PARTIDO y su candidato. Si durante esta campaña electoral hubo una coincidencia entre la generosa oferta de aspirantes frustrados a la Lehendakaritza, ésta consistió en el ataque cáustico, incluso insolente, de quien menos se podía esperar al PNV y a su candidato, lehendakari en funciones. Éste, sin embargo, sin atacar a ninguno de sus opositores, sin decir una palabra, les ha dejado a medio camino o más atrás. En tiempos que se dicen “de cambio”, a la incompetencia suele juntarse la osadía.
El triunfo del PNV y su candidato ha sido de los más rotundos y homogéneos: han ganado en los tres territorios históricos, en las tres capitales, con una ventaja sobre el segundo, EH Bildu, de 173.605 votos. Incluso por municipios, dando el mismo valor a uno de 200 habitantes que a otro de 3.000: en Araba, de 51 municipios, el PNV ha ganado en 43; en Bizkaia, de 107, el PNV lo ha hecho en 92 y EH Bildu, en quince; solo en Gipuzkoa, de 89, EH Bildu ha ganado en 58 y el PNV, en 31; pero con 117.000 votos para el PNV y 98.000 para EH Bildu.
En la de mayor abstención de todas las elecciones autonómicas -la gente está harta de elecciones, tras las Generales del 20-D, del 25-J, y la amenaza de las terceras-, comparada con la inmediata anterior de 2012, todos los partidos tradicionales han perdido escaños y votos: el PP, un escaño y 23.277 votos; EH Bildu, cuatro escaños y 53.669 votos; PSOE, siete escaños y 86.670 votos. Entre los tres han perdido 163.566 votos, de los que 156.671 han nutrido a Podemos, formación que si ha entrado con buen pie en el Parlamento, once escaños, está muy lejos de aquel “desbancar de su poder al PNV y a su rancio sistema”. La política es muy distinta de la palabrería y la jactancia. Un buen principio no asegura contra olas de diez metros y vientos de 130 kilómetros por hora. Hace falta preparación y práctica, no cualesquiera, por cuentas atrasadas e indemnizaciones pendientes que se tengan con terrorismos de Estado y por justas y dolorosas que sean. Al sexto aspirante, el de Ciudadanos, no le llegó ni para sentarse en el Parlamento Vasco.
Para calibrar el triunfo de Urkullu y su partido, el PNV, se han usado el verbo “arrasar” o sinónimos, y adjetivos como “incombustible” y “avasallador”. Pienso que es más objetivo y elogioso afirmar que tanto Urkullu como el partido al que pertenece han convencido. Ese me parece ser el secreto y la clave de su triunfo rotundo.
El PNV y su actual candidato a la reelección -como antes Ibarretxe, Ardanza y Garaikoetxea-, no solo han resistido la abstención; la han superado con 13.000 votos más, a tres de los 400.000, en camino hacia los 450.000 anteriores a aquella funesta división. Fruto y muestra de haber convencido a los electores de Euskadi, incluidos los miles de votantes por primera vez.
Toda la legislatura se ha caracterizado por una serena, sobria, eficiente y abierta gestión de los recursos públicos en favor del día a día de la sociedad vasca, en más y mejor empleo y trabajo, no tan deprisa como se quisiera pero sin pausa, no a gran escala todavía pero siempre creciente, refutando así con hechos a los especialistas en enfocar y ampliar solo lo defectuoso y lo que falta, entorpeciendo el camino para conseguirlo y superarlo. Y lo mismo en el día a día de la educación y ayuda a la familia, en la sanidad y atención a los ancianos, pudiendo equipararnos así en varios aspectos a los países más adelantados de Europa. Una legislatura de moderación, sin extremismos, pero con paso firme y seguro. Eso convence. No cabe duda de que la sociedad lo ha reconocido y lo ha agradecido con su voto.
Ha sido una legislatura a la medida de Urkullu y sus colaboradores del partido. Iñigo Urkullu no es un líder carismático. Quizá por eso sea más meritorio su triunfo. Su carisma es algo muy vasco: el trabajo, también del día a día, con ilusión y constancia.
Urkullu es homo politicus. Se ha formado en la política, o mejor, la política le ha formado. Conoce sus juegos y su arte y sabe manejarlos. Pegado a la realidad, conocedor de su pasado, es prudente ante el futuro. Es una persona seria, cumplidor de su palabra y sus promesas, abierto al diálogo con todo ese mundo de la política y los influyentes en la sociedad. Con lenguaje sobrio y claro, no se deja engañar. Abierto a los acuerdos, sin más líneas rojas que las de la ética: no a la corrupción, a la intolerancia, al fanatismo…; y las de sus convicciones nacionalistas. Inspira confianza con garantía.
Al fin de sus cuatros años de trabajo y legislatura, en la campaña electoral se ha volcado al 100%. Ha puesto su trabajo, sus cualidades, su experiencia, su persona, su alma. Se ha desvivido y ha convencido todavía más. Zorionak!
POR JOSÉ RAMÓN SCHEIFLER*
*Profesor emérito de la Universidad de Deusto
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