En 1941 Bilbao intentaba cortar la hemorragia de la Guerra Civil mientras Europa sufría la Segunda Mundial. La que convirtió a nuestro “botxo” en el agujero perfecto para que sucedieran historias como la que hoy les vengo a contar. Arranco en agosto, con chubascos torrenciales que provocaron inundaciones en Munguia, Amorebieta y en el barrio de La Peña. No hubo muertes ni daños cuantiosos. Pero generó esa inquietud que convierte a los habitantes de Bizkaia en supervisores de nubes. De ahí que nadie se percatara del extraño caminar de cierta mujer que se dirigía, muy decidida, hacia el Consulado Británico. Era elegante y menuda. Atractiva a su manera. Nadie sabía entonces que se trataba de una belga. Enfermera, por más señas. Al menos eso dijo cuando entró por los Pirineos. Se llamaba Andrée de Jong, pero le llamaban Dedée. Y quizá tuviera otros seudónimos. Al fin y al cabo, era espía.
Pero antes de conocerla, presentemos a Edith Cavelly y Fréderic De Jong. Sus padres. Ella también fue enfermera y durante la Gran Guerra trabajó en el hospital de Bruselas, hasta que llegaron los alemanes y le ordenaron desalojar a los enfermos. Como eran pilotos abatidos, presos fugados y aliados heridos, se negó a colaborar y les ayudó a escapar. Delatada, fue enviada a la prisión de Saint Gilles. El 12 de octubre de 1915, a las dos de la madrugada, era fusilada. Tiempo después los propios alemanes reconocieron que la decisión fue impropia, incluso para aquellos tiempos de contienda. En cuanto al padre, Fredéric, era profesor. Y espía. De hecho fue parte fundamental de la aventura de su hija. Lo que nos lleva de nuevo a Dedée.
La habíamos dejado camino del Consulado. Al llegar le recibió el vicecónsul, que no daba crédito a lo que escuchaba. Quería organizar una red para rescatar a exiliados y pilotos aliados y enviarles a Londres vía Lisboa o Gibraltar. Para dar más empaque a su plan, se hizo acompañar por dos belgas y un piloto escocés de la RAF, que se encargarían de crear la base de la organización. Y así, no sin ciertas dudas, nació La Red Cométe, cuyo lema era “Lucha, pero no mates”. Curiosa máxima en tiempos de bomba. Los británicos pusieron el dinero, los belgas la logística y su padre se encargó de la dirección de la red hasta que le sustituyó Jean François Nothomb, alias Franco. No había otro mote. En los siguientes meses lograron pasar a mucha gente, gracias a los mugalaris. El historiador Juan Carlos Jiménez de Aberasturi destaca entre ellos a mujeres como Kattalin Aguirre. Porque la muga no era solo cosa del hombre. Bien lo sabían en el Consulado. Y con el tiempo, terminada la guerra, lo supo todo el mundo.
En dos años 118 pilotos fueron evacuados. Habrían sido más si no la hubieran detenido el 15 de enero de 1943, tras un chivatazo, en el caserío Bidegain-berri de Urrugne, cerca de Irún. Junto a ella fueron arrestados pilotos, la dueña, Frantxia Usandizaga y Juan Larburu, refugiado de la Guerra Civil. Dedée sufrió torturas en las prisiones de Fresnes en París y en la de Saint Gilles de Bruselas. Lugar donde recordemos, habían fusilado a su madre. Por entonces el padre llevaba un año muerto, tras ser eliminado por la Gestapo. Condenada a muerte, fue encerrada en el campo de Ravensbruck. Pero la red continuó. Consiguieron sacar a 770 más. De ahí que la Cométe esté considerada como la acción escape más grande de la Resistencia durante la II guerra Mundial. En cuanto a Dedée, liberada en 1945, dedicó el resto de su vida a trabajar como enfermera en el Congo Belga y Etiopía, cuidando enfermos de lepra. Ya retirada, murió en Bruselas el 13 de octubre de 2007, a punto de cumplir 91 años. En estos días en que el terror recorre Europa y, de manera especial, Francia y Bélgica, bueno sería recordar que hubo una belga valiente que hizo de Bilbao un “botxo” más grande que nunca. El agujero que eligió Dedèe para ayudar a muchos otros a emprender su camino hacia la libertad.
Jon Uriarte
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