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Asier



La ley de la cornucopia infinita
Iñaki Egaña
Lunes, 27 de Julio de 2015 17:22

Reivindiquemos el diálogo y la polémica como recursos democráticos, revolucionarios incluso. La ley de Kolakowski, como otras llamadas similares, nació como crítica al pensamiento único

Leszek Kolakowski fue un filósofo polaco que murió ahora hace seis años, en verano de 2009. Terminó sus días en Oxford, después de que su pensamiento marxista se deslizara, antes que la caída del Bloque Soviético, hacia las ciénagas del liberalismo. Sus tratados de historia de la filosofía y del marxismo, y la recuperación de su legado en la Polonia actual, han dejado algunas de sus huellas en la intelectualidad contemporánea, entre ellas la del título de este artículo, la ley de la cornucopia infinita.

Una ley que nada tiene que ver con las proclamas de Aureliano Buendía en el Macondo de García Márquez, o con los dietarios de cronopios a las que nos invitó Julio Cortázar. Ni siquiera con algunos aspectos de la Ley Mordaza que, de no ser por su severidad, servirían para deleite jocoso en las tediosas tardes de verano, cuando el sol advierte de su autoridad. La Ley de la cornucopia es una cosa seria.

La cornucopia es, en expresión de quienes no dominamos el lenguaje, el cuerno de la abundancia. Zeus rompió con uno de sus rayos un cuerno de la cabra que la había amamantado de niño, Amaltea. Como resarcimiento, le concedió el atributo de que a todo aquel que poseyera aquel cuerno se le adjudicara cuanto deseara.

Kolakowski realizó un giro retórico con el cuerno mitológico y formuló la ley citada. La verdad es que la encontré hace unas semanas, en uno de los últimos libros de John Le Carré, de esos que dejamos para estas fechas estivales. La definición, la copio por exacta, decía: «En esencia, la ley afirma que existe un número infinito de explicaciones para cualquier suceso. Ilimitado».

Como al igual que el lenguaje tampoco domino la filosofía, no he llegado a comprender la ligazón entre la leyenda del cuerno y la ley de Kolakowski, que, a fin de cuentas, no tiene sustento científico. A los filósofos los encontramos en bares, bibliotecas, gimnasios y debates televisivos. Jamás en un laboratorio. Pero se aplica como si tuviera un poso académico.

Intuyo a la cornucopia, sin embargo, en esa línea post-modernista de que, a estas alturas de la película, la dialéctica ya no tiene sentido. Y son los apegados al poder los que ejercen la ley, en detrimento del contraste, guiándose por lemas como si la humanidad fuera un rebaño de muflones del Pirineo, a punto de la extinción, a la espera del silbido del pastor para mover sus ancas traseras y cegarse al redil.

Al parecer, y escuchando a esos postmodernos, ya no existe causa ni efecto, ni contenido ni forma, ni esencia ni fenómeno. Fernández Díaz, el ministro español de Gobernación, ese que cada aparición suya suscita la duda de si se trata de una mariafanía o una levitación de la cabra de la Legión (vaya, hoy me ha dado por los caprinae), es una muestra. Su consigna para denostar al actual entrenador del Bayern de Munich futbolero por su apoyo al proceso soberanista catalán ha roto la barrera del sonido. Por descabellada. Pero entraría en la lógica de Kolakowski de que las ideas, aún marcianas (o marianas en el caso de Fernández Díaz) pueden ser argumentadas.

El origen de la dialéctica en la Grecia antigua tenía como fuente el diálogo. Y no quiero con ello hacer una metáfora con la Grecia moderna, que sería sencilla. Los griegos anteriores a nuestra era concibieron la dialéctica como una forma de conversación, de polémica. Marx y Engels la consideraron en evolución, una especie de sociedad, de maridaje, entre hechos, cosas e ideas.

Si la cornucopia infinita es nuestro destino, al igual que el final de la historia que nos vaticinó el otrora visionario Fukuyama, sólo nos quedaría seguir a gurus, periodistas interesados, a sueldo de fondos reservados o lobbys de cualquier signo, políticos corruptos, que son los que tienen más que defender, y líderes twiteros de 140 letras máximo.

Hace ya tres quinquenios, no me malinterpreten la expresión con las usadas por los economistas del estado, el ilustre Javier Tusell se apropiaba de la ley de la cornucopia para decolorar el proceso de Lizarra-Garazi y, de paso, zurrar a Aznar y a Ibarretxe. Al primero por haber permitido la gestión del proceso, al segundo por dirigirlo, teniendo en cuenta que tras el mismo se encontraba la omnipresente izquierda abertzale a la que por cierto, su diario “El País”, apaleaba diariamente.

Han pasado esos tres quinquenios y estos días las páginas de ese mismo diario, en poder tras su quiebra de consejos de administración bancarios y fondos americanos (tendencia que se alarga hasta nuestra casa con Euskaltel como paradigma), continúan validando la cornucopia. En esta ocasión el objetivo ha sido la caída del régimen, al menos en sus formas, en Nafarroa.

Y aprovechando la incursión en el Macondo de García Márquez me voy a tomar la licencia de citarlo por segunda vez. En los años de guerra en Colombia, aquella que parecía también infinita, uno de los protagonistas preguntaba por la diferencia entre liberales y conservadores. La respuesta no por ocurrente era menos acertada: «Un conservador es el que va a misa los domingos a las 5 de la tarde, y un liberal es el que va a misa a las 8 de la tarde de ese mismo domingo». Encontrar la diferencia, si existe, es cuestión de décimas de segundo.

Con “El País” y el autor de las letras últimas sobre el cambio en Nafarroa sucede otro tanto. Uno no sabe si está leyendo al diario de Cebrián, a “La Razón” de Marhuenda o al “ABC” espoleado por los Bergaretxe and cya de Vocento. En una cata a ciegas, como la de los concursos de vinos, quesos o marmitakos, tendría serias dificultades para diferenciar unos artículos de otros. Es más, no apostaría por mí mismo. Equivocaría las manchetas.

José Luis Barbería, el cornucopio de “El País”, a pesar de estar jubilado, ha vuelto por sus fueros. En 2011 dejó una de sus delicatessen más impactantes cuando, haciendo caso omiso del sentido común y de los datos objetivos que lanzó ETA con su declaración de cese definitivo de su actividad armada, se arrojó a una piscina compartida entonces únicamente por conspiranoicos, consumidores de alucinógenos y algún que otro afectado por mariafonías. Aquello era una trampa. No había, dijo, intención de desarme.

En esta ocasión la fábula la ha deslizado encapitulada, en tres entregas para ser exactos. Un cuento chino trasladado de Pekín a Cintruénigo. En Nafarroa la democracia ha rozado la perfección, hasta que ha llegado la izquierda abertzale y lo ha jodido todo. ¿Cómo? El recurso del método: «La sociedad navarra es una sociedad crispada, domesticada y acobardada». Muflones del Pirineo incitados al redil hace quinquenios por Jon Idígoras y ahora reducidos a la cuadra por Asier Arraiz.

La vigencia de la Ley de la cornucopia infinita, al hacer válidas todas las interpretaciones, por muy disparatadas que sean, deja sin significado el valor de la dialéctica y, sobre todo, del diálogo. Si todas las razones tienen un sustento profundo, ¿para qué el diálogo? Si únicamente existe el blanco y el negro ¿para qué la naturaleza se esfuerza en mostrarnos tonos, colores y matices múltiples?

El peligro de la desaparición del diálogo, de la dialéctica, de la controversia, nos alcanza de lleno, porque implica la victoria de la imposición. La imposición se abre camino a través de la amenaza que, en líneas generales, es el modus vivendi que hemos padecido desde que tenemos uso de razón, desde que enterraron a nuestros abuelos en una cuneta por «polémicos», o lo que entonces era lo mismo, por «malhechores».

Reivindiquemos el diálogo y la polémica como recursos democráticos, revolucionarios incluso. La ley de Kolakowski, como otras llamadas similares, nació como crítica al pensamiento único. Y no abrieron el abanico, sino que, por el contrario, nos abocan a otro pensamiento único, aunque como es habitual, en nombre de un valor supuestamente democrático, la inutilidad de los valores.

CAUSTICO

O sea, que cada uno interpreta las cosas como se le pone en sus partes o como le indican los que le pagan.
Barbería y EL PAIS pertenecen al segundo caso.
Fernández Días al primero.Como es tan beato habla de acuerdo con sus partes ultrapudendas.

Txilinasti

https://www.meneame.net/story/onu-aprueba-venezuela-suspende-espana-derechos-humanos-cosal .

ocasional

Tal y como apuntaba en un comentario perdido, HB no reconoce un preso político ni aunque se lo señalen una flecha marca ACME parpadeante...que para algo ellos son bolivarianos, tal y como demuestra la célebre masajista del blog.

También apuntaba que, en mi opinión y experiencia, eso de las múltiples interpretaciones es una falacia en sí misma. Ante un problema cada uno lo puede interpretar como le plazca, claro. Otra cosa es que lo haya interpretado de una de las posibles maneras correctas -limitadas-. Considerando interpretación correcta aquella que lleva a una solución óptima bien por maximizar el beneficio o minimizar la pérdida .

Por poner el autor el símil de la cornucopia también suponía, por su similitud, que era posible que se le hubiera ocurrido tal comparación junto a una rebosante pinta.

Asier



La catalanofobia contra Pep Guardiola P
Víctor Alexandre
Lunes, 27 de Julio de 2015 17:41

"Curioso Estado, España, que necesita imponer a los deportistas la defensa de su camiseta como si se tratara de un servicio militar obligatorio"

La decisión de Pep Guardiola, de cerrar la lista "Juntos por el Sí", de la candidatura independentista en las elecciones del 27-S, ha desatado la ira de los nacionalistas españoles. El solo hecho de ver su nombre en una lista que consideran satánica los tiene enfurecidos y las dicen a lo bruto. Hay descalificaciones personales, insultos, calumnias y un buen pliego de juicios de intenciones. Ya he comentado en ocasiones que España no es una nación, España es una religión, y quien no comulga es un blasfemo que comete herejía. Ahora, claro, ya no hay hogueras que hagan sentir a los herejes 'quién manda aquí', pero están los organismos del Estado que se encargan de difamar, estigmatizar, criminalizar y castigar la disidencia. Es la Santa Inquisición española puesta al día por sus herederos ideológicos. Y es que ser independentista catalán en el siglo XXI es tan diabólico como lo era la heterodoxia en la España del siglo XV. Han cambiado las formas, es cierto, pero el marco mental absolutista que hay detrás es exactamente el mismo. Ahora la bandera española ocupa el lugar de la cruz y, como concepto inmutable, exige que todos, de rodillas, veneremos la encarnación de la Suprema Verdad. Por eso el gesto de Guardiola les saca de quicio. Por eso hablan como hablan y dicen las barbaridades que dicen.

Lo hemos visto muy bien en la avalancha de comentarios anónimos que circulan por la red y en las declaraciones de personas vinculadas a la política, incluso ministros . Hay de todo. De los primeros, de los anónimos, no hace falta hablar, porque son seres cobardes que han encontrado en Internet el campo ideal para liberar sus miserias y su complejo de inferioridad en la misma medida en que algunos policías blancos se amparan en el uniforme para escarnecer un negro insumiso. De los segundos, de los metidos en política, podemos destacar un par: Marina Pibernat, ex candidata de ICV-EUiA en el Ayuntamiento de Girona, y Jorge Fernández Díaz, ministro español de Interior.

Vayamos por partes. En relación con Marina Pibernat, el problema no es que acostumbre a hablar más con las tripas que con el cerebro, esto tiene poca importancia porque quien hace lo que puede no está obligado a más, el problema es que lo que dice contiene elementos racistas absolutamente repugnantes e inadmisibles en alguien que se postula como servidor público feminista y de izquierdas. Y aún más si lo que dice es machista y de derechas: " Los catalufos se la comen entre ellos por lo solidarios que son". Ahora, sin embargo, cambiamos su sujeto y, en lugar de decir "catalufos", pongamos "negros": "Los negros se la comen entre ellos por lo solidarios que son". ¿Qué dirían, en este último caso, el boletín Front, portavoz del PSUC-Viu en Girona, o Joan Herrera? Se habrían echado las manos a la cabeza, lógicamente, y habrían reprobado al autor del comentario, fuera quien fuera. Pero el autoodio, fruto de tres siglos de dominación española, no puede reaccionar de la misma manera si el escarnio es contra catalanes. Por ello, tanto la revista como Joan Herrera, defendieron a Pibernat. La primera, además de darle "ánimos", tenía la cara de hacer lo que ha hecho siempre el absolutismo más repulsivo, que es convertir el verdugo en víctima y la víctima en verdugo, y decía: "La intolerancia y la manipulación xenófoba no tienen que pasar, y no pasarán ". Y Joan Herrera, por su parte, lo banalizaba diciendo que "catalufos es tan despectivo como hablar de Potemos". Pues no, señor Herrera. No es lo mismo. "Potemos" hace referencia a un partido político mientras que "catalufos" alude a una identidad colectiva. Decir "catalufos" es tan xenófobo y tan repugnante como decir "gallegufos", "senegalufos" o "palestinufos".

Éste, pues, es el nivel de los que se jactan de tener el patrimonio de la izquierda. Suerte que la CUP los pone en evidencia y los sitúa en el lugar que les corresponde . Es decir, a su derecha. Pero el ultranacionalismo español de Pibernat no puede soportar que alguien con la ascendencia de Pep Guardiola dé apoyo explícito al proceso catalán y ha dicho que es "la encarnación nacionalista catalana del self-made man yanqui, el mito capitalista del chico que se esforzó; otro reaccionario". Curiosamente, si alguien quiere hacerse una idea de lo que es la encarnación nacionalista española más reaccionaria le basta prestar atención a la señora Pibernat. Dice las mismas cosas que la ultraderecha, es decir, que el PP. El ministro Fernández Díaz, incluso, se ha permitido hacer un juicio de intenciones a Guardiola diciendo: "Ahora vemos que seguramente iba [a la selección española] no por interés patriótico, sino por interés crematístico, porque hay personas que el dios que tienen es el del dinero".

Por supuesto, Fernández Díaz, con estas declaraciones, descalifica el gobierno que representa y se descalifica a sí mismo como persona. Sobre todo teniendo en cuenta que su juicio de intenciones esconde que la Ley del Deporte española, a través de sus artículos 74 y 76, castiga "la falta de asistencia no justificada [justificada sería enfermedad o causas de fuerza mayor] a las convocatorias de las selecciones deportivas nacionales" en estos términos: "Inhabilitación, suspensión o privación de licencia federativa, con carácter temporal o definitivo, en adecuada proporción a las infracciones cometidas". En otras palabras, España no admite la objeción de conciencia de los deportistas para negarse a representar a España y les amenaza con penas de inhabilitación para toda la vida. En el Barça, ciertamente, está el caso de Oleguer Presas, que se negó y no le pasó nada, pero para ello necesitó la complicidad del seleccionador español. De lo contrario lo habría pagado caro. Curioso Estado, España, por tanto, que necesita imponer a los deportistas la defensa de su camiseta como si se tratara de un servicio militar obligatorio. Curioso Estado, España, que inhabilita de por vida a los deportistas que se niegan a representarla y que no hace lo mismo ante declaraciones como las de Dani Ceballos, jugador del Betis, que ha dicho que "tiene que caer una bomba en la grada y matar a todos los perros catalanas y vizcaínos". Un Estado así tiene la solidez de un castillo de arena y está condenado a la desintegración. Es lo que pasará después de la independencia de Cataluña, pero nosotros lo miraremos desde la distancia. Dicen que no es bueno inmiscuirse en los asuntos internos de otros países.
EL SINGULAR DIGITAL

No deja de ser una/otra interpretación personal -cornucopia- de Alexandre,que desde luego puede o no,ser tan correcta como pésima para solucionarles el entuerto.

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