Bajaba ayer por entre Veroes y Torre cuando de pronto...
¡¡Ene, ba da!! ¿Sabéis con quien me encontré? Pues, sí; me di de narices con Manu de la Sota. Como título así el trabajo, poco le habrá costado al lector figurárselo. Pero lea, sin embargo, si quiere enterarse más detalladamente, que bien vale la pena. Y digo esto porque se trata de un "acontecimiento".
Sota no está en Caracas de incógnito, ni mucho menos, pero me temo que gran parte de sus amigos -de entre los vascos residenciados en Caracas- no se enterarán de su presencia porque es el caso que no ha ido al Centro Vasco ni ha buscado a nadie en los lugares de reunión. Y como no sea en alguno de los ratos de ocio que se aprovechan para "alternar", aquí no hay tiempo para nada que no sea el trabajo, el negocio, la plata. Mejor dicho: no tenemos tiempo. No hemos venido al país con el ánimo "txotxolo" abierto, ni mucho menos. Y quien más quien menos, por otra parte cuando arregló los "papeles" para venir, ya lo hacía con una condición, aunque tácita, firme, de venir a lo que se ha venido: a producir. Es para lo que hace falta gente en todos los países; y es también por lo que los vascos gozamos de bastante buena reputación, pues que cumplimos a rajatabla con el tácito compromiso.
El trabajo en América es provechoso, generalmente, y se trabaja. Pero tanto que no suele quedar tiempo para saber que ha llegado un amigo, aunque sea de la categoría de Manu de la Sota, si éste llega como ha llegado, y se “pone” donde le ví. ¿Os lo figuráis? Estaba en la vitrina de una librería.
Se me hinchó el pecho como si el libro donde leí Manuel de la Sota (autor) Yanki Hirsutus (título) lo hubiese escrito yo mismo, como algo mío. O, por lo menos, como algo nuestro.
Y es claro que lo compré.
Fue el primer tropezón. Aunque al dependiente de la librería le insistí como insistieron los nuestros -la tenacidad vasca- en Sebigain (Goyan Bego, Bediaga), no hubo modo de que me “dejase” en ocho bolívares al “Yanki Hirsutus”. Se me dijo hasta cuatro veces que diez bolívares, y creo que, además, el dependiente me ponía en situación de tomar la puerta de la calle si no estaba dispuesto a soltar los “dos fuertes”. Cedí echando mano a los dos duros venezolanos. Pero cedí porque, por la vez ésta a que me refiero, estoy seguro de que me quedaba sin el “Yanki”, que si el dependiente no habría sabido que la obra se vendería como churros y que se agotaría pronto, no se habría aferrado tanto a sostener el precio de la mercancía en un país como éste, en el que una pluma de ochenta se compra por cuarenta y cinco y una maleta de ciento cincuenta, por setenta y dos.
Yo que no regateaba –jamás- en Bilbao, no compro nada en Caracas sin una previa discusión acerca del precio.
Pero con "Yanki Hirsutus", he perdido una batalla de comprador.
Zorionak, Manu. Es la mejor señal de que el libro es de los que se van a vender. Ahora bien: desconfío en cuanto a que sean lectores vascos los que compren los ejemplares que han venido aquí. Lo digo en razón de que un día llegué al Centro Vasco con cuatro ejemplares de una edición que hace aquí el Ministerio de Educación, a precios "botados", pero muy interesantes porque va presentando en la colección a las mejores plumas del país. Y Venezuela es patria de excelentes escritores líricos. Dejé los tomos encima de una mesa mientras yo me fui a otra a saludar a unos amigos de Markina, cuando alguien preguntó:
-¿De quién son estos libros?
-Míos.
-Me prestas…
-¡Cómo no! El que quieras. Pero, mira, sólo cuesta un real, te lo digo por si te interesa adquirirlos.
-Un real... ¿Pero tú crees que yo me gasto un real en libros?
Naturalmente le retiré mí "autorización de préstamo". Si no valían la pena de un real, menos valía perder el tiempo que se debería emplear en su lectura.
Sin embargo, no me enojé porque Segundo de Izpizua, aquel bermeotarra ilustre que escribió "Los Vascos en América" (nada menos) tuvo que colocar la edición por procedimientos de mendicidad. Leer ni escribir, no es vasco…
Pero, a veces, por los caminos de la excepción, salen vascos que escriben. Y éstos, Unamuno, Baroja, Maeztu, Salaberria, Zunzunegui, Bueno, De la Encina, Sainz de la Maza, Michelena, Esparza, etc. son "re-españolizados" porque en la patria, de Cervantes saben apreciar su valor. Los Campión, Irujo, Olano, Tellagorri, Sota, son… ¿Cómo diría yo? Héroes, auténticos héroes de la literatura, porque sabiendo que el "círculo de expansión" de sus trabajos es reducidísimo, insisten en escribir cómo, por, y para quienes escriben. Y no digo nada de la heroicidad de "Lauaxeta" (G.b) de "Lizardi" (G.b), de "Orixe", de López de Mendizabal, titán de la euzkerofilia; de Telesforo de Monzón, de Irazusta, y de "Ogoñope", aferrados a la lengua milenaria… Héroes, héroes de la patria a la que se dan con la pluma, la mente y el corazón, como se daban con las armas y todo lo demás, los gudaris de Artxanda.
Otro día hablaré de mí lectura, ya comenzada, de ''Hirsutus". Ya veo que es una "defensa", también heroica, de lo "yanki", pero poniendo, en todo, lo vasco. Es, pues, un nuevo espécimen de literatura filosófico-patriótica intencionada. Los personajes Iru, Berbizkunde, Choribi, "bidaide" (con b minúscula, linotipista) andan, todavía, por donde yo leo, en Euzkadi; pero el protagonista está "haciendo las maletas" para irse a California. Será interesante. Es interesante escribir de vascos que salen de Euzkadi y andan por el mundo. Esto sí que es vasco: navegar. Pero luego, escribir sus historias, que las escriba Sota. Por algo es héroe. Zorionak, repito.
Agosto, 1949
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