Por: Xabier Arzalluz (1997)
Los que hemos abierto los ojos a la vida en el valle del Urola, lo hemos hecho siempre en euskera. Desde la noche de los tiempos. Pudieron ser oñacinos o gamboínos, carlistas o liberales, integristas, jaimistas, socialistas o comunistas, franquistas o separatistas, pero todos, absolutamente todos, hablaban euskera y muchos, aún en tiempos recientes, no conocían el español.
Sin ir más lejos el panadero de al lado de mi casa no sabía ni una palabra de español. En una ocasión, una monja llamó a la puerta de mi abuela materna preguntando por mi tía Francisca. Pero preguntaba en castellano. Mi abuela se apuró: -Frantziska? No Frantziska, nada Frantziska! Y le dio con la puerta en las narices. Era todo lo que sabía de la lengua de Cervantes para expresar que mi tía no estaba en casa.
Los que nacimos a la conciencia bajo la dictadura de Franco hablábamos, por supuesto, euskera, en casa y en la calle. Aunque recuerdo, siendo yo muy niño, la cara de pasmo de mi madre una vez que volvió de San Sebastián, porque le habían amenazado con una multa por hablar euskera con mi tía en la calle.
Pero toda mi generación, aún la del valle del Urola, llegó a la madurez sin que en la enseñanza, desde la primaria a la superior, oyera una sola palabra en euskera, o viera ningún escrito, extenso o breve, u oyera una sola emisión radiofónica en nuestra lengua. Hasta las crónicas del mundo rural escritas durante tantos años por el bersolari errezildarra Basarri, en la prensa local aparecían indefectiblemente en español.
Paso por alto el que nunca nadie nos enseñó nada sobre nuestro pueblo, su origen, su lengua, nuestra historia. Aprendimos todos los movimientos de pueblos sobre la península ibérica, desde los fenicios hasta los vándalos, sabíamos de memoria la lista de los reyes godos. Pero jamás nadie nos habló del vasco de Cro-Magnon, ni siquiera de los banderizos medievales o de las guerras carlistas.
Sin embargo, lo que sucedió con la lengua fue mucho más grave. Era ir a arrancar la raíz de lo vasco. Y lo sabían. Quisieron imponer el castellano como única lengua. Y así la convirtieron de castellano en español.
La margen izquierda del Nervión o la zona minera de Bizkaia no eran el valle del Urola. El poco euskera que se hablaba en las orillas de la ría hasta hace 150 años fue inundado por las oleadas de inmigrantes castellanos o gallegos. Y fue sobre todo en el período republicano cuando el incipiente movimiento de las ikastolas, la labor de euskaldunización de los batzokis y el renacimiento cultural que trajo consigo el nacionalismo vasco, comenzó a dar sus frutos e introducir el euskera entre los jóvenes y niños de la década de los 30. Fue Franco quien barrió aquel renacimiento e impuso el español en todos los ámbitos de la vida, incluida la enseñanza de la Religión.
Hoy, quienes impartimos clases en euskera en la Universidad, no nos sorprendemos de contar entre nuestros alumnos/as, jóvenes de Sestao, de Portugalete, de Ortuella o de Zalla. Al igual que de Gasteiz, Laudio o de La Puebla de la Barca.
Lo normal, hoy, entre las juventudes nacionalistas, es que de 30 años para abajo todo el mundo conozca el euskera, no sólo hablado sino el leído y el escrito. De ahí que cada vez que tengo encuentro o charla con ellos les hable sólo en euskera. Y si no lo hago, protestan siempre.
Hace dos domingos tuvieron los jóvenes nacionalistas su concentración anual en La Arboleda, tal vez el lugar más pintoresco de las tierras mineras.
Cuando me dirigí a ellos desde una altura vi que no sólo había jóvenes, sino muchos de edad madura. Eran nacionalistas de la zona, que no se hubieran molestado si mi discurso a los jóvenes hubiera sido íntegramente en euskera. Pero me creí en la obligación de hablarles en español, porque todos ellos sin excepción hubieran deseado saber euskera, y no lo saben porque desde su infancia se les prohibió su aprendizaje. Y me vino a la mente aquello de: “vosotros a quienes impusieron la lengua de Franco”.
El lector habrá oído o leído mil veces la expresión “la España de Franco”. Y nunca se le habrá ocurrido pensar que Francisco Franco fuera Fernán González o Isabel la Católica, el Conde-Duque de Olivares o Cánovas del Castillo, es decir, ninguno de los que pasan por ser los forjadores de esa “unidad de destino universal” que se llama España.
No, Franco no creó a España, pero nadie se escandaliza en usar la denominación de la “España de Franco”. Tampoco ninguno de los comentaristas, articulistas o tertulianos que han tomado mi expresión “lengua de Franco” como motivo de escándalo y causa de insulto.
La España de Franco fue el régimen dictatorial, la represión, la censura, el nacional-catolicismo, la esterilidad intelectual, el tremendo vacío de la “Una, Grande y Libre”.
Muy cerca de mi lugar de mitin, “La Arboleda”, está “El Regato”, famoso desde casi un siglo por sus cerezas. Una especie de valle de Tiétar de la margen izquierda. A las cerezas del Regato las llamaban en el mercado de Bilbao las cerezas de Agirre. Porque fue un indiano de ese nombre quien aclimató ese tipo de cerezas con un éxito arrollador en todo aquel microclima. Pero el franquismo no toleró la palabra “Agirre” que les recordaba al difunto Lendakari. Prohibieron esa denominación y quisieron imponer el nombre de “cerezas nacionales”.
Y así hasta el ridículo. O hasta lo sórdido, como el acoso a los homosexuales, o la degradante censura a la imagen o la palabra. Así esterilizó Franco a España, ante testigos mudos como la Universidad o la Iglesia.
Por él toda una generación de vascos, o no sabemos hablar nuestra lengua, o no sabemos leer o escribir en ella.
Ninguno de mis detractores sospecha siquiera el resentimiento y el dolor que dejó en muchos de nosotros, hasta constituir uno de los principales motivos de nuestra rebeldía y de nuestra ruptura política, la conciencia de la opresión lingüística y cultural y de la consiguiente imposición.
Conozco muy bien el origen de la lengua romance; conozco los códices emilianense y silense; he leído el Mío Cid, a Berceo y al Arcipreste, a Cervantes, a Lope, a Calderón, a Gracián y a Quevedo y no empañaré su memoria mezclándolos con el nombre de Franco.
Pero con la misma legitimidad con la que la masa de mis detractores hablan de la “España de Franco”, hablo yo de la “lengua de Franco”, aunque con más amargura. Porque suprimiendo de la vida nuestra vieja lengua nos impuso la que hasta entonces era sólo “lengua oficial”. Y disociando el euskera de España nos disoció también a nosotros de ella.
Deia, 6 de Abril 1997
EL MAYOR ÉXITO QUE TUVO LA TRANSICIÓN VIGENTE, FUE QUE ENGAÑÓ A MUCHOS (FUERA Y DENTRO DE ESPAÑA) DE QUE ESPAÑA ERA UN PAÍS MODERNO, DEMOCRÁTICO Y SERIO (SIN IMPUNIDAD Y CORRUPCIÓN), ESTO YA SE SABÍA QUE NO ERA CIERTO POR LA IMPUNIDAD FRANQUISTA, PERO MUCHOS SE LO CREYERON O QUISIERON CREÉRSELO.
AHORA TODA LA MENTIRA (LO QUE LLAMABAN "MARCA ESPAÑA"), SE HA DESTAPADO..., NO HAY UNA MENTIRA QUE DURE SIEMPRE.
Publicado por: jk | 04/30/2016 en 11:34 a.m.