Martes 27 de diciembre de 2016
En 1931 fui elegido concejal del ayuntamiento de Bilbao junto con Fulgencio Mateos los concejales Julián Zugazagoitia (diputado y ministro fusilado por Franco), Paulino Gómez Beltrán (fue Consejero del Gobierno Vasco en el exilio), Fermín Zarza (Consejero del Gobierno Vasco en el exilio), Rufino Laiseca (Presidente de la Gestora-Diputación de Vizcaya), Ángel Lacort, José Muñoz, Juan Nadal, Genaro Ortega y Enrique Urrejola.Fue el 14 de abril de 1931 cuando advino la República. Son hechos que unen mucho.
Asimismo y sin razón ostensible y debido con seguridad a alguna impresión olvidada recogida en mi subconsciente, o a extraña asociación de ideas, la primera figura que aparece en mis recuerdos del Primero de Mayo bilbaíno es Fulgencio Mateos. Por más vueltas que he dado a la memoria para resolver este enigma, me ha sido imposible solucionarlo y continúa perenne en imaginación la persona de este socialista modesto, como los verdaderos y los buenos, que ofrendó su vida en defensa de la libertad.
Lo veo muy de mañana recorriendo las calles de Bilbao, con un reducido número de compañeros suyos, precediendo a la Banda de Santa Cecilia encargada de lanzar al aire las alegres notas musicales que anunciaban la fiesta obrera. Fulgencio Mateos rodeado de chiquillería, delante, entonces como en la guerra, con su cigarro porra encendido y lanzando al aire los cohetes portadores de la alegría trabajadora.
En las horas de inquietudes para el Partido Socialista, de zozobra para sus hombres y de peligro para la libertad, la persona de Mateos estaba presta para la lucha y el sacrificio, que jamás rehuyó. Lo conocí, aunque tarde, bien. Al escribir éstas líneas lo tengo delante: alto, delgado, cabellera lisa y tupida peinada hacia atrás, serio, vistiendo traje marrón con cinta de luto por la muerte de su padre, viejo socialista de la zona minera vizcaína, parco en el hablar como todo hombre de acción, desprovisto de cualquier clase de ambiciones y firmemente posesionado de profunda fe en el socialismo. Era todo un hombre, exento de bastardos egoísmos.
Procedente de recia familia socialista, de la raigambre de aquellos mineros de las luchas heroicas contra la inhumana explotación de aquellos tiempos, muy pronto ingresó en las juventudes socialistas donde desempeñó toda la gama de puestos, desde cobrador hasta miembro del Comité, sin que dado su carácter sintiera menosprecio por ninguno, en virtud de su amplio criterio, del concepto que del deber tenía y de su punto de vista de que en cualquier lugar podía servirse al Partido.
Abandonó las juventudes socialistas como lo hacían los de aquellas difíciles épocas, en virtud de la llegada de la madurez. Y si joven fue buen afiliado, en la plenitud de su vida demostró el vigor, el entusiasmo, el desinterés hasta de su persona en cumplir lo que él estimaba obligación de socialista. Al igual que en la juventud, en su Agrupación Socialista, ocupó cargos de responsabilidad, siendo, como he comentado, uno de los concejales que el pueblo de Bilbao eligió en las elecciones de 1931.
Si como socialista fue un ejemplo, era natural su intervención en la lucha obrera, en la que como secretario del Sindicato de Productores Químicos, puso una vez más en alto su valía y su preocupación por los indispensables intereses que le fueron confiados, procurando la mejora constante de los trabajadores de este ramo, controlados por sindicatos amarillos con los que tuvo que luchar denodadamente, sin que sus desvelos, como con frecuencia ocurre, tuvieran la debida compensación.
Hubo épocas duras en la lucha política de Vizcaya, enconada hasta más allá de lo lógico y de lo permisible; su partido lo tuvo en primera línea de manera voluntaria, con este desprendimiento total de que pocos eran capaces como él. Protegió al Partido Socialista, con el mismo empeño con que escudó con su cuerpo la vida de compañeros suyos cuando fue menester. Era un idealista y un hombre de una pieza.
Con una clara visión de lo que nos esperaba partió al frente de Ochandiano cuando había que establecerlo, el mismo día de la sublevación militar y él, que en todo momento rehuía la significación, vióse obligado a acatar la voluntad de sus compañeros, que habiéndose organizado en unidad militar le nombraban su comandante. Era un grupo de milicianos socialistas, más tarde batallón, siendo preciso para ingresar en él y jugarse la vida con el enemigo, exhibir previamente una historia sindical y política sin tacha.
Aún cuando no escasearon las acciones bélicas en Ochandiano, el enemigo impuso su iniciativa al invadir Guipúzcoa y forzarnos a pelear donde lo creyó conveniente. Y perdida prácticamente toda la provincia hermana, intentó en aquél desdichado mes de setiembre continuar arrebatándonos trozos de nuestro territorio, tratando de penetrar profundamente en Vizcaya.
Y Mateos con sus compañeros, cumpliendo órdenes recibidas, se vio impedido a trasladarse al frente de Marquina donde el fascismo presentaba el mayor peligro. Llegó, luchó, murió y triunfó. Llegó como fue a todas partes donde se hizo preciso su persona, sin pensar en sí mismo sino en la causa que defendía; luchó, porque su vida fue una pelea constante en favor de la clase trabajadora; murió como un socialista y como un vasco por la libertad de Euzkadi, ofreciendo su vida en holocausto del deber; triunfó, porque donde Fulgencio Mateos y sus compañeros dijeron por aquí no, se establecía definitivamente el frente.
Con frecuencia se recuerda a los primeros que cayeron en la lucha al estimar que con ellos se fueron los mejores; tenemos la absoluta seguridad de que en el caso de Fulgencio Mateos está plenamente justificado éste lamento y lo proclamamos sin reserva alguna. Se perdió para el Partido Socialista un afiliado sin tacha, su organización perdía un dirigente ejemplar, mientras que como triste compensación, socialistas y ugetistas ganaron un ejemplo para las futuras generaciones difícil de ser superado.
La figura de Mateos pues, encarna y representa una fase completa de la guerra de Euzkadi contra los enemigos de Ia libertad: la época de la improvisación vertiginosa, de las órdenes recias, de la organización de toda prisa. Mateos es símbolo de un pueblo que tiene en sus entrañas el germen de todas las grandezas, la posibilidad de las mayores heroicidades, y que las da a luz pública cuando es atacado por quienes se dejaron seducir por sus apariencias de risueña apacibilidad.
La vida no fue generosa con este gran luchador, a no ser si exceptuamos la prodigalidad con que la desgracia le dio lecciones de realidades y le templó para la lucha. Minero, hijo de mineros, desde muchacho tiene contacto con la tierra, que disputa a trabajo del hombre el conservar celosamente sus riquezas. Y en la lucha entre la tierra y el hombre, muchas veces la nota cruenta da el clarinazo, proclamando cuánto cuesta lo que tantas veces se aprecia tan poco. Mateos tuvo ocasión, de adolescente casi, de mostrar su solidaridad con la desgracia adentrándose en la galería de una mina medio derrumbada para disputar a la muerte el aliento de un compañero.
Bilbao no cambió en nada el hierro de que estaba hecho el minero, ahora aprendiz de metalúrgico. Si apenas le dio, con su vida societaria, armas que desconocía para la lucha diaria. Desde el primer momento, los sindicatos obreros y las organizaciones sociales tienen en Mateos un colaborador de eficacia y constancia sin igual. Todos los puestos de una lucha diaria, costosa y a veces cruenta, los ocupó Mateos en guardia vigilante. Por eso la rebelión del 18 de julio de 1936, no le sorprende más que en la magnitud del ataque fratricida. Unas veces, unos fusiles y una caravana de coches que ascienden por el alto Barazar, caminando por el Arraua idílico, con propósito de decir un alto vigoroso a las fuerzas de la guarnición de Vitoria. Y al frente de esta caravana dos hombres de un temple idéntico, de una misma pasión por la disciplina y por la lealtad, dos almas gemelas que quizás hayan encontrado un puesto común en la historia; Fulgencio Mateos, concejal socialista del Ayuntamiento de Bilbao, Presidente del Frente Popular de Vizcaya y Juan Ibarrola, Capitán de la Guardia Civil, a quien sus ardientes convicciones religiosas sirvieron de manera principalísima para comprender el enorme crimen de los sublevados.
Aquellos días primeros de la guerra en Euzkadi tienen un sabor inolvidable para quienes los hayan vivido: la compenetración absoluta de todos los milicianos y gudaris, las columnas mezcladas de elementos de todos los partidos, las excursiones por los montes que antes se recorrían con placer de alpinista, las pequeñas incursiones, los combates aislados, todo lo que iba poco a poco despertando el caudal heroico de un pueblo dispuesto a morir por su libertad. Después, lo que se creyó algarada, se convirtió en guerra por la ayuda extranjera: vinieron las batallas en regla y en una de ellas, el 21 de octubre de 1936, en los valles que forman delante de Marquina las estribaciones del Kalamua, cara al enemigo, cayó Mateos mortalmente herido. Tres días más tarde un cortejo imponente acompañaba por las calles de Bilbao los restos de un luchador entero, de un alma de bronce, de un vasco de las minas, de un jefe ante quien doblaban todas las indisciplinas y de un amigo ante cuyo recuerdo sangran aún muchos corazones.
No quiero que el recuerdo de Mateos se diluya en la nada. Era una autoridad electa, un concejal de Bilbao y algún día nuestro consistorio, del que formé parte con él, le recordará como se merece. Los pueblos que honran a sus mártires son dignos de su futuro. Quienes los olvidan, repiten sus errores.
Santiago Aznar Sarachaga.
Concejal socialista 1931-1936
Primer Consejero de Industria del Gobierno Vasco 1936-1946.
Pues sí señor.Hay que conocer estas historias que han sido ocultadas por el sistema español de enseñanza.
Y aquí parece que nos aburre oir hablar de ellas, entretenidos como están algunos con Susana la Sultana o Iglesias.
Publicado por: Caustico | 12/29/2016 en 07:59 a.m.
La pregunta que me viene a la cabeza es qué diría Mateos si viera en qué se ha convertido el PSOE y lo que han hecho personajes como Patxi López o Eduardo Madina. Unos se hacían socialistas sin esperar nada a cambio y sufriendo a menudo la represión y los otros acaban colocando a sus familiares en grandes empresas del IBEX. Como se dice a menudo el PSOE actual no tiene más de 100 años de historia sino solamente unos 40.
Publicado por: Señor Negro | 12/29/2016 en 12:21 p.m.