CÁRCELES DEL FRANQUISMO (XII) CURAS VASCOS
El calvario y peregrinación de los curas vascos por las cárceles del franquismo se redondea con el traslado desde la cárcel de Nanclares a la Trapa palentina de Dueñas, donde permanecerán casi un año, antes de ser definitivamente trasladados a la prisión de Carmona (Sevilla), donde la mayoría acabará por extinguir sus penas. Es interesante recordar las nobles gestiones del Cardenal Segura por buscar una salida digna al problema, que tropezarán con la brutal postura del régimen que reclama arrepentimientos públicos y adhesiones a la ''causa nacional", que los curas vascos rechazarán con gran dignidad y valentía. Se trata de una importante página de la historia de la represión franquista antivasca.
DUEÑAS: UNA TRAPA PERDIDA EN FALENCIA
17 de Octubre.— Salimos para Dueñas en un autobús de cincuenta plazas y dos camiones para los bultos. Nos acompañaban seis guardias civiles y un cabo. Arrancamos a las 11.30. El hermano Regard, un francés antifranquista, llora. El cocinero, «Rosa Mística» (entre nosotros) sonríe. Asiste a la despedida toda la comunidad, excepto el provincial. Del Obispado nadie.
Durante el trayecto, los guardias se muestran muy comprensivos, especialmente un durangués. Hacemos alto más allá de Burgos, en una campa, a eso de las tres, para comer de las provisiones que llevábamos. En las paradas nos creen peregrinos... Una ventera nos pregunta si, en realidad, lo somos. Guisasola le responde: «Hace tiempo que andamos en peregrinación. Ruegue usted a Dios para que termine cuanto antes». A las 5.30 llegamos a Dueñas. Nos recibe el mismo director de Nanclares, don Nicolás Salillas.
Cuando creíamos entrar en la Trapa, nos llevan a un pabellón de planta baja y un piso, situado cerca del convento. Está destinado a guardar máquinas y aperos de labranza. Sirve, también, como almacén de paja. Lo destinado a la prisión está sin terminar. Esa noche, los 48 reclusos dormimos en el santo suelo. El techo, sin cielo raso, se encuentra cubierto de nidos de golondrinas. Los retretes sin terminar, sin agua. La cocina, asimismo en obras. En consecuencia, nos vemos obligados a limpiar los paltos en una fuente exterior y a acarrear agua en baldes. Por lo demás, los trapenses no quieren saber nada de nosotros. Ello nos fuerza a cocinar y a especializarnos en otros menesteres extra-litúrgicos...
11 de noviembre.— Hace un tiempo glacial. Don Juan Izurrategui y Aldama los dos más viejos, solicitan autorización para quedarse en el interior durante el paseo reglamentario. Al principio, el director se lo niega. Luego se lo concede, a condición de recluirse en la capilla.
12 de Noviembre.— Los albañiles dan fin al cielo raso del antiguo comedor. Ahora servirá de dormitorio, en lugar de salón de recreo.
13 de Noviembre.— Nos trasladamos, provisionalmente, al departamento contiguo a la capilla, hasta que los obreros terminen el cielo raso del dormitorio primero. Es todo un espectáculo ver seis filas de camas, formando un pasillo de 0,5 metros hasta la puerta del oratorio.
17 de Noviembre.— El dormitorio primero ya tiene cielo raso. Se deshace el pasillo de camas. Los viejos y los frailes estrenan el nuevo dormitorio. Los demás quedamos en el contiguo a la capilla. Hoy hemos hablado con algunos de los obreros. Por ellos nos enteramos de que en Dueñas los «nacionales» asesinaron a treinta mujeres y alrededor de ochentas hombres.
18 de Noviembre.— Llegan el alcalde, el secretario y el Juez de Dueñas. Nos reclaman derechos de consumo... Razón: comemos demasiado bien.
19 de Noviembre.— Se suprime la lectura de la crónica de guerra. Nos enteramos de que, además de la censura postal interior, se nos aplica la de Venta de Baños, más rigurosa aún que la primera.
28 de Noviembre.— Don Juan va de mal en peor. Se notifica al Obispo su gravedad. Ese se apresura a visitamos. El enfermo está acostado sobre tres tablas sostenidas por dos poyales bajos de hierro. El obispo nos habla, una vez más, de su plan de llevar al enfermo al hospital de Palencia; pero que, a pesar de su buena voluntad, no puede hacer nada.
30 de Noviembre.— A las 23 horas fallece don Juan en el dormitorio común, entre 27 compañeros de sala. Poco antes de morir, un sacerdote, sabiendo que uno de los funcionarios va a Vitoria, pregunta a don Juan: «¿qué quiere usted para el obispo?». «Dígale que para la Inmaculada voy al cielo». Otro de los presentes añadió: «entonces, ¿para las fiestas nacionales?» —era el día señalado por el Cardenal Goma como «fiesta del Cruzado» — «Fiestas nacionales no...», respondió el moribundo.
2 de Diciembre.— Funerales a las 9,30. Celebra la misa Larrañaga, coadjutor del difunto en Elorrio. Terminada la ceremonia, cuatro sacerdotes presos llevan el féretro hasta la entrada del cercado. Allí, los obreros relevan a los portadores del cadáver. Un monje trapense releva, también, a Larrañaga. No se nos permitió asistir al sepelio —cosa de cincuenta metros—. Nuestros límites los fijaba la puerta del cercado. En el Evangelio se habla de «Tinieblas exteriores». En la prisión de Dueñas, como en todas ellas, las tinieblas eran «interiores».
Ganchegui hace el dibujo de la lápida. Incluye en él una estela funeraria vasca. El obispo de Palencia, al advertir el detalle, comenta. «Estos, hasta en la muerte y en el cementerio enseñan la oreja»... Días después se nos pide una rectificación al informe de la prensa francesa y de «Euzkadi» de Barcelona sobre la muerte de don Juan Izurrategui. Nos negamos.
Julio Ugarte
"Odisea en cinco tiempos"
EL SUEÑO DE LA FUGA
19 de Diciembre.— Se recibe un telegrama de la Dirección General de Prisiones, pidiendo al director una lista con nombres y apellidos de los mayores de cincuenta años, con sus penas correspondientes. Se trata de un canje de prisioneros entre la zona nacional y la roja, con ocasión de la Navidad. Nuestro director cumplimenta inmediatamente la orden, llamando a los afectados por la misma. Son trece. Les lee el telegrama y, acto seguido, les pregunta, uno por uno, si están dispuestos a ir canjeados a las zonas rojas. Los trece, sin excepción, escogieron la libertad... roja.
Ni la bomba atómica de Hiroshima hizo más impresión en las alturas que ese sí de nuestros veteranos... El director, el contratista y la comunidad trapense se rasgan las vestiduras... ¡qué horror! Preferir la libertad de los rojos al «yugo nacional», cuando ellos esperaban un «¡viva las cadenas!».
No sé si ese canje tuvo lugar en otras cárceles. Entre nosotros, ya no se volvió a hablar del asunto. De todos modos; la culpa fue del redactor del telegrama. Se trataba de un documento circular y el responsable del mismo no paró mientes en el carácter especial de nuestra prisión. Aún así; nuestro director hubiera ganado muchos puntos ante sus superiores, alertándoles previamente, antes de proceder a la lectura del telegrama y a una encuesta tan vidriosa. Ya comprendo que era mucho pedir al cerebro de un alcaide. El sí de los viejos no fue menos explosivo en las altas esferas. No nos lo perdonaron jamás. Pronto veríamos las consecuencias.
A fines de enero, cae Barcelona. Días después, al regreso de algunos batallones que habían intervenido en su conquista y saqueo consiguiente, se formó en la estación de Venta de Baños un «rastro» colosal donde podían comprarse toda clase de objetos a precios de almoneda. Hubo un soldado que ofrecía un piano. Otro una orquestina completa. Nuestros guardianes intentaron participar en el negocio, ofreciéndonos insistentemente relojes, estilográficas y mil otras chucherías, fruto del pillaje. Ninguno de nosotros se manchó las manos con semejantes gangas.
A lo largo de la Primavera, lo único noticiable fue un nuevo cambio en la dirección. Se marchó don Manuel Lozano, sin pena ni gloria, y nos vino un viejecillo muy aldeano y muy amable. Fue el único director a quien le tuvimos cierto apego. Con ocasión del aniversario de su nacimiento, le dedicamos un sencillo homenaje. El hombre se mostró tan emocionado y agradecido que rubricó su «discurso» de gracias con esta frase: «¡Vivan todas las religiones de esta casa»... rigurosamente histórico.
Convencido ahora de que nuestra condición legal no era la de prisioneros de guerra, sino la de condenados en justicia, por «auxilio a la rebelión», decidí salir por la puerta falsa... emulando a Papillón. Doce años y un día eran un intervalo demasiado largo en la vida de cualquier hombre. Ni la meditación trascendental ni el aprendizaje de lenguas vivas podían compensar los logros en régimen de libertad.
Decidido, pues, a intentar la aventura en compañía, descubrí mi plan al amigo más proclive a la fantasía; a mi compañero del batallón «Amaiur», Aquilino Ayerdi. Éste se mostró entusiasmado con la idea, al punto de facilitarme los medios para llevarla a cabo... Sus familiares de Olazagutia, allá en Navarra, se dedicaban al transporte de leña en camión y su actividad se extendía hasta el Sur. El vehículo, aprovechando un viaje de vuelta, podría detenerse a una hora concertada de antemano frente a nuestra prisión y recogernos. El salto, a media noche, desde nuestro dormitorio no ofrecía dificultad. Las ventanas no tenían rejas y la altura era mínima. El único problemas comenzaba después... el cómo evitar los controles y llegar hasta la frontera sin ser descubiertos. Para obviar, en parte, ese inconveniente, yo alerté a mi familia, residente a la sazón en Pamplona, y en cuya casa hacían «escala» muchos vizcaínos en ruta hacia Francia. Al final —«los sueños, sueños son»—, todo quedó en proyecto. Falló lo más esencial: el camión... Esto es lo único noticiable hasta la llegada de don Julián Besteiro.
LLEGA JULIÁN BESTEIRO
Don Julián Besteiro
Don Julián llegó a Dueñas, procedentes de la prisión de «el Cisne», de Madrid, el tres de agosto, entre las nueve y nueve treinta de la mañana. Como nadie esperaba su incorporación a nuestra comunidad reclusa, la sorpresa fue total. Lo mismo digo de las razones de su traslado. Ni él mismo logró jamás descifrarlas; ni siquiera entreverlas. En Dueñas apenas tuvimos ocasión de intimar con él. Le habían reservado una habitación individual; «una habitación destartalada, con una cama turca, una maleta y unos clavos en la pared». Así la describe su biógrafo, Andrés Saborit. Debido a ello, rara vez bajaba al patio.
Don Julián venía ya juzgado y condenado a treinta años de prisión mayor. Para que el ex-presidente de las Cortes Republicanas resultara en adelante una figura más de la «Pasión del Clero Vasco», se daba la circunstancia de haber sido acusado por el mismo fiscal que los capellanes de gudaris en el Dueso: don Felipe Acedo, antiguo alumano suyo de Lógica y candidato lerrouxista a diputado por Cádiz durante la República.
Cuando andando el tiempo, adquirí cierta confianza con don Julián, le pregunté: «¿Por qué se quedó usted en Madrid, en vez de irse al exilio?». Su respuesta fue tajante: «Yo nunca creí que esta gente era tan bestia. Además; sin dinero y enfermo, no me sentía capaz de ganarme la vida en un país extranjero». Lo del dinero era la gran lección que nuestro ilustre compañero ofrecía a tanto arribista que, so capa de interés por la Patria o el Bien Común, se «forra» por dentro y por fuera... Toda una vida de hombre público; de «enchufismo socialista», según la derecha; su sueldo de catedrático, unido al de su señora, directora de la Escuela Normal, se había traducido en un modesto hotelito. Las seis pesetas que don Julián aportaba diariamente, como suplemento a la miseria oficial por recluso, constituían al máximo lujo que podía permitirse. El mismo me lo confió varias veces. No es extraño, pues, que, para paliar sus estrecheces económicas, iniciara la traducción del alemán al español del libro «Christus Unser Bruder», del teólogo Karl Adam. En esa tarea le sorprendió la muerte.
Como rúbrica a su conducta ejemplar, don Julián había rechazado la oferta de asilo que le hizo la Embajada Británica momentos antes de entrar los nacionales en Madrid. En su libro «La Traición de Stalin», García Pradas nos relata la última conversación de Besteiro con Best: «Y usted, don Julián, ¿por qué no se marcha ya?»... «No; no me voy. Me han llamado traidor nuestros rivales y me quedo en Madrid, para contestarles con mi condena. Además, soy viejo. Correré la misma suerte que este pueblo sin igual; tan grande en el sacrificio”.
RECUERDOS DE UN TRASLADO
Besteiro sólo permaneció en Dueñas veintitrés días: Obligado a correr nuestra suerte y compartir nuestras culpas... eso del canje y de las minutas, el traslado a Carmona le supone un alejamiento mayor de su mujer; un viaje incómodo y un régimen carcelario más duro. El mismo registra en su nota el aviso de nuestro traslado y las incidencias del viaje:
«El domingo, 27 de Agosto, llegó Dolores a la prisión de Dueñas cuando ya desesperaba de verla, por tener noticias de que nos iban a trasladar a Carmona... A las cinco entramos en el vagón infecto. El tren salió a las ocho. A Madrid llegamos a las ocho treinta, tal vez a las nueve treinta de la mañana. Más de media hora de lucha con las fieras (las chinches). En Madrid querían dejarnos los guardias en una prisión para terminar su servicio. Nos llevaron a Santa Rita; pero surgieron dificultades y nos llevaron (siempre en camión abierto) a la estación del Mediodía. Fue un espectáculo».
Hasta ahí don Julián. Ahora me voy a permitir incluir mis notas, para completar las suyas; ya que nuestro ilustre compañero, por razones íntimas, se recluyó en el vagón, mientras nosotros merodeábamos por la estación y sus aledaños con una libertad de movimientos increíble.
La noticia del inmediato traslado afectó de manera especial a nuestros viejos. Ereño, el tío del futbolista internacional Piru Gainza, se desata en improperios con su clásico chapurreo «telegráfico»: ¡Jódete Braulio! Laucirica; Nuncio consciente; Palencia (el obispo) algo parecido. Como apenas tenemos tiempo para arreglar nuestras cosas, comemos a todo gas. Parecía la marcha de los hebreos de Egipto comiendo el cordero de pie, sin la impedimenta. O, si se quiere, la expulsión de los judíos españoles dejando en «Sefarad» sus tesoros...
Salimos de Dueñas conducidos por una escolta de catorce guardias civiles y un teniente. Éste, procedente de Palencia, no tenía más orden que la de llevarnos a Madrid. Allí serían relevados por otro pelotón del mismo cuerpo. Pero, resultó que, al llegar a la estación del Norte, ni había tal relevo ni nadie sabía nada de nuestra expedición. En la estación de Madrid tropezamos con el Padre Azpiazu. Santos Arana habla con él. El jesuita se muestra sorprendido; pues no sabía que hubiera curas presos. Sospechosa ignorancia...
Una hora de telefonazos a diestro y siniestro sirvió para sacar de quicio al oficial. Este, tras muchos titubeos, adoptó el único partido posible: buscar un alojamiento que le permitiera sacudirse la mosca y a nosotros esperar órdenes.
Pero, el buen teniente no contaba con los edictos del Cesar español. Estos, como en tiempos de Augusto, habían provocado tal afluencia de forasteros a los nuevos lugares de «empadronamiento» —léase cárceles— que, cuando el buen oficial llegó con su clientela, le ocurrió lo que a la «Sagrada Familia» en Belén: «Non erat eis locus in diversorio».
Así pudo darse la paradoja de unos presos pidiendo de cárcel en cárcel un metro de tarima donde reclinar su cabeza, sin que ningún carcelero accediese a su demanda.
Y, de este modo, el pueblo de Madrid pudo contemplar atónito el ir y venir de dos camiones abiertos, exhibiendo una extraña mercancía: catorce carmelitas; un pasionista y varias docenas de sacerdotes seculares, rodeando al ex-presidente de las Cortes Constituyentes Republicanas. Recorridas en vano algunas prisiones de la capital y habiéndose llamado andana la Dirección General, el teniente, siguiendo los consejos de don Julián, decidió continuar el viaje hasta Carmona, llevándonos, acto seguido, a la estación del Mediodía.
Dicho sea en honor de nuestros «ángeles custodios» —los guardias— nuestra libertad de movimientos durante las horas que faltaban para la salida del tren fue absoluta. Hubo varios curas que, en busca de melones, se aventuraron por las calles adyacentes hasta perderse de vista. Los más anduvimos entre el andén y el bar de la estación luchando a golpe de refrescos inocuos contra un sol de justicia, mientras don Julián, sentado estoicamente en un rincón del vagón, esperaba la salida, meditando, sin duda, en el homenaje silencioso de tantas gentes que, al reconocerle, no habían podido reprimir un gesto de adhesión emocionada y dolorida. Fue un detalle que se me metió muy adentro; pues aquellas caras trascendían más a emoción religiosa que a partidismo político.
En aquel ambiente de aventura sólo nos faltaba un elemento para sentirnos felices: la cerveza... Dada su escasez, estaba reservada, seguramente, para ciertos jerarcas y era inútil insistir a unos camareros que se sabían el disco de memoria: «No hay». El disco se fue repitiendo hasta llegar al mostrador alguien que pensó: estos tíos nos han tomado por unos curas vulgares y del Régimen... ¡Oiga! somos curas vascos presos. Con nosotros viaja don Julián Besteiro. «¿No podían darnos una cerveza para él?». Ni el «Sésamo ábrete» de Alí Baba hubiera superado en eficacia a semejante talismán. Como por arte de magia, los camareros se liaron a cometer delitos de «auxilio a la rebelión» y la cerveza corrió a caño libre para todos.
Devuelvo la palabra a Besteiro: «De Madrid salimos el martes, 29, a las siete menos cuarto de la tarde.
¿Cómo se hace el viaje? ¿Hay que ir a Sevilla? ¿Hay que utilizar camiones desde Sevilla o desde otra estación? ¿Hay enlace ferroviario?
Nadie lo sabía. Pero, el viaje en un correo como el de Dueñas duró desde la tarde del 29, siete y media, hasta la tarde del miércoles, 3, en que llegamos a Guadajoz, a la una, aproximadamente. Allí no había enlace por tren y tuvimos que esperar hasta cosa de las cinco en que nos fueron a buscar unos camiones como para acarrear cemento. En Guadajoz me afeitó un guardia civil en un coche de tercera clase abandonado en una vía muerta».
En un artículo sobre don Julián publicado en «Euzko-Deia», de París, reproducido por «El Socialista», de Toulouse, yo, al referirme a este viaje, apostillaba: «Si luego, en aquella mezcolanza de viajeros —turistas y presos— y a la vista de los paisajes que se sucedían ante la ventanilla, alguien había olvidado su condición legal, pronto tuvo ocasión de despertar a la realidad. En Guadajoz nos esperaba una veintena de soldados con dos camiones... y unas cuerdas que bien podían servir para amarrar bueyes. El amarre colectivo no se consumó, gracias a la intercesión del teniente de la benemérita, válido de nuestra buena conducta durante el viaje. Lo que no pudo evitar el hidalgo oficial fue que, al paso de tan extraña caravana por las calles, corriera la voz entre muchos ciudadanos de que había dado la vuelta... Luego se dijo en el pueblo que éramos curas protestantes.
LA PRISIÓN DE CARMONA
Refiriéndose a la prisión y al pueblo, don Julián termina sus notas con estas palabras: «Así nos trasportaron a la prisión de Carmona. Atravesamos el pueblo, pintoresquísimo. La prisión, también, «pintoresquísima», propia para hacer una película de las catacumbas y de los orígenes de la «Cristiandad». Don Julián olvidaba un detalle importante: hasta nuestra llegada esas «catacumbas» servían de cárcel especial para las prostitutas de Sevilla... un buen tema para Juan Ruiz, el arcipreste de Hita...; una prisión, además, cerrada por insalubre durante la República. A su lado, lo de Dueñas era Jauja. Los que nos encerraron allí sabían bien lo que hacían...
Al salir de Dueñas, sólo se nos permitió llevar, como equipaje, quince kilos. En consecuencia, nos vimos obligados a dejar allí las camas, los colchones y los víveres. Las camas y los colchones tardaron en llegar quince días. Los víveres: un saco de azúcar, garbanzos, carne, etc. seguimos esperándolos... «Lo que el viento se llevó».
Si alguna cárcel daba razón a Cervantes cuando define las de su época como lugares «donde toda incomodidad tiene su asiento», ésta era la de Carmona. Los dormitorios, no sé si catacumbas o guarida de lobos, donde los ratones campaban por sus respectos, habían servido en otros tiempos de bodegas. Eran dos casi gemelos. La única comunicación entre ellos y el patio eran las puertas de entrada, o, mejor dicho, de bajada; pues carecían de ventanas. Algo de eso habría oído Baroja cuando nos habla de la oscuridad y el picaporte que, según él, costaron la vida a don Julián, Por otra parte, no habiendo ni cocina ni economato, los reclusos debían arreglárselas con un vale de 1,50 pesetas, cantidad asignada para el sustento de cada interno, que se nos entregaba todas las mañanas, y con los buenos oficios de una vieja demandadera con un jazmín en el pelo, quien desde una pequeña ventana recibía diariamente los encargos. No hubo, pues, otro remedio que organizarse en pequeñas sociedades gastronómicas; comprar hornillos y pedir a Dios que no lloviera... Las «cocinas» estaban instaladas al aire libre en un rincón del patio. Al llegar a Carmona recibimos una carta de saludo de los presos vascos de Sevilla.
El recuerdo de Besteiro me lleva, naturalmente, a evocar la fotografía que dio la vuelta al mundo. Sin don Julián en el centro, junto al director de la cárcel, rodeado de curas y frailes, la foto hubiera pasado casi desapercibida. Pero, ahí queda para la historia de nuestra guerra civil como testimonio de la vesanía totalitaria. Los ex-cautivos rojos no se explican cómo, dado el régimen carcelario de esa época, pudo negarse a ese extremo de libertad. La explicación es muy sencilla. Nuestro director era el clásico alcaide, rezago de otra época, incapaz de ver más allá de la letra del reglamento. Entre los artículos de éste no figuraba la prohibición de sacar fotos en las prisiones. Es más, él tenía un amigo del oficio y nos lo metió un día dentro, sin que nadie hubiera solicitado sus servicios, con vistas a redondear su negocio. Nosotros aprovechamos la ocasión de forma individual y, a veces, en pequeños grupos, completamente ajenos a la «jugada» posterior.
Ya habíamos olvidados lo de las fotos cuando alguien nos recuerda que se acercan las bodas de oro de nuestro decano de edad, el viejo Aldama, un hombre encantador. Ese alguien nos propone, con dicho motivo, una foto colectiva, incluyendo en ella al director. Este aceptó la idea con mil amores, sin darse cuenta de que se juega el puesto. Naturalmente, la foto apuntaba al extranjero, más que a nuestras familias, y el Gobierno Vasco se encargó de difundirla. El pobre alcaide fue destituido fulminantemente. No volvimos a saber nada de él.
No sé por qué razón extinguían también su pena junto a nosotros varios seglares; un ex-diputado de Izquierda Republicana, andaluz; dos albañiles, así mismo andaluces; dos militantes del PNV; un falangista navarro; y el susodicho maletero, Carmelo Antomás. Supongo que estos cuatro últimos estaban allí, en calidad de destinos, antes de nuestra llegada, durante la estancia de las prostitutas sevillanas. Con el tiempo fueron incorporándose algunos sacerdotes no vascos: uno de Sevilla; otro catalán; un tercero de Burgos y un licenciado en Filosofía, de quién sospechábamos había sido dominico. Era primo carnal de la mujer de Onésimo Redondo, Mercedes Sanz Bachiller.
DEFENDIERON SU DIGNIDAD HASTA EL FINAL
Anteriormente a la publicación de la Ley de examen de Penas, que rebajó las nuestras y que, con La firma de otras Leyes, decretos y órdenes, hizo posible nuestra salida de las prisiones, (aunque posteriormente fuésemos desterrados a diversas provincias), hubo un par de intentos fallidos para conseguir nuestra libertad.
La primera en la frente
El primero lo llevó a cabo el obispo de Palencia, don Manuel González, cuando estábamos presos en la Trapa de Dueñas. El 26 de mayo del 39 nos enviaba un borrador de documento para que lo corrigiésemos (en su forma literaria) y lo enviásemos directamente a Franco. El documento era de lo más burdo y brutal y lo rechazamos unánimemente. Nos lo trajo un padre jesuita de Carrión de los Condes.
Sacerdotes sin apellido
Este era el incalificable documento que rechazamos;
"Excelentísimo Sr. General D. Francisco Franco, Caudillo de España.
Excmo Sr:
Los abajo firmantes, sacerdotes prisioneros en la Prisión central especial de San Isidro de Dueñas (Palencia), a V.E. con el mayor respeto exponen:
Que los años que llevan apartados de todo ruido mundanal y de toda influencia política, dedicados sólo al cumplimiento de sus deberes de piedad sacerdotal, Santa Misa, rezo del Oficio Divino, meditación y estudios, a más del reglamento del Penal, han encendido en sus espíritus el ansia de consagrar su vida sólo al mayor servicio de Dios, de la santa madre Iglesia y de las almas, dando de lado a toda otra mira y cooperación a partidismos terrenos y reparando con una vida de sacerdotes sin apellido el daño causado a las almas y a España con actuaciones ajenas a los ministros del reino de Cristo, y en este día de gozo lleno.
Suplican a V.E., Invicto caudillo, cuya fortaleza con los enemigos corre parejas con su clemencia con Los arrepentidos, se digne otorgar amplio perdón concediendo a los sacerdotes enfermos crónicos y a los ancianos el retorno a sus casas y a los demás la redención de las penas por el trabajo en los ministerios apostólicos en zonas alejadas de nuestra tierra y afligidas por la espantosa escasez de sacerdotes como Andalucía.
Prometiéndoos con palabra de sacerdote corresponder a vuestro perdón, no perdonando medio alguno para que desparezca del noble solar de la España, Una, Grande, Libre y Católica, el borrón y la vergüenza de una cárcel de sacerdotes antiespañoles.
El Corazón de Jesús y la Virgen santísima del Pilar paguen a V.E. lo que ha hecho por España y lo que hará por estos pobres sacerdotes..»
Lógicamente esta carta fue rotundamente rechazada por los curas vascos.
Nuevos intentos
Trasladados ya a la prisión de Carmona (parece que uno de los motivos del traslado fue precisamente el fracaso del "arrepentimiento" nuestro, intentado por el Obispo de Palencia), fue el Cardenal de Sevilla, Monseñor Segura, el que muy noblemente y dando siempre la cara por nosotros, intentó, en vano, conseguir nuestra libertad.
He aquí algunos extractos de la carta que el Patronato Central para la Redención de Penas por el Trabajo enviaba al Cardenal y Arzobispo, en contestación a sus peticiones;
«Aun dentro de los límites hasta aquí enunciados según términos de la Ley y de las declaraciones auténticas dadas por el jefe del estado el Primero de enero de 1939, éste sólo concede la redención de penas por el trabajo a aquellos que manifiesten de una manera inequívoca estar resueltamente adscritos a la excelsa tarea nacional, sin cuya demostración previa, deben extinguir sus condenas en toda la duración asignada por los Tribunales de Justicia. Para que esta condición se cumpla y entendido el caso especialísimo de que aquí se trata, el Patronato estima necesario proceda una declaración pública de adhesión explícita y concreta al glorioso Movimiento Nacional, firmada por los que deseen acogerse a este beneficio de redención de penas por el trabajo en la que se exprese además, clara y rotundamente que la ayuda prestada por el nacionalismo vasco a los rojos durante la pasada guerra fue criminal y culpable, no solamente ante la patria sino también ante Dios, cooperando directamente a la destrucción de la religión en España, al asesinato de sus ministros y prelados y por tanto el que suscribe se adhiere y hace suya la Pastoral Colectiva del Episcopado Español de fecha uno de julio de 1937.»
Sucio chantaje
«El Patronato estima, por último que, dadas las circunstancias del caso presente, esta declaración no puede tenerse por suficiente sino después que aparezca firmada en la prensa y sea leída públicamente por los párrocos de las iglesias en las que dichos sacerdotes prestaron servicios religiosos, antes de su condena. En el caso contrario los que se negaran a esta declaración, dado el caso de haber sido condenados por los tribunales y aún prescindiendo de su mayor o menor culpabilidad personal, cree el Patronato están comprendidos entre aquellos que el Generalísimo, en sus manifestaciones del Uno de enero de 1939, declaró incapaces de redención por el trabajo.
Dios guarde a Vuestra Eminencia muchos años…
Rechazo total
Como es lógico todos los curas vascos nos negamos a aceptar semejante chantaje. El Cardenal Segura, sin embargo, intentó seguir negociando lo que era totalmente imposible. En carta al Ministro de Justicia, el Arzobispo de Sevilla decía "Creo que no se enfoca como se debe este asunto. Las particularidades a las que desciende la respuesta que me ha dado el Patronato me causan la impresión de desorientación, mirando más a la letra que al espíritu de la Ley. Conozco la excitación de los ánimos por haber vivido intensamente el ambiente de su país. Sabe V.E. que en la forma en que se ven tratados, lejos de acercarse, se alejarán más y más del objeto que todos debemos pretender...
Pensar más alto
El mismo Cardenal contestaba directamente al Presidente del Patronato de Redención de Penas, Sr. Cuervo, expresándole claramente su disconformidad con la carta enviada;
«Creo que hay que pensar un poco más alto y poner la vista más en la realidad que en las formas jurídicas. Créame que en la forma en que se enfoca este asunto por el que tan vivamente me intereso, movido únicamente por amor de la Iglesia y de la Patria, sin estridencias se lograría un efecto más eficaz del que puede obtenerse con todos los rigores de la letra de la Ley...En cuanto al mejoramiento de las condiciones de la vida y trato interno de los reclusos de Carmona, me parece que no obstante la excelente disposición del Sr. jefe de la prisión, es muy poco lo que se puede hacer porque el edificio no se presta...»
Lo que está claro, de todas formas es que el grupo de curas vascos supo mantener la dignidad y la libertad de espíritu hasta el final.
Eusko Apaiz Talde
Manuel González obispo de Palencia. Y como él garna parte de la sociedad española besaba el culo del asesino mientras torturaban a los vascos.
Publicado por: CAUSTICO | 10/28/2016 en 09:10 a.m.