La complejidad del panorama político actual de Navarra, la necesidad de pactos y las dificultades que entraña forjarlos está fuera de toda duda. Ahora bien, a mi juicio no se repara lo suficiente en que esta situación, además de las legítimas diferencias ideológicas, se deben en buena medida a la insistencia de las distintas fuerzas políticas en subrayar las diferencias que les separan a fin de tener un espacio propio.
En cualquier caso, esta situación no es nueva y tampoco es la reiteración de que estamos en un momento crucial para el futuro de la Comunidad. Así, el manifiesto de la Alianza Foral de 1921, de la que se habla más adelante, comenzaba como sigue: “Para ningún navarro es un secreto que Navarra atraviesa por un momento crítico de su vida.
Por lo demás, hace un siglo las luchas políticas revestían la misma virulencia o más que en la actualidad. Prueba de ello es el siguiente texto publicado en Diario de Navarra (17-IX-1915), a propósito de las elecciones forales ¡Buenos patriarcas estamos todos! No se constituye patriarcalmente la Diputación ni por medio de una lucha leal y noble, sino que nace entre mutuos odios y pasiones, entre dicterios y ultrajes. La presentación de candidaturas levanta tempestad de rencores y caen sobre ellas y sus patrocinadores un diluvio de agravios. Los enconos se desbordan en forma no vista en ninguna región (…) ¡Deplorabilísimo por donde quiera que se mire la cosa!.
No cabe duda de que la saña con la que se atacaban los partidos estaba relacionada con su intransigencia e intolerancia. Por ello llama la atención que, aún así, llegaran a acuerdos en principio impensables en un contexto de cambios importantes de la situación política.
Entre estos últimos, el más significativo fue el quebranto electoral de los carlistas, que en las seis últimas convocatorias de diputados a Cortes de la Restauración (1914, 1916, 1918, 1919, 1920 y 1923) solo consiguieron cuatro actas de las dieciocho posibles en los distritos de Aoiz (tres), Tafalla (una) y Tudela. Asimismo, cabe destacar el creciente fortalecimiento de los liberales conservadores pese a su división entre datistas y mauristas (obtuvieron diez y tres actas, respectivamente, en los tres distritos citados) y el auge de los nacionalistas, aunque limitado al distrito de Pamplona, sobre todo a la capital, y en alguna medida al de Aoiz. A todo ello se añade el agotamiento de los integristas y de los republicanos y la presencia, ciertamente reducida, de los socialistas en Pamplona.
En este contexto los partidos se vieron obligados a variar su estrategia y algunos a establecer alianzas con sus más inveterados adversarios, lo que pone de manifiesto que, por encima de sus grandilocuentes declaraciones programáticas, cuando lo consideraron oportuno, hicieron gala de un gran pragmatismo. Vemos sucintamente algunos ejemplos de las peculiares alianzas políticas trabadas entre 1915 y 1921.
La amenaza de perder su hegemonía llevó a los carlistas a establecer pactos contra natura. Así, recelosos de los mauristas, que querían liderar un proceso de convergencia de las derechas, se aliaron con los romanistas, a cambio del apoyo del Gobierno en las elecciones legislativas. Este compromiso les llevó en febrero de 1916 a votar, en las elecciones a diputado foral por Estella, al versátil Antonio Baztán Goñi (Lodosa 1842-1928), que había sido calificado de “candidato del partido romanonista anticlerical” y “enemigo de Cristo y secuaz de Satanás”. El pacto carlo-romanonista provocó que un sector de los carlistas lanzara la candidatura de Francisco Errea Echalecu (Estella, 1885-Briviesca 1937), hijo del diputado foral Ulpiano Errea Llorente (Estella, 1851-Pamplona, 1915), que no prosperó por la oposición de su propio partido. Tras su retirada el nacionalista Claudio Armendariz Equiza (Pamplona? – 1945), médico del valle de Yerri, decidió concurrir “ante la monstruosa e incomprensible confabulación del partido carlista con el partido liberal romanonista heredero de Canalejas”. Paradójicamente, en las elecciones forales de 1919, en el mismo distrito de Estella los carlistas arremetieron contra su candidato de 1916, Antonio Baztán Goñi, “por su adhesión y sumisión a la oligarquía liberal por antonomasia” y porque, como vicepresidente de la Diputación, desde mayo de 1917 había llevado a cabo una “labor antifuerista, labor antinavarra, labor indigna, lacayuna, de servilismo para el poder central, asesino de nuestra vida”.
Los nacionalistas no habían obtenido representación en las elecciones municipales de Pamplona en 1911, 1913 y 1915, ni en las forales de 1911 (en Aoiz) y 1913 (Pamplona). En consecuencia se vieron obligados a dejar su aislamiento político (calificaban a las restantes fuerzas políticas de exóticas y ajenas a Navarra) y en marzo de 1917 apoyaron al candidato integrista Juan José Juanmartiñena (Aldatz, 1868-1953), al que calificaron de “euzkeldun (sic) y navarro fervientísimo, continuador de una de las casas solariegas más importantes y más vascas de nuestra montaña”. Igualmente, en las elecciones municipales de noviembre de ese año, en coalición con los integristas, los jeltzales lograron sus tres primeros concejales en Pamplona.
En las elecciones de diputados a Cortes de 1918, en la circunscripción de Pamplona (se ponían en juego tres puestos), los carlistas, los mauristas y los nacionalistas forzaron la elección por el conocido artículo 29 (contemplaba que si había el mismo número de candidatos que actas eran proclamados diputados o, en su caso, concejales automáticamente). Esto suponía una serie de arduas negociaciones y explica que el compromiso fuera solo parcial, pues no se extendió al distrito de Aoiz, donde el nacionalista Santiago Cunchillos Manterola (Aoiz, 1882/Buenos Aires, 1953) se enfrentó sin éxito al conde de Rodezno, carlista, en la misma convocatoria.
En las elecciones a Cortes de 1919 en Pamplona los carlistas, los mauristas y los nacionalistas lograron de nuevo que sus respectivos candidatos fueran elegidos por el referido artículo 29, lo que implica que llegaron a algún acuerdo explícito o implícito con los datistas, romanonistas y garcíaprietistas, e incluso con los republicanos y los socialistas, para que no se presentaran.
En las elecciones forales de junio de 1921 un sector importante del carlismo, incluido el propio director de El Pensamiento Navarro, Eustaquio Echave-Sustaeta (Haro 1872) pidió el voto para el mencionado Antonio Baztán Goñi porque había contribuido al triunfo del carlista Esteban Bilbao Eguía (Bilbao, 1879-Durango, 1970) en las generales del año anterior. Sin embargo, la candidatura de Baztán Goñi no fraguó y, pese a los agrios ataques que se habían cruzado en los años anteriores la Junta Regional Jaimista y el Consejo Regional Nacionalista (Napar Buru Batzar) suscribieron un pacto, la denominada Alianza Foral, que causó un gran impacto en las restantes fuerzas políticas a la vista de las numerosas ocasiones en que los carlistas habían tachado a los nacionalistas de antipatriotas y separatistas.
Desde luego, la mayoría de las combinaciones políticas reseñadas fueron fruto del mero oportunismo electoral, lo que explica su escaso recorrido. Si los partidos actuales no quieren seguir el mismo camino, sería deseable que, aunque solo fuera por su propio interés, valoraran el pragmatismo de sus predecesores, pero, sin dejar llevar por un tacticismo cortoplacista, diseñaran una estrategia a largo plazo. Es mi opinión, deberían de esforzarse en llegar a acuerdos estables, poniendo el énfasis en lo mucho que les une y no en lo que les separa. Al menos, en lo relativo a la omnipresente cuestión identitaria, así cabría esperarlo de los partidos que hacen gala de actitudes y planteamientos transversales.
Universidad Pública de Navarra
Ángel García Sanz Marcotegui
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