Vivió con intensidad aquel verano de 1936 que tanto marcó a muchas familias guipuzcoanas. Tenía 15 años y vivía con sus padres y sus cuatro hermanos en un caserío ubicado en la zona donde hoy se encuentra la ciudad sanitaria de San Sebastián. Recuerda con nitidez el comienzo de la guerra para la toma de Donostia por parte de las tropas franquistas. «Fue el 18 de julio de 1936 y se prolongó durante tres meses», asegura con una memoria envidiable. Tres meses que resume con dos palabras: «miedo y recogimiento».
C.L., que ha preferido no desvelar su nombre, asegura que, dada su pronta edad, no pasaba muchas horas en la calle, por lo que no sufrió en sus carnes de manera directa los horrores de la guerra. «No salía de casa por precaución». Rememora con serenidad el duro episodio referido a su abuela, de 86 años de edad, que recibió un tiro en el Puente de Santa Catalina durante la contienda. «A pesar de que las autoridades repetían incesantemente la prohibición de salir a la calle por los riesgos que ello suponía, ella hizo caso omiso y le pegaron un tiro -asevera-aunque sobrevivió y falleció doce años más tarde».
Un año después, «recién cumplidos los 16», comenzó a trabajar de enfermera en el hospital, atendiendo a los heridos de los combates -sobre todo los de la zona de Santa Bárbara y alrededores-. Ése es el peor recuerdo que guarda C. L., ya que, como sostiene, «es en ese momento cuando comienzas a percatarte del drama que provoca una guerra». A partir de ahí, tuvo que labrarse una fuerte personalidad para tratar con los familiares de las víctimas y con los heridos. Pero ésa es otra historia.
Acceso libre
El 13 de setiembre se cumplirán ochenta años de la caída de la capital guipuzcoana de mano de los soldados del general Franco. Fue el 13 de septiembre de 1936, justo una semana después de que cayera Irún. Este acontecimiento se tornaría fundamental para facilitar la toma de San Sebastián. Como señaló Josu Chueca, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Pública del País Vasco (UPV), «fue mucho más dura la pelea en esta localidad. A partir de ahí, las tropas franquistas prácticamente tuvieron un paseo militar hasta llegar a Donostia». Así como la localidad fronteriza opuso una resistencia de cuarenta días; la capital guipuzcoana apenas una semana. Pero los antecedentes explican mejor la historia. Tras la caída de Irún, el acceso a San Sebastián por el este quedó prácticamente libre para las fuerzas navarras y la caída de la posición de Santa Bárbara, en Hernani, -tras cruentas batallas- dejó a los sublevados a las puertas de la ciudad sin que los republicanos dispusieran de más posiciones defensivas. El 12 de septiembre, el Gobernador Civil de Gipuzkoa, Antonio Ortega, recibió del ministerio de Defensa de la República la orden de evacuar la ciudad si veía inviable su defensa. Esto había sido descartado en una reunión previa de la Junta de Defensa de Gipuzkoa, integrada por todos los partidos que se mantuvieron leales a la República y las organizaciones sindicales UGT, STV y CNT. Chueca revela que «esta reunión fue testigo de un debate muy tenso entre las distintas fuerzas. Cien personas decidieron el futuro de la ciudad”.
El doctor en Historia por la Universidad de Deusto Pedro Barruso sostiene que el criterio de las autoridades republicanas era evitar una batalla callejera que hubiera supuesto la destrucción de la ciudad, que posiblemente habría sido de mayor magnitud que la de Irún. «Sin embargo, esto no fue óbice para que el día 12 corriera por la ciudad el rumor de que había incendios en el barrio de Gros y que podía arder la ciudad entera», dice Barruso.
Requetés
El día 13 se produjo el avance de las tropas navarras hacia Pasaia y Errenteria como objetivo, pero una unidad de requetés, continuó su avance hasta Ategorrieta y, al no encontrar resistencia, prosiguieron entrando en San Sebastián por la calle Miracruz. «Eran las doce de la mañana», asevera Chueca, que alega que «media hora más tarde cruzaban el puente de Santa Catalina con el dulce sabor ya de la victoria»,
A las cuatro de la tarde entró en San Sebastián la Columna Los Arcos y, procedentes de Hernani, lo hacían las columnas Cayuela e Iruretagoyena. De este modo se completó la ocupación de San Sebastián, que había permanecido desde mediados de agosto casi sitiada, sin agua tras la ocupación de Artikutza por las tropas navarras, y sometida a constantes bombardeos navales por parte de la escuadra sublevada.
Tras la ocupación, el pánico se apoderó de la población donostiarra. Barruso asegura que «testimonios orales nos hablan se mujeres que se arrojaron al vacío por miedo a lo que pudiera ocurrir». Muchas personas huyeron de la ciudad. A la hora de hablar de números los periódicos de la época se enzarzaban en la clásica batalla de cifras. Por un lado, el 6 de octubre de 1936 el diario Unidad publicaba que 44.000 personas abandonaron Donostia. Chueca añade que «desde el bando republicano, el periódico Frente Popular hablaba de la llegada de 100.000 personas a Bilbao».
C.L., en cambio, decidió quedarse en San Sebastián. Los tambores de guerra habían pasado. Ahora le tocaba a ella enfrentarse a los destrozos causados por la contienda en el hospital. Ésa fue su particular guerra.
Por: Mikel Madinabeitia
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