
Cuando llegamos a las playas americanas 76 años atrás, era comentario obligado de nuestras primeras tertulias porteñas, contar cada cual su odisea, su travesía del Atlántico.
La mía, aunque hoy parezca extraordinaria, fue la usual de aquellos días: 35 días a bordo de la última nave que abandonó el puerto de Le Havre en el Canal de la Mancha rumbo a América, llevando seis pasajeros normales y cerca de 2.000 soldados franceses, en retirada a Marruecos. De Le Havre a Brest, donde se organiza un convoy de no menos de 60 buques (acorazados, destructores, submarinos, un buque de pasajeros -el nuestro- y cantidad de buques mercantes, que zarpan hacia el Atlántico, desviándose a la altura de Gibraltar: los buques de guerra a Tolón, el buque de pasajeros y los mercantes a Casablanca. Con solo seis pasajeros, Dakar, Río de Janeiro, Santos, Montevideo, Buenos Aires. Los submarinos de la "batalla del Atlántico" nos respetaron, pero de regreso a Europa la nave fue torpedeada y hundida. Así eran las travesías de la época. Pero hubo una que fue muy distinta a todas las demás. El viaje de los pasajeros que el 15 de enero de 1941 embarcaron en Marseilla en el transatlántico francés ALSINA, de 12.000 tns. Poco más de 700 pasajeros con intenciones de ganar Río de Janeiro, para una vez en la capital brasilera de la época, seguir unos a Centro y Norte América, los otros, los más, llegar a la Argentina el 5 de diciembre. No debe pues de extrañar que EUZKO DEYA de Buenos Aires, órgano oficioso de la Delegación del Gobierno de Euzkadi, intercalara en la primera página de su edición del 10 de febrero de aquel mismo año estas palabras: "Todos los vascos de la Argentina tienen el deber de ayudar a los distinguidos compatriotas que azotados por el infortunio, llegarán dentro de unos días a Buenos Aires” a cuyo frente figura "el que fue Ministro del Interior del Gobierno Vasco, don Telesforo de Monzón Ortiz de Urruela”. (Información errónea).