AUNQUE en la Unión Europea existen cuatro grandes potencias (Alemania, Francia, Reino Unido e Italia), de facto la integración siempre ha solido estar impulsada por el liderazgo de Francia y Alemania toda vez que la inestabilidad crónica de Italia y el euroescepticismo británico restaban a estas mucha capacidad de influencia.
Esta situación se mantuvo hasta la década de 1980. En aquellos años, Francia y Alemania Occidental tenían economías y poblaciones comparables, con cierta ventaja alemana. No obstante, por encima de esas pequeñas diferencias de peso, un acuerdo no escrito concedía a ambos Estados el mismo peso político e institucional. Tratado tras tratado, ambos países tenían los mismos votos en el Consejo y diputados en el Parlamento. Además, más importante, sus gobiernos compartían en buena medida un mismo proyecto de Europa, plasmado en el Tratado de Maastricht que creó la Unión Europea. A pesar de la entrada de nuevos Estados, el esquema funcionaba de la misma forma: el motor franco-alemán lideraba la integración con propuestas que luego eran enriquecidas por el resto de países.
Este modo de funcionamiento comenzó a resquebrajarse a finales de los 80. El colapso del bloque comunista hizo posible la reunificación alemana. Así, de pronto, Alemania pasó a incorporar a los dieciséis millones de alemanes del este. La situación se mantuvo aún unos años, pero en el Tratado de Lisboa, que se firmó en 2007, por primera vez se reconoció que Alemania era la principal potencia europea.
En el Consejo de ministros se mantuvieron las formas, asignando a Francia, Alemania, Italia y Reino Unido los mismos votos, 29; y a España y Polonia se les reconoció su segundo escalón en población con 27 votos, muy cerca de las primeras potencias. Sin embargo, Alemania impuso sus tesis de que la paridad no podía mantenerse por más tiempo. Alemania posee 82 millones de ciudadanos frente a los 66 de Francia, 65 del Reino Unido y 60 de Italia. A continuación, España con 46 y Polonia con 38 completan el grupo de los grandes. Después, Rumanía no llega a los 20 millones. Con un argumento democrático, Alemania consiguió que se le asignaran 96 diputados, por 74 de Francia, en el Parlamento Europeo.
En cuanto a la economía, la evolución de los últimos años ha perjudicado a Francia y beneficiado a Alemania. En la actualidad, Alemania posee un PIB un tercio superior a Francia, claramente superior al Reino Unido, el doble que Italia y tres veces el de España. Este peso económico se ha notado en la gestión de la crisis y en la toma de decisiones de los países del euro.
En los últimos meses, los británicos han decidido salir de la Unión Europea. Más allá de cómo se desarrolle el proceso del Brexit, lo que está claro es que el peso político y la influencia británica se reducirán enormemente. Además, en los últimos años se ha observado que Alemania y Francia ven muchas cosas de forma distinta. Francia ha coincidido más veces con sus vecinos del sur de Europa que con Alemania en estos últimos años. En la actualidad, el motor franco-alemán ha dejado de funcionar y ambos gobiernos están preocupados por sus respectivas elecciones internas, lo mismo que Italia. Mucha gente se pregunta quién podrá equilibrar el poder creciente de Alemania.
La política exterior rusa, con sus recientes acciones en Crimea, Ucrania o Siria ha alarmado a los países de la Europa del este. El grupo de Visegrad (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia) y los países bálticos (Estonia, Lituania y Letonia), que nunca han abrazado la integración política europea, ahora quieren batallones europeos en sus territorios. Además, los flujos de refugiados que llegan a sus fronteras les llevan a demandar acciones comunes de la Unión.
Los países nórdicos siempre han mantenido estrechos lazos y una fuerte cooperación política entre sí, pero son más reacios cuando se trata del conjunto de la Unión. Además, tampoco han sido nunca los más activos en proponer avances en la integración y no poseen la autoridad moral necesaria ni el peso para aspirar a liderar la UE. El Benelux, que ha sido tan activo durante varias décadas y se ha ganado un prestigio por su europeísmo, es demasiado pequeño para liderar la Unión Europea, y menos frente a Alemania.
En este contexto, leyendo entre líneas distintas declaraciones de ministros, parece que el Gobierno español ha vislumbrado la posibilidad de que el Estado gane peso e influencia en la Unión Europea. Para ello sería necesario, en primer lugar, plantear un proyecto que vaya más allá de sus propios intereses particulares y que atraiga a un grupo amplio de países, lo que no parece fácil pues el presidente de gobierno nunca ha destacado ni por su ambición europeísta ni por su carisma. En segundo lugar, a pesar de ser el Estado más grande después de las cuatro potencias, le falta dimensión para situarse al mismo nivel de aquellos. En este sentido, quizás sea significativo el paulatino y muy discreto acercamiento a Portugal. Parecen lejos los días en que el imperio español ambicionaba abiertamente la absorción de Portugal. Hace más de una década que se ha comenzado a preguntar en ambos lados de la frontera por las visiones respectivas del otro y, mostrando sus intensas relaciones, se han constituido en un único mercado ibérico a todos los efectos (no hay más que leer las etiquetas de los productos), se han creado asociaciones científicas ibéricas, en numerosas revistas académicas han comenzado a aceptarse textos en portugués y se viene preguntando sistemáticamente por cómo se vería una eventual fusión amistosa de ambos Estados. Las respuestas han sido sorprendentemente positivas sobre esta cuestión, permitiendo imaginar movimientos políticos de calado en un futuro de medio plazo.
De momento, las relaciones políticas parecen ser excelentes, como se ha visto en la reciente visita real a Portugal, en la que incluso se invitó al rey español a dar un discurso en el propio Parlamento portugués.
Todo esto puede no ser nada o puede anticipar un acercamiento político que establezca posiciones comunes en asuntos europeos. Hay que recordar que la suma hispano-portuguesa permitiría a España dar un salto de calidad y a Portugal multiplicar su ya extraordinaria influencia internacional. Juntos, ambos Estados podrían poner en valor su población de 57 millones de personas (muy cerca de los 60 de Italia y los 66 de Francia), sus 39 votos en el consejo de la Unión (por 29 de Alemania), o sus 74 diputados en el Parlamento Europeo (los mismos que Francia y uno más que Italia).
En tercer lugar, para intentar aprovechar en serio esta oportunidad, el gobierno español necesitaría cerrar los frentes internos, en particular garantizar una cierta estabilidad en el parlamento y encauzar la cuestión territorial, que fundamentalmente significa ofrecer un marco de diálogo serio, respetuoso y valiente a Euskadi y Catalunya.
A este respecto, puede resultar ilustrativa la propuesta de García Margallo al día siguiente de que el Brexit le sirviera en bandeja la oportunidad de presionar a Gibraltar para que acepte algún tipo de retorno al Estado. Su propuesta proponía un esquema de soberanía compartida con el peñón. ¿Sería posible compartir la soberanía con Gibraltar -como ya se está haciendo con la Unión Europea- y seguir sosteniendo que ello no es posible en Catalunya o Euskadi? ¿Podría servir Gibraltar, tan emblemático para el nacionalismo español, como ensayo de algún tipo de propuesta para las otras naciones del Estado? ¿Puede ser que a algo parecido a esto se haya referido el gobierno español cuando le decía hace unos días al gobierno catalán que se podría hablar de todo excepto de romper el territorio?
POR IGOR FILIBI
Es curioso, cuando desde Madrid se invoca constantemente a "la legalidad", "la legalidad", "la legalidad", para cualquier cosa, nos olvidamos que la constitución española actual, se hizo pactando con fuerzas golpistas, fascistas, dictatoriales, criminales, impunes, es decir..., ACEPTANDO y bajando la cabeza..., a una influencia ilegal..., ya que la legalidad y además democrática se encontraba en la IIª República..., por lo que la legalidad actual española, tiene al menos..., raíces de ilegalidad..., por lo que no se le puede pedir a otros legalidad, cuando tu de base no la tienes y esta es una verdad que todos sabemos pese a que nunca se diga..., pero es así..., por lo tanto se podrá decir lo que se quiera y se podrá tratar de hacer todas las trampas que se quiera, pero la presunta legalidad en España es ilegal y no se puede invocar, ni tratar de imponer a otros, ni tratar de aplicar, ni tratar de poner como ejemplo ante nadie (a menos que sigamos queriendo seguir mintiéndonos..., pero esto es así..., ninguna legalidad puede tener una raíz total o parcialmente ilegal, como es el caso, es muy simple...).
Publicado por: Sony | 12/30/2016 en 11:09 a.m.