Domingo 30 de octubre de 2016
Me llamó Javier Alday un día del pasado setiembre. Me invitaba a comer en el batzoki de la Parte Vieja donostiarra unas buenas alubias. Cada dos miércoles se reúnen una serie de veteranos y arreglan el mundo. Y allí estuve con ellos. Entre otros, se encontraba presente Gerardo Bujanda, quien a sus 97 años, se resarció seguramente con las citadas alubias de las penalidades pasadas en Santoña como gudari encarcelado. Hombre de resistencia, burukide, diputado en 1977 y referencia abertzale, nos contó una serie de vivencias de casi ochenta años de lucha consecuente.
Yo le recordé su trabajo de corresponsal de la clandestina Radio Euzkadi, a la que llamábamos clandestinamente La Txalupa. Nos enviaba cada quince días una crónica de ambiente de lo que hacían bajo la dictadura firmando las mismas como Jon de Igeldo. La Fundación publicó aquellas cartas. Nació en El Antiguo donostiarra.
A su lado estaba Joseba Leizaola, hermano de Xabier. Y me acordé de Xabier.
Tellagorri, el gran escritor de Algorta constató en plena guerra mundial la habilidad de los gipuzkoanos para la diplomacia. A tal efecto, escribió un artículo que titulado “La importancia de llamarse Vishente” decía entre otras cosas, las siguientes:
-¿Y cree usted que hay alguna diferencia entre gipuzkoanos y bizkainos a favor de aquellos?.
– Sí y fundamental. Consiste en que mientras nosotros, los bizkainos, a un Vicente lo llamamos Vísente, ellos, los gipuzkoanos, lo llaman Vishente.
– ¿Y eso es todo?.
– Oh, ¡importantísimo!. Si usted a un José, le llama José, no ha hecho usted nada en absoluto pero si le llama Joshe, verá cómo el interesado le sonríe, agradecido a la cariñosa gentileza. De todos modos, cuando seamos libres, nuestro cuerpo diplomático deberá estar integrado exclusivamente por gipuzkoanos. Será mejor para todos. Enviaremos a un donostiarra de embajador a Roma, entrará en el Palacio de Venecia (era 1943), con cara de coitado, pero en cuanto esté frente al hombre del mentón le dirá sonriente:
– ¡Kaisho!.
Y el presidente empezará a sonreír, a babear de gusto, y el jefe en el bolsillo de nuestro embajador.
Y si enviamos a uno de Oiartzun al Vaticano, y de buenas a primeras suelta lo de:
– ¿ Zer Barri, Padre-Shanto?
El Papa nos dejará nombrar Obispos, con lo que habremos terminado para siempre con el problema de Navarra, y que no es problema de requetés, sino de párrocos…”
Esto escribió Tellagorri y cada vez que lo leía me acordaba de Xabier Leizaola porque, nadie mejor que él, hubiera servido como embajador en el Vaticano, aunque a él, lo que de verdad le gustaba era Euzkadi, sus gentes, un concurso de bertsolaris, dos viejos discutiendo sobre pelota, el olor del talo recién hecho, un amanecer con niebla, el silencio del campo, el sirimiri.
A Xabier le tocó ser el hermano mayor de una familia profundamente comprometida con la causa vasca. Sobrino de quien fuera el segundo Lehendakari e hijo de Don Ricardo Leizaola, editor vasco y hombre de mil aventuras culturales en época de la República. Tras pasar su primer refugio por Ustaritz llegó con su larga familia a Venezuela donde desde regentar el hotel Zuriñe, ser director de la revista Élite y dirigir un negocio de azulejos, hizo de todo en el mundo vasco, y en el mundo venezolano donde estuvo muy relacionado. Asentado en Donosti, fue presidente del Consejo de Administración de Deia. A su fallecimiento, Deia instauró un premio del que ya no oigo hablar.
Le encantaba venir a DEIA porque como solía decir lo que a él le gustaba era el olor a tinta fresca de prensa. Sabía dónde está la noticia y sabía además envolver sus escritos con la delicadeza del hombre sensible que trata con dulzura cualquier tipo de asunto.
Xabier en el Grupo EGI de Caracas era el diplomático y el bombero que arreglaba los entuertos que un Grupo de aquellas características generaba. Pero era también el nacionalista hormiga que, truene, diluvie o escampe, siempre estará ahí con su sonrisa de buena persona, su palabra amable y sus hechos irrebatibles.
El donostiarra Alberto Elosegui Amundarain, hermano de Kintxo Elosegui, vive actualmente en Donosti. Encarcelado por la dictadura y perseguido por su policía, acabó en Venezuela trabajando en la revista Momento junto a Gabriel García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza. Especialmente dotado para la propaganda escribió un trabajo sobre lo que tenía que ser la prensa clandestina: ”Una Voz con mil Ecos”. Usaba el aforismo vietnamita de que “antes de tener la fuerza has de tener la leyenda de la fuerza”. Creador de la revista clandestina Gudari, promotor de la película “Lo Hijos de Gernika” y de la traducción del libro de Steer, fue el hombre de los programas de Radio Euzkadi y de toda acción clandestina de Resistencia.
José Joaquin Azurza (Jota Jota) nació asimismo en el Antiguo donostiarra. No tenía sobre sus hombros una cabeza sino una computadora. Lo sabía todo. Hasta ruso. Ingeniero de Telecomunicaciones interrumpió en un Aberri Eguna la emisión de un programa para poner el Himno Vasco y, en unas regatas, dar noticias de la Resistencia. Refugiado en Venezuela, fue el cerebro técnico de La Txalupa (Radio Euzkadi) tras adquirir dos transmisores que utilizaba la Compañía petrolera Shell (donde trabajaba) para relacionarse con sus refinerías en el Caribe, y convertirlos en los trasmisores de aquella radio clandestina llamándolos Pedro y Pablo.
Jokin Inza, era de Bergara, ”la capital del mundo” como decía. Le llamábamos El Gordo. Era un hombrachón que dedicó toda su vida a Euzkadi. Estrenó la cárcel de Martutene y acabó en Venezuela haciendo posible, económicamente hablando, montar una emisora clandestina a base de quinielas en los bares del barrio de La Candelaria y a sablazo limpio. Era de ver como aquel gigantón, sin apenas estudios, era capaz de dirigir un Grupo como el de EGI, lleno de ingenieros, abogados, arquitectos y periodistas. Decir “precio Inza” era una orden para conseguir algo gratis. Todo un personaje que hemos conocido en las Asambleas del Partido y al que la palabra ”abstension”, dicha sonoramente, no le asustaba nada. A su esposa, Feli, el batzoki de Gros le acaba de homenajear. Con 93 años todos los días tiene un recuerdo para El Gordo.
Julene Urzelai era de Azkoitia. En tiempos de la República formó parte del elenco de mitineros/as del PNV junto a las oradoras Polixene Trabudua, Haydee Aguirre, María Teresa Zabala, Gloria Zubia e Itziar Mujika. Mujer elegante, le tocaba los miércoles ser locutora de aquella emisora donde llegaba puntualmente al estudio en el edificio Pacairigua con su bolsito como Mrs Daysi. Grababa intervenciones en euskera y castellano para toda la semana y con sus bellos ojos azules que se fijaban en todo, nos contaba lo vivido en aquella etapa, los bombardeos, y su viaje al exilio a aquella Tierra de Gracia que fue para ellos en 1939,Venezuela.
Martin de Ugalde nació en Andoain. Llegado a Caracas fue el primer Presidente de Euzko Gaztedi del Centro Vasco. Escritor y activista de la promoción del euskera, nos llamó en el Aberri Eguna de 1974 a la Txalupa dando la noticia de que el Lehendakari Leizaola había pasado clandestinamente a Euzkadi continental (así se le llamaba entonces) para decir a la juventud, ante el Árbol donde había jurado su cargo, que la hora llegaba y se aprestaran a la lucha democrática. Martin era su Vicepresidente. Fue director de la revista Alderdi, escribió un libro que hizo furor “Hablando con los Vascos” además de su Historia de Euzkadi y asimismo trabajó en Deia.
Joseba Rezola era de Ordizia. Y de Ordizia era el Grupo que se llevó a Bilbao a trabajar en la Secretaria de Defensa, uno de ellos Periko Beitia. Encarcelado en Santoña, perseguido, escapado,al fallecimiento de Landaburu fue designado Vicepresidente del Gobierno Vasco. Era la gran referencia. Mandaba noticias a todas horas. Firmaba como Imaz. Creía en la necesidad de la comunicación constante. Nos mimó informativamente. Decía que la Txalupa era “la cuarta rueda de la Resistencia”. Vivía modestamente con su admirable esposa Aurora en la Rue Sopite de Donibane Lohitzun, donde cada refugiado tenía un plato de sopa. Solo le vi una vez, aunque me cartee con él, centenares de veces. Me impresionaron sus taladrantes ojos azules. ”¿Es usted Ignacio Romero?”, me dijo cuando le visité. ”Con ese nombre me lo imaginaba con bigote y una guitarra”. Fue un líder clave, entregado, al que Steer ensalzó muy expresivamente en su libro.
Todas estas personas que he nombrado son gipuzkoanos. La mayoría ha fallecido. Pocos saben ya de ellos. Y su calidad humana era desbordante. El dato de su gipuzkoania, enmienda la especie de que todo lo hace Bizkaia y los bizkainos. Que también, pero en el caso de La Txalupa, menos. Y quedan muchos más.
Decía Oteiza que la aventura podía ser loca, pero los aventureros habían de ser cuerdos. Y cuerdos fueron estos motorcitos de una historia poco conocida pero que explica la actual.
El tío de Javier Alday fue el diputado durante la República, Juan Antonio Kareaga. Uzturre contaba que éste solía decir que los jelkides, cuando fallecen, no van ni al cielo, ni al infierno, ni al purgatorio sino al limbo y allí se pasan toda la eternidad cantado el “Agur Jaunak”.
Un humor un poco exagerado, pero venía a decir que esa mezcla de bondad, entrega, una cierta ingenuidad para empresas quijotescas y buenas intenciones nunca era correspondida en vida. Y así es. Por eso están todos en un merecido cielo, gracias a que, pronto, llegaremos a tener, incluso, un embajador en el Vaticano. Y será gipuzkoano.
Está muy bien de vez en cuando consultar a nuestros abuelos. A menudo pienso que se tiende demasiado a despreciar la sabiduría de nuestros mayores. Su experiencia debería ser una fuente de conocimiento para guiar por el buen camino la energía de los jóvenes.
Publicado por: Señor Negro | 10/31/2016 en 07:29 p.m.
Tuve la suerte de conocer a bastantes de ellos. Senador, se olvida de otro Gipuzkoano de acero, el tambien: El Senador Joseba Elosegi. Un tipo sin par !
Shenador, porque muchas veces shenaba con sus viejos amigos gudaris Txaltxa y algun otro que ahora no recuerdo. Todos siempre sonrientes y simpáticos
Publicado por: takolo3 | 11/01/2016 en 12:25 p.m.