Ravel tuvo a gala siempre su condición de vasco y hasta en su popular ‘Bolero’ se adivina una evocación a los sonidos del txistu y el tamboril. Su relación con la cultura vasca le venía desde la cuna, con las canciones que le cantaba su madre
Un reportaje de Itxaso Sainz de la Maza
Después de su muerte en 1937, Maurice Ravel, conocido por su célebre Bolero, fue consagrado como uno de los compositores más célebres de la historia de la música. Así, su obra es considerada por muchos la misma encarnación de la música francesa: una música refinada y voluptuosa al mismo tiempo; compleja en cuanto al lenguaje rítmico y armónico se refiere, pero basada siempre en la riqueza sonora, así como en la más precisa perfección compositiva.
Lo cierto es que a Ravel le desagradaba el etiquetaje fácil y falso de los artistas, especialmente la tendencia de agrupar a los mismos por movimientos artísticos. Entendía que dichas categorizaciones atendían únicamente a características superficiales de los mismos, obviando sus cualidades más relevantes: sus raíces profundas, así como la sensibilidad y el mundo interior del propio artista.
Siguiendo, por tanto, los criterios del mismo Ravel, no resulta muy apropiado hablar del compositor como el más claro ejemplo de música francesa ya que estaba en contra de tales clasificaciones. Al contrario, si queremos respetar su criterio deberíamos tener en cuenta lo que él consideraba que era el trasfondo de su música: sus raíces.
Desconocido por muchos, Ravel nació en un pequeño pueblo pesquero de la costa labortana: Ziburu. A pesar de que se desplazó con sus padres a la capital francesa cuando tenía aún unos escasos meses de vida, su vinculación íntima con Euskal Herria no cesó nunca. Fue especialmente decisiva, así, la estrecha relación que mantenía con su madre, Marie Delouart, quien pertenecía a “una vieja familia vasca”; además de su tía abuela y madrina Gaxuxa Billac.
Relevante es también la presencia constatada en su vida del euskera, ya desde su primera edad, y nutritivas las innumerables y recurrentes visitas a su tierra natal; así como una vital relación ligada a manifestaciones culturales y musicales vascas. Es por todo ello que, a pesar de criarse y vivir en París durante la mayor parte de su vida, Ravel no dejó nunca de sentir que procedía de un lugar diferente. Así cabe deducirlo del modo en el que el mismo músico se revela: su afirmación personal y rotunda de sentirse vasco, así como su identificación con un estilo de vivir y unas tradiciones que entiende como propias. En cierta ocasión le señaló a su amigo suizo Jacques de Zogheb: “Mire, se habla de la sequía de mi corazón. Es totalmente falso. Y usted lo sabe, puesto que yo soy vasco, y los vascos se abren muy poco y a unos pocos solamente”.
Reveladoras también son ciertas afirmaciones, como la contestación que otorgó a unos periodistas que, confundidos por su apariencia física (hombre diminuto y taciturno), le preguntaron si era judío: “No; no soy judío ni desde el punto de vista religioso, pues no profeso ninguna religión; ni desde el punto de vista racial, ya que soy vasco”. Una afirmación tan contundente, que se entiende correctamente si se interpreta en el contexto del siglo en que vivió. O la emitida en una correspondencia a Ida Godebska en la que decía: “Tengo que ir a Donibane Loihilzun (Saint-Jean de Luz como dicen en Francia…)”.
Espíritu vasco. Sus más cercanos amigos también afirmaron en reiteradas ocasiones que ciertas reacciones particulares de Ravel estaban indiscutiblemente marcadas por características que ellos mismos entendían como vascas. La famosa pianista Marguerite Long recordó: “Es a la región del País Vasco a la que pertenece su fisonomía, su figura, los rasgos de su cara, así como tantas cualidades de su corazón y de su espíritu”. Hélène Jourdane-Morhange, excepcional violinista, explicaba: “La reserva del músico, la modestia sentimental del amigo, el amor exclusivo que tenía a la música… Son tantas las razones que permiten comprender cuánto Ravel fue marcado por sus orígenes vascos”. Roland Manuel, primer biógrafo de Ravel, también afirmó: “No es menos cierto que el origen vasco de Maurice Ravel marcó su ser físico y moral con una impronta particular y particularmente dominadora. Pasarlo por alto equivaldría a descuidar muchos rasgos esenciales de su carácter y de su genio”.
Y es que, los orígenes vascos y la vinculación personal que Ravel mantenía con esta realidad cultural tuvieron una indiscutible presencia en su creación artística. Precisamente, utilizó -ciertamente a su manera- ritmos característicos de los bailes tradicionales vascos. De hecho, Ravel se sentía fuertemente fascinado por la danza: “Para nosotros, los vascos, la canción y la danza son elementos tan necesarios como el pan y el sueño”. De esta manera, podemos observar rastros evidentes de la utilización del fandango labortano y del zortziko en algunas de sus obras.
Si Ravel vivió siempre en contacto con la literatura, más concretamente con la poesía (en relación muy estrecha con Mallarmé y Verlaine), se interesó igualmente por la literatura en Euskal Herria, siendo seguramente testigo del fenómeno de la bertsolaritza. Es destacable que el comienzo de su Trío en la menor sigue la estructura silábica del Zortziko txikia.
Pero, sin duda, el mayor homenaje que Ravel rindió a la cultura vasca fue una Rapsodia vasca para piano y orquesta que comenzó a escribir y que llevaría como título el célebre lema Zazpiak bat, reivindicador de la unidad de los siete territorios vascos. Dicho proyecto surgió a partir de un pequeño viaje que Ravel realizó junto con su amigo Gustave Samazeuilh por Navarra, Lapurdi y Gipuzkoa, apenas unos meses antes de estallar la Primera Guerra Mundial. A pesar de que, lamentablemente, esta obra no fue terminada, algunos de los materiales que Ravel utilizó, fueron recuperados posteriormente por el músico para componer su famoso Concierto para piano en Sol Mayor, por lo que, afortunadamente, Zazpiak bat subyace hoy en día en este concierto, el cual ha sido interpretado por numerosos músicos y en incontables ocasiones por todo el mundo.
La pianista Marguerite Long, a la cual este Concierto fue dedicado, afirmaba: “Uno no estaría equivocado en decir que Ravel puso en las páginas iniciales de su obra (…) un característico aspecto de la vida Vasca. Uno necesita haber visto San Juan de Luz una noche de verano -con los atuneros azules balanceándose bajo la luna en el momento en el que un joven muchacho saltaría al primer sonido del fandango desde el kiosco a la plaza; en el momento en el que las terrazas hubieran despertado de su sueño, el heladero hubiera dejado su carrito, el hombre de los periódicos hubiera tirado su cartera; en el momento en el que se hubieran puesto todos ellos en líneas enfrentadas y -pecho fuera y brazos elevados- hubieran bailado al son del compás, con sus sandalias de cordones y con pura alegría rítmica-. Esto debería de haber sido visto por cualquiera para poder entender la extrema espontaneidad y el entusiasmo desenfrenado del país de Ravel”.
El ‘Bolero’ y el txistu. Solamente el comienzo de esta obra es ya revelador: el píccolo tocando una bailarina y alegre melodía, con un color que nos recuerda claramente al del txistu. Al igual que el principio del famoso Bolero: la flauta acompañada de un tambor, simulando el txistu y el tamboril. Y por si hubiera alguna duda de si Ravel llegó o no a conocer el txistu, Hélène Jourdan-Morhange explicó que el músico “admiraba particularmente esa especie de fidelidad tenaz que permitía a los vascos conservar intactas sus tradiciones más antiguas”, y muy especialmente las “alboradas de los txistularis”, que “despertaban al pueblo al son de las campanas que llamaban a los fieles a la iglesia”, cuando éstos hacían sus apariciones las mañanas de los días festivos por las calles de los pueblos.
A pesar de estar estrechamente vinculado con la cultura vasca, Ravel no llegó a utilizar propiamente temas tradicionales de la música vasca en sus composiciones, lo cual no quiere decir que no las conociera. El propio músico afirmaba que su madre “cuando era aún un bebé, me acostaba con canciones vascas y españolas” (también canciones en castellano porque su madre pasó una temporada en España, antes de casarse con su marido). Aita Donostia, compositor con el que Ravel guardaba una estrecha relación y del cual hablaba como su “compatriota”, explicó en un artículo de la revista baionesa Gure Herria cómo Ravel le había señalado enfáticamente que “las canciones tradicionales no deberían ser tratadas dentro de una obra clásica de grandes dimensiones, ya que por su misma esencia, no se prestan al desarrollo compositivo”. Aun así, es curioso comparar algunas ideas melódicas características de la escritura de Ravel con determinadas canciones tradicionales de Iparralde (que, probablemente, serían las que Ravel, e incluso su madre, conocería de primera mano), y observar las grandes similitudes que guardan entre ellas, como es el caso del comienzo de su Trío en la menor y la canción Adiós Izar Ederra.
Ravel no recurriría, por tanto, a los temas tradicionales vascos para componer; ni siquiera a un material folklórico preexistente. Sin embargo, esa estrecha vinculación existente entre su obra y dicho material, así como ese cierto sabor vasco que, hemos visto, es claramente perceptible en su obra, nos hace pensar que su propio inconsciente, junto con su imaginación, constituyó la perfecta fuente para su inspiración. Y eso precisamente es lo que hace que resida en él una gran singularidad, algo que hace de él un músico que lo diferencia de todos los demás de su generación: su alma vasca.
Afortunadamente la calle más larga de Bilbao está dedicada al gran Maurice.
Es está muy bien por Bilbao.
Publicado por: D M~L | 10/27/2014 en 09:07 a.m.
La calle más larga de Bilbao es Zabalbide, con 4 kms.
Te ha fallado la Wikipedia, wikipedante.
Publicado por: CAUSTICO | 10/27/2014 en 11:44 a.m.
Alma vasca, dice. Nunca he visto nada más xenófobo y ridículo por insignificante a la par que el necionalismo vascuence. ¿Por qué no decir que Ravel era de su comarca o de su aldea?
Publicado por: Joaquín | 10/27/2014 en 04:03 p.m.
Alma vasca, dice. Nunca he visto nada más xenófobo y ridículo por insignificante a la par que el necionalismo vascuence. ¿Por qué no decir que Ravel era de su comarca o de su aldea?
¡¡¡Jua jua jua, que se te ve el plumero Donato!!!
Publicado por: CAUSTICO | 10/27/2014 en 05:43 p.m.
Alma vasca, dice. Nunca he visto nada más xenófobo y ridículo por insignificante a la par que el necionalismo vascuence. ¿Por qué no decir que Ravel era de su comarca o de su aldea?
¡¡¡Jua jua jua, que se te ve el plumero Cáustico!!!
Publicado por: D M~L | 10/27/2014 en 09:10 p.m.
Zabalbide es una callejuela respecto a Maurice Ravel, puesto que hablamos de Maurice Ravel Etorbide y de Zabal bide Karrika.
Publicado por: D M~L | 10/27/2014 en 09:13 p.m.
Joaquín,
"Vascuence" no se puede usar con ningún nombre que no sea 'idioma', 'lengua' o perifrásis aue aluda al código de signos de la lengua nacional vasca.
Por favor, revisa tu lexicón romance.
Pero, en cuanto al fondo de lo que dices, el texto es bien claro y naturalmente que DICE que Maurice era de su comarca -la costa labortana- y su aldea, Donibane Lohitzun ("-l'on dit St. Jean de Luz la-bàs, en France), como lo demuestra el retrato que se hizo con la marea baja en su aldea, con las aldeas vecinas de Ziburu y Sokoa al fondo.
¿Por qué te has puesto nervioso?
Publicado por: D M~L | 10/27/2014 en 09:55 p.m.
Dice Joaquín, "nunca he visto nada tan ridículo", debe ser que en su casa no hay espejos, por que por aquí bien que lo hace.
Publicado por: Sebastián | 10/27/2014 en 10:44 p.m.
¿Quién se ha puesto nervioso, hombre? Como fuere, el escrito habla de un alma vascuence, no de un alma de su comarca o su aldea.
Publicado por: Joaquín | 10/27/2014 en 11:05 p.m.
Joaquín tu si que tienes alma de aldea o de país corrupto fascistoide subdesarrollado de monarquía de charanga y pandereta, de querer y no poder, ¡qué pringao!.
;·)
Publicado por: Sebastián | 10/28/2014 en 12:53 p.m.
El 'escrito' habla de un alma VASCA, no vascuence, melón, y se centra muy mucho en su comarca, la costa labortana (se incluso habla de su fandango).
Y de su aldea (habla de Ziburu, su aldea, que es la que se ve en la foto que se deja tomar Maurice en el muelle de Joanoenea, delante de "la casa de la Infanta", donde pernoctó la Habsburgo antes de a casarse ahí, en Donibane Lohitzun (como lo llama el propio Maurizio), con Koldobika XIV, roi de France et Nafarroa.
Sigues nervioso en este Post porque la realidad no concuerda con lo que te habían contado de lo que es el País Vasco y lo que escupe vuestra historiografía de NO.DO.
Publicado por: Donatien Martínez~Labegerie | 10/28/2014 en 01:00 p.m.
Digno de un estudio siquiátrico el diálogo de besugos del topo con el joaquin.
Pessoa era bueno desdoblándose, pero el picoleto parece un poco retardado.
Publicado por: CAUSTICO | 10/29/2014 en 11:50 a.m.