Hace muchos años, en 1929, la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao-, editó un libro de nuestro inolvidable compatriota don Julián de Zugazagoitia, intitulado "PEDERNALES", dedicado a ensalzar la magnífica obra social de la colonia escolar creada por dicha institución vasca. En ese libro, Zugazagoitia vertió toda su sensibilidad y toda su ternura. Sus páginas resultan conmovedoras y expresan la bondad de su alma, que le llevó a sentir hondamente los problemas sociales de nuestro tiempo.
Al recordarle hoy, a los catorce años de su muerte, hemos querido reproducir el capítulo XIV de tan fina y humana obra. Su lectura nos traerá, con el calor de la emoción y la dulzura de su trazo, el reflejo de su espíritu, abierto a los sentimientos más puros y a las causas más excelsas.
" S A G U C H U”
El número cuarenta y cuatro es Celestino. Un granito de mijo. De Sopuerta. Su padre trabaja en la mina Parcocha. En la Colonia está otro hermano suyo, mayor que él, que hace el número siguiente y se llama Benjamín. Pero toda la popularidad se resume y proyecta en el hermano pequeño, en Celestino. Es, de todos los niños, el de carilla más graciosa. Tiene un rostro afilado, expresivo, en continuo movimiento. Un día, lejano, se abrió en un saloncillo de Bilbao una exposición de pintura. El pintor colgó en las paredes su labor de algún tiempo. Una pintura sobria, jugosa, depurada. Entre los lienzos destacaba la cabeza de un niño, una cabeza como la de Celestino: afilada, expresiva, movida. El niño del pintor se llamaba en el catálogo de la exposición "Saguchu", y este niño de Sopuerta, este granito de mijo, se llamaba ahora, provisionalmente, cariñosamente, "Saguchu". No es un mote. No es un alias. Es un nombre afectuoso. Una prueba de estimación de la Colonia. Ningún niño lo pronuncia sin poner en él un: acento de afectuosa camaradería que, para "Saguchu" es más pura y más acendrada que para ningún otro. Es, en cierto modo, lo que no es su hermano sino de nombre: el Benjamín de la Colonia. La explicación es un poco dolorosa. De todos los niños de la Colonia éste es el más necesitado, el más débil. Está propuesto para prorrogar. Prorrogará. Vino para tres meses y estará seis. Y, si lo necesita, si D. Julio no cree que sus fuerzas han sido regeneradas, si sus defensas vitales no han sido incrementadas al cabo de esos seis meses, quedará otros tres meses. Esta casa no sabe hacer las cosas a medias; obra empezada, obra terminada.
Corren los niños en la playa, juegan dionisíacamente, dibujando escorzos de una gracia encantadora. El sol les barniza los cuerpos desnudos de oro y va chupándose el color rojo de sus trajes de baño. Es ese momento dichoso de la playa en que los ojos adultos, un poco fatigados en la labor de todos los días, saben por fin para qué espectáculos gratos han sido creados. Este grupo de niños desnudos en la playa vale por muchos años de mirar sin objeto. Es una delicia. Aquella tibia leche de la piedad humana, a que se refiere el dramaturgo inglés, nos sube a la boca y nos endulza el paladar y las palabras. . . Pero ¿quién es ese niño que hace excepción, cubierto con sus ropas mientras sus compañeros prescindieron de ellas? Ese niño es "Saguchu", el de la cara aguda y expresiva, como la de un ratoncillo. "Saguchu", que, como ayer, como mañana, tiene unas decimillas de fiebre. Llegó a la Colonia con ellas y van pasando los días y la Colonia no consigue quitárselas. "No tiene importancia, no hay ninguna lesión; pero nos hemos propuesto que no tenga esas décimas. Tenemos que quitárselas y hacer que sea uno en el grupo y no uno fuera del grupo". Un poco más tarde, más alto el sol, aparece en la playa la figura joven y recia del doctor. Su primer cuidado es el de "Saguchu". Lo toma por su cuenta y lo ausculta con detenimiento, percute levemente en su pecho y en su espalda. Nada. No hay cuidado, Los pulmones trabajan con normalidad. Sin embargo, mientras la fiebre, esas pequeñas décimas, no ceda, debe continuar la vigilancia. Que no se desnude y un poco de freno para sus movimientos.
La encargada de frenarle es la Hermana Carmen. Se oye a cada momento, su voz: ¡Celestino, no corras! ¡Celestino, formalidad! ¡Celestino! ¿Pero quién pone bocado a un granito de mijo dotado de movimiento? "Saguchu" se mezcla en los grupos y participa de sus afanes y de sus deportes. "Tú. "Saguchu", te estás quieto, ¿eh?; que eso es lo que te ha mandado e! médico". El mayor que le ordena tiene un mal éxito. Los demás niños le reprochan: "Déjalo en paz. Quiere jugar, pues que juegue. Los médicos son unos mandones". Pero se oye, llamando a capítulo a ''Saguchu", la voz sin réplica de la Hermana: ¡Celestino! Y Celestino tiene que reprimir, cuando va a lanzarse a una carrera, el impulso. Pero no le desaparece la sonrisa por ello. Siempre está contento. Él mismo os lo dirá si se lo preguntáis. Y os contestará envolviendo sus palabras, antes de entregároslas en una sonrisa de confianza, delicioso envoltorio para una deliciosa mercancía.
Hay días en que inútilmente buscamos su figura, su carita ratonil, en la playa. Días de tiempo inseguro en que Celestino queda en la cama, y se ve seguramente con sentimiento alejarse las voces de sus compañeros, quienes poco después del desayuno quedarán por señores de la playa. Para compensarle de estas pérdidas, el doctor ha propuesto que "Saguchu'' prorrogue. Sus compañeros se irán a sus casas, y su propio hermano con ellos, y él se quedará, revalidado por otros tres meses su título de propietario.
Este granito de mijo, este "Saguchu", recogido en una escuelita de Sopuerta es, con Carmelo, el que de una forma más viva solicita nuestra estimación. Hijo de un minero, ¿qué horóscopo podríamos hacer con él? Anotemos, por lo pronto, que es uno de esos niños que antes de partir, clavarán en las paredes de esta casa un recuerdo imborrable. ¿Cómo podría ser de otra manera teniendo ese don de simpatía, esa carita aguzada y esa urgente necesidad de recogerlo en estas páginas que quizá, un día, ya hombre, pueda leer Celestino a sus hijos, más afortunados que él, con una más tranquila visión del porvenir.
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