CÁRCELES DEL FRANQUISMO (VI). “GASTEIZ”
Gasteiz, caída en el platillo de la balanza de los militares en los primeros momentos del 18 de julio, se convierte rápidamente en una punta de lanza de la España de Franco en Euzkadi. La radio y los periódicos acentuarán el carácter y ambiente fascista, en el que la represión de todo lo vasco será total y absoluta. La «oposición» que no logra ponerse a salvo, atravesando los montes o la muga, será callada y represaliada.
La cárcel de la calle Paz (en la prolongación de Postas y junto al actual edificio de Galerías Preciados, entonces cuartel del Ejército), resulta insuficiente para acoger a tantos detenidos. Se habilita, entonces, el convento de los Padres carmelitas en la calle del Sur. En las celdas se amontonarán los presos, algunos de ellos destinados a caer fusilados en las tapias del cementerio de Santa Isabel o en las cunetas del puerto de Azáceta.
Masacre en la carretera
El 31 de marzo del 31, 16 prisioneros, con una sarcástica orden de libertad en el bolsillo, son sacados en la noche, en una camioneta y conducidos por la carretera de Estella hasta el alto de Azaceta. Allí, junto a la cuneta serán fusilados y rematados los dieciséis, enlazados unos con otros. Estos son los nombres de los fusilados de Azaceta; Teodoro González de Zarate
José Luis Abaitua
Víctor Alejandre Ángulo
Eduardo Cobo González
Jaime Conca Amorós
José Domingo San Vicente
Constantino González Santamaría
José Collell Águila
Francisco Garrido Saez de Ugarte
Antonio García Bengoetxea
Prisco Hernández Aréjola
Francisco Díaz de Arkaia
Casimiro Cerrajería Izurrain
Jesús Estrada Abalos
Daniel García de Albeniz
Manuel Fernandez Ibañez.
La estela de la represión
Las cárceles de la Paz y del Carmen, los conventos de Murguía (Paules), o Nanclares (Escuelas Cristianas), albergarán en estos años de la «Victoria» a los vencidos y silenciados y a muchos que pagarán con su vida la osadía de haberse opuesto al régimen fascista. Los nombres del poeta «Lauaxeta» y de Alfredo Espinosa, ministro del Gobierno Vasco emergerán como más conocidos de este dramático pelotón de muertos, pero quedarán en el anonimato los dramas de tantos hogares y familias de Gasteiz y de todo Euzkadi que serán condenados, al silencio y a la represión durante tantos años.
No es fácil, de todas "formas, evocar el ambiente y las circunstancias en las que vivían los vencidos, en los hogares y en las cárceles, el insulto cotidiano de los vencedores. La imposición de los símbolos fascistas, se funde con el profundo silencio de todo un pueblo que recibe en pleno rostro el latigazo de la represión.
- Gamarra
LA SUERTE DE LOS VENCIDOS
La vida cotidiana de estos hombres y de estas mujeres pasaba por la estancia en los cuartelillos, en las comisarías o en los conventos, colegios y caserones habilitados como prisiones. Allí se producían los interrogatorios, las vejaciones, la flagelación, hasta el logro de las confesiones. Después venía el paso a la cárcel y, si se había alejado el espectro de la tortura, quedaban sus huellas. Se entraba en el mundo rutinario de las dianas, de las fajinas, de los recuentos, del fregado, de la recogida de excrementos y de los parásitos, los piojos, las chinches, la sarna. A la reclusión en abyectas condiciones se unía la enervante espera en un futuro incierto. Y allí se perdía la noción del tiempo. Hombres cultos, gentes respetables se convertían en auténticas ruinas, en caricaturas de sí mismos. Mujeres en plena lozanía quedaban marcadas, envejecidas por los surcos del sufrimiento.
Cierto es que también se engendraba la hermandad carcelaria, cómo único sostén de una moral derribada y de una estimación perdida, que luchaba por mantenerse mediante discusiones, clases, pláticas que hicieran creer que se seguía siendo, aquel que se había sido.
Con todo era débil apoyatura ante el clima creado por la nocturnidad de las sacas para las ejecuciones con su vocero que llamaba a los elegidos por la ruleta de la muerte y que frecuentemente, ante la coincidencia de un patronímico o de un apellido, se deleitaba morbosamente retrasando la continuación de un pregón que prolongaba sádicamente la diferencia entre la vida y la muerte.
Y llegaba el momento de comparecer ante el Tribunal. Ocho, diez, quince y más seres aparecían en el banquillo, reunidos por el azar de un sumario. Los trámites -en su mayoría sumarísimos de urgencia- eran expeditivos. La lectura del apuntamiento era monótona letanía que daba por probadas culpabilidades, montadas apresuradamente, tanto por evidencias como por confesiones arrancadas en la propia carne
Con rutinaria y espantosa rapidez, en el breve espacio de unas horas, el destino de unos hombres y el de unas mujeres se veía sentenciado a muerte, reclusión perpetua o a largas penas de prisión, cuando su actuar, según el código de los vencedores entrase en el dilatado ámbito de la rebelión o en sus aledaños.
Después, conocida la sentencia, de retorno a la cárcel, venía la sucesión de los días y las noches y era en las fatídicas horas de la oscurecida cuando día tras día, semana tras semana y hasta mes tras mes o año tras años, se iban pronunciando los nombres de los condenados a la «pepa», los designados para pagar con la vida el precio de la guerra civil.
¿Cuántos fueron? Nunca se supo exactamente, en el curso de aquellos largos años de posguerra en los que duró el pago de la deuda de la derrota, cuál fue el número exacto de ejecutados porque la represión tuvo dos vertientes: la publicada y la silenciada.
Alfonso Abella
“Bajo la dictadura franquista”
Ed. Argos Vergara
Estas son las estremecedoras notas del diario de un capellán de la cárcel de Gasteiz, el jesuita Padre Moreno, que con la ingenuidad de su claro posicionamiento político con los «nacionales» constituye el testimonio más apabullante de la barbarie fascista que se preocupaba, eso sí, de que los prisioneros contasen con los auxilios espirituales de los últimos minutos. El testimonio, viniendo de quien viene, cobra así un valor mucho mayor.
DIARIO DE UN CONFESOR DE FUSILADOS
6 de Marzo, sábado, 1937
Aquí, acostado ya, anoto sin comentarios lo que arroja el día de hoy. Nuboso y húmedo, con alguna lluvia. Mañana y tarde muchas confesiones. Funerales en Araya por D. Serafín Ajuria, a los que asisto. Luego, Hospital Samaniego; noche, 10.20, telefonea Falange; les espero. Alrededor de las once salimos; yo en el coche de Federico del Campo, conducido por Nacho Gorbeña. El reo, en un cacharro viejo. A los 5 ó 10 kms. una desviación, unos metros más, y alto.
Paso al otro coche. Nos enfrentamos: un pobre hombre acusado de «haber dicho cosas rojas». Fue falange y ahora... Se confiesa muy bien: Está aniñado con el horror de la inminente muerte. Terminamos. Ráfagas de luz, cuchilladas de plata en la noche. Voy a por la Extremaunción. Dos tiros secos en el silencio. Corro: ya ha caído, bañado en su sangre. Ojos entreabiertos, boca de un hombre que llora... Le doy la Unción. Hoy es la primera vez que se entierra a la víctima. Ya no los echarán más al río. Y... vuelta a casa de Ajuria. Las doce y sereno RIP.
29, Lunes
Comienzan los maestros. Retiro. Nuestra capilla llena. Dicen que muy bien el P. Viñaspre. S.J.
Esta noche en capilla con Timoteo Bazán o en canteras. Fue a América y a Francia, donde vivió doce años después, de la guerra europea.
A las once me retiré a descansar. Ambiente de cárcel; ahogo, olor tabernario, guardias, miñones, vigilancia, misterio...
30, Martes
A las cuatro de la madrugada, a la cárcel, confesión, misa y viático, preparación para morir. Recuerdos de Elguezabal, Cortabarría, Estabillo...
Subo a la camioneta de la Guardia Civil con el reo. Va con la palidez del terror y con una sonrisa estúpida. Es algo anormal y se ve en él poco delito. Este hombre es incapaz de intentar asaltos de cuarteles. En el camino, ya apeado, se acerca a la campa apoyado en mí. «Ya se ha acabado todo para mí», me dice... «Y luego, que no le peguen a usted». Le ofrecen un pañuelo para cubrirse los ojos, le apuntan a la cabeza. Entre tanto voy a preparar los óleos.
Una descarga imprevista. Han disparado muy pronto. Le han saltado la tapa de los sesos, así literalmente. Un hemisferio cerebral ha saltado afuera, el otro está machacado. Ahí está Timoteo Bazán, con los ojos abiertos y el rostro... Le doy la Extremaunción, en lo que queda de frente. No hay tiro de gracia.
Los guardias comentan «era un pobre hombre, y había que hacerle morir pronto, sin sufrir».
Abril, día 1, Jueves
Esta noche han sacado de la cárcel a dieciséis presos, varios de ellos elementos muy destacados en la vida vitoriana. José Luis Abaitua, O. de Zarate (ex-alcalde), etc. Me avisaron a mí para que con otro estuviera dispuesto a confesar a los reos. Con todo, por equivocación según parece, se fueron a la otra casa y llamaron al que pudiese ir. Fue el P. Recalde, a las doce, improvisadamente.
Salen de la cárcel, les hacen firmar su libertad, e inmediatamente a los pocos pasos, les van atando codo con codo. Al coche, al «paseo».
Camino de Estella, en el monte. Se van confesando en medio de un estupor de agonía. Ya se oyen ahí cerca las primeras detonaciones: son los que, confesados ya, se van fusilando. Entre tanto los otros se confiesan entre angustias de muerte.
Escenas tipo FAI y CNT. Dicen que para formar una España católica y grande. Así dicen, pero esto es el antípoda del catolicismo y de la grandeza. Esto, según parece, es estrechez de mentalidades vengativas de aldeanos y politiquillos de pueblo.
Vaya unas expansiones que se permite esta «Guerra Santa». Yo, la verdad, me doy de baja de estas «santidades». La gente de Vitoria, según he podido ver (incluso entre militares y requetés), está horrorizada. He oído censuras acerbas de este caso. Hay quien no lo quiere creer.
18, Domingo
Se vuelve uno loco si se pone a razonar fríamente sobre lo que se está viendo y oyendo. ¿Apoyados en qué principios fundamentales se ha fusilado a tanto miles? El bien común lo exige. Pero esa exigencia del bien común tiene que tener un límite. De lo contrario, el Estado, invocándola pudiera hacer lo que quisiera en todo momento,
¿Qué dirán de nosotros las generaciones futuras cuando analicen nuestros días y descubran que se han ejecutado fríamente por nosotros los blancos, acaso más de 100.000 personas, familias y hasta niños; padres por razón de sus hijos, y, al contrario, hijos por serlo de tal padre?
Matarlos a todos y quedaremos sólo nosotros, los «buenos». He aquí la orientación general de las conversaciones de muchísimas personas el día de hoy.
- Martes
Esta noche, fusilamientos. Un tal Payueta, del «Anglo» (jefe de intervención, de 39 años, casa con tres hijos).
El segundo, Felipe López Mancebo, de Baracaldo, ajustador de Altos Hornos. Su historial, de Unión Republicana, alférez por méritos de guerra, en la sección de Orduña, Barambio, etc. Por facilitar el paso a nuestra zona de una mala mujer que decía tener aquí familia, fue copado por sorpresa por los requetés, en el momento que pasaba el auto que los conducía y Felipe daba cuenta a la otra de cómo podía pasarse. Republicano de siempre, encastillado en sus clásicas líneas republicanas: orden, humanidad, respeto a las ideas de todos, respeto a la Religión. «Nosotros triunfaremos, no le quepa duda, ese Ser superior sobrenatural, lo quiere».
Payueta más culto y reposado.
Ambos murieron con suma serenidad exterior, si bien en su afán exagerado de disimular, se adivinaba muy bien el tremendo oleaje que locamente saltaba dentro de sus pechos...
21, Miércoles
También noche de fusilamientos. Aunque me encontraba mal, griposo, salí a las doce, hora en que Venegas timbreaba en casa. Y luego, adelante hacia Urbina con él y otro, en su coche. Detrás, otros dos coches grandes. Pasado Urbina frente al «pinar famoso», nos paramos todos. Bajo inquieto a la carretera.
Ya han bajado, unas linternas les echan rápidamente chorros de luz. Aparecen sus figuras trágicas. Sucios, pálidos, caras sin afeitar, ropa pobre, más bien de paisano, con detalles que indican vida en el monte. Amarrados apretadamente uno con otro, dos por un lado y tres por otro.
Lloro de pena. No puedo contenerme. Andan torpemente con difíciles movimientos. Se les empuja monte arriba; tropiezan. Adelante. Luz aquí.
Algún que otro ¡ay! furtivo surge de entre las tinieblas. Suben como ganado, a trompicones, al matadero. A doscientos pasos, paramos en una loma, junto a dos grandes fosas abiertas; dos fosas que van a ser dos grandes sepulturas. Se les coloca a todos los presos en fila, codo con codo. Un falangista pregunta. ¿Alguno quiere confesar?
Sí, murmura uno débilmente.
Me aparto, pues, con el primero. ¡Pobrecito! Tiembla terriblemente. Léniz, de Valmaseda. Me dice si no se podrá esperar a mañana, que hay quién intercederá por él.
Esperar a mañana... Es pedir luz a la noche.
Otro no se quiere confesar porque ayer se confesó y comulgó. Con todo, viene a hablar conmigo y así todo, menos el quinto que es alemán y está allí el último, en la oscuridad, entre milicianos. No le veo, pero me dicen que afirma ser protestante. Hay prisa. Parece que no quiere confesarse. No me facilita nada. Están inquietas las pistolas por dispararse.
Los alinean frente a las fosas. Se oyen voces.
¡Cuidado! ¡Dejarme a mí! con esta pistola del nueve... ¡quieto! Se oyen dos detonaciones seguidas. El verdugo ha disparado su pistola teniendo apoyado el cañón de ella sobre el occipital, en la cabeza de la primera víctima. Un cuerpo que se desploma.
Otra vez los comentarios.
«Es mejor así. Sujétala bien».
Una detonación, otro que cae. Y así cinco. Luego comentarios sobre la experta pericia de los ejecutores. Olor fétido de pólvora y sangre fresca.
Me incorporo y voy dando la Extremaunción. Uno de ellos respira. A otro le sale de la cabeza, a presión, un chorro de sangre. Se vuelve a oír algún tiro de gracia.
Luego a enterrarlos, a procurar borrar huellas de sangre, y... a casa.
1 de Mayo, Sábado
Esta noche, fusilamiento de los excepcionales: un coronel del Ejército cogido prisionero entre los rojos: Don Arturo Llorch y Castresana, natural de Zamora, residente en Valladolid, veraneante en Villasana de Mena, de donde eran sus padres. El dice que se entregó; los otros que fue cogido prisionero, junto a Gernika. Hombre de creencias religiosas, se ha confesado admirablemente y ha caído sereno ante el piquete de doce soldados.
Se ha formado el cuadro con su estandarte de Caballería, su banda de música y gran número de tropa, sobre todo guardias de asalto, que son precisamente los que están preparados para actuar en Bilbo como policía, etc. Todos los soldados lanzaban de soslayo su mirada escrutadora, queriendo curiosear un instante todos los detalles macabros del fusilamiento de un hombre que acaba de caer acribillado a balazos. Allí está don Arturo desplomado a lo largo, a un lado el gorrito cuartelero; saltada fuera la dentadura postiza, con un ojo abierto haciendo un horrible guiño.
Allí está don Arturo machacado por las balas. Alrededor y vestidos de luto, me parecía que asistían invisibles su esposa y sus hijos, desgarrando con sus sollozos inconsolables la paz de la mañana. Han perdido a su padre para siempre.
Junto al cadáver rezamos el abogado defensor, alférez José Elorza, y yo, un responso. Son las seis y media de la mañana.
5 de Junio, lunes
«A las 11 y media le llamarán». «Está bien». En esta respuesta van, difícilmente contenidas, las amargas impresiones de un fusilamiento en perspectiva; olor a cárcel y a butacas viejas; horas largas con sacudidas horriblemente sentimentales; hombres que tiemblan horrorizados; siluetas tétricas de guardias civiles con rostro severo y «pose de servicio»; chasquidos y esposas y cerrojos de fusiles.
Una ráfaga de detonaciones secas, olor fétido a pólvora y sangre fresca, pero que parece podrida por la bestial violencia de tantas emociones y luchas.
«Está bien».
Placer, el antiguo gestor provincial. Son las 12. Duerme el reo en su celda. «Vístase».
Qué sintió Placer en aquel momento? Palidísimo. Su figura un manto donjuanesca está hundida en la butaca de siempre; gutapercha descascarillada. En aquel mismo cuarto departimos el amigo López Mancebo y yo, hace unos días. Esta noche voy allá llamado por el reo. Hablamos. Voy en busca de su mujer. Luego entran también sus hermanos. Al fin charlamos. Se confiesa.
Por último, camioneta, cementerio, emciones brutales, una descarga.
Extremaunción. Y luego vuelta a casa, con el mal sabor y el mal cuerpo de una noche mal pasada y unos nervios que comienzan a relajarse. “Requiest cat in Pace. Deo gratias”.
Placer, frío y valiente, muy valiente. Los tiros le han deshecho la mandíbula inferior.
13 de Junio
Hoy por la noche, el fusilamiento del obrero Jesús Ajuria, de Algorta. Muy bien dispuesto y de los que se van al cielo en ascensor. Fue sin duda una gracia de Dios. Pocas horas antes de morir, hablando con el juez, le manifestó lleno de Fe: «Dentro de muy poco sabré quién tiene razón. Si ustedes o nosotros...».
25, Viernes
Con el mal sabor de boca de la ejecución de Esteban Urquiaga «Lauaxeta». Sereno y cristianísimo, plenamente sumergido en la apacible dulcedumbre de nuestra fe, bien sentida y gustada a través del Nuevo Testamento, rumiado cotidianamente en la lentitud de las horas de cárcel; Jesús, vida, Jesús, el único (repetía con frecuencia).
Luego, a las 5 y media, los cuadros de costumbre; mientras hablaba con mi crucifijo, tiernamente emocionado por lo solemne del momento. Toda la masa encefálica fuera.
26, Sábado
Cada fusilamiento lleva sus notas típicas diversificantes; apenas hay dos iguales. El de hoy, completamente nuevo; nada menos que el Ministro del Gobierno Provisional de Euskadi, Alfredo Espinosa, del Departamento de Sanidad. Asimismo Don José Agirre, capitán de Artillería, ingeniero en alguna fábrica...
Ambos salieron con sus secretarios en un bimotor pilotado por un tal Yanguas, desde Francia hacia Santander. El piloto, que estaba vendido, fingió en el camino no sé qué falló en los motores, primero en uno de ellos luego en el otro. Era preciso aterrizar. Se hallaban en una playa de Francia. Les esperaba gran cantidad de público y la Guardia Civil. Aquello no era Francia, sino Zarauz. Asombro, estupor. Eran las 9 y media de la noche.
Espinosa, alto, fuerte sin llegar a fornido, de Izquierda Republicana; Agirre más fino y cultivado. A sus dos acompañantes se les indultó: «Por ser de menor graduación y hacerse necesaria una diversificación de la sentencia».
Espinosa sufrió horrores. Se sentía acorralado, mal atendido.
Toda la noche, desde las 12, escribiendo. Los guardias de asalto muy deferentes y humanos como nunca, me dejaron casi todo el tiempo solo con ellos.
Necesitaban tiempo, tiempo para escribir. Es preciso retrasar la ejecución. Se llama por teléfono; hay consultas y ruegos.
Lo más hasta las cinco y media.
Se acaba el papel. Protestan. Voy yo por favor a buscar papel a la Residencia. Me lo agradecen mucho.
Es ya tarde. Agirre se confiesa con ternura. Está muy contento, pues aquella muerte es para él exquisita. Él, militar, hubiera muerto como un perro en el frente. Ahora, con la asistencia de un sacerdote. Besa la «alianza», muchas, muchas veces, se la saca del dedo y me la entrega para su mujer. ¡Cómo sufre por ella y sus hijitos! ¡Qué cartas tan sentidas!
Llamo a Espinosa. Es muy tarde; las cinco menos cuarto.
Hablamos. Se confiesa. Llora mucho y pide perdón al Señor, entre profundos sollozos y lágrimas. Se acuerda mucho de su Paquita.
En el cielo se volverán a ver.
Quieren comulgar. Digo a escape Misa. Todo se retrasa. El sargento de Asalto que es muy religioso, me lo aguanta; no ha estado nunca en estas cosas y me hace a mí muchísimo caso. Me ayuda en la Misa Agirre y otro guardia de asalto, antiguo estudiante para benedictino, bondadoso gallego. Luego... las angustias horribles del amarre, del subir a la camioneta, de la marcha cada vez más corta hacia el cementerio. Bajamos, ya estamos frente a las tapias.
Cargue, apunte, ¡Viva España! ¡fuego!
Dos cuerpos se desploman. Extremaunción.
Les quito el escapulario,..
Vuelvo en la misma camioneta, abierta, de los guardias. Son las 6. Me ven varios. ¿Me creerán detenido? Lo que es la vida. El sargento, hace seis años y aún menos, le había hecho la guardia a Espinosa, cuando éste era Gobernador de Burgos. Hoy, lo va a fusilar. El guardia lo comentó ayer con el mismo Espinosa.
Comentarios