CÁRCELES DEL FRANQUISMO. LA DIÁSPORA (XIV)
Con su sacrificio firmaron un gran capítulo de nuestra historia
La historia de la represión carcelaria en los años negros de la derrota no se agota con la enumeración exhaustiva de las prisiones que se multiplican a lo largo de la piel de toro peninsular. Hemos tenido que hacer una imprescindible selección de testimonios y prisiones pero bien puede decirse que en estos años oscuros, España entera se convierte en una gran prisión.
Recogemos hoy, para cerrar este serial en el que nos hemos ocupado a lo largo de bastantes semanas, dos testimonios separados por muchos centenares de kilómetros; el de Víctor Uriarte desde el barco prisión "Upo Mendi", en la bahía de Vigo y el de José Ramón Olazabal desde Puerto de Santa María.
Téngase en cuenta, sin embargo, que a lo largo y ancho de la geografía peninsular se multiplican no sólo las prisiones sino también los campos de trabajo y de concentración, trabajos forzados en los que serán empleados centenares y miles de vascos. No faltan tampoco los testimonios que nos hablan de esta diáspora tremenda en la que la dispersión y lejanía agudiza las penas y cuidados de la separación. Todavía está por escribir la historia general de esta tremenda represión padecida por nuestros compatriotas en los duros años de finales de los años treinta y primeros de los cuarenta.
Las cifras o los datos no son capaces de explicar en su frío patetismo la tragedia vivida por Euskadi en sus mejores hijos, con la sangría, primero de muertos y luego de la represión masiva padecida. A los números y cifras preferimos oponer el testimonio vivo de Ramón de Galarza que explica cómo salían a la libertad tras el largo camino por el túnel de la represión.
«Han pasado muchos años, muchísimos. En realidad fueron cuatro años y 8 meses los que viví en el presidio de Burgos. Pero todo fue tan lento, tan lento, tan terrible sobre todo. El uno de enero de 1939, a los seis meses de nuestra llegada, quedábamos unos 300 condenados a muerte. En ese día fui indultado entre un total de 175. Quedaron todavía en la fresquera 125 condenados a la pena capital, a la espera de lo que pudiera ocurrir..
Todo el que tuvo pena de muerte no salió antes del año 1943. Salimos a la calle pero ¡en qué condiciones físicas y psíquicas!. Recuerdo a Iturregi, capitán de un batallón de ANV. Un hombrachón de más de uno ochenta y noventa kilos. Me recordaba cuando se reía al actor Víctor Me Laglen. Un mal día tuvo una hemotisis. No nos lo explicábamos porque era como una roca. Se puso peor. Le trasladaron al presidio de Cuellar. Un día de enero del 43 le pusieron en libertad. Salió a la calle y entró en una pensión a la espera del tren para ir a su Algorta querida. No resistió. Aquel mismo día murió en la pensión. Y Mayayo, y Andini y Zarasketa… y tantos otros que salieron totalmente destrozados para morir.
Son retazos de un capítulo de la tremenda tragedia que le tocó vivir a nuestro pueblo vasco por asegurar la pervivencia nacional en los años aciagos de la postguerra. Hay que hacer constar que la generación de 1936 cumplió con su deber hasta la muerte en defensa de nuestra Patria.»
Con estas últimas palabras de Ramón de Galarza creemos que ponemos el mejor epitafio a este serial de las cárceles del franquismo que hemos querido ofrecer a los lectores como el mejor homenaje de recuerdo a quienes supieron cumplir en su día para escribir una de las más heroicas y hermosas paginas de nuestra historia.
- S. Erauskin
En los "Diálogos de Guerra", recogidos y transcritos por Blasco Olaetxea, se recogen algunos testimonios de las experiencias de los vascos en las cárceles franquistas. Entre ellas seleccionamos el testimonio de Víctor Uriarte que compartió con muchos compañeros la estancia en una peculiar prisión; el barco Upo—Mendi, amarrado al principio en los muelles de Olabeaga y trasladado posteriormente a la bahía de Vigo.
Estos son sus recuerdos.
"UPO MENDI", BARCO—PRISIÓN
¿Cómo se desarrolló el traslado?
V.U.- Nos trasladaron en unos vagones de mercancías tipos Kf y Jf, cuyas dos puertas iban cerradas y no teníamos más ventilación que la que proporcionaban cuatro ventanillas de unos 500 mm.
Nuestras familias se enteraron de que había trasladados pero desconocían a quiénes afectaban. De tal forma que todos los días se presentaban en la estación en nuestra busca para entregarnos algún paquete con comida. Si su familiar no estaba en la expedición entregaba el mismo a algún preso conocido, y al día siguiente volvían a repetir la visita ferroviaria. De este modo quedó asegurada la alimentación para el viaje, pues la prisión no dio ningún alimento aun sabiendo que el viaje tenía una duración de aproximadamente 40 horas. Tampoco nos dieron agua.
El viaje
Fuimos custodiados por la Guardia Civil hasta Orense, en distintos relevos. El primero hasta Miranda de Ebro se comportó bien, al menos en mi expedición. Coincidió que uno de los guardias tenía a su padre condenado a muerte en Larrínaga. El segundo fue peor y los otros dos a cual más duro. Hubo un sargento que llegó a encerrarse con nosotros en el vagón y pretendió que fuésemos en silencio, cosa que no pudo conseguir del todo. Como no había posibilidad de hacer las necesidades corporales fuera del vagón nos vengamos haciendo las mayores en un rincón y tuvo como castigo el aguantar ese ambiente hasta su relevo.
En los vagones viajaban reclusos sin ninguna reserva alimenticia, pero a nadie le faltó algo de comer en todo el viaje.
Tren de viajeros
Con la llegada a Orense cambió nuestra suerte. Los Guardias de Asalto relevaron a la Guardia Civil. El sargento de la fuerza que nos iba a custodiar hasta Redondela, una vez que se hizo cargo de nosotros con la firma de conformidad, se dirigió al Jefe de Estación y le pidió que cambiase los tres vagones de mercancías por uno de viajeros. Consiguió su propósito y pasamos todos a un coche de tercera permitiéndonos, además, adquirir en la cantina agua y vino, que buena falta nos hacía.
Llegamos a Redondela casi de noche y coincidimos con la marea baja, lo que nos obligó a esperar a que subiese para poder ser trasladados a la nueva prisión.
EN MEDIO DE LA BAHÍA DE REDONDELA Y VIGO
Reencuentro
En esta segunda etapa en el UPO MENDI no cambió nuestra vida de la que hacíamos en el mismo barco en Bilbao. Agradecimos encontrar el sobrepiso de madera en las bodegas 3 y 4, así como que no se hubieran dado cuenta de la existencia de carbón en la caldereta de la cocina.
Al estar anclado en medio de la bahía de Vigo y alejados de tierra en más de un kilómetro, el barco-prisión no disponía de guardia armada exterior. La que había en el barco estaba formada por el Director de la prisión, Manuel Rodríguez, el administrador, Bernardino Fernández y los guardianes, «el bolas», «el manco» y «santiaguito». Estaban armados con pistolas pero de hecho no las necesitaban, ya que las posibilidades de éxito en una fuga eran escasas. Portugal estaba relativamente cerca pero llegar a ese País escapado, suponía la inmediata devolución a la España de Franco.
Destinos
Todos los trabajos inherentes a una prisión los ejecutábamos los presos. Los destinos que recuerdo fueron: Anselmo de la Quintana, de Portugalete; José Luis Trigueros, de Baracaldo; y del mismo pueblo Pedro Pérez Sacristán; Juan Errandonea, de Basauri; Mariano Arrate, de San Sebastián; Alberto San Cristóbal, de Bilbao, los falangistas José Luis del Valle y Chomin Acedo, ambos de Bilbao, y el segundo ex-jugador del Athletic, los cuales tenían pocas o ninguna simpatía de los demás reclusos. De maestro actuó el donostiarra Carmelo Torres, que hizo una meritoria labor, sobre todo con los analfabetos de León. En el economato estaban Emmeterio Arnáez, Félix Achirica y Juan Loizaga, los tres de Bilbao, e hicieron verdaderas diabluras con las existencias, cuando las había, dando a los necesitados alimentos y tabaco, que generalmente eran de los llamados mata-quintos.
El orfeón
También se organizó un Coro, o pequeño Orfeón, con los componentes del que habíamos formado en la isla San Simón, trasladados al barco y algún elemento nuevo.
Entre los componentes recuerdo a: Román Santorcuato, de Algorta; Víctor Martínez Apecechea y Natalio Ibarrondo, de Sestao; Koldo Ituarte, de Ondárroa; Koldo Arocena, de Irún; Ángel Arregui, de Eibar; Claudio Ortúzar, de Lemona; José Vicente Garaizar, de Urdúliz; Arceluz, de Bilbao; José Luis Romero y Eguzquiza, de Algorta. Yo también formaba parte del mismo. Como único instrumento musical disponíamos de un diapasón.
Seguíamos sin enfermería y menos mal que nos acompañó en esta etapa el Dr. Jesús Lartitegui, de Bilbao, que sin medios y con pocas medicinas, adquiridas por nosotros, fue salvando la delicada situación de muchos presos.
La comida
C.B.- Supongo que uno de los problemas principales que se debe tener en esas condiciones, es la alimentación. ¿Cómo se organizaron Vds.?
V.U.- Cuando se organizó el economato comenzó a mejorar nuestra alimentación, ya que el rancho que nos suministraban de San Simón seguía siendo tan malo como cuando estuvimos en él. El pan, de muy mala calidad, peor que el de Bilbao. La mayor dificultad era la escasez de agua potable, que estaba racionada. Para lavarnos corrientemente consumíamos la que entraba en un bote de leche condensada.
En los momentos que no había prohibición, conseguíamos alimentos de la calle, suministrados por los jóvenes de Redondela, que seguían cuidando del lavado de nuestra ropa. Y de tanto en tanto nos llegaban paquetes que, por correo, nos enviaban nuestras familias, conteniendo casi siempre tabaco, leche condensada, chorizo, etc.
Otro problema se presentó cuando para pedir comida del exterior, exigieron una autorización del médico-forense. Este tuvo la delicadeza de visitarnos una vez al mes durante los tres primeros. Los pocos que la conseguimos tuvimos que preocuparnos en repartir entre quienes no disponían de ella. Yo la obtuve alegando tener «la solitaria», lo cual permitió hacer pedidos en cantidad, parte de ellos destinados a los compatriotas enfermos y necesitados.
Jueves Santo
De la cocina se hizo cargo Alberto Celaya, de Bermeo, y gracias al carbón olvidado en la caldereta, guisaba los alimentos que recibíamos crudos, cobrando como honorarios 20 céntimos por un cocido.
Nunca se me olvidará el «menú» que tuvimos el día de Jueves Santo de aquel año 1939. Había temporal que repercutía en la tranquila bahía, con lo cual el llamado desayuno, agua azulada con leche, llegó a la una y media del mediodía. La comida, consistente en un cazo de hojas de nabos cocidas con sal y, quizás, aceite, a las seis de la tarde. A las diez de la noche y sin recibir la cena nos mandaron acostar, para levantarnos a las dos de la mañana, hacernos formar y recoger la ración que consistía en tres sardinas saladas, pero hasta tal punto, que nos fue imposible comérnoslas, aunque muchos no tenían otra cosa para llevarse a la boca.
G.B.— ¿Guarda Vd. algún recuerdo especial para alguna persona, bien de sus compañeros, bien del exterior?
- U. — Como recuerdos inolvidables hay que reflejar los dos para mí más importantes. Primero, la actuación providencial del salesiano Cirilo de Sagastagoitia, baracaldés que estaba de profesor un colegio de Vigo. Y segundo, la ayuda recibida de los vecinos del pueblo de Redondela, que no es posible olvidar y que nunca seremos capaces de pagar o corresponder.
La presencia del Padre Cirilo, como digo, fue providencial. Creo no exagerar al decir que sería difícil encontrar otra persona religiosa que hubiera igualado su positiva labor con nosotros. Era todo simpatía y siempre estaba dispuesto a hacer un favor a quien se lo pidiese, y fueron centenares los que hizo. Se preocupó de traer medicinas a quien lo necesitaba, gratis si no tenía recursos, prensa portuguesa que algo decía de la marcha de la guerra, bulos que corrían, comida debajo de la sotana cuando había prohibición, de llevar cartas destinadas a la familia o los amigos cuando era importante comunicar algo. Todos, le recordamos como algo nuestro y le creemos me merecedor de un recuerdo imperecedero.
Solidaridad
Otro recuerdo entrañable es para los habitantes de Redondela. En una prisión tan alejada de nuestras familias, sin conocer a nadie, nos encontramos con unos presos gallegos que nos recibieron más que como amigos, como hermanos. Los primeros días siempre son los más duros y difíciles, pero allí, estos hombres se volcaron con nosotros desde la mañana siguiente a nuestra llegada. Todos los calificativos son poco para ensalzarlos. Hicieron que en una semana como máximo, tuviésemos gentes voluntarias para lavarnos la ropa, y en muchísimas ocasiones enviarnos comida como obsequio. Ahora al cabo de los años, 45, sigo creyendo que aquel comportamiento habrá podido ser igualado, pero no mejorado por ninguna población en España. Merecen un recuerdo que no hemos sido capaces de pagar.
C.B.— Conocen Vds. el final de la guerra en esta prisión. ¿Qué sensación causó la noticia?
- U. — Así es. En esta prisión conocimos haber terminado la guerra. Sufrimos al conocerla pues aunque esperada, al consumarse eliminó las pocas esperanzas que teníamos. Los más jóvenes, con menos responsabilidades familiares, tuvimos que reaccionar para contrarrestar el natural abatimiento de los casados. En esto trabajamos todos bien compenetrados, pues en un caso tan gravísimo como ése, de nada servían las ideas políticas. Prevaleció el compañerismo que desgraciadamente ha sido olvidado en esta época.
Nos obligaron a subir a cubierta a cantar el «Cara al sol» y los del coro tuvimos que «amenizar» la fiesta.
La salida
Siguiendo con el Coro es digno de contar cómo un domingo salimos s cantar misa, juntamente con el Coro de la Isla, al pueblo de Canido, al que nos llevaron en una motora. Al desembarcar en el muelle del pueblo, nos sorprendió ser recibidos por el vecindario y una banda de música, además del disparo de cohetes. Casi en procesión fuimos hasta la iglesia, y después de cantar la misa nos dejaron libres hasta las cuatro o las cinco de la tarde. Comimos con nuestras jóvenes lavanderas, que llevaron numerosas viandas, además de con otros paisanos residentes en Vigo. No faltó, como es natural, el Padre Cirilo que vino acompañado de los padres de Luis Arredondo.
Al regresar a la motora, para reintegrarnos al barco y a la isla, cayó una espesa niebla sobre la bahía, lo que nos impidió poder llegar, a pesar de los esfuerzos de los marinos. Tuvimos que volver a desembarcar en Vigo, cenar en el muelle y esperar a que despejase, cosa que no sucedió hasta las cinco de la madrugada. Sin embargo a eso de las doce de la noche, el sargento que mandaba la escolta, tuvo un acto de nobleza con nosotros permitiéndonos andar por la ciudad, lo que aprovechamos para visitar algunos cafés y la Lonja de pescadores. Las gentes nos preguntaban quiénes éramos y al enterarse de nuestra situación observamos que se nos recibía bien. A la hora prevista, las seis de la mañana, volvimos a embarcarnos en la motora sin faltar un solo preso, debiendo advertir que ello fue más meritorio por pertenecer al Coro vecinos de Vigo y pueblos cercanos, que al tener permiso fueron a sus casas a pasar unas horas con sus familias.
La llegada al barco fue espectacular. Todos los presos en cubierta esperando divisar la motora. La expectación estaba justificada ya que el UPO MENDI estaba incomunicado con tierra, al no disponer ni de teléfono, ni de embarcación alguna. El único contacto con el exterior eran las tres ocasiones en que la motora traía la comida, por lo que supusieron, la mayoría, que nos habíamos fugado o que nos había sucedido algo grave.
Demasiado lejos
La estancia de estos once meses fue cada vez más triste. El alejamiento de nuestra tierra, de nuestros familiares y amigos, la falta de visitas y de buenas noticias, nos producía una monotonía desesperante. Nos pasábamos todo el día viendo las mismas caras, y agua, agua, agua...
Medicinas
Sin embargo, muy de vez en cuando, solía suceder algo que nos levantaba momentáneamente la moral. Recuerdo la ocasión en que recibimos secretamente unas cajas de inyecciones de calcio Sandoz, fabricadas en Suiza, y que al parecer no existían en España. Eran necesarias de verdad, ya que unos más y otros menos, pero sobre todo los mayores se debilitaban lentamente, y había habido varios muertos. De acuerdo con el médico Lartitegui, se inyectaron a varios que las necesitaban y el efecto fue extraordinario, saltaba a la vista. Esa medicina la envió desde Francia el Partido Nacionalista Vasco, con unas emakumes y el Padre Cirilo se encargó de entregárnoslas. Supongo que además de a nuestra prisión las llevaría a otras.
C.B.— Los días en una prisión tienen que ser interminables, máxime si ésta es de reducidas dimensiones. ¿Cómo se organizaban Vds. para poder superar esta situación?
V.U. — El mucho tiempo libre, para algunos hasta catorce horas al día, se pasaba de diferentes maneras. Por la mañana aseo, lo poco que nos podíamos lavar dada la escasez de agua dulce, debiendo emplear la salada en la mayoría de las ocasiones. A media mañana limpieza y eliminación de pulgas, subiendo a cubierta la manta. Esta operación la volvíamos a repetir por la tarde antes de oscurecer. Se puede calcular que cada preso eliminaba diariamente en las dos «descubiertas» más de 100 pulgas, éramos 600, pero no se notaba ninguna mejoría. Lectura poca. Algunos estudiaban asignaturas de las carreras que tenían sin terminar, como Julián Orbea, de Baracaldo; José Luis Ortega, de Bilbao; Juan Domínguez, de Algorta. Otros estudiaban inglés o francés, siendo buenos profesores de lo primero Quintana y Ortúzar. Más reducido era el grupo de estudiantes de euskera, por falta de gramáticas, que estaban prohibidas y eran fuertemente castigados los poseedores de alguna. Otros grupos numerosos se dedicaban a los juegos de cartas, damas, ajedrez, dominó. En este último, recuerdo como campeón a Nicolás Edroso, de Sestao, que era Diputado Provincial de Vizcaya. Todos los útiles para jugar eran de artesanía hechos por los presos, salvo las barajas. En tallar madera había varios artistas, destacando José Mari Eguileor, de Mundaca y en dibujo merecían sobresaliente Zulaica, de San Sebastián, y Salvi Suárez Ibarra, de Portugalete.
Se consiguió pescar usando medios rudimentarios, y alguno llegó a confeccionar pequeñas redes con los hilos del embalaje de una máquina. La mayor dificultad era que teniendo el barco a cada costado una tripa de unos 2 metros de anchura y en casi toda su longitud, el aparejo no libraba la misma, por lo que hubo que ingeniárselas. Los retretes eran unos tenderetes de madera que sobresalían de la tripa, y con unos agujeros circulares que en número de 4 ó 5 hacían posible que los pocos residuos que dejaba la comida en nuestros cuerpos, fuesen directamente al mar. Sin embargo la numerosa clientela hacía difícil encontrar alguno libre, sobre todo por la mañana. En cuanto quedaba alguno vacío, allí se presentaba un pescador, y a continuación otro hasta ocuparlos todos, fuese a la hora que fuese. La pesca obtenida, casi siempre fanecas, era o comida por los pescadores o cambiada por otros géneros si éste los necesitaba.
Los presos procurábamos formar pequeños grupos que llamábamos «repúblicas», compuestos de 2 a 6 personas. Allí no había distinciones. Se repartía equitativamente todo lo que teníamos. Lo más corriente es que unos recibiesen dinero en la cantidad máxima permitida, 150 pesetas por mes, otros sólo pudiesen aportar 50 pesetas y muchos casos nada. La camaradería demostró que cuando es necesario los egoísmos sobran.
El irunés Olazabal, antiguo comisario de la II Brigada Mixta del ejército de Euzkadi no es la primera vez que escribe para estos archivos del domingo de EGIN. Especialista, como protagonista que fue, de los episodios cruciales de la guerra del 36, en sus Memorias tiene también un espacio para las horas de cárcel y represión. Tras largos meses de prisión en El Dueso de Santoña, fue trasladado a Puerto de Santa María con un numeroso grupo de compatriotas que allí permanecerían hasta extinguir sus condenas.
RESISTENTES EN PUERTO DE SANTA MARIA
Embarcaos en vagones de ferrocarril destinados para el transporte de ganado. En aquel entonces eran los de mayor tamaño, de diez toneladas de carga. Embarcamos unos cuarenta detenidos por vagón, debidamente precintados y además con unos rótulos en que se leía “Prisioneros del Ebro”.
La expedición
Así atravesamos del Norte al Sur, en un viaje en que se emplearon unos 86 horas en hacer el recorrido desde Santoña, vía Santander hasta Puerto de Santa María. Por supuesto, no salimos para nada de los vagones hasta llegar a Sevilla. Aquí hubo un transbordo a vagones de tren de viajeros de tercera clase, todos ellos llevaban asientos de madera. En este último tramo se emplearon unas tres horas, hasta la estación de Puerto de Santa María. De la estación al penal, que estaba a unos trescientos metros, fuimos andando.
Éramos un total de unos quinientos detenidos, y, como dato, fue la última expedición que salió del Penal del Dueso. Anteriormente habían salido varias. Esto ocurrió entre los días 15 de Agosto (festividad de la Virgen de Begoña) y el 18 de Agosto de 1938, o sea, que llevábamos 23 meses de encierro y, cuando menos lo esperábamos, nos hicieron ese largo traslado.
El edificio
En el conjunto de los edificios del penal había seis patios comunicados entre sí:
1.— El patio de talleres, de forma rectangular, de unos 500 m2.
2.— El patio central, de unos 1.600 m2. El de mayor tamaño y el enclave principal que comunicaba las entradas principales, del rastrillo, de las oficinas y servicios. Era este patio el lugar de encuentro, como si de una plaza grande de pueblo se tratase. Allí se hablaba, se conspiraba y se celebraban las reuniones de dirigentes de partidos políticos, y hasta se editaba un periódico, por supuesto clandestino.
Tal vez fuera mayor la superficie del patio central. Todo era poco para dar cabida a una población reclusa que en aquel entonces era del orden de unos 6.780 detenidos.
3.— El patio llamado de enfermería, de unos 200 m2.
4.— El patio llamado del período, de unos 240 m2.
5.— El patio donde nosotros estábamos, de unos 450 m2.
6.— El patio del Penal Viejo, junto al edificio del Manicomio (en este edificio había unos 140 detenidos considerados como masones, que, por cierto, gozaban de algunos
Gente importante
Había allí personalidades relevantes, capitanes de barco, prácticos de puertos, médicos muy destacados —entre ellos uno de grato recuerdo, Julián Guimón, que salvó muchas vidas en las innumerables operaciones quirúrgicas, sin apenas medios—. Por supuesto, no había ni quirófano en la sala de enfermería, y la mesa de operaciones era una camilla.
El total de médicos recluidos sería de unos veinte más o menos. Había arquitectos, ingenieros, profesores mercantiles y de otras disciplinas, y muchos políticos como Ramón Rubial, Nicolás Redondo (padre del dirigente de la UGT), burukides del Bizkai, del Gipuzko, del Araba Buru Batzar como Yosu de Solaun, Edorta Alberdi y Evaristo Mz. de Agirre.
Nombres y hombres
En la tercera galería del Penal Viejo, las amplias celdas cuadriculares estaban ocupadas por personas un tanto distinguidas. Recuerdo en la primera ocupada por el arquitecto irunés Juan José de Olazabal y Jauregibeitia. En otra celda se hallaban varios médicos, entre ellos don Julián Guimón. En otra varios de Algorta, el farmacéutico Juan José de Sarria, Luis Gorostiaga y Juan Sarria. Este era arquitecto. En otra don Juan Aranaga, que era de Durango, pero le llamaban «El murciano» porque tenía una gran finca en Abarán (Murcia) y recibía muy frecuentemente unas cestas de frutas de su finca, de quitar el hipo; por último, en otra celda los burukides Solaun, Alberdi y Mz. de Agirre.
Cuando llegamos a esta celda se hallaban en ella nuestros compatriotas Juanito Aranguren y Benito Ormazabal.
Día de la Victoria
Sobre las doce horas del día 1 de Abril nos ordenaron formar a los componentes de las Brigadas, más o menos unos cuatrocientos hombres, y de cuatro en fondo estábamos debajo de las arcadas del llamado Penal Viejo, que tenían un gran parecido a la Plaza Nueva de Bilbo.
También en los patios reseñados concentraron a la misma hora al resto de la población reclusa.
Referido a nuestro grupo, el guardián de turno, con una voz engolada y exultando satisfacción, leyó lo que sigue:
«Parte oficial de guerra, correspondiente al 1 de Abril de 1939, tercer año triunfal.— En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.— Burgos, 1 de Abril de 1939.— Año de la Victoria.,— El Generalísimo.— Firmado: Franco».
Aun esperando hacía tiempo noticias de parecido corte, no por eso dejó de causarnos una gran impresión, y el silencio sepulcral que siguió a la lectura del último parte fue total y absoluto.
Un funeral conflictivo
Pasado un cierto tiempo ocurrió el fallecimiento del padre jesuita Pérez del Pulgar, motivo por el que la dirección del Penal organizó un funeral en el Patio Central y con todos los internos presentes. Era este jesuita el inventor de la Ley de Redención de Penas por el trabajo, y si bien podría ser válido para los condenados por delitos comunes, no era éste nuestro caso, ya que a fin de cuentas nosotros éramos en realidad prisioneros de guerra y no queríamos ser tratados como vulgares delincuentes.
Al final de la misa se iba a rezar un rosario, dirigido por el capellán de la prisión, el también jesuita Padre Lucas, y que junto con otro jesuita, el padre Medina, habían concelebrado la misa. Durante el rosario no contestamos nadie. El silencio fue absoluto. Al director de la prisión que presidía el acto, le bailaba la gorra de plato con grandes galones sobre su cabeza. Lo cierto es que no hubo nada preconcebido, pero por las razones antes apuntadas, nosotros los gudaris, no transigíamos que nos tratasen como penados, ya que, repito, nos considerábamos prisioneros de guerra.
La que se armó, mejor dicho, la que armaron en la Dirección fue de verdadero escándalo. Avisaron a las autoridades de Cádiz que en la prisión se había organizado un motín, y enviaron tropas del Ejército y Guardia Civil desde Cádiz y rodearon el penal. Aquello fue la monda...
La otra solidaridad
Decían en la dirección que si bien la mitad de la población reclusa no sabía o no quería rezar, ya que eran «rojos», no ocurría así con los vascos (estábamos unos tres mil más o menos), que sí que sabían, máxime teniendo en cuenta que unos días antes, con ocasión de un rosario que se celebró en el patio de la enfermería por la muerte de un compañero que había fallecido en la sala de enfermería, aquello fue un espectáculo.
El fallecido era nuestro compatriota Juan José de Larreategi, que había sido teniente de la Academia de Artillería. Se celebró el entierro partiendo el féretro con los restos mortuorios desde la enfermería. A la salida de la prisión, para ser trasladado al cementerio de Puerto de Santa María, se hicieron cargo del traslado un grupo de gudaris que se hallaban con destino en los Astilleros de la Carraca de Cádiz, dentro de una unidad de un Batallón de Trabajadores, y a los que les habíamos pasado un aviso para que efectuasen el traslado, en lugar de los habituales que eran de la población civil de Puerto.
Represalias
No se hicieron esperar las represalias. De inmediato fuimos incomunicados, prohibición de recibir paquetes de comida y correspondencia, así como el cierre del Economato durante quince días.
La culpabilidad recayó en Sabin de Apraiz, ya que alegaban que era el cabeza del que la dirección dio en llamar motín, que, repito, no lo era. Todo vino sobre la marcha, y además de Sabin también fueron castigados con el traslado a la prisión de Las Palmas (Canarias), Edorta de Alberdi y el secretario de Euzko Gudaroztea Iñaki de Agirre.
Traslados
Del penal salieron hasta Cádiz, y allí en el puerto embarcaron en un buque de línea hasta Las Palmas, en cuya prisión estuvieron hasta 1941, o sea, un año más que todos nosotros.
Un día de febrero de 1940, a 32 detenidos nos destinaron a la llamada en aquel entonces Prisión Nueva de Valladolid, previo el paso por la Prisión de Porlier de Madrid. Fui incluido en dicha expedición.
El motivo del traslado fue que nos habían hecho la revisión de las sentencias y nos habían reducido la condena a seis años y un día, por lo que ya podíamos abandonar los penales que estaban destinados a los condenados a más de veinte años de reclusión.
Ese mismo año de 1940, exactamente el 8 de agosto, salimos en libertad condicional y con destino a Bilbo, y dentro de la jurisdicción de la cárcel de Larrinaga, a la que debíamos presentarnos cada quince días hasta la total de la nueva condena de seis años y un día, cosa que cumplimos, quedando en libertad total el 4 de Julio de 1944.
OLAZABAL
"Memorias”
La guardia civil tiene detrás una larga y negra historia.
Tuvo que ser terrible ir metidos en vagones como ganado vigilados por los franquistas con tricornio, amos y señores de vidas humanas.
Que yo sepa, jamás se han disculpado por la violencia ejercida contra los vascos durante tantos años.
Menos hipocresía y más ética.
Publicado por: CAUSTICO | 10/30/2016 en 12:55 p.m.