Por: Julián Ruiz de Aguirre (14/11/1979)
En el año 1935, José Antonio de Agirre escribía un libro, "Entre la libertad y la Revolución", compendio, o más bien historia de lodo lo que pasó en Euzkadi entre los años 1930 a 1935, y la intervención que al PNV le correspondió en aquél proceso histórico hacia la consecución de la autonomía, reflejado en un proyecto de cuerpo legal al que llamamos Estatuto.
El libro, aun cuando un poco Iargo, y según se mire, no puede ser de otra manera. Quien esté interesado en lo que haya sido este Pueblo, quien sienta curiosidad o deseos de saber cuáles han sido los antecedentes para que nos encontremos hoy a las puertas de esa Autonomía, su lectura no dejará de ser interesante, y a medida que pasen las páginas, el lector no podrá por menos que apasionarse de lo que allí se dice.
Todo el libro es verdad. Verdad no velada. Verdad a secas. Verdad avalada por medio de documentos que se transcriben en la obra y muchos de ellos en su integridad. Documentos un tanto secretos o desconocidos para el gran público, pero asequibles a José Antonio por el lugar que ocupó en todo aquél período histórico.
Y al mismo tiempo que la verdad así relatada, están las consideraciones del propio autor, y sus juicios sobre los hechos ocurridos. Si hoy me atrevo a rememorar el libro y el periodo referido, así como las enseñanzas que nos dejó —porque verdaderas enseñanzas nos legó quién tanto amó a su pueblo, es por los sucesos que con reiteración machacona, y muy desgraciadamente, se están produciendo entre nosotros.
No me propongo aquí hacer una crítica, ni una apología del libro. Me voy a limitar a copiar algunos párrafos, que, y de su lectura en estos días, y por tercera vez, me ha parecido son de estricta actualidad y aplicación al momento presente, y ello para que meditemos, para que pensemos en lo que José Antonio de Agirre, reflejó en aquellas páginas pensando solamente en el bien de este Pueblo Vasco, en Euzkadi.
Se formó en las Cortes Constituyentes de la II República la llamada minoría "Vasco-Nabarra" para defender el Estatuto de Estella, y al referirse al taponamiento que al mismo se había hecho en aquella Cámara de Diputados, dice:
"Los Diputados vascos, sus defensores, no se encerraron en la torpe disyuntiva del todo o nada, sino que reaccionando dentro del campo de lo factible acordaron luchar por la conquista del resto de las facultades autonómicas reconocidas por la Constitución". "Todo o nada clamaban (se refiere a los Tradicionalistas de entonces), sin saber siquiera lo que era el todo y caer en la cuenta a donde les conduciría el nada."
Sobre la fundación de una democracia y de las aspiraciones de los pueblos, y del Pueblo Vasco en particular, copia un párrafo del discurso que pronunció aquél gran vasco que fue don Ramón de Madariaga por haber sido ponente de la confección del Estatuto de 1933, y en la Asamblea de los Ayuntamientos vascos en Vitoria (Gazteiz), el 6 de agosto de 1933, y luego son de él, de José Antonio, las palabras que voy a copiar:
Dijo Madariaga: "El gran Masarik, creador de la República Checoslovaca, decía que la creación de toda democracia sobre todo de toda república democrática es un acto de fe, un acto de fe en los destinos de País, un acto de fe en la justicia y el derecho, un acto de fe en el porvenir."
Y son del propio José Antonio estas palabras:
"Las demandas de libertad de los pueblos tienen una sustantividad propia e independiente de las mudanzas políticas y de los tinglados gobernantes. ¡Qué difícil es la consecuencia cuando a principios tan sagrados como los basados en la justicia se anteponen los bastardos nacidos de una momentánea situación de mando!"
De un discurso suyo pronunciado en la Cámara de los Diputados en agosto de 1931, son las siguientes palabras:
"Además nosotros, al tener una aspiración conjunta, que es la reintegración foral, derogando aquella ley de 1839, que el señor ministro de la Gobernación citaba ayer, he de advertir que en nuestra historia y en nuestras leyes tenemos datos suficientes para que la Cámara se dé cuenta de que esto del respeto a los derechos individuales no es cosa de hoy en el Pueblo Vasco, sino que es cosa que está en nuestra legislación y en nuestros corazones, y debe estar en el corazón y en el alma de todo hombre que tenga un poco de dignidad."
¿Podría hoy cualquier vasco repetir esas palabras?
Habla de las consecuencias a que se quiso llevar al Pueblo Vasco por los vaivenes de unos y de otros, y así dice:
"¿Qué se pretendía? ¿Que nuestro pueblo enrolara las filas de la revolución dirigidas por las internacionales? Pues no podían encontrar medio más adecuado que él romper su alma a pedazos. Las revoluciones son llevadas a la práctica por los que muchas veces, desesperados, no conciben más salvación que la del fuego o la metralleta. Pero existen en los pueblos otros "revolucionarios", mucho más peligrosos que los anteriores, causantes de casi todas las revoluciones que han sacudido a la humanidad; éstos son los desconocedores de los derechos y de la justicia, debida lo mismo a los hombres que a los pueblos."
Y ya al final del libro trata abiertamente de la violencia. Condena y llora el asesinato del que fuera compañero en la minoría Vasco-Nabarra y gran amigo suyo Marcelino de Orexa y Elósegui, ocurrida en Mondragón, el 6 de octubre de 1934, y dice:
"Nos hallábamos los Diputados en Madrid siguiendo el curso de los acontecimientos y en continua relación con nuestras autoridades políticas, cuando llegó a la presidencia del Consejo nuestro compañero Manuel de Iruxo con la fatal noticia: En Mondragón han fusilado a Orexa. No lo pudimos creer. Desgraciadamente al poco rato la noticia nos era plenamente confirmada. Pocas veces habían sentido nuestros corazones un golpetazo semejante. Caía nuestro compañero víctima inocente del odio desatado en el alma de unos desgraciados que deshonraban a nuestro pueblo, asesinando a un hombre bueno en el mismo centro de Euzkadi. ¿Quiso Dios castigar nuestro orgullo? ¿Quiso que también, muestra Patria conociera el deshonor y el sonrojo de que manos vascas asesinaran traidoramente a un hermano? Hubiéramos concebido la lucha leal por e] ideal por equivocado que éste fuera pero el asesinato cobarde y alevoso jamás".
Rematando el libro en sus páginas finales, podemos leer:
"Y ojalá que este reconocimiento del derecho y de la justicia llegue, sin que convulsiones violentas, siempre tristes, sacudan las entrañas de este pueblo de nuestros padres... Es preciso confesar que en nuestro pueblo no podrá haber paz mientras no se proceda a una renovación de los valores personales. O revolución o lealtad. He ahí la disyuntiva cruel y sincera. Lealtad de hombres, lealtad en el cumplimiento de las leyes, lealtad en todos los sentimientos que se dicen profesar... La lealtad es mensajera de paz. La traición, la persecución injusta y la hipocresía son heraldos de la revolución... Pero sería vana nuestra fe, si en nuestro corazón quedara, por muy escondido que estuviera, un rescoldo de odio. Pues bien, si por imperiosas razones y mirando por el bien de mi Patria ultrajada he querido redactar estas páginas de verdad y de acusación, no las he escrito para que el espíritu de venganza acreciente en el pecho de mis compatriotas, no. Las he escrito para que los pormenores de estos cinco años sean conocidos por propios y extraños y sus espíritus, aún de los que nos hicieron mal, reaccionen contra la injusticia que es el pecado mayor que se puede cometer en un pueblo."
Si en algo estima este pueblo a quien tanto le amó, ¿no desearemos seguir sus consejos, sus enseñanzas? De ellas no puede derivarse ningún mal, sino antes el bien.
Meditemos, y luego de un sincero arrepentimiento de todos, lancemos lejos de nosotros el odio, el rencor, y las armas que los alimentan. Es el camino para hacer de verdad un pueblo.
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