POR: Iñigo Bullain
QUE el grotesco discurso político de Donald Trump, cuyo ideario incluye la construcción de un muro frente a México, la deportación masiva de emigrantes o negar el acceso a Estados Unidos de musulmanes, haya conseguido la nominación del Partido Republicano es un hecho muy inquietante. Refleja el profundo deterioro de una cultura política dispuesta a confiar su futuro a un personaje cuya mímica egocéntrica recuerda la gestualidad mussoliniana y cuyo principal mérito ha sido dar voz al temor que acompaña al declive social que, de manera particularmente aguda, vive la población masculina y blanca. Su discurso xenófobo y patriotero induce a hacer creer que el deterioro económico obedece a “malos tratados de comercio” que unos buenos negociadores convertirán en beneficiosos; que la construcción de un muro aislará a Estados Unidos de extraños indeseables; que el reforzamiento policial pondrá término a la violencia en las calles o que un ejército más poderoso devolverá a América el respeto en el mundo. Que millones de electores hayan encumbrado a un personaje que divulga semejantes simplezas, más propias de un caudillo latinoamericano pero al que las encuestas consideran un aspirante con opciones de alcanzar la Casa Blanca, advierte de que algo va mal en Estados Unidos.