Después de 40 años de dictadura nacional-católica, a los navarros les ha tocado padecer otros cuatro decenios de régimen españolista y anti-vasco que denominan navarrismo.
Para quienes vivimos en Euskadi resulta difícil de imaginar lo que ha tenido que ser habitar en la Navarra sometida al interminable régimen político de UPN. En el viejo reino, los herederos de los herederos del franquismo se han mantenido en el poder gracias al intermitente apoyo del PSN. Durante (otras) cuatro décadas, las fuerzas del lepenismo foral se han repartido empleos, cargos y negocios. Bat eginik, juntos, en un común empeño por promover la minorización de aquella parte de la población vinculada a la lingua navarrorum: zonificación, negación de licencias, prohibición de repetidores, ninguneo institucional. Un menosprecio permanente al legado cultural vasco-navarro que en forma de delirio antivasquista ha protagonizado una oligarquía que ha manejado Navarra a su antojo, como si fuera un mayorazgo hereditario. Como han puesto en evidencia los trabajos de Iván Giménez (El Corralito Foral) o la tesis doctoral de Ricardo Feliú sobre la élite navarra en el cambio de siglo, la Navarra española no se vende sino que se hereda. Unas pocas decenas de familias que a través de una red de intereses empresariales, económicos y culturales, coordinados desde el Gobierno Foral han terminado despojando a la sociedad navarra del instrumento financiero con que contó durante más de cien años para gestionar el Convenio Económico: la Caja de Ahorros de Navarra (CAN), vendida a Caixabank por 1 euro. El capitalismo de amiguetes, continuidad del caciquismo rural decimonónico, que ha organizado y avalado ese desfalco, lucrándose en el expolio, pretende seguir disfrutando de un nuevo mandato institucional y cuenta con posibilidades de conseguir una nueva mayoría tras las elecciones forales de mayo. Pero frente a esa apuesta por la impunidad de los partidos dinásticos, la candidata de Geroa Bai, Uxue Barkos, podría liderar un cambio histórico con los apoyos de EH-Bildu, Podemos e IU-Ezkerra. Las encuestas pronostican un resultado muy ajustado.
Varios factores han posibilitado el saqueo de Navarra y la perpetuación de una casta extractiva sin solución de recambio en las instituciones. Por un lado, el navarrismo ha interpretado correctamente que una mayoría de la población quiere mantener a Navarra con personalidad institucional propia y se opone a su disolución en Euskadi. De hecho, Navarra como entidad política se remonta a más de mil años, mientras que Euskadi es un neologismo de hace un siglo. El nacionalismo vasco se ha estrellado una y otra vez frente a la voluntad navarra por continuar en la Historia, aunque evidentemente no sólo ha sido la memoria histórica la que ha favorecido el éxito electoral del navarrismo. La reconversión del integrismo religioso en político ha sido otro elemento notable. El Diario de Navarra y la Universidad del Opus han podido actuar sobre un paisanaje conmocionado por la dimensión del “Escarmiento” de 1936. La matanza, sin que hubiera frente de guerra, de cerca de tres mil personas sobre una población que no llegaba al medio millón es un factor que ha determinado el devenir de la Comunidad Foral. El genocidio ideológico que se perpetró en decenas de pueblos posibilitó a futuro el dominio de UPN y la domesticación del PSN. Han manejado el antivasquismo como un espectro que, dicen, busca, la pérdida de la Navarra auténtica, condensada en la trinidad carlista de: Dios, Patria y Rey. Los heraldos de esa cruzada han procurado apoyo a las fuerzas que desde Mola se han hecho garantes de la españolidad.
El navarrismo ha sabido reconvertir la violencia religiosa del integrismo en agresividad antivasca capaz de proyectar un espejismo de modernidad. La santificación opusiana del capitalismo ha ofrecido un ropaje tecnocrático para una transición que ha respetado los símbolos de la dictadura; que se ha negado a condenar el franquismo o rescatar del olvido y de las cunetas a las víctimas de la represión. El lujo ha sido el disfraz de la mediocridad rodeada de ladrillo y especulación. Un decorado donde Barcina puede interpretarse como una suerte de versión parroquiana de Christine Lagarde. Su antecesor al mando del Gobierno Foral, Miguel Sanz, fue un rotundo ejemplo de la cultura en barbecho. No es posible olvidar un programa de Canal 4 de finales de los años 90 en el que se acostumbraba a presentar al invitado diversos objetos solicitándole su opinión sobre los mismos. El amado líder de Corella del Norte fue incapaz de identificar un ratón de ordenador. Sí, ¡a finales de los años 90! Que semejante pareja de baile haya dominado la escena política navarra durante casi veinte años refleja la sima de rusticidad y localismo en el que se ha precipitado la Comunidad Foral. Una entidad política que durante casi mil años fue un sujeto soberano en Europa y que en palabras de Shakespeare estaba destinada a ser una maravilla del mundo, “a wonder of the world”, es hoy una degradante combinación de ignorancia y corrupción que la propaganda foral trata de invisibilizar.
El destino del Navarra Arena, que con un costo cercano a los 60 millones de euros no ha entrado aún en funcionamiento por falta de recursos para su mantenimiento es un buen ejemplo de ese profundo deterioro. Como la crisis en que se ha sumido la asociación civil más importante de la sociedad navarra, Osasuna, cuya dirigencia ha sido carcomida por la corrupción. Pero la convalidación, elección tras elección, del navarrismo organizado ad maiorem gloria de la Navarra Española, refleja el rechazo a las propuestas vasquistas. Una actitud política que el nacionalismo vasco no ha conseguido todavía descifrar. Sin embargo, desde su origen, el programa sabiniano ignoró la memoria histórica de Navarra. La polémica entre Campión y Arana fue un anticipo de ese desencuentro histórico. El precio pagado por esa incomprensión que autores como Ortueta o más recientemente Urzainqui han tratado de remediar, ha sido muy alto. La psique política bunkerizada alrededor del Segundo Ensanche de Pamplona ha mantenido a Navarra en una suerte de caverna mental. Un escenario provincial, que no providencial, sobre el que un autor como Sanchez-Ostiz ha tratado de hacer luz. Entre esas sombras, la violencia terrorista ha servido de inmejorable carburante al españolismo que, en su empeño distorsionador, ha tratado de asimilar a ETA con Euskadi o la lengua vasca. Una obsesión manipuladora capaz de hacer de la niña Begoña Urroz el símbolo oficial de las víctimas del terrorismo etarra, a pesar de la reconocida autoría del DRIL, o que el Gobierno de Aznar a través de su ministra de Exteriores, Ana de Palacio, condujera a la ONU a condenar a ETA como autora del atentado del 11-M, a pesar de las evidencias que lo vinculaban al yihadismo.
El sur de Navarra forma parte de una comunidad cultural estrechamente asociada a La Rioja y Aragón. Sus raíces están ligadas al Ebro, distantes del Pirineo y del Cantábrico. El proyecto de una Euskadi ligada a la costa y a la montaña atlántica no ha sabido o querido integrar paisajes de amplias riberas, arcilla y llanos. Para poder ganar un espacio como la Ribera y sus gentes, el nacionalismo vasco debiera, en mi opinión, plantearse garantizar la personalidad política de Navarra y sobre esa base gobernar sus instituciones. Luego, después de algunas legislaturas, con la experiencia de un gobierno dual en Iruñea y Gasteiz, llegaría el momento de plantear alternativas a la división. No basta con poner en evidencia que el proyecto de la Navarra española ha fracasado, o que la viabilidad de Navarra como comunidad autónoma enfrentada a Euzkadi carece de perspectiva. Quienes han tratado de evitar una mancomunidad de cajas de ahorro vasco-navarras se han llevado por delante el sentido común a pesar de los encuentros capitalinos entre Dios y Comercio en torno a San Fermín de los navarros. La respuesta democrática del vasquismo tiene que ir más allá del ambiente de meriendas, rosarios y pelotazos que ha caracterizado al navarrismo. Ofrecer un nuevo equilibrio a la sociedad navarra, sumida en una radicalidad españolizante desde hace decenios, llevará tiempo y debe venir acompañada de una política de dimensión social que respete democráticamente la personalidad de Navarra. A mi juicio, ahuyentar el fantasma de la anexión a Euskadi debiera ser una prioridad. Tal vez resultaría una apuesta inteligente que en esa línea un futuro Parlamento vasquista en Navarra propusiera conjuntamente con el vasco la derogación de la Disposición Transitoria 4ª. Mantener una cláusula que se percibe como perenne amenaza por buena parte de la población es ofrecer nuevas oportunidades para que la delincuencia política se perpetúe y renueve el saqueo foral en connivencia con la sempiterna corrupción de la Marca España. Ni Navarra ni Euskal Herria se merecen prolongar ese esperpento.
Por Iñigo Bullain*
*Prof. Derecho Constitucional y Europeo UPV/EHU
Begoña Urroz fue víctima del DRIL en junio de 1960...o de algo más turbio que hubo que tapar.
-Informe sobre el DRIL, 17-2-1961, Fondo Manuel Irujo: "Es indudable que el DRIL está manejado por la policía española".
-"MUNDO OBRERO", PCE, 1-11-1960: "...pocos ignoran que las bombas del DRIL llevan el marchamo de la DGS".
Publicado por: H | 06/01/2015 en 12:32 p.m.