La Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco de Auñamendi, presenta a Miguel Salvador (Donostia, 1913) como «un proyectista genial», creador de un estilo arquitectónico inconfundiblemente vasco, atractivamente adaptado al clima tropical (amplitud de ventanales, corredores, etc.) que, en poco más de una década, proyectó y construyó muchas de las viviendas, oficinas y chalets que se sitúan en las más exclusivas y modernas urbanizaciones caraqueñas de Las Mercedes, Altamira, La Castellana y el Rosal. La mayoría de los cuales, fueron bautizados por el propio arquitecto con nombres euskaldunes, como: Euzkadi, Eguzki, Donosti, Castizar, Goizalde, Bidasoa, Elkano, Okendo, Itzea, Ondarreta y un largo etcétera.
Asimismo, recuerda Auñamendi que a Salvador se debe también el diseño del suntuoso Centro Vasco de Caracas, inaugurado hace 50 años, en un acto solemne que contó con la asistencia del lehendakari Aguirre quien, en referencia al incansable proyectista donostiarra, dejó dicho en aquella ocasión que era «el hombre que estaba vasquizando la futura Caracas».
Tripulante del "Cuba"
«Eso dijo y era cierto. El estilo vasco de Caracas lo he hecho yo». A sus 87 años, desde el soleado mirador de su casa donostiarra, asomada al Kursaal de Moneo, un emocionado Miguel Salvador hace inventario de sus obras, inmortalizadas en un sin fin de fotografías y artículos de prensa, mientras desgrana en voz alta sus recuerdos de cuando llegó a Venezuela, allá por el año 1939, a bordo del «Cuba», junto a otros 81 vascos más, hasta entonces refugiados en Francia.
«Primero viajamos desde Bayona hasta Le Havre en ferrocarril y de allí zarpamos hacia La Guaira, a donde llegamos el 9 de julio», explica con precisión de delineante.
«Éramos el primer grupo de exiliados vascos que llegaba a las costas venezolanas. El recibimiento fue estupendo».
Salvador tenía apenas 26 años al momento de abordar el legendario paquebote de la «Compagnie Genérale Trasatlantique» que lo llevaría hasta tierras americanas. Pero, para entonces, ya había vivido lo suyo. Jefe de servicios de la división de Ibarrola del Ejército Vasco, una vez iniciada la guerra civil, fue preso «por auxilio a la rebelión». Durante un breve período en libertad condicional, se casa con su novia de toda la vida, Clarita, teniendo que pedir permiso a un comandante italiano para improvisar un modesto banquete nupcial en el Hotel Frontón donde, por aquellos días, únicamente se servía plato único.
Tres meses más tarde, durante una cerrada noche de invierno, en pleno mes de enero, Salvador se fuga de la prisión de Vitoria, recorre el monte San Marcial con ayuda de un guía y escapa finalmente a Francia, cruzando a nado el Bidasoa.
«Era una noche de perros -relata sorprendido aún de su propia imprudencia- la corriente traía tanto hielo que me llevaba. Creí que no podría pasar». Pero, al final, lo hizo. Con una pulmonía a cuestas, llegó al Hospital de la Roseraie, una bella residencia construida en los años 20, en Bidart-Biarritz, que primeramente sirviera de mansión al célebre estafador Slavinski, siendo reacondicionada después como «Residencia y taller de rehabilitación de mutilados de guerra de Euzkadi», bajo la dirección del doctor Gonzalo Aranguren.
Salvador conserva aún, como oro en paño, los dibujos de la fachada y los planos de las distintas plantas del gran hospital que realizó a mano alzada durante su convalecencia allí, así como el pasaporte vasco, expedido en Baiona, con firma y sello del entonces consejero de gobernación, Telesforo Monzón, con el que seis meses más tarde llegó a Venezuela.
Empleado en la construcción
La primera impresión que recibió al desembarcar en La Guaira no podía ser más alentadora. «Venezuela era un país aún muy colonial Caracas, una dudad amable de apenas 300.000 habitantes, en la que todo estaba por hacer...».
Los recién llegados pudieron emplearse casi de inmediato. El primer trabajo de Miguel Salvador consistió en elaborar los planos de varios proyectos de construcción de viviendas de interés social destinadas a obreros, para una empresa regentada por un ingeniero venezolano. «AI poco tiempo, formamos nuestra propia compañía de construcción, Marcelino Aguirre-zabala que era de Bilbao, Badiola de Zumárraga y yo que trabajaba por las mañanas con ese señor, un individuo excelente y de mucho prestigio pero, como buen venezolano, tan simpático como mal pagador», recuerda con sorna Salvador, calculando que, en el año 39, su sueldo era de 750 bolívares al mes. Aunque, a veces, el ingeniero le pagaba «en especie». Esto es, en bloques de cemento de los que los arquitectos vascos hacían uso en su pequeña compañía constructora.
De ella surgieron algunos de los más célebres edificios de la moderna urbanización de El Rosal y Las Mercedes. «Los hacíamos a nuestro aire y luego se los vendíamos a algunos ricos venezolanos. Las familias vascas todavía no estaban en condiciones de vivir en Las Mercedes. Eran muy modestas».
El Centro Vasco: casa de todos
El verano de 1948, la junta directiva del Centro Vasco de Caracas, hasta entonces ubicado en un local alquilado de Truco a Balconcito, encarga a Salvador el diseño de su nueva sede que se construirá en un solar de 10.000 metros cuadrados, por el que la colectividad vasca había pagado unos 300.000 bolívares, mediante un plan de financiación que incluía la creación de la Compañía Inmobiliaria Euskalduna, con un capital social de un millón de bolívares, dividido en acciones nominales de 500 bolívares.
El 14 de octubre de ese mismo año, se coloca la primera piedra de la obra y el 5 de marzo de 1950 se procede a la inauguración oficial del nuevo edificio, en presencia del lehendakari José Antonio Aguirre y de Jesús de Galindez, jefe de la resistencia vasca en el exilio, quien relató así los pormenores de la jornada: «El Paraíso es el barrio residencial de más raigambre en Caracas y, en su corazón, encaramada en la falda de una colina, es donde los vascos de Venezuela han construido su Euzko Etxea. Un inmenso caserío diseñado por Miguel Salvador que se desborda en terrazas superpuestas hasta el frontón y los jardines que, aquella mañana estaban colmados por más de dos mil vascos y amigos, llegados algunos del interior de la República y aún de más allá de sus fronteras, para asistir a la misa y al izamiento de banderas...» (Revista Los Vascos en Venezuela. XV Aniversario del Centro Vasco de Caracas).
La prensa venezolana también se hizo eco del evento. Mientras La Esfera señalaba que «ninguna de las colonias extranjeras ha tomado una iniciativa de la índole que ahora toman los vascos»; en El Universal se decía: «por su manera de actuar entre nosotros, laboriosa, honesta, decididamente útil, debemos considerar como valioso aporte a nuestras actividades humanas la presencia en Venezuela de un nutrido grupo de vascos».
Inmigrantes en primera, segunda o tercera generación que, por espacio de cinco décadas, han encontrado en ese recio caserón, fruto de la imaginación nostálgica de Miguel Salvador, la auténtica casa de todos los vascos.
Texto: Amaia Fano
Fotos: DEIA
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