“Guerra y Vicisitudes de los Españoles”
Este libro que, ofrecí, en reedición, la Librería Española de París, es, desde el punto de vista numeral, "un libro más" entre los numerosísimos escritos y publicados sobre el tema. Pero examinado desde el punto dde vista cualitativo –y ésta es la misión del periodista- dista mucho de que, en justicia, pueda aplicársele una calificación tan sumaria. No, no es “un libro más”. Es la obra de un escritor y periodista que no había hecho sus primeras armas en la profesión al escribir sobre el incalificable alzamiento faccioso de los militares rebeldes y perjuros.
La guerra le encontró dirigiendo “El Socialista” de Madrid, fundado por el que todos los socialistas han considerado siempre como su maestro, Pablo Iglesias. Pero a Zugazagoitia, el Gobierno de la República –es decir y no nos cansaremos de repetirlo el Gobierno de un régimen que el pueblo se había dado libremente-, le designó sucesivamente para dos cargos importantes: el Ministerio de la Gobernación y la Secretaría General de Defensa.
La Editorial que lanzó este libro calificaba a su autor de "combatiente". Y tiene razón. Era un combatiente que luchaba por su ideario y por la ilustración y defensa del mismo. Y fue la ignominiosa rebelión militar la que le obligó a llevar su combatividad a otros terrenos: al de la defensa del Orden, de la Justicia y de la Democracia contra los cuales se habían alzado los facciosos. No tenemos la menor duda de que el señor Zugazagoitia se hubiera pasado perfectamente bien sin ocupar los dos altos cargos citados. Hubiera seguido “combatiendo” desde la Redacción y desde la tribuna en defensa de un ideario sindical y político que había abrazado desde su juventud.
Insistamos en ello. Él era hombre a quien una rebelión militar –que la Historia ya ha incluido entre las productoras de un más alto índice de criminalidad- la que le llevó a combatir en los cargos para los que se le designara. Y por lo que escritor al veraz se refiere, su obra difiere de las de otros periodistas y escritores que abordaron, el mismo, tema. Muchos, de tales libros fueron escritos a base de informaciones que no manaban ciertamente de las fuentes de la imparcialidad, sino que eran repudiables, recusables y tendenciosas. Procedían de los servicios de propaganda de un régimen instaurado por la traición, el crimen y la ayuda decisiva de Mussolini e Hitler y que sólo podía tenerse en pie gracias a la falsedad.
Tales los que afirmaron que la destrucción de Guernica la habían perpetrado- los "gudaris" y la que durante 32 años no cesaron de mentir hasta el extremo de que, mediante silencios y falsas noticias, ocultando una verdad —que no desconocían— motivaron que durante tres días, la prensa franquista presentase como agresor de un policía, a quien, precisamente había sido víctima de él. En efecto el señor Urteaga, excombatiente de las filas franquistas, fue muerto en el interior de la iglesia de Urabain mientras cumplía una misión que, por turno, incumbía a todo el vecindario: el toque de campanas.
Teniendo esto presente, salta a la vista la importancia de un libro que, como el que nos ocupa –y por fortuna, ha habido otros muchos escritores con rigor informativo bien patente- que, por los hechos que en él se relatan y por la personalidad del autor, es lectura que se impone.
Feliz observación la del autor al atribuir a los facciosos "los recursos de místicas extranjeras". Y por ello, todas sus organizaciones, en lo político, en lo social y en lo religioso —e incluso en los nombres que les habían dado—, no eran sino un calco de lo nazi o de lo fascista.
Acertada también la pintura de la ambición que se manifestaba en los protegidos de Hitler y de Mussolini, al no restaurar una Monarquía, para seguir las huellas de sus maestros. Fueron unos copistas —de lo malo— hasta el grado supremo. Pero en cuanto se inició el descenso de sus protectores, cuando empezaba a palidecer la estrella de los del “Drag nach Osten”, los nuevos “Pedros” del siglo XX, negaron a sus “maestros” mucho antes de que el simbólico gallo de que nos hablan las Sagradas Escrituras hubiera cantado tres veces y corrieron en su intento de unirse al carro de los que aparecían ya como vencedores.
Nos hemos referido a la mentira como recurso supremo de los “cruzados”. Leáse esta ilustración de irrefutable elocuencia que consta en la obra del escritor bilbaíno: “A cambio de la entrega sin condiciones –le proponen los franquistas al coronel Casado después del levantamiento, en Madrid contra Negrín- el Consejo puede confiar en la magnanimidad del Generalísimo que perdonará mucho y alargará a límites no alcanzados por ningún vencedor, benevolencia para con los vencidos que no aparezcan acusados como autores, cómplices o instigadores de actos de bandidaje o de criminalidad”.
He aquí como describe el señor Zugazagoitia los preliminares para la rendición de Alicante y la rendición misma:
“El general italiano Gamabara, que entró con sus fuerzas en Alicante en los últimos días de la guerra, firmó un convenio con los republicanos españoles que en número de muchos miles se habían refugiado en aquella plaza buscando una salida al mar, a la libertad y a la vida. Por aquel convenio se garantizaba a los republicanos españoles el poder trasladarse donde desearan sin ser molestados. Por su parte, los republicanos se comprometieron a entregar todas las armas que tenían en su poder. Ya sabemos qué pasó. Dirían más tarde los prisioneros republicanos: “Sin armas, sin comida y, por consiguiente, sin ninguna posibilidad de resistencia tuvimos que entregarnos”. “Eran 20.000 hombres –escribe Zugazagoitia- en los que espigaron fiscales y verdugos, carceleros y rencorosos, para continuar infatigables su horrendo trabajo.”
Zuagazagoitia, en otro lugar y refiriéndose a Euzkadi escribe: “Bilbao tenía, además de historia, pasión de pueblo inexpugnable. Su defensa puede ser propuesta como ejemplo, a pesar de su caída”. “El sentido de disciplina de las unidades militares del País Vasco, era muy alto, y en cuanto a bravura no necesitaban de lecciones ajenas”.
Otra frase parece digna de mención, aquella en que se refiere: “… a cuantos por omisión o por abandono, contribuyeron a facilitar a los generales el ambiente y el pretexto de la insurrección”. En efecto, se señaló oportunamente, y después se ha recordado en varias ocasiones las advertencias de Fortunato de Aguirre, alcalde de Estella, sobre las reuniones que celebraban los facciosos en el Monasterio de Irache, lo que le valió ser fusilado por los de la “Cruzada” a poco de estallada la rebelión.
Afirmamos el alto interés del libro del señor Zugazagoitia y recomendamos su lectura a cuantos deseen obtener conocimientos exactos de una serie de episodios, que no se encontrarán en otras muchas obras sobre el mismo tema.
Y para terminar, recordamos –una vez más-, lo dicho muchas veces: que el señor Zugazagoitia, con su compañero de Redacción señor Cruz Salido y con el honorable presidente de Cataluña, señor Lluis Companys, fueron detenidos en Francia por la Gestapo y entregados a los militares traidores para que los fusilaran.
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