CÁRCELES DEL FRANQUISMO (III). LARRINAGA
21 de diciembre de 1937
El 23 de noviembre, estando en El Dueso, corren rumores de que ha llegado una lista de 92 nombres «con muchos sellos». Este detalle de los sellos es lo que más intriga a todos.
Al mediodía aparecen los guardianes interrumpiendo el reparto de la comida, y recorren varias celdas advirtiendo a 21 condenados a muerte «que cojan todo lo que tengan y que salgan en seguida». Frase sacramental que siempre han dirigido a los que van a fusilar. Por casualidad me encontraba en el retrete y, mientras esperaba que vinieran a abrir la puerta de mi celda, me encuentro a Gorrogoñogoitia.
—Oye, Gorroño, ¿a tí también te han llamado? —le pregunto.
—Sí. Siempre me toca lo peor.
—Bueno, ¿y para qué os sacan?
—Al paredón, joder, al paredón —contesta con su voz inconfundible.
—¡Ca, hombre! Siempre tan pesimista; ¡cualquiera sabe para qué! Buen viaje.
Y nos separamos. Durante toda la tarde no se habla más que del viaje a Bilbao de los 21.
Tengo el presentimiento de que también a mí me tocará pasar por esta aventurilla que nos lanza a lo desconocido.
En efecto, al día siguiente, salimos otros veintiuno en autobús, después de comer camino de Bilbao.
Hace un día espléndido. El autobús camina lentamente. Es una chocolatera.
Los ocupamos vamos esposados, de dos en dos, y el brazo izquierdo se me duerme por falta de circulación de la sangre.
¡Nunca hubiera pensado ir maniatado como un criminal! ¡Es insultante!
En el camino vamos viendo paisajes familiares que hace tres meses que no hemos visto, Laredo, el Portarrón, Castro, Mioño.
En este punto, veo con emoción nuestras propias trincheras donde estuvimos todo el mes de julio. Recuerdo las hermosas fiestas religiosas y profanas que celebró el Batallón Simón Bolívar, el día 31 de julio, festividad de San Ignacio de Loiola, en el pueblo santanderino de Mioño. Misa de comunión, misa cantada, partido de pelota, ezpatadantza, carreras de sacos, de burros, etc. Parecía un pueblo vasco.
Y ahora, después de tres meses, ¡qué cambio tan radical! Estoy viendo que una Brigada de prisioneros vascos está recogiendo las alambradas que nosotros mismos pusimos. ¡Qué bien se ha conservado el alambre; me dice uno de mis compañeros que esta Brigada recoge seis mil pesetas de alambre al día.
Mi compañero de la izquierda es Cirilo Mondragón con quien voy atado con una fina cadena de aros de alambre acerado. Detrás viene Ramón Laniella y Luis Ormazabal, comandante de ANV y capitán del Batallón Bolibar, respectivamente. A mi derecha y un poco más atrás veo a José Antonio Zabaleta, comandante del Batallón Aralar y a Víctor Pardo, comisario de Compañía del Batallón Simón Bolibar, con quienes cambio algunas palabras de cuando en cuando. Excepto éstos, casi no conozco a ninguno más.
Pronto, habiendo dejado atrás a Ontón, entramos en Vizcaya. Las minas, los cargaderos, el Serantes, la Ría, Baracaldo, el antiguo puente de hierro de Burceña tumbado como un monstruo herido y, a su lado, el puente provisional, todo pasa como un ensueño.
Sabemos que al final del trayecto nos espera un destino desconocido y nos dejamos arrastrar por los acontecimientos. Atravesamos Bilbao. Ya anochece. Poca gente. El autobús inicia la cuesta que conduce del Mercado a Larrinaga. En esta cárcel no nos admiten y nos mandan al Carmelo que está un poco más arriba. Bajamos del coche; nos introducen formados de a dos y nos cuentan varias veces. No falta ninguno. Estando en un pasillo nos desatan y se van los guardias. Quedamos solos. Se oyen numerosas conversaciones al otro lado de unas ventanas que limitan el pasillo por uno de sus lados. Abrimos una y vemos muchos, muchísimos prisioneros y son gudaris, algunos conocidos. Todo son preguntas precipitadas.
Nos interrumpen. Según nos dice un auxiliar que lleva un galón de cinta bicolor en la manga, vamos al fin a Larrinaga.
Larrinaga
Y así sucede. Llegan de nuevo los guardias. Nos esposan. Nos meten en el mismo autobús y, con ellos de guardia pie, nos llevan a Larrinaga. El cabo dice que “debiera patearle las tripas al oficial de Larrinaga que se negó a admitirnos estando la orden tan clara” y que “otro día los recibirían por cojones; que de él “no se ríe nadie, que ya podían estar de vuelta…” En fin, está de muy mal humor.
En Larrinaga hacen guardia hombres de edad con boina roja.
En un cuarto nos vuelven a quitar las manillas y casi riñen los guardias discutiendo la propiedad de algunas de ellas.
José Estomas Lasa
El traslado
Aldazabal nos trae la noticia: 500 hombres van en barco mañana a Bilbao. Hay que prepararse... para todo. Yo lo hago con bastante recelo y nerviosismo.
Nos sacan a todos al patio. Por orden alfabético entramos en las celdas. Somos siete. Seis «Garcías» y yo. Estoy hecho una piltrafa, me ceden el camastro.
Son santanderinos, y por lo que hablan, de los alrededores de Santoña y Laredo. Se increpan entre ellos. Es mucho el miedo que tienen metido en el cuerpo.
Un cazo de bazofia para cenar. Duermo.
28, domingo
Por la ventana de la celda oigo misa. ¿Será la última? Los amigos desde el patio se despiden de mí.
Nos sacan a las 10 de la mañana. Montamos en un autobús. No nos amarran. ¿Para qué? Antes de correr diez metros caeríamos al suelo. ¡Con qué alegría abandono el penal! ¡Qué horrible ha sido esto!
En Santoña embarcamos. Yo lo hago a duras penas. Hay mucha gente a despedirnos, Muchos lloran. ¡Qué pareceremos! Estoy medio sonámbulo.
Somos unos 500 según han dicho. Nos “meten” en la bodega. Estamos como botellas de vino apiñados.
Me tumbo en el suelo, en un rincón, sobre esta manta vieja bien provista de bichitos. Veo el cielo allá arriba. ¿Llegaré a Bilbao? No nos han dado nada para comer.
Se me arrima Antontxu Landajuela.
-Ahora, en la Patria -me dice- es más fácil morir.
Le sonrío. Debo de tener una fiebre espantosa.
Viene Juanito Abaroa.
-¿Qué te pasa?
-No sé: frío, calor, hambre... es el fin.
-Tú, lo que tienes es hambre.
No sé de dónde lo ha sacado, pero, me da una onza de chocolate y un pedacito de pan.
¡Sí, sí, era hambre! Este calorcito me reanima un poco.
Tumbado como estoy sobre mi manta «viajera» veo la pasarela del Puente de Vizcaya. Ya estamos en casa.
Desembarcamos en El Arenal. La gente trata de reconocernos. No puedo ni andar. Entre dos compañeros, Azkarate y Andonegui, me sacan del barco y me suben a una camioneta.
¡El Arenal! Tarde de domingo. Boinas rojas, legionarios, falangistas, Guardia Civil, curas. Debo de estar en otra tierra. Los puentes volados me producen mucha tristeza.
-¡Ederra egin dogu! – (buena la hemos hecho), dice alguien a mi lado.
Ramón de Galarza
Diario de un gudari
José Estornés Lasa, fallecido hace aún poco tiempo, y otros huéspedes de El Dueso y Larrinaga, han recogido el estremecedor recuerdo de las noches de fusilamientos y garrote vil. No están los nombres de todos los que cayeron bajo el odio de la venganza fascista. Adjuntamos, sin embargo algunos nombres, que para muchas familias vascas significan algo más que un hueco en la historia.
LAS NOCHES LÚGUBRES DE LARRINAGA
Lunes, 13 de diciembre de 1937, 5.15 de la tarde
Desde el Centro y con voz potente empiezan a llamar: «Fulano de Tal, Galería de Tal, celda N° cual, que baje con todos los petales». Cuando bajan los encierran en seis celdas de la planta baja de la Galería Segunda previamente desalojadas, por la tarde. Esta maniobra dura hasta la cena. Han llamado 41. Es para fusilarlos, al día siguiente, en Derio.
Día 14
Vida normal en la cárcel. Comentarios y exclamaciones de sorpresa al conocer los nombres de algunos fusilados.
Estoy en la celda 24 de la galería segunda.
Hoy sigue la «saca». No los llaman. Los buscan, después de la cena, de celda en celda. Estoy mirando a través de la mirilla al pasillo por donde vienen los guardianes. Se dirigen a nuestra puerta y se agrupan. Me quedo quieto y me retiro a un lado para que no se den cuenta de mi presencia detrás de la puerta.
Oigo desdoblar un papel. Me late violentamente el corazón. Contengo el aliento.
-Es en la celda 26- dice uno- Respiramos todos los de la celda. Se acercan a la celda contigua. Rechinan la cerradura y el cerrojo. Murmullo de voces que no entiendo. Momentos después conducen al hombre elegido hacia la planta baja. Miro y veo como lo llevan y lo sujetan por los hombros para evitar que se fugue o se tire de cabeza al patio.
Durante dos horas el ruido de pasos y cerraduras es constante. Tres golpes dados con el asa de un caldero sobre el mismo, que es nuestra contraseña, devuelven la tranquilidad a casi todos los presos. No a los que esperan el amanecer trágico del fusilamiento. Noche larga y corta, sin sueño, o con sueño de pesadillas.
Las noches de fusilamientos se suceden toda la semana. Siguen las tormentas. En seis días han fusilado 114 y han agarrado 14.
Total, 128 muertos después de varios meses de sufrimientos inútiles.
Han caído Azkarraga (Lur Gorri), Amadoz, Zabaleta (José A.), Pardo, Arenillas, Larrañaga, Azkarate (Coronel), Irezábal (Coronel de Miñones), Lafuente (Coronel), y algún otro conocido, jefes y oficiales del Ejército Vasco, y los demás, en gran mayoría, eran santanderinos.
A los pocos días fue publicada la lista en los periódicos de Bilbao.
Según rumores, podemos respirar tranquilos hasta el día ocho de enero en que terminarán las vacaciones de Navidad de los funcionarios de las Auditorías de Guerra.
Ahora se ve la explicación de nuestro traslado a Bilbao: Larrínaga es el Matadero Central. Tenía razón Gorroñogoitia.
Con las cosas que recibimos de casa pasamos unas Navidades tristes y sin acontecimientos. Los días anteriores hemos tenido un ciclo de conferencias apologéticas a cargo de los PP. Acha, Grifo y Otegui (S.J.), terminando en Comunión General.
Hoy, día 28, han comenzado de nuevo los Consejos de Guerra.
Día 29. Me aseguran los familiares en la visita que hay un canje y que estoy incluido. Pero, ¡quién se fía a estas alturas!
Última batalla en Derio
Hay muchos rumores sobre los fusilamientos en Derio. Cuenta, y debe ser verdad, que llevaron al primer contingente de gudaris al cementerio y los hicieron entrar en la capilla antes de fusilarlos.
Una vez dentro, el Jefe de aquellos gudaris les dijo: —Esta es nuestra última batalla. Si no hacemos nada vamos a morir todos. Si hacemos algo se puede salvar alguno. Vais a hacer lo siguiente: Saldremos todos muy serios y tranquilos, y cuando yo os diga, nos echaremos encima de los soldados y procuraremos tirarlos al suelo, pasar por encima de ellos y vosotros, señalando a varios, correréis hacia el frente y saltaréis las tapias; vosotros hacia la derecha y vosotros hacia la izquierda. Es seguro de que alguno va a salvar la vida. Nada podemos perder y sí podemos ganar algo. Es la última orden en la última batalla.
Así lo hicieron. Cuentan los rumores que se salvaron tres. El Jefe murió luchando con los soldados. Los demás fueron fusilados.
Berri txarrak?
Los ocupantes de la celda 17 son Unzeta, Ajuriaguerra, Markiegui, Azkue, Solaun e Iradi.
Una noche, hacia las 7.30 se presenta uno de los guardianes, de Bilbao, con un joven y con una cara de malos augurios y, al verlos, Unzeta le pregunta: —Zer, berri txarrak? —Bay. —Neretzat? —Bay. —Gaur? —Bay. —Agur. —Agur.
Verdadera consternación. Todos se quedaron mudos y Unzeta empieza a escribir unas cartas de despedida. Así pasan las horas, las nueve, las diez, las diez y media y cada vez parece más cerca el momento fatal de la saca. Las once, las once y media. Unzeta sigue escribiendo, las doce. Así llega la madrugada, las ocho, y todos han pasado la noche sin dormir, con una excitación enorme y un ánimo deprimido.
Al abrirse la celda a primera hora, sale disparado Ajuriaguerra y se va a buscar al carcelero para ver qué ha pasado.
Cuando vuelve, lo explica todo: el carcelero no sabe euskera, lo está aprendiendo, y por no saberlo, ha contestado a todas las preguntas de Unzeta: —Bay, bay, bay...
La señorita que se pintó los labios
Dicen que es una sobrina de Torrijos y se encuentra en la Cárcel de Larrinaga, condenada a muerte. Que su delito consiste en ser sobrina del eminente elemento de izquierda que formó un Batallón que salió al frente y murió en acción de guerra, cerca del Kalamúa. Se le acusa de tener ideas avanzadas. Espera su hoja junto a otras mujeres, amontonadas en mala forma en las sucias celdas de esa vieja y vergonzosa prisión.
Al fin llega el día de su ejecución y van a buscarla a la celda. Ella ha guardado esperando este momento, su barra de colorete para los labios, y, antes de salir, se pinta cuidadosamente como si fuera a una fiesta. Tal vez quiso morir mostrando a sus verdugos el valor de la inocencia ante la muerte o el valor del ideal al que se entrega la vida. Tal vez quiso ocultar su palidez. Pero yo creo que, como muchos otros que he visto, quiso morir como habría vivido, con la misma cara y la misma expresión de siempre, sin dramatismo, sin fanfarronería, sin gritos, con la expresión serena del que sabe que muere por una causa eterna: por la libertad.
LOS PRIMEROS FUSILAMIENTOS
La primera lista de «agarrotados» es del «Correo Español" del 22 de diciembre del 37 y puntualiza que los ejecutados, lo han sido «a garrote vil» los días 26, 27, 28 de octubre, 13 y 15 de diciembre. La segunda lista, aparecida igualmente en la prensa explica que «han sido pasados por las armas» en los días 29 de octubre, 10 de noviembre, 14, 16, 17 y 18 de diciembre del 37 y la última lista está recogida de un «Informe» de Jesús María de Leizaola en París, febrero de 1938
Agarrotados
Aguirregoitia Barrenechea, Mateo.
Angliano Llamosa, Avelino.
Arteche Barquín, Antonio.
Barrando Aguirregoicoa, Manuel.
Bermúdez Moso, Enrique.
Beorlegui Lacunza, Valeriano.
Cuesta Nebreda, Francisco.
Fuente Honoria, Jorge de la.
Gallano Martínez, Ángel.
Garmendia Garmendia, Pedro.
Gutiérrez Lantarón, Eusebio.
Hermosa Ramírez, Julián.
Lecuona Ugarte, Agustín.
Lozano Pastor, Santiago.
Marquina Palacios, Rodrigo.
Maza Rozas, Joaquín.
Miranda San Vicente, Solero.
Mirones García, Ramón.
Petite Latorre, Manuel.
Quintana Ugarte, Feliciano.
Ramiro Blázquez, Heliodoro.
Ranero Cerra, Francisco.
Sanz Ibáñez, Juan.
Sesma Martínez, Gregorio.
Tudea Nogueras, Claudio.
Urraco Flores, Jesús.
Fusilados
Abascal Trueba, Pedro.
Abrain Martin, Francisco.
Agüero Viela, José.
Alonso Vázquez, Andrés.
Alberdi Ceberio, Félix.
Almeal Lasa, Bautista.
Alvarez Neira, Francisco.
Amadoz, Aguinaga, José María.
Aparicio Alarcón, Enrique
Arenillas Ojinaga, José Luis.
Arruabarrena Mayoz, José.
Arroyo Sanz, Faustino.
Artiaga Candina, Antonio.
Atucha Petralanda, Timoteo.
Azas San Pedro, Bonifacio.
Azkarate Gómez, Gumersindo (teniente)
Azkarraga Mozo, José Ma.
Azcuenaga Aboitiz, José.
Barrondo Garay, Pedro.
Belmonte Hernandez, Emiliano.
Bolaños López, Luis.
Bustamante Díaz, Leocadio.
Camarera Parcha, Antonio.
Castañedo Campos, Francisco.
Cebrián Blanco, Lázaro.
Cortes Solar, Guillermo.
Crespo Cano, Amadeo.
Cubilledo Manda, Vicente.
Chinches Ledesma, César.
Chinchurreta Corta, Sebastián.
De Diego Arteche, Antonio.
De la Hoz Gutiérrez, Eusebio.
Eguren Casas, Raimundo.
Eizaguirre Epelde, Antonio.
Esteban Delgado, Macario.
Estévez Córdoba, Mauricio Rogelio.
Fernández Alonso, Pedro.
Fernández Rubinos, Ricardo.
Fernández García, José.
Fernández Iñigo, Antonio.
Fernández Ruiz, Ruperto.
Fuentes Eguzquiza, Jesús.
Fuentes Torres, Ernesto (teniente coronel)
Fraga Lusares, Ramón.
Franco Perdigón, José.
Ganzo Medina, Francisco.
Garay Miranda, Juan José.
García Fernández, Gerardo.
Garzarán Sagasti, Pío.
Goicoechea Ortega, Bruno.
Goin Álava, Emilio.
Gómez Orio, José.
González González, Félix.
González Mijangos, Hipólito.
González Ruiz, Antonio.
Hernández Martín, Julián.
Herranz Bueno, Edilberto.
Herrero Antuejo, Manuel.
Hoz Ortiz, Francisco.
Huete Campos, Esteban.
Ibáñez Sánchez, Mariano.
Illera Lechuga, Marcelino.
Iñíguez Ruis, Alfredo.
Irezabal Goitia, Daniel (teniente coronel).
Iridin Garabieta, Cecilia.
Irusta Allende, Domingo.
Jerez Espinosa, Feliciano.
Larrañaga Arrese, Félix.
Lavin Lavin, Pedro.
Lavin Pérez, Antonio.
Leñero Santa Coloma, Francisco.
López Nistral, Natalio.
López Piñeiro, Tomás.
Madariaga González, Ángel.
Marcano Pastor, Progreso.
Mardones Villate, Dónato.
Martínez Santander, Adolfo.
Minguito Marina, Guillermo.
Naranjo Marin, Ana.
Olagarrieta Monasterio, Ricardo.
Ormaeche Eguiluz, Andrés.
Ortega García, Honorato.
Pardo San Emeterio, Víctor.
Pazos Colina, Gerardo.
Pérez Benetez, Francisco.
Pérez Lansorena, José Ma.
Prieto Abad, Antonio.
Ramón Gil, Pedro.
Rodríguez Tlías, Eduardo:
Ruiz Diez, Albino.
Ruiz Expósito, Ezequiel.
Ruiz Gutiérrez, Generoso.
Ruiz Fernández, Felipe.
Ruiz Sierra, Miguel.
Sáez Rocandio, Calixto.
Saiz Gutiérrez, Damián.
Santa María Pérez, Ceferino.
Sisniega del Rey, Manuel.
Sisniega Sisniega, Braulio.
Sarabia Palencia, Eufronio.
Solana Ballesteros, Vicente.
Terán del Río, Fernando.
Urgel del Cerro, Félix.
Uriarte Rentería, Francisco.
Valle Pérez, Gumersindo.
Vicente Álvarez, Sebastián.
Vicente Espinosa, Luis.
Villa Ateca, José.
Villa Ateca, Moisés.
Villa-Aja, Braulio Jesús.
Villa-Aja, Rueda, Emilio.
Villuelas Abuli, Alfonso.
Villo Sánchez, José.
Yermo Solaegui, Federico.
Zabaleta Peñagaricano, José Antonio.
Zalaco Tijera, José.
Otra lista de fusilados
Abaitua Ugalde, Tomás.
Aberasturi Lazcano, Fructuoso.
Acedera Maradia, Tomás.
Aberasturi Lazcano, Fructuoso.
Acedera Maradia, Tomás.
Aguirre López, José.
Agüero Ruiz, Arsenio.
Ajuria Álava, Justo.
Alonso Abadía, Rafael.
Alonso Muñoz, José.
Alonso Rojo, Aniceto.
Alonso Sobrón, Eugenio.
Altuna Olavarri, Victoriano.
Álvarez Álvarez, Manuel.
Álvarez Urrutia, Hipólito.
Amezaga Villa, Leandro.
Ángulo Arroitajauregui, José Ma.
Antonio Flores, Jesús.
Arambarri Aspiri, Ramón.
Arechavaleta Arriola, Hilario.
Armas Aguirre, Julián.
Arnaiz Padrones, Félix.
Aróstegui Bilbao, Ángel.
Artaza Llantada, Fidel.
Arteche Gómez, Dionisio.
Arrieta Chinchurreta, Faustino.
Asenjo Ahedo, Fermín.
Asenjo Cavia, Fidel.
Astorquiza Bustinduy, Domjngo.
Atucha Cortázar, José.
Azkue, Ramón, (jefe de Euzko Gudarostea)
Ballas Benedito, Ángel.
Barazagarra Uribe, Benito.
Barquín Tuiz, Leandro.
Barrenechea Zubiaga, Ángel.
Basterrechea Arrospide, Juan José.
Bedialauneta Goenaga, Segundo.
Bilbao Aguirre, Florencio.
Bilbao Madariaga, Felipe.
Bilbao Marín, Carlos.
Bilbao Monasterio, Eulogio.
Bilbao Onaindia, Ramón.
Briñas Muga, Clemente.
Bilbao Ruiz, Víctor.
Calvo García, Mariano.
Calzada Ispizua, Doroteo.
Cascan Marqués, Primitivo.
Celaya Sagarduy, Santiago.
Celis Ramos, Teodoro.
Cenarrozabeitia Barrenechea, Tomás.
Cerdeñoso Trucios, Felipe.
Ciarreta Urrutia, Ramón.
Cobelas López, Jesús.
Conde Hernando, Juan.
Corral Herrero, Juan.
Cuco Bolos, Julio.
Cueto Ibáñez, Juan.
Cueto Ibáñez, Julio.
Curiel Gordon, Constantino.
Domingo Vitoria, Gonzalo.
Duque Trujillo, Ignacio.
Echano Arana, Víctor.
Eguidazu, Manuel.
Egurrola Calzacorta, Bonifacio.
Espada, José.
Esteban Gordoa, Eugenio.
Estrada Escribano; Felipe.
Feijó Moure, Ernesto.
Félix Ramos, Teodoro.
Fernández García, María.
Fernández Larrinoa, Melchor.
Fincias Condado, Luis.
Flores Lazcano, José R.
Fuente Alonso, Luciano.
Gabiola Bermeosolo, Pedro María.
Gamboa Iñeriza, Simón.
Garamendi Ayerbe, Daniel.
Gárate Lersundi, Manuel.
Garay Allende, José.
Gil Gamito, Luis.
Gil López, Silvino.
González Laso, Luis.
González Palacios, Anastasio.
Guillaron Guillaron, Manuel.
Hernández Juan, Marcelino.
Herrán Salazar, Félix
Herrero Estella, Edilberto
Hierro Aparicio, Santiago, Hormaechea Eguiluz, Andrés
Ibarmia, José
Ibarra Aranzeta, Antonio
Inchaurbe Gumuzio, Clemente.
Iturri Soroa, Juan Carlos.
Izaguirre Epelde, Antonio.
Jaureguizar Hospitalet, Melchor.
Jorge Lacar, Teodoro.
Larrazábal González, Juan.
Larrea Pedrosa, Venancio.
Lecumberri Inchaurzaga, Demetrio.
Lino Expósito, Gregorio.
Lopategui Villa, Jesús.
López de Otamendi, Tomás.
Lorenzo Anzola, Ángel.
López Jiménez, Eduardo.
Lorenzo Vicente, Francisco.
Losada Seoane, Daniel.
Loyola Eizaguirre, Juan.
Malax-Echevarría Iza, Aniceto.
Mallona Iza, Alejandro.
Malloquiza Aldaolea, Ambrosio.
Mandalúniz Esla, Valentín.
Marcaida, Felipe de.
Mardaraz Otero, Ángel.
Markiegui, Florencio de.
Martín Aramayo, Gerardo.
Martín Soto, Victoriano.
Martínez Pascuala, Elvira.
Méndez Suárez, Luis.
Mendiguren Acebal, Rafael.
Merodio de la Torre, Ernesto.
Mestriatua Otero, Víctor.
Mir García, Juana.
Murías Díaz de Cedo, Manuel.
Naverán Ormaechea, Juan José.
Nievas, Isidro.
Niño Abad, Fortunato.
Obieta Leguina, Tomás.
Olacoaga Zumárraga, Aniceto.
Olalla Palomeras, Luis.
Olmo del Castillo, Sixto.
Ordóñez Sesma, Amos.
Ormaeche Aldama, Bonifacio.
Ortuondo Zabala, Eusebío.
Orueberondo Anguila, Federico.
Paniagua Marañón, Germán.
Pañeda Rodríguez, Alfredo.
Pérez del Val, Daniel.
Piche Espino, Pío.
Pinaga Poruña, Santiago.
Plaza Ibarzábal, Ricardo.
Pradas Pérez, José.
Puig Marden, Salvador.
Rabanera Francisco.
Ramírez Alonso, Arturo.
Renovales Zarate, Cecilio.
Repiso Gil, Isaac.
Rodríguez Ramos, Juan.
Rogelio Estévez, Mauricio.
Rubiera Sanz, Gerardo.
Sáez Oribe, Luis.
Sáiz Aguirre, Domingo.
Saldaña Fuentes, Constante.
San Miguel, Críspulo.
Sedano Yarto, Nicasio.
Sierra Ortega, Heraclio.
Solagre Moría, Baltasar.
Tovalina Valderrama, Juan.
Uriarte Aguirre, Juan Pedro.
Uribe Bilbao, José Luis.
Urquijo Alberdi, Gregorio.
Urra San Vicente, Blas.
Urruchua Aldecoa, Serapio.
Urtiaga Eguren, Felipe.
Valencia Calzada, José.
Vela Cabrerizo, José.
Villanueva Ruiz, Luis.
Zabala, Jesús.
Zabala Arizmendiarreta, Cecilio.
Zabala Bilbao, José Luis.
Zaldívar Fernández, Buenaventura.
Zuazo Otaola, Ramón.
Zuloaga Mellique, Rafael.
Zornoza Jorge, Isidro.
Resumen:
Garrote ............... 26
Fusilados en Derio........ 118
Fusilados en Santoña ...... 172
TOTAL ……………………. 316
LISTAS DE SANGRE
DELEGACIÓN DE SEGURIDAD INTERIOR Y ORDEN PÚBLICO DE VIZCAYA
SENTENCIAS CUMPLIDAS
En cumplimiento de sentencia firme dictada por los competentes Tribunales de Justicia, en los días 26, 27 y 28 de octubre, 13 y 15 de diciembre, han sido ejecutados en garrote vil los condenados siguientes:
Juan Sanz Ibañez, Avelino Angliano Llamosa, Claudio Tudeo Nogueros, Agustín Lecuona Ugarte, mateo Aguirregoitia Barrenechea, Enrique Bermúdez Moro, Rodrigo Marquina Palacios, Julián Hermosa Ramírez, Feliciano Quintana Ugarte, Antonio Arteche Barquín, Francisco Cuesta Nebreda, Pedro Garmendia Garmendio. Sotero Miranda San Vicente, Ángel Gallano Martínez, Manuel Barrondo Aguirregoicoa Jorge de la Fuente Hontoria, Gregorio Sesma Martínez, Jesús Urraco Flores, Manuel Petite Latorre, Santiago Lozano Pastor, Valeriano Beorlegui Lecunza, Ramón Mirones García, Francisco Ranero Cerro, Heliodoro Ramiro Blazquez, Joaquín Maza Rozas, Eusebio Gutiérrez Lantarón.
Asimismo, y también en cumplimiento de sentencia de los mencionados Tribunales, en los días 29 de octubre. 10 de noviembre, 14, 16, 17 y 18 de diciembre, han sido pasados por las armas los condenados siguientes:
Francisco Uriarte- Rentería, Julián Hernández Martín Honorato Ortega García, Timoteo Alucha Petralanda, Bruno Goicoechea Ortega. Guillermo Minguito Marina, José Azcúnaga Abolli, Francisco Abrahin Martín Víctor Bilbao Ruíz, Federico Yermo Solaegui, Calixta Sáenz Rocande, Félis Urgel del Cerro, Pedro Abascal Trueba, Félix Herranza Salazar, Emilio Goin Alavé, Macario Esteban Delgado, Marcelino Illera Lechuga, Dionisio Arteche Gómez, César Chinches Ledesma, José Franco Perdigón, Emiliano Belmonte Fernández, Francisco Liñero Santa Coloma, Hipólito González Mijangos, Pedro Ramón Gil.
Cecilia Idirin Garabiete, Antonio Astiaga Candina, Ana Naranjo Marín, José María Pérez Lansorena, Luís Vicente Espinosa, Antonio Prieto Abad, Sebastián Vicente Álvarez, Manuel Herrero Antruejo, Ceferino Santa María Pérez, Mauricio Rogelio Estevez Córdoba, Enrique Aparicio Alarcón, Tomás López Piñairo, Quintín Viloria Pérez, Félix Alberdi Ceberio, José Zabaco Tijero, Albino Ruíz Díez, Eduardo Rodríguez, Elías Antonio de Diego Esteche, Pedro Barriondo Garay, Bonifacio Azas San Pedro, Gerardo Pazos Colina, José María Azcárraga Mozo, José María Amador Aguinaga, José Agüero Villa.
Gumersindo Valle Pérez, Juan José Garay Miranda, progreso Mercano Pastor, Ricardo Olabarrieta Monasterio, Leocadio Bustamante Díaz, Esteban Huete Campos, Jesús Fuentes Egusquiza, José Gómez Cano, Miguel Ruíz Sierra, Ecequiel Ruíz Expósito, Jacinto Castañedo Campos, Pedro Fernández Alonso, Manuel Sianiega del Rey, Eusebio de la Hoz Gutierrez, Braulio Sisniega Sisniega, Emilio Villa Rueda, Damián Sáinz Gutiérrez, Álvaro Campo Gutierrez, Bautista Abascal Laza, Pedro González Totorica,José Joaquín Arruabarrena Mayoz, Andrés Ormaechea Eguiluz, Félix González González, Lázaro Cebrián Bianco, Gerardo García Fernández, Félix Larrañaga Arrese, Fernando Terán del Río, Donato Mardones Villate, Alfredo Jateniz Ruíz, Francisco Pérez Benette, Guillermo Cortés Solar, Natalio López Nistal, Víctor Pardo San Emeterio, José Antonio Zabaleta Peñagorricano, Pío Gaizarán Sagasti, Alfonso Vilullas Abuli, Ricardo Fernández Rubinos, Domingo Irusia Allende, José Villa Ateca.
Moisés Villa Ateca, Antoio Gómez Ruiz, Eufronio Sarabia Palencia, Adolfo Martínez Santander, Braulio Jesús Villa Aja, Antonio Lavin Pérez, Faustino Arroyo Sáinz, Mariano Ibañez González, Ruperto Fernández Ruiz, Generoso Ruiz gutierrez, José Fernández García, Antonio Eizaguirre Epelde, Francisco Ganso Medina, Sebastián Chinchurreta Corta, Antonio Camarero Parcha, Vicente Solana Ballesteros, Francisco Hoz Ortiz, Francisco Álvarez Neira, Pedro Lavin Lavin, Ramón Fraga Lusarea, Amalio Crespo Cano, José Gándara de la Gándara, Raimundo Eguren Casas, Felipe Ruiz Fernández, Vicente Cubilledo Ulanda, Policías. Antoni Fernández Iñigo, Jesús Cobela López y Felicisimo Jerez Espizana; Andrés Alonso Vázquez, teniente coronel Gumersindo Azcarate Gómez, teniente coronel Daniel Irazabal Goiti, capitán José Bolaño López, comandante de Estado Mayor Ernesto de la Fuente Torres, militar José Luís Arenillas Ojinaga.
Fotocopia de “La Gaceta del Norte” del 22-12-37
EL GARROTE VIL, ALTERNATIVA A LOS FUSILAMIENTOS
El “garrote vil”, con toda su carga de sadismo y crueldad fue aplicado también a los condenados vascos de Larrínaga. De tan terrible experiencia hablan dos testigos del tiempo, aquellos que en las largas y terribles noches de la cárcel bilbaína espiaban los ruidos y los estertores de los llamados a las sacas.
Desgraciadamente las cárceles no saben escribir, ni tampoco tienen voz. Porque, si no, lo que en su día relataría la de Larrinaga pondría los pelos de punta a cualquiera que simplemente escuchase lo que aquélla narraría sobre lo que han visto sus muros. Desde luego, hay personas que tienen tomadas notas de todo lo que han sido testigos, así que la historia será escrita un día u otro. Recuerdo, por ejemplo, a un ex-foral de la Diputación de Bizkaia y padre de un amigo mío, preso conmigo en Basurto, a quien llevé un saludo de su hijo. Lo hicieron prisionero al principio, se libró maravillosamente con sólo seis años de condena, y estaba en Larrínaga desde los primeros tiempos del franquismo.
Conversamos varias veces y me mostró la libreta en que anotaba cuidadosamente cada víctima de todas las «sacas» habidas hasta entonces. «Saca» era, en la jerga del lugar, la acción de sacar de madrugada de sus celdas a unos cuantos condenados de uno u otro sexo, rumbo «a capilla» para seguir al paredón del Cementerio de Derio y ser fusilados. Desde mediados de 1937 hasta diciembre de 1938 pasaban de novecientos.
Las «sacas» en sí eran de una tensión emocional inaudita. Ya la noche anterior, a la hora de la cena se filtraba la noticia, que se extendía rábidamente, aunque no se conocían los nombres de las víctimas. La filtración era siempre obra de guardianes sádicos que, al hacerla correr, omitiendo nombres, puede imaginarse la espantosa inquietud en que sumergía a todos, y no digamos nada a los condenados a muerte, e incluso a los de condenas inferiores porque no era infrecuente el caso de los expedientes que, enviados al Cuartel General del Generalísimo, regresaban con una condena superior, incluso la de muerte, de la que los interesados en ocasiones sólo se enteraban la madrugada en que los bajaban «a capilla».
Naturalmente, esa noche en la cárcel nadie podía dormir, y todo el mundo se acostaba a esperar... A media noche se empezaban a oír los pasos de los guardianes resonando sobre los pisos de madera de los pasillos de las galerías, abrían la puerta de una sala, o de una celda, y llamaban una o varias veces según el caso, ordenando a la víctima vestirse antes de presentarse en la puerta. Fácil era imaginarse el cuadro completo que se presentaba en ese momento: el interesado, por lo general, empezaba a decir a gritos a los guardianes que no podía ser, que tenía que haber algún error. Los carceleros insistiendo con cada vez mayor dureza en que se preparara. Por fin, la víctima comprendía lo irremediable, y entonces empezaban los gemidos, las llamadas patéticas a familiares queridos, las apelaciones a Dios... Unos se lamentaban del estado en que quedaban sus ancianos padres, otros del desamparo de sus pequeños hijos... Al fin, vestidos, se despedían como podían de sus compañeros y se dirigían a la puerta.
Los que quedaban, difícilmente conciliarían el sueño. Los asesinatos franquistas en Larrínaga se perpetraban de dos formas: la gran mayoría, en los que de lo que se trataba era de eliminar simples adversarios políticos de más o menos talla, eran fusilados en Derio; en cuanto a los menos, acusados de delitos de sangre, comprobados o no, porque no debemos olvidar que no existía en el proceso ni presentación de pruebas fehacientes ni defensa posible, por lo que en aquella muy siniestra época bastaba la denuncia de alguien calificado de «derechista» para que, sin más se dispusiera de la vida de miles de personas, que eran ahorcadas en un patio de la propia prisión. ¡Garrote vil!
De todo lo que me ha tocado soportar y presenciar en aquella época inenarrable de terror fascista, la horca fue lo que mayor huella dejó en mí.
No presencié ningún ahorcamiento, pero por desgracia me fueron relatados minuciosamente los detalles por testigos presenciales.
Consiste tal instrumento de tortura y muerte, procedente de las épocas inquisitoriales, y aun anteriores, en un asiento en cuya parte posterior se eleva verticalmente una barra metálica. Sobre ésta, ajustable a la garganta de la víctima, hay un aro de hierro que ciñe el cuello de ésta, y exactamente sobre la nuca aparece la punta de un punzón también metálico, operado por un torniquete.
Preparada la víctima, una media vuelta del torniquete hace que el punzón penetre en la nuca, rompiendo vértebras y obligando a la lengua a salir de la boca en toda su dimensión.
Acabado el trabajo, se coloca un capuchón sobre la cabeza, el cuerpo en una caja previamente preparada y al cementerio.
En cierta ocasión, las mujeres que muy temprano iban a la cárcel con la ropa y la comida para los presos, se encontraron con el macabro espectáculo de la camioneta que, por haber sufrido un retraso, salía tarde para Derio con varias cajas a la vista. Excuso decir la impresión recibida por aquella gente y el escándalo que armaron a pesar de todos sus temores. La reacción psíquica fue superior al temor.
Garrote vil
Larrinaga. Se rumorea que van a «agarrotar» a 14. Los mismos presos nos hemos visto obligados a limpiar el patio del depósito del agua donde se va a clavar el palo infamante. Por la noche empieza una numerosa saca. Al llamar a uno se niega a salir de la celda.
—Tendréis que matarme aquí. No salgo. No quiero que me den garrote.
—Yo le aseguro que a usted no le dan garrote; a usted lo fusilan —dice uno de los guardianes enseñándole la orden.
Entonces el preso se calma y contesta:
—Eso es otra cosa. Vamos.
Y se deja llevar tranquilamente.
¡Tal es el horror que causa el garrote vil!
Mientras agarrotaban a uno se estropeó el instrumento de muerte. Apartaron al reo y lo dejaron sin conocimiento en el suelo. El verdugo arregló con sus herramientas el patíbulo. Cogieron al condenado y le hicieron volver en sí con una inyección. Acto seguido lo colocaron de nuevo en el banquillo y lo agarrotaron. Se puede decir que fue una doble pena de muerte la que le correspondió a aquel infeliz por una falta del verdugo. Sin comentarios.
Pedro Urrutikoetxea
«La hora del ultraje”
LOS HORRORES DEL GARROTE
13, Lunes
Ha debido de haber contraorden, porque no ha habido fusilamientos. Por la tarde se rumorea qué será mañana, y que la cantidad es bastante grande.
Son las once de la noche, oímos un movimiento inusitado. Estamos nerviosos. Para nosotros, para los que hemos llegado de Santoña, esto es nuevo en esta cárcel. Allí se apagaban las luces y a dormir. Aquí no se apagan en toda la noche. Los cerrojos son del tiempo de Mari-Castaña, como la prisión.
Se oyen voces, nombres. Nadie habla. Bidaburu me acaricia el cogote. Rezo, creo que rezamos todos; pasa la ola. Han dejado de resonar los pasos.
- martes
Lo que temían. Son 42 los ajusticiados; de ellos 7 a garrote vil. Por cierto que...
El «garrote» estaba bajo nuestra ventana. Era el amanecer. Se oye el musitar de las oraciones del sacerdote y los sollozos de las oraciones del sacerdote y los sollozos de aquellos pobres desgraciados. Me imagino cómo estarán contra nuestra pared, uno a uno, esperando a que les sienten en el «palo» y les pongan la capucha.
¡Morir destrozado a balazos junto a la tapia del cementerio! ¡Cuánto daría esta pobre gente por hacerlo así! Pero no, además de matarlos hay que denigrarlos, hay que hacer que sus últimos momentos sean atroces.
Oímos los últimos jadeos de alguien. ¡Qué horror! Nos enteramos por la mañana: ¡Pobre desgraciado! Se estropeó el «aparatito» cuando un pobre desgraciado ya medio asfixiado esperaba la muerte. Le tumbaron en el suelo y mientras el «amigo verdugo» arreglaba el artefacto fue reanimado, volvieron a colocar en la «silla» al futuro interfecto y le dio la consabida vuelta a la manivela.
Uno de los agarrotados es Manu Barrondo, amigo de toda la vida. Patriota. Su delito, haber sido guardia en el «Cabo Quilates» el día que el populacho lo asaltó e hizo una masacre.
Tengo visita. Mari y Nicolás. Distingo en mi hermana señales de haber llorado. Me ha dicho que ha visto los féretros. Le consuelo como puedo. Le digo (y es verdad) que nos han asegurado que para los oficiales del Gobierno de Euzkadi no va esto. Sin embargo, no parece muy conforme.
El estado de ánimo parece que decae un poco, pero no mucho.
A media tarde ha habido movimiento raro. Varias llamadas «con todo». Ese «con todo» es sinónimo de mudanza, la que fuera.
Encierran a cinco en celdas solitarias. ¡Ay, ama! ¡Todavía el verdugo sigue por aquí!
Por las tardes, desde una especie de balcón, «la perra gorda», un auxiliar, estaba encargado de llamar a los que les habían dejado «perras» en la ventanilla.
Fui hacia él y le dije:
—Por favor no me vuelvas a llamar más para cobrar. Si estoy en la lista te agradeceré que vayas a buscarme al patio para cobrarme. Así lo hizo en lo sucesivo. No quería que me llamasen ni para eso. ¡Por si acaso!.
Se dice que esta noche habrá más danza.
15, miércoles
Han agarrotado a los cinco. Como ayer, hemos oído sus sollozos y sus últimos estertores. Miro a mi alrededor. ¡Qué angustia, Dios mío! ¿Qué caras!
Andini no se resigna. No quiere morir. Valiéndose de que es el electricista de la cárcel revuelve todos los rincones para ver la forma de fugarse.
A la tarde voy a la celda de Mayayo. Siempre tiene una copita para mí. Me dice que continuará la danza. Esta noche unos cuarenta.
Todo el mundo receloso. No se sabe nada, aunque se tiene la certeza de que hay saca. Cenamos, rezamos el rosario y. consigo dormirme.
Hacia las 11 me despierta un rayo que ha caído en el mismísimo pararrayos de la cárcel. Huele a azufre. Así debe oler en el infierno. Ha sido una explosión tremenda. La tormenta de fuera es espantosa. Casi tanto como la de dentro.
Ramón de Galarza. «Diario de un gudari condenado a muerte». Ediciones Vascas
Escalofriante la utilización del garrote vil, contribución española al museo de los horrores, Averías incluidas que obligan a ejecutar al pobre reo en dos fases.
Hasta matando eran chapuceros los nacionalistas españoles.
Pero no pensemos sólo en loos carceleros, pensemos en el fervor entusiasta de los civiles nacionales hacia Franco por cometer estas atrocidades. "Algo habrían hecho"
Publicado por: CAUSTICO | 10/21/2016 en 07:46 a.m.
Horroroso el sadismo con el que se trataba a estos gudaris. ¿Y mientras tanto qué hacía la iglesia católica? ¿Mirar para otro lado? ¿Hacer colectas para Franco? ¿Preparar la carta colectiva?
40 años apoyando la tiranía franquista y aún se extrañan los obispos de que cada vez les queden menos fieles.
Publicado por: Señor Negro | 10/21/2016 en 11:12 p.m.