Por Xanti Meabe.
Yo soy viejo. Soy de esos que llaman luchadores veteranos.
Los viejos vivimos de los recuerdos y nos place estar al socaire de los que no recuerdan. Ahora bien: soy de los viejos que se inclinan por la juventud; porque los jóvenes son el porvenir del Mundo.
Vivimos hoy forzosamente expatriados: vencidos, pero no convencidos. Dispuestos a dar la batalla última, la definitiva, la batalla en la que la fuerza del Derecho habrá de imponerse al derecho de la Fuerza. Porque la Verdad padece, pero no perece y, al fin, prevalece.
Atisbando esta lucha final, puedo decir, que "resisto" como ave voladora fuera de su elemento resisto como enjaulado. Me creo a veces tan solo y tan fuera del ambiente que me comparo a un islote rodeado y sacudido por la resaca de la indiferencia.
No son estas del Herault las aguas de mi arroyo cristalino, de arroyo que mejor puede llevarme al mar, a mi océano donde se funden y confunden todas las aguas de arroyos y de ríos que avanzaron siempre para no convertirse en fango: aguas de poesía y transparencia donde puedan distinguirse los despojos muertos en que los fondos puedan vernos sin poderse esconder de nosotros
Estos arroyos están hoy demasiado lejos de mi alma. Estos arroyos están al filo de las ondas cantábricas que se entrechocan contra los más bravos cantiles o se deslizan sobre las más límpidas arenas. Están entre aquellos hermanos míos en raza, que aunque, en Francia, pueden mejor ver, o imaginar, las verdes montañas, que son más mis montañas porque más las he ascendido y más he admirado sus indescriptibles excelencias. Los arroyos están para esos hermanes y para mí en los campos libres, en los valles y en las laderas ubérrimas cuyo lenguaje de eternidad y de fraternidad hemos creído mejor interpretar y que son hoy en nuestra alma como en altar.
Soy vasco, si, pero soy vasco socialista que, hoy, después de haber estado, más aún que ayer, en interrogadora observación de otros pueblos, ama más la tierra en que recibió su primer beso de sol y de madre.
Porque mi vieja alma soñadora, tras de haber recorrido como jilguero errabundo mucho de Europa y América, cree en su tierra, a la euzkadiana, el más bello y acogedor rincón del Mundo. Y si así no fuera ¿qué daño puede hacer a nadie el que yo me sienta relativamente dichoso con esa ilusión?
Creo, sí que el vasco es vasco. Vasco aún cuando sus ideas hayan rebasado las fronteras y hayan volado como águila trashumante por encima de todas las cúspides, con o sin cruces, para respirar a pleno pulmón el aire de todos los pueblos libres o que aspiren a liberarse. Vasco que quiso recibir el beso paterno del Sol que multicolorea las plumas de todas las aves y los cálices de todas las flores; vasco que tuvo alas fuertes para volar muy lejos.
Que el hombre, sobre todo si es vasco o de costa —que es como aeródromo de perspectivas hacia rutas infinitas— está para mí dividido en dos grupos: Por una parte los estadinos, los "egonkides", los adheridos, como moluscos, a la peña viva y soleada donde nacieron, se mantuvieron y quieren morir, o sea los que se resignan a vivir y a sentir a diario, invierno y verano, su bosque y su rama; y, en el otro grupo, los más inquietos o más ambiciosos los que buscando una mayor libertad futura, se lanzan a la conquista de sus espacios, de lo ignoto, en ansias de encontrar, —a veces equivocadamente,— climas más benignos para su espíritu, y luego volver, en la primavera propicia, a su nido, a su paisaje y a sus manantiales de origen.
¿En qué consistirá, que, sin oír y seguir a su guión, como hacen las golondrinas, las cigüeñas etc., los catalanes, casi todos, viven en Perpignan, Montpellier, Nimes, Marseille. etc., y los vascos en Bayonne, Toulouse, Bordeaux, Pau, etc. ¿que influirá, que, como por instinto incontenible, todos se acercan a su tierra como los corchos en el agua, ¿no será que se preparan, como aquellas aves, a dar el salto, a levantar su vuelo primaveral con rumbo a su clima y a su nido?
Un fin: voy a terminar, ya que la consigna es no extenderse demasiado. Siempre fui vasco. Pero hoy, ya viejo y sin tanta fuerza de alas físicas, hoy, después de las duras experiencias y decepciones de Exilio y de Guerra, después de haber reflexionado a solas conmigo mismo y hecho examen general de conciencia, me siento más vasco que nunca: más de mi nido y de mi rama. Y más socialista.
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