Historia secreta de los aviones de combate que cayeron en Bizkaia durante la II Guerra Mundial.
La reciente apertura y desclasificación de los archivos del Ejército del Aire y del Ministerio de Asuntos Exteriores ha permitido sacar a la luz sucesos que la Prensa, siguiendo las estrictas normas de censura de la época franquista, silenció, Durante la Segunda Guerra Mundial, algunos aviones que combatían sobre suelo francés buscaron refugio, perdidos o averiados, en nuestras campas. De ellos, no quedó ni rastro. Si acaso, el recuerdo de quienes vieron sus restos. En años de escasez, no era cuestión de desaprovechar 15 toneladas de aluminio caídas -y nunca mejor dicho-del cielo.
El primero en llegar fue un Dornier 17Z alemán, matrícula 7T+GL, que, en la noche del 30 de septiembre de 1940, se estrelló contra la fachada del edificio consistorial de Güeñes. Perteneciente al Kgr. 606 de la Luftwaffe, con base en Cherburgo, en la Francia ocupada, era un bombardero de estilizadas líneas, hermano de los Bacalaos que debutaron con la Legión Cóndor durante la Guerra Civil española. Después de una larga y angustiosa búsqueda de un lugar aceptable donde posarse, desorientada la tripulación, en vuelo demasiado bajo, se topó con el edificio. La violentísima colisión acabó con la vida de los cuatro miembros de la dotación del aparato: Hans Meinicke, Helmut Hanschke, Mench y el piloto Günther Hesse.
Tres años después -concretamente, el Día de los Santos Inocentes de 1943-, caía cerca de la ermita del pueblo de Mendata un cazabombardero norteamericano P-47D Thunderbolt. Había despegado de Inglaterra y, tras cumplir su misión de escolta sobre Francia, se perdió, yendo a parar a las cercanías de Gernika. El joven piloto, Earle W. Briggs, decidió que aquellos montes y pinares no eran la mejor pista de aterrizaje y saltó en paracaídas. Fue a caer, prácticamente, dentro del pueblo. La única persona con la que pudo hablar fue la madre del ex-diputado general de Vizcaya José Alberto Pradera, quien le sirvió de intérprete, ya que nadie en el municipio sabía una sola palabra de inglés.
La caída del aparato causó un gran revuelo en Mendata. A pesar de las advertencias de las autoridades para que nadie tocase los restos, se practicaron algunas detenciones entre los vecinos que intentaron llevarse recuerdos de entre la chatarra -meses más tarde, aparecieron por el pueblo algunas camisas confeccionadas, sin duda, con la seda del paracaídas. El piloto fue repatriado el 10 de enero de 1944, a través de Gibraltar, que era la vía habitual en estos casos.
Cuatro meses más tarde, a las cuatro y cuarto de la tarde del 27 de marzo de 1944, se estrellaba en Plentzia un fantasmal bombardero norteamericano B-24 Liberator. Inmenso y de aspecto desgarbado, más que un avión parecía el producto de un momento de pasión entre un vagón de tren y unas alas. Tocado durante una misión de bombardeo sobre Francia, la tripulación puso rumbo a España, país que, al menos, les ofrecía la garantía de pasar el resto de la guerra en un campo de prisioneros.
Tras sobrevolar el Abra, donde, al parecer, fue recibido a cañonazos por el Valdés, un destructor anclado en la zona, huyeron hacia el este. Cuentan que Rufino, el popular arreglabicis de Las Arenas, escuchó los cuatro motores del aparato, levantó la vista al cielo y exclamó, como si esos aviones volasen continuamente por nuestros cielos: «Bah, un 'Liberator' cualquiera!». Después de poner rumbo al mar, la tripulación saltó en paracaídas. Algunos tripulantes cayeron en el monte Archanda.
Uno de ellos se tropezó con Morito, un popular personaje del bocho de la época que paseaba por la zona, y le regaló un mapa de seda de Francia y España -formaba parte del utillaje para evitar la captura en caso de ser derribados-. El avión tomó otros derroteros; a pesar de haberlo orientado hacia donde no pudiese causar daño, el viento hizo que diese media vuelta y sus 27 toneladas terminaron impactando contra una campa cercana a la villa marinera, frente al Abanico de Plentzia, donde, afortunadamente, la única víctima que causó fue el perro de un caserío cercano.
UN AVIÓN ENTRE LECHUGAS
Ya entrado el verano de ese mismo año, el 25 de junio, a las 11.00 de la mañana, aterrizó en una huerta de lechugas de la Campa en Erandio otro bombardero americano; esta vez, una de las famosas Fortalezas Volantes. El avión había sido bautizado por el piloto como Bachelor's Bride (La prometida), y en el morro lucía el retrato de la novia de uno de los miembros de la tripulación, costumbre habitual en aquellos años. Alcanzado en un motor por un caza alemán en el curso de una misión de bombardeo sobre Burdeos, el piloto prefirió alcanzar la península, antes que enfrentarse a un arriesgado retorno a su base de Bassingbourn, en Inglaterra.
La toma en la Campa fue un tanto accidentada. El popular Germán Pereiro, médico del aeropuerto de Sondika, aún en construcción, tuvo que atender a los heridos, como el sargento Fann, que sufría una fractura de cráneo; el piloto Goodrich, que se hirió la frente; y el sargento Craghead, que se rompió la nariz. Evacuado con urgencia el primero al Hospital Militar, fue operado. El parte facultativo refleja que «quedó aceptablemente, dentro de su gravedad».
El último visitante inesperado que recibió Vizcaya fue un avión alemán que, curiosamente, no llegó volando, sino flotando. Se trataba de un hidroavión trimotor de extraño aspecto -un Blohm und Voss Bv-138 C-1- que el pesquero Reina de los Ángeles se encontró sobre el mar a las diez de la mañana del 24 de septiembre de 1944, a 15 millas frente al Cabo Machichaco. Los marineros se acercaron y, tras comprobar que estaba abandonado, decidieron remolcar tan extraña pesca hasta el puerto de Lekeitio, labor en la que emplearon más de 8 horas.
La tripulación había abandonado el hidra a las 8 de la tarde del 22 de septiembre, a unas 20 millas frente á Arcachon, la famosa ciudad amurallada. Después de dos días y setenta millas a la deriva, apareció frente a Machichaco. La llegada a puerto del Reina de los Ángeles fue una sorpresa para la población, que esperaba una tonelada de anchoa, y no once de hidroavión. Tras hacerse cargo del aparato, el Ejército del Aire ordenó su remolque hasta la Dársena de Portu, donde permaneció abandonado, aunque vigilado, durante unos años. En 1946, la Comisión Aliada de control lo sacó a subasta y fue desguazado por un chatarrero de Bergara.
INTERNADOS EN ESPAÑA
Durante la Segunda Guerra Mundial, España estuvo en el centro de dos importantes frentes del conflicto. Al otro lado de los Pirineos, la Francia ocupada, hostigada continuamente por los bombardeos y aviones de ataque aliados. Al sur, las costas del norte de África, donde se luchó por el dominio del Mediterráneo. Una situación geoestratégica que propició curiosos incidentes, como el ametrallamiento, por cazas ingleses, del observatorio de Ibiza, el 10 de enero de 1944; el ataque con cinco heridos al vapor Cabo San Sebastián de la compañía Ibarra, el 13 de marzo de 1944; o las bombas que lanzaron, por equivocación, bombarderos italianos cerca de la Línea de la Concepción.
Con este panorama, no es de extrañar que aviones y tripulantes aliados o de las potencias del Eje terminasen en la península. Es difícil hablar de un tipo concreto de avión, ya que los hubo de todas clases. En total, fueron aproximadamente unos 195: 60 alemanes, 40 norteamericanos, 60 británicos, 12 franceses y 20 italianos.
Habitualmente, terminaron en algún horno de fundición, para aprovechar el metal, tan escaso en aquella época. Las tripulaciones eran internadas durante un tiempo en campos como el de Miranda de Ebro o Alhama de Aragón, hasta que, cumplidos los trámites legales, eran repatriadas. Las víctimas de estos accidentes fueron enterradas en la península, aunque, terminada la guerra, se exhumó la mayor parte, para enterrarlas en los cementerios militares de sus países de origen. Aún así, en el cementerio vizcaíno de Loiu aún yacen los restos de 36 aviadores británicos y de la Commonwealth, que murieron al estrellarse sus aviones en España durante la contienda.
Por: Javier Aranduy Laiseca
Respecto al avión caido en Erandio Goikoa, Germán Pereiro se negó a atender a los heridos porque luchaban contra sus amigos (él era franquista). Les atendió mi aitite Jesús Modesto Pérdigo, practicante de la zona y amigo de Santiago Alcaide, que les acogió en su casa.Mi aita Modesto de Pérdigo aún vive y fue con su padre al lugar del accidente. Entonces tenía 15 años.
Por cierto, Santiago Alcaide era el dueño de la pastelería New York, de Bilbao.
Publicado por: Jaione de Pérdigo | 11/08/2019 en 06:02 p.m.