Al igual que los acontecimientos, estos últimos días, los sentimientos, contradictorios a veces, se agolpan y, como a borbotones, pugnan por expresarse: pena, rabia, impotencia, esperanza, ganas de gritar, o al menos de oír, de leer: ¿qué pasa en el Sahara Occidental?
Entre finales de octubre y mediados de noviembre hemos asistido, estamos asistiendo, a un conjunto de hechos y aniversarios de especial importancia para el desarrollo del conflicto del Sahara Occidental. Sin embargo, con muy notables excepciones, los medios de comunicación han minimizado, cuando no ignorado, los temas en cuestión. Una catástrofe natural, como han sido las inundaciones en los campamentos saharauis en torno a Tinduf (Argelia), una tragedia humana en la que miles de familias refugiadas han perdido sus escasas pertenencias y el esfuerzo de cuarenta años de trabajo ha quedado reducido a barro, apenas ha tenido repercusión en los medios digitales y más o menos cercanos a la causa.
Lo peor no es tanto el silencio de los medios, comprometidos, quizás, en otras urgencias e intereses. Lo terrible es la escasa y tardía reacción de las instituciones políticas y de las organizaciones sociales. Bastaría recordar el despliegue informativo y el cúmulo de reacciones frente al terremoto de Nepal o ante cualquier otra tragedia similar reciente que, teóricamente, cae mucho más lejos de nuestro ámbito de influencia.
SILENCIO DE CONVENIENCIA Tal vez -solo tal vez- exista un consenso para evitar que cualquiera recuerde que la responsabilidad sobre la población saharaui, en tanto no se resuelva el conflicto, corresponde al Estado español y, consecuentemente a sus instituciones. En este sentido, la actitud del Ministerio de Exteriores y su Agencia de Cooperación (AECID) no puede sino calificarse de rastrera y miserable.
Tal vez -solo tal vez- la cercanía del 40 aniversario de los terribles acontecimientos que dieron lugar al conflicto actual: la invasión marroquí del Sahara Español, la Marcha Verde, los ignominiosos Acuerdos Tripartitos de Madrid, el éxodo masivo, los bombardeos con Napalm de civiles refugiados, etc., recomienden al poder político y mediático guardar un conveniente silencio.
Porque, claro, en pleno auge del debate preelectoral sobre la pervivencia /necesidad de reforma de las normas y leyes del régimen del 78, alguien podría recordar que esto del Sahara Occidental, como la cuestión de la memoria histórica o el encaje territorial del Estado, es un tema que el bipartidismo ha querido obviar. O, peor aún, que lejos de atender a sus obligaciones legales internas e internacionales, ha ido tomando parte a favor de la ilegalidad, de la guerra -con venta de armas a una de las partes-, del sufrimiento añadido al Pueblo Saharaui -mediante la negación sistemática de sus derechos civiles como nacionales españoles, la ausencia de ayudas suficientes a las personas refugiadas…-, alineándose políticamente en los foros internacionales con la violación sistemática de los derechos humanos, civiles, sociales, económicos o culturales cometida por Marruecos…
Y, tal vez -solo tal vez- ahora que el debate sobre las políticas hacia las personas refugiadas parece no apaciguarse, alguien podría reprochar la doble moral a la hora de hablar de conflictos y refugiados de uno u otro lado.
LA REPARACIÓN EXIGIBLE Y, esto, en pleno despegue de la (pre)campaña electoral, puede resultar peligroso porque, tal vez -solo tal vez- a alguien se le ocurra echar cuentas y pedir no solo justicia para el Pueblo Saharaui -que se declaren nulos los Acuerdos Tripartitos, se prohíba la explotación ilegal de sus recursos naturales- sino el reconocimiento: el de su sufrimiento, de su capacidad organizativa, del Frente Polisario como único representante de su pueblo, como dice la ONU, o hasta de la República Árabe Saharaui Democrática, como hace la UA. Más incluso, alguien podría exigir reparación por lo padecido y, eso sí que no: ¿quién se atreve a cuantificar lo que valen los miles de muertos, los cientos de desapariciones, las torturas, los años pasados en el exilio por cientos de miles de personas, las inundaciones y el siroco, las enfermedades, los niños y mujeres fallecidos por falta de atención médica, los años perdidos sin escolarizar…? No sé, porque el cálculo no ha sido nunca mi fuerte, pero me da la impresión de que ni la escasa ayuda de la AECID, ni todas las ayudas humanitarias recibidas, incluyendo las campañas populares, alcanzan para compensar el desastre.
Es posible, que el Gobierno español, presidente de turno del Consejo de Seguridad de la ONU, conozca de primera mano el plan que el enviado especial de Ban Ki-moon va a presentar en fechas próximas y piense que con ello se pueda cerrar este triste capítulo de nuestra historia más reciente. Pero tampoco sobre eso tenemos noticias ciertas.
Mientras, en los campamentos de refugio y en los territorios asolados por Marruecos un pueblo entero sigue resistiendo, con la solidaridad de gentes de todo el mundo, a los embates de la naturaleza y de los mezquinos intereses de los estados implicados y exige, cada vez más alto y más claro: justicia, reconocimiento y reparación del estado español.
Eso está pasando en el Sahara Occidental.
POR: Jesús l. Garay Hinojal
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