Por Iñigo Bullain *
René Samuel Cassin recibió el Premio Nobel de la Paz en 1968. Había nacido en Baiona a finales del siglo XIX. Gravemente herido en la Primera Guerra Mundial, fundó diversas asociaciones para ayudar a los veteranos y mutilados de guerra y trabajó incansablemente para conseguir ayudas y atención médica en favor de millones de víctimas de un conflicto que dejó más de 35 millones de heridos. También fue delegado en la Sociedad de Naciones hasta que la absolutización de las soberanías nacionales acabó con aquella organización y aquel fracaso dio vía libre a la mayor de las matanzas. Más tarde, Cassin fue secretario en Londres de France Libre a las órdenes del General De Gaulle y posteriormente, junto a Eleanor Roosevelt, ejerció como director de orquesta en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Asimismo, desde 1943 hasta su muerte en 1976, fue miembro de la Alianza Israelita Internacional dedicada a preservar la memoria universal del Holocausto/Shoa.
Estos rasgos biográficos ponen de manifiesto que, durante su vida, Cassin ejemplarizó el trabajo político como servicio público en defensa de múltiples intereses altruistas. Su dedicación a los mutilados de guerra, cerca de un millón en Francia al terminar la Gran Guerra, y a los millones de huérfanos y viudas, fue constante. También su trabajo por hacer de los veteranos de guerra un movimiento internacional por la Paz. El recuerdo a los compañeros de trinchera le acompaño hasta el final. Sus cenizas reposan en el Panteón de París, único judío, como Soldado de la Paz. La Declaración Universal de Derechos, su gran obra, es una suerte de gramática universal para ordenar la convivencia. Un mapa para guiar a la humanidad desde la oscuridad de la violencia y el odio hacia la luz de la dignidad humana. El texto se aprobó el 10 de diciembre de 1948 por la Asamblea General de la ONU sin ningún voto en contra y con solo ocho abstenciones. Se trató del último gran acuerdo antes de la Guerra Fría. Cassin comprendió que en ese nuevo contexto mundial era imprescindible configurar instituciones de ámbito regional. En Europa esa labor la llevó a cabo el Consejo de Europa de cuya Corte de Derechos Humanos fue presidente en los 60.
Cassin provenía de una familia de judíos afincada en el mediterráneo francés. Sin embargo, su padre y un tío se trasladaron al País Vasco para casarse con dos baionesas que además eran hermanas gemelas. Si bien sus primeros años transcurrieron en la capital labortana, sus padres se trasladaron luego a Niza, donde estudió para licenciarse años más tarde en Derecho e Historia por la Universidad de Aix-en-Provence. El affaire Dreyfuss, que era también el apellido de su madre, estuvo muy presente en su infancia y de alguna manera marcó su futuro republicano en el combate por los derechos y las libertades. Aunque posteriormente se dirigiría a completar su formación a París y más tarde a Lille, donde obtuvo una plaza en la universidad, su relación con el País Vasco nunca se interrumpió. Todos los años, el centro de las reuniones familiares fue Rachellenea en el barrio de Saint-Esprit de la ciudad del Adour/Aturri. Cuando a través de las leyes nazis de expoliación de propiedades judías los infames intentaron arrebatársela a su familia, el notariado local, recurriendo a diferentes argucias legales, lo impidió. En junio de 1940 respondiendo al llamamiento de De Gaulle, Cassin tomó en San Juan de Luz un barco para Inglaterra y se incorporó a la Resistencia, de cuya dirección fue secretario.
En 2013, el escritor zuberotarra y miembro de Euskaltzaindia, Jean-Luis Davant, escribió a petición del pueblo de Sohüta-Chéraute, vecino a Maule, una Pastoral sobre la vida de René Cassin. También un liceo bayonés recuerda su nombre, como lo hace el premio de Eusko Jaurlaritza en derechos humanos entregado el 10 de diciembre. La identidad nacional de Cassin fue la de un republicano francés de origen judío que culminó en la de un europeo de vocación universal. Que de una manera póstuma las instituciones vascas lo reconozcan también como uno de los nuestros marca el camino a seguir en la universalización de Euskal Herria. Un contexto en el que resulta especialmente importante que la sociedad vasca tenga conocimiento e integre en su memoria a René Cassin. Porque forma parte de nuestra tragedia nacional que al mismo tiempo que un baionés recibía el Premio Nobel de la Paz en 1968 otros vascos se embarcaran en una espiral de violencia que se ha prolongado cerca de cuatro décadas.
A lo largo de su larga vida de casi 90 años, Cassin ocupó también otras responsabilidades. Como vicepresidente del Consejo de Estado francés condujo la depuración de la Administración Pública horrendamente contaminada por Vichy y la Ocupación. También se encargó de restituir las propiedades arrebatadas a las personas clasificadas como judías. El Conseil d’Etat determinó samuelicamente que todos aquellos bienes habían sido adquiridos de mala fe. En su ejercicio profesional de jurisconsulto, Cassin fue un devoto al servicio de la justicia. No puso sus conocimientos, su energía o su personalidad para favorecer los intereses de algunos accionistas o en busca de la máxima rentabilidad. Permaneció toda su vida como un espíritu libre e independiente, defensor de los intereses públicos. Hoy, en tiempos dominados por la avaricia y el lucro que han contaminado gravemente a las instituciones, la memoria de Cassin ha quedado en la sombra. Las personalidades que como él rehuyeron el poder o la publicidad, o no se adscribieron a unas siglas o a una línea ideológica concreta, han sido obliteradas en favor de innumerables celebrities. Sin embargo, la juventud vasca, a través de la vida de René Samuel Cassin, cuenta con un ejemplo de proximidad donde inspirarse y aproximarse a lo mejor del siglo XX europeo. La política no es solo un terreno donde algunos mediocres y corruptos traicionan la confianza de millones de ciudadanos. También ha sido, es y seguirá siendo un espacio cívico para el altruismo, el compromiso y la generosidad.
René Cassin que expuso su vida por Francia, comprendió que la soberanía de los Estados debía dejar de ser absoluta. Trabajó en favor de un orden internacional que tuviera en los derechos humanos el paradigma para la convivencia. Esas ideas que hoy parecen razonables y civilizadas fueron en su momento revolucionarias. Personalidades como Cassin, con su dedicación y su lucha, las hicieron posibles. De ahí que quienes con su deshonestidad traicionan los ideales de la integración europea y universal resulten personajes abominables. La ejemplaridad de René Cassin, por entender la política de otra manera, contrasta sobremanera con muchos políticos que han hecho de la satisfacción de intereses particulares y corporativos el fundamento de su actividad. La corrupción que asuela la política europea también tiene que ver con la selección de personas. Pero a pesar del ninguneo institucional, su memoria no ha desaparecido. Una reciente biografía de Jay Winter y Antoine Prost -René Cassin and Human Rights (Cambridge UP 2013)- ha recuperado su esfuerzo por situar la dignidad humana en el centro de la política. ¿Para cuándo su edición en euskara y castellano? Estoy convencido de que si René Cassin pudiera seguir interviniendo en nuestro tiempo, lo haría hoy en favor de los mutilados de la Gran Guerra Social que promueve un capitalismo feroz y desalmado. Afortunadamente, los nuevos asesinos en serie del humanismo, una suerte de estalinistas del mercado, siguen encontrando oposición. A principios del siglo XXI, la Resistencia no ha sido aniquilada. Para las democracias, si pretenden sobrevivir al dominio oligárquico que trata de imponerse sobre el mundo, organizar el desembarco sobre los paraísos fiscales es un reto ineludible. En ese empeño por la igualdad, la libertad y la justicia, y en defensa de la universalidad de los derechos humanos, nos acompaña la figura de René Cassin. Su nombre está inscrito en el pabellón de vascos que, como Elcano y Loyola, se aventuraron en el planeta hacia objetivos universales. En el 66º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Agur eta ohore!
*Profesor de Derecho Constitucional y Europeo de la UPV/EHU
Comentarios