Durante la experiencia de estudiar y recopilar los principales detalles de las acciones de guerra sucia ocurridas en Ipar Euskal Herria, un oscuro fantasma se alojó en mi cabeza. Cada vez que intentaba profundizar en la resolución de este o aquel atentado, había algo que quedaba suelto, inaprensible, pese a los intentos de atraparlo.
Pasadas las semanas pude empezar a intuir una cierta sospecha que acabó convirtiéndose en una absoluta certeza. La colaboración, en algunos casos activa, en la mayoría de ellos pasiva, de las fuerzas policiales francesas con los ejecutores de los crímenes.
La puesta en marcha de la denominada “Opération Éclat” fue una constante en aquellos años ochenta en los que los Grupos Antiterroristas de Liberación GAL'' y otras franquicias del terrorismo de Estado actuaron a sus anchas en las principales localidades de Euskal Herria continental. La manera de lanzar un mensaje supuestamente tranquilizador a la población, de decirles que estaban haciendo lo que podían, era anunciar minutos después de cada tiroteo, de cada bomba, que la Gendarmería había activado con urgencia la operación Éclat (relámpago en castellano). Los resultados de semejante despliegue policial en calles y carreteras en el entorno de los atentados fueron insignificantes, por no decir inexistentes, salvo en la última etapa de los GAL, cuando a París le interesó trasladar a Madrid el mensaje de que había que parar. Entonces fue cuando alguna operación Éclat obtuvo dividendos.
Pero el efecto Éclat en ningún caso puede enmascarar las actuaciones llevadas a cabo por la policía francesa, tanto de modo oficial, como subterráneo. Se ha escrito mucho sobre las responsabilidades del Estado español en la comisión de acciones de guerra sucia contra el movimiento de liberación nacional vasco, pero es muy reducido el espacio de crítica hacia la variante francesa. Y la ha habido.
Todo el mundo que tenga una cierta edad recordará la actitud chulesca y despectiva de los gendarmes ante las concentraciones de refugiados motivadas por los atentados de los GAL. Una actitud que, en general, denotaba la simpatía de los agentes con los autores de los mismos. Insultos a los refugiados, bromas, palabras hirientes que ponían a cada uno en su sitio. En estos casos los heridos o los muertos se lo habían ganado y por tanto no había de qué lamentarse. Al contrario, cada baja en las filas de los abertzales residentes en Ipar Euskal Herria era una buena noticia para los gendarmes. Detrás de esas actitudes policiales callejeras se escondían, sin embargo, otras más peligrosas. Como han reconocido públicamente algunos de los protagonistas principales de la guerra sucia, dentro de la policía francesa contaban con una red de colaboradores, algunos voluntarios, la mayoría a sueldo, que transmitían información delicada, muy valiosa a la hora de perpetrar las acciones criminales. Sin esa ayuda desde dentro hubiera sido materialmente imposible que la caza al refugiado hubiese logrado alcanzar a muchas de sus víctimas. Los elementos que ejecutaban los atentados disponían de información de última hora sobre domicilios, lugares de trabajo y movimientos habituales de muchos refugiados, información que incluso allegados a estos desconocían por completo. La única hipótesis sostenible es que eran agentes de la policía francesa, con la previa autorización o no de sus mandos, quienes facilitaban esa cualificada información a los comandos parapoliciales. Pero hay más, mucho más que todo eso. Dentro de la estructura interna de los comandos parapoliciales o de su red logística de apoyo se mueven elementos que habían tenido que ver en su anterior trayectoria con la policía (Jacques Castets), los servicios de escolta (Roland Sampietro) o la Legión francesa (Gérard Manzanal), por citar algunos ejemplos. Algunos de ellos habían participado en conflictos bélicos fuera del Estado francés, léase Indochina o Argelia, y disponían de amplios conocimientos en la preparación de atentados y en la elaboración de artefactos explosivos, como es el caso paradigmático de Jean Pierre Cherid, muerto en un intento de atentado, o de Marcel Cardona, fallecido en idénticas circunstancias.
La lista de integrantes o colaboradores directos de las tramas parapoliciales está repleta de ex policías, ex legionarios o ex activistas de la OAS, lo que concita la sensación de que una mano invisible, con residencia en París y amplias ramificaciones en Burdeos, Marsella, Baiona y Pau, movía los hilos a conveniencia, dispensaba permisos, acotaba terrenos, instrumentalizaba datos y conexiones, con el único fin de salvaguardar los sacrosantos intereses de la V República. Las autoridades francesas siempre han sostenido que el denominado "conflicto vasco" es un asunto que concierne en exclusiva al Reino de España. Entretanto, ellos siempre han sacado todo el provecho que han podido.
El decepcionante resultado de los sucesivos despliegues de la Opération Éclat no es sino la mejor muestra de que las autoridades republicanas siempre actúan bajo el imperio de la ley, siempre y cuando salgan beneficiados sus intereses de Estado. Con ese fin superior había peones que facilitaban datos, esbirros que colocaban bombas o disparaban, gendarmes que miraban para otro lado o jueces que ponían rápidamente en libertad a los escasos detenidos que le ponían delante en la Corte de Pau, como es el caso del inolvidable Michel Svahn. La maquinaria del Estado nunca es perfecta, ni siquiera en el caso francés. Se intentan guardar las formas de modo exquisito, por supuesto, pero en todas las ocasiones no es posible ser tan eficiente como en el despliegue de la Opération Éclat.
Joxerra Bustilllo Castresana
Los franceses son muy aficionados a las guerras sucias y Francia santuario de terroristas de la extrema derecha.
Ahí está Le Pen padre sin ir más lejos.
Publicado por: CAUSTICO | 12/30/2014 en 08:09 a.m.