Lunes 8 de febrero de 2016
OTRA COMIDA CON AZNAR
Como a mí me interesaba saber cómo iba la negociación catalana llamé al presidente de Unió, Josep Antoni Duran, viejo amigo. Me dijo que Pujol quería que se produjera la investidura de Aznar cuanto antes y que un 78 por ciento de la opinión pública catalana quería ese acuerdo y que iban a votar afirmativamente. Me reiteró que se llevaba bien con Molins, y me preguntó sobre cómo había ido la comida de Ibarretxe y Arzalluz con Aznar y Mayor Oreja. Le dije que en principio bien y que se habían esmerado. Les habían dado Ribera de Duero para beber y huevos con guisantes y patatas al horno a cuenta de lo que había dicho Xabier del “cero patatero” que lo habían metido al horno. Le comenté el interés que tenía Aznar en ser él quien devolviera por ley el patrimonio incautado con motivo de la guerra pues era él quien tenía que pasar esa página. Hablaron de la actualización del Concierto y de la Formación Continua, temas en los que podía llegarse a un acuerdo. No le comenté a Duran que ya teníamos un acuerdo sobre el segundo operador de telefonía Euskaltel. El PP nos había pedido mantener este asunto en secreto.
María Antonia Iglesias me llamó para conocer cómo estaba la negociación. Me dijo que se nos veía abocados al SI. González de Txabarri, mi compañero, me comentó que ya estaba bien de testimonialismos y que era bueno tener las manos “manchadas” de buenos acuerdos y que teníamos que dejar de ser adolescentes.
La disposición, pues, del PNV era favorable y la prueba estaba en que ante el aparente desatasco de la comida nos volvimos a convocar para tener otra reunión negociadora de verdad en el mismo hotel La Moraleja de Madrid. Se trataba de pasar de las Musas al Teatro. Por eso ese miércoles 17 fui a Madrid con Emilio Olabarría. Comimos en La Dorada con Ibarretxe, Ollora y Egibar y de allí nos fuimos al citado hotel, esta vez a una sala más amplia. Por parte del PP estaban Rato, Rajoy, Mayor Oreja, Bettina Salmones y Montoro.
Sin embargo, nada más empezar comprobamos que aquello no pitaba. Toda la expectativa puesta en los resultados de la comida se vino abajo. De hecho la desilusión comenzó con el documento que nos dieron y que nos leyeron. Caían en lo mismo. Ollora los interrumpió y les dijo que no pasaba nada porque votáramos que NO. Se produjo un gran silencio. Tensión. Y se produjo una agria discusión. Rato, en un aparte, me dijo: “¿Qué hacemos?” “Hacernos ofertas sensatas porque vosotros queréis el SÍ y nada más y eso no es un acuerdo, eso es un contrato de adhesión”. “El problema es que Arzalluz e Ibarretxe quieren el acuerdo y Egibar y Ollora no”, me dice. “No te equivoques. En esto vamos todos de la mano”, le respondo.
Total que salimos desolados una vez más. Y sin poder abordar nada relacionado con la violencia. Ollora había llevado docenas de papeles al respecto. Pero el PP no quería mezclar un acuerdo de investidura con este espinoso asunto.
LOS SINDICATOS HUNDEN EL ACUERDO
De regreso a casa paramos en Burgos, en El Landa. Cenamos. Ibarretxe estaba muy contrariado. Esa noche Aznar llamó a Arzalluz.
Al día siguiente, jueves, hablé con Molins. Éste me dijo que a ellos también les iba mal la negociación. Me llamaron muchos medios, pero no hice declaraciones. Egibar y Ollora las hicieron en el Parlamento. Eran partidarios del NO.
Al día siguiente teníamos convocada una Asamblea Nacional. La papeleta no era fácil. Arzalluz estaba molesto porque un negociador había hecho unas declaraciones a El País y había dicho que poco menos que nos íbamos al monte. Arzalluz estaba en la onda contraria. Veía el acuerdo y confiaba que aquello podía salir bien. En la Asamblea Nacional, Arzalluz se empleó a fondo y pidió a los representantes un voto de confianza. Se lo dieron. Eso era la autorítas. Xabier Arzalluz la tenía.
Pero ese día habíamos tenido nuestras tensiones. Me había tocado ir a la Feria de Muestras y tan sólo declaré que se negociaba. Nada más. Antes de la Asamblea habíamos tenido una reunión en el despacho de Arzalluz. Acudimos Olabarría, Gorka Aguirre, Ollora, Ansotegui, Ibarretxe, Egibar, que llegó algo tarde, y yo. Acordamos que Arzalluz pidiera el SI pero sólo para la investidura y en base a un acuerdo.
En el transcurso de la Asamblea y mientras Ibarretxe informaba, Arzalluz, Egibar y yo estuvimos en una rueda de prensa, allí convocada. Dijimos que la Asamblea quedaba abierta y criticamos duramente a los sindicatos por el chantaje al que sometían al PP. Y es que no era de recibo lo que había ocurrido. La víspera, Cándido Méndez y Antonio Gutiérrez se habían entrevistado con Aznar preocupados por una negociación de la que no sabían nada pero que intuían que el PNV, al reivindicar el cumplimiento del Estatuto, incluía todo el paquete social, a lo que los sindicatos se oponían aunque estuviera en la ley. En el pasado habían logrado que el PSOE no moviera una coma para que se cumpliera el Estatuto de Gernika en lo relativo a la transferencia del Inem, de la Seguridad Social, de las políticas activas y pasivas de empleo y tenían temor de que en aquella oportunidad el PP estuviera tentado de cumplir la ley y los dejara a ellos sin la posibilidad de mangoneo en Euskadi, donde eran sindicatos minoritarios, y a aquello lo llamaron la ruptura de la Caja Única. Ni cortos ni perezosos le dijeron a Aznar que una cosa es una ley y otra “la necesidad de mantener el sistema público de protección social, la cohesión del marco de relaciones laborales y los instrumentos necesarios de ámbito estatal para promover políticas activas a favor del empleo”. Aznar les contestó que la Caja Única de la Seguridad Social era intocable, como si el Concierto Económico y la Policía no hubieran roto mucho antes Cajas Únicas. En resumen, todo un chantaje sindical.
Lo que había ocurrido con los sindicatos nos explicaba la postura negociadora de aquella semana con el PP, porque el mayor escollo negociador había sido todo lo referente a la Formación Ocupacional, a la Continua, al Inem, al Fogasa, a la Seguridad Social. Aquello era increíble. Un texto estatutario no se cumplía porque los sindicatos no lo querían. Y eso a Ollora y Egibar, con razón, les parecía algo insólito y por ello no estaban de acuerdo con pacto alguno con el PP. Sin embargo, Arzalluz intuía que un pacto con el P.P. podía abrir alguna brecha para llegar a algún tipo de acuerdo en relación con el fin de la violencia y porque había hablado poco antes de aquella Asamblea con Aznar. Por todo eso el presidente del EBB se empleó a fondo en la defensa de un acuerdo. Pero aquella Asamblea no fue fácil para Arzalluz. Lo tenía todo en contra. Y argumentos tan contundentes como que no había voluntad de desarrollar el Estatuto.
Alguno argumentó lo del GAL y la fuga de Roldan y que aquello no podíamos presentarlo como un juego de salón. Fue pues una Asamblea bronca. Salió adelante gracias a Arzalluz, que pidió dejarla abierta aunque la representación gipuzkoana pidiera que se votara allí mismo el NO.
En mi caso veía que quienes se oponían tenían razón pero también sabía que en política abrir dinámicas siempre es bueno porque al final cuajan y que si se analizan las cosas en clave de blanco o negro, nunca hay salida para nada. Por eso al día siguiente llamé a Mayor Oreja y le comenté las serias dificultades que teníamos pues no habíamos detectado en ellos una apuesta valiente y en serio. Le pregunté por la fórmula que iban a dar a la devolución del patrimonio incautado por motivo de la guerra ya que al parecer era interés de Aznar el ser él quien pasara esa página, aunque Arzalluz me decía que era mejor no hablar de eso, pues parecería que el acuerdo sólo estaba basado en esta devolución. Quedamos en hablar el lunes.
Como había quedado, ese lunes 22 hablé con Mayor Oreja. Me dio el nombre de Fernando Díaz Moreno, un abogado del Estado, que además conocía a Arzalluz. Era el encargado de dar forma al acuerdo sobre la devolución del patrimonio. Mayor Oreja estaba preocupado porque en una reunión del PP sobre el acuerdo con el PNV sólo se habló tres minutos y veía que aquella semana era la final para llegar a resultados. «Algún negociador de CiU sólo va a por la "pela" pero tenemos que pactar con ellos. El miércoles se entrevistará Aznar con Pujol y el viernes los de CiU tendrán su Consell. Los catalanes nos piden escenificar el acuerdo y que vayamos a Barcelona», me dijo. Al poco me volvió a llamar y me comentó que Molins había suspendido la reunión. Le contestó que Arzalluz llamaría a Aznar entre las seis y media y las siete de la tarde y eso le agradó. Mayor Oreja había hablado asimismo con Zubizarreta, el asesor de Ardanza, partidario del acuerdo.
Le comenté todo esto a Arzalluz. Antes, Olabarría y yo habíamos hablado con él. Nos había leído el posible acuerdo que había preparado Ibarretxe y nos comentó que nadie estaba por apostar por lo radical y que era bueno llegar a un acuerdo con el PP en aquellas circunstancias. Reflexionó que el PSOE no cumplió el pacto estatutario por el modelo de Estado y me pidió averiguara qué tipo de firma del acuerdo quería el PP. El no era partidario de hacer lo mismo que los catalanes de CiU de pedir que el PP viniera a Bilbao.
Ese día, en Somport, Felipe González decía que por algo sería que en catorce años del PSOE no se habían resuelto cosas que el PP pensaba resolver en catorce días. Daba a entender que no habían cumplido una ley orgánica porque ellos eran mejores españoles que el PP. Para redondear aquello el mismo Benegas, que me decía privadamente lo de las dos autonomías, se descolgaba con una sangrante declaración: “Lo que ha planteado el PNV durante doce años no hemos accedido a cumplirlo adrede”.
Se había conseguido el acuerdo catalán, aunque en primer lugar lo habían hecho con los canarios. El acuerdo con CiU era mucho menos de lo que nosotros, por estatuto, teníamos, pero valía la pena. Los de Unió Valenciana nos dijeron que Rajoy los había llamado y les había dicho que ya había acuerdo con el PNV y que ellos no podían quedar descolgados. Les dijimos que todavía eso no era así y que mantuvieran sus reivindicaciones para que lograran que el PP se involucrara de una vez por todas con las fuerzas periféricas.
Ese lunes 22, en la reunión del Euzkadi Buru Batzar se acordó presentarle al PP un texto de mínimos circunscrito sólo a la Investidura. Nada de pacto de legislatura. Sólo de Investidura. Desde allí mismo se le envió el texto al mismo Aznar. Éste habló en dos ocasiones con Arzalluz. Una vez durante la reunión y otra por la noche. Le dijo que se lo quería explicar personalmente. Arzalluz le comentó que en el texto del PNV se destacaba el acuerdo sobre el Concierto.
Comenzaban las prisas. El martes 23, el PP nos envió la réplica de nuestro fax enviado la víspera. Aznar le explicó a Arzalluz el contenido de la oferta. Arzalluz le dijo que lo estudiaría. Nos reunió y le llamó para decirle que era insatisfactoria. El miércoles 25 dijimos públicamente que, de producirse en ese momento la votación de Investidura, el grupo vasco votaría NO y que si de cambiar el sentido de ese voto se trataba, la pelota estaba en el tejado del PP. Aznar, ante esas declaraciones, llamó a Arzalluz y le dijo que iba a avanzar en algo lo dicho la víspera. Este le contestó que lo malo de aquella negociación estribaba en que estaba basada en la desconfianza y que ellos pedían confianza al PNV pero desde una profunda desconfianza y de esa manera no podía salir nada.
En este tira y afloja volvimos a tener una polémica con UGT y CC. OO. Los acusamos de ser responsables de intimidar y amenazar al PP con frenar el diálogo social si pactaba con el PNV. Para colmo nos salió por una esquina nada menos que el parlamentario de IU Javier Madrazo, que hizo unas penosas declaraciones. “El PNV sataniza y criminaliza a los sindicatos siguiendo los dictados de la patronal vasca, que desea acabar con el papel de las centrales sindicales vascas para poder imponer una dictadura laboral, en la que los derechos de los trabajadores sean papel mojado”. De esto nos acusó este curioso personaje que, con el tiempo, diría exactamente todo lo contrario. El aguerrido Madrazo aconsejaba “a la derecha nacionalista que para apoyar a la patronal, al gran capital, no necesita entrar en polémicas con los sindicatos. Con la política económica que ha desarrollado en la Comunidad Autónoma Vasca, le basta”.
Nada que ver aquel Madrazo con el Madrazo que pactó luego con Ibarretxe aunque aquel Madrazo hizo mucho daño con aquellas declaraciones. IU, de la que era secretario general en Euskadi y que había votado en el Parlamento vasco el informe sobre las prioridades a la hora de negociar las transferencias, parecía estar feliz porque los sindicatos CC. OO. y UGT hubieran impedido entrar siquiera a negociar con el PP la Seguridad Social, el Inem, Fogasa y la Formación Profesional Ocupacional. Y era rarísimo aquel discurso tan obsequioso cuando él mismo había tratado, en una asamblea, de introducir en los estatutos de IU el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Pero aquel Madrazo era el mismo que aplaudía que se amenazara con huelgas y con el chantaje de no facilitar ni posibilitar el diálogo social gobierno-sindicatos, si el PP hablaba con el PNV del cumplimiento de una ley orgánica refrendada por el pueblo como era el Estatuto de Gernika. En aquel momento Madrazo prefirió a Méndez y a Gutiérrez que a un Estatuto al que había metido en un ataúd. Sus presiones indecentes impidieron que el PP hiciera una buena transferencia que se hubiera logrado con un mínimo de visión de la jugada habiendo permitido que se hubiera podido organizar una magnífica Formación Profesional Ocupacional, elemento clave para adaptar las demandas de una sociedad tan cambiante.
Y todo aquel debate se producía en una semana en la que se informaba de que más de siete mil familias bizkainas recibirían ese año ayudas de emergencia social, iniciativa implantada por el PNV en una comunidad como la vasca en la que Sanidad y Educación superaba la media del resto de Comunidades. Esa misma semana se informaba asimismo que eran los trabajadores vascos los que tenían los salarios más altos y que las devoluciones del IRPF se hacían en Euzkadi en veinticuatro horas frente a los siete meses de las comunidades restantes.
Sonaba, pues, muy mezquina aquella postura sindical española que prefería seguir con su burocratizada y dudosa política en el Forcem que permitir que se pudiera demostrar con hechos que todo aquello se podía hacer mil veces mejor, de manera más eficaz, de forma más barata y sin patrocinio alguno. Hoy es el día en que nadie se atreve a hincarle el diente a tan importante asunto objeto de la muy dudosa financiación de sindicatos y patronal.
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