación, política y cultural.
España es una nación constitucional garantizada por el ejercito, y en los últimos siglos el nacionalismo lingüístico español ha sido la ideología permanente del estado español. Ya no existen monolingües en vascuence o en catalán.
Publicado por: Fortunato | 07/01/2014 en 11:31 a.m.
Nación cutural: las llamadas naciones sioux, navaja, gitana, magiar, kurda, etc. Etnias. Además, ¿los catalanes o los vascos forman una etnia? Cuéntame una de vaqueros. Es como decir que el presidente de los EEUU preside la nación sioux.
Nación política: unidad política reconocida según la legislación internacional: España, Francia, Italia, etc. En cambio, Carolina del Sur no es una nación política.
El ejército no garantiza la nación española, sino la defensa frente al exterior y la integridad territorial del país. Como en cualquier país democrático. Como hizo en EEUU o en Suiza.
Y para terminar, no hay monolingües en vascuence o catalán por lo mismo que no los hay en córnico, o en bretón, o en lenguas frisias, o en siciliano. El español es la lengua materna de la mayoría de la gente, es SU lengua chavalote. Y además ser monolingue en vascuence sería una tremenda limitación a no ser que no te muevas de una aldea. Usted está escribiendo en español y no creo que le esté obligando nadie.
Publicado por: Joaquín | 07/02/2014 en 01:45 p.m.