En relación con el contenido y la altura del debate político que en ellos tiene lugar, pueden identificarse dos tendencias generales en los países capitalistas desarrollados. Por un lado, la participación de un modo u otro de prácticamente toda la población en el sistema educativo es un hecho que indudablemente contribuye a elevar el nivel cultural y —¿por lo tanto?— la conciencia política en esos países; por otro, la extensión de hábitos y técnicas propios de la comercialización de bienes de consumo a la esfera política tiende a producir el efecto contrario. El rápido desarrollo del arte de "vender" presidentes es un signo de la trivialidad alcanzada por la discusión política, otra de las víctimas del consumismo característico del capitalismo de nuestros días. Lo que se supone debería ser un debate de ideas, un enfrentamiento de proposiciones alternativas, se ha convertido cada vez más en un mero torneo de imágenes.
La Influencia de estas tendencias varía, por supuesto, de un país a otro. Es evidente, por ejemplo, que en el caso de los países europeos la tradición cultural ha servido, aunque con desigual efectividad, de freno frente a la arremetida del consumismo y la comercialización en el plano político. En Estados Unidos país "nuevo", no sólo falta esa tradición —en la misma medida que en Europa se entiende— sino que por diversas razones (después de todo es él la cabeza del sistema capitalista mundial) la tendencia hacia la "comercialización de la política" es relativamente más fuerte.
La política ya no sólo se sirve de la propaganda como de una técnica auxiliar, un medio para legítimamente popularizar o hacer más atractiva una idea, una figura, una Imagen, a los ojos de cierta clientela política. El político de nuestros días muchas veces hace suyo el lenguaje y las ideas del técnico publicitario. Para el dirigente de hoy con frecuencia es más relevante que sus afirmaciones sean creíbles que ciertas. Como en el caso del publicista, lo importante no es describir fielmente lo que se desea transmitir sino hacerlo en términos que "suenen" convincentes. Por supuesto que para el político será siempre importante imprimir credibilidad sus acciones. Lo malo está en que para él ésta ha dejado de ser una simple cualidad para convertirse en sí misma, en objeto de sus mayores esfuerzos.
Esta actitud está en la raíz de lo que el historiador norteamericano Christopher Lasch ha llamado "la política como espectáculo". Para medir la efectividad de las decisiones políticas, observa Lasch, se acude cada vez más a las nociones de prestigio y credibilidad. En el caso de Estados Unidos, según él, esas decisiones se subordinan frecuentemente a la "apariencia é ilusión de grandeza nacional". Recordemos que Reagan no dejó de repetir que una de las principales metas de su política exterior es restaurar la credibilidad de Estados Unidos en el mundo. Qué precio habrá de pagar el resto del planeta por el logro de ese objetivo es cuestión que no es posible sino abandonar a la imaginación de cada quien por los momentos.
Una manifestación particularmente clara de esta fusión de política y espectáculo es la repetida referencia, entre políticos y analistas políticos al concepto de liderazgo. Es común oír decir que al mundo de nuestros días lo que le falta son grandes líderes. Los nombres de Churchill, Mao, Roosevelt, Tito, Adenauer, entre otros, son esgrimidos como ejemplos del tipo de liderazgo que nuestra época reclama. Evocando las cualidades de líderes ya idos, el político se pone a tono con estos tiempos nostálgicos en los que hábitos, vestido, música, buscan muchas veces rememorar los de épocas pasadas. Esta Insistencia exagerada en las virtudes del liderazgo per se, independientemente de su contenido y filiación, es otra expresión de la aludida tendencia a Ia banalidad en el debato político de hoy. El mesianismo es asomado como alternativa cuando no se tienen argumentos sólidos a la mano, o cuando se teme a las soluciones de fondo.
Los países subdesarrollados son especialmente vulnerables frente a la influencia del juego político en los países más avanzados. No son sólo las deficiencias de sus sistemas educativos —Incluyendo el desdén con que en éstos se tratan las tradiciones de esos países— las que los hacen particularmente débiles frente a tal influencia. La penetración cultural es consecuencia forzada de la subordinación económica. Factores que más bien dependen de la evolución interna de cada país —el caudillismo es el primero que viene a la mente al pensar en América Latina- también han jugado un papel significativo en este sentido.
Quizás la situación de Venezuela hoy en día haga pensar a muchos en soluciones mesiánicas, en la necesidad de buscar un líder que introduzca orden, disciplina y dirección dentro de lo que ellos perciben como caos generalizado. Muchos llegarán incluso a pensar en líderes bajo cuyo liderazgo ese orden y esa disciplina brillaron por su ausencia y cuya responsabilidad en lo que sucede hoy es insoslayable. Nuestra época, nuestro país, necesitan de líderes, no hay duda, pero de líderes con ideas frescas, con fórmulas nuevas, con planteamientos audaces, con imaginación. No de caudillos predestinados.
Donato Villalba
¿Y en España dónde hay de esos líderes con ideas frescas y a los que el sistema les deje actuar?
Publicado por: CAUSTICO | 04/27/2016 en 09:27 a.m.
La SER despide a un periodista colaborador por vincular al capo de EL PAIS con los papeles de Panamá.
Supongo que sus compañeros de profesión reaccionarán tan airadamente como lo hicieron con Iglesias, o más.
Libertad de prensa en España. Jua jua jua
Publicado por: CAUSTICO | 04/27/2016 en 09:32 a.m.