UN par de lectores me dicen que tales altibajos son normales dependiendo del tiempo y la geografía. En Europa decrece la creencia, pero en Vietnam y Taiwán aumenta; incluso hay vocaciones para los seminarios y noviciados religiosos. No lo niego. Y, sin ir tan lejos, es más llamativo que, después de más de cincuenta años (72) de dictadura comunista atea, de pronto aparecen Gorbachov, Yeltsin y Putin rodeados de jerarcas de la Iglesia ortodoxa y, en San Petersburgo, los templos ortodoxos están llenos.
Y, sin embargo, también parece que el mundo moderno, la secularización de la sociedad que ha relegado a la religión a un plano muy secundario, está aumentando el número de ateos y agnósticos prácticamente ateos. Pero no es la secularización en sí misma la causa. Si lo fuera, no se daría este contrasentido que tan bien reconoce Salvador Giner: “Hoy en día, países enteros y de gran tamaño, como la India, son oficialmente seculares. Su propia Constitución lo proclama. Resulta que la secular India es uno de los países con más riqueza cultural religiosa del mundo, con mayor población devota (1.000 millones), dentro de una inmensa variedad de cultos creencias y fes. Sigue siendo, además, fuente de inspiración para gentes de otros países”. Geor Simmel demostró cómo la secularización no logra eliminar los ligámenes religiosos del ser humano y su veneración al Ser Supremo o Absoluto.
El ateísmo declarado de Sigmund Freud, Bertrand Russell y, sobre todo, de científicos como el zoólogo de Oxford, Richard Dawkins, azote de la religión, ateo militante, desde su El espejismo de Dios (2006), traducido a 35 lenguas y del que se han vendido más de tres millones de ejemplares, hacen mella en algunos creyentes: “Ciencia y religión no pueden ser compatibles”. Pero como él mismo acaba de reconocer: “Muchos científicos piensan que sí”. Hoy puede darse el caso de que los científicos increyentes hagan públicamente gala de serlo, mientras los creyentes se muestren más reservados. Pero eso no quiere decir que aquellos sean más ni mayores científicos. La fe no puede probar la verdad de su objeto, por eso es fe. Pero tampoco el increyente puede probar la inexistencia del mismo. El ateo afirma que no hay Dios, sin embargo, no puede probar su inexistencia. En el fondo, cree que no existe.
Max Weber supone que el “desencantamiento del mundo” (desaparición de la magia, del chamanismo, etc.) se extenderá a la religión. Pero esta es hoy muy crítica y, aunque siempre pueden quedar supersticiones, las creencias falsas o tontas son claramente desechadas.
A pesar de que, por todo esto, en un futuro próximo siga descendiendo en nuestro entorno europeo el número de creyentes, también dentro del cristianismo, estoy convencido de que la religión no desaparecerá, no solo porque 6.000 millones y pico de creyentes son muchísimos y pueden ir creciendo, sino por un lazo intrínseco entre lo religioso y la especie humana.
Intrigado desde mi primera juventud por el fenómeno religioso, sometí a severa introspección mi sentimiento en cuanto tal. Consciente de que si hubiera nacido en China sería casi seguro budista, o hindú de haber visto la luz en la India, recobré el “asombro” y “estupor”, la “admiración” y “misterio” primitivo y original que ya el artista de Altamira, 13.000 años antes de Cristo, experimentó y plasmó abstractamente en la roca, signo de su religiosidad; algo similar nos transmitió el artista de Lascaux.
El estudio de las culturas antiguas, los sumerios del cuarto milenio antes de Cristo; los acadios, sus sucesores en Mesopotamia; el Gilgamesh, la epopeya más antigua (2000 antes de Cristo); los egipcios… muestra la naturalidad con que aflora lo religioso, en cierto contraste con lo asombroso de su origen. El romano Petronio, princeps elegantiarum, talló su sentencia: “Primus in orbe Deos fecit timor” (El temor fue el primero en el mundo que creó a los dioses).
Hace más de cincuenta años que leí a conciencia la monumental obra de Rudolf Otto, Das Heilige -lo sagrado, lo santo- (1917). Otto observa, en lo más íntimo de la esfera de lo religioso de todos los pueblos primitivos, la presencia de lo que él llama y describe como numinoso, misterioso, el misterium tremendum, sin embargo no atemorizante, que si por una parte retrae, dada la grandeza de su asombro y la propia pequeñez, por otra, atrae, fascina y seduce, a la vez que llena de energía, vida, fuerza, voluntad y actividad afectiva: el hontanar perenne de la religiosidad humana, lo que hace que el homo sapienssea a la vez homo religiosus, como si tuviéramos un instinto innato para creer en causas en determinados casos sobrenaturales. Mi conclusión razonada es que la religión no desaparecerá y que una mundialidad agnóstica o atea es utopía.
La permanencia de la religión y, en concreto, del cristianismo ¿beneficiaría a la sociedad? Es cierto que no hay correlación entre fe en tal divinidad y buena conducta y nunca la fe en Dios es garantía de que sus creyentes se abstendrán de cometer delitos y hasta crímenes. Algo que vale también para la increencia de ateos y agnósticos.
Ciñéndome ahora al cristianismo, religión dominante en el mundo y todavía entre nosotros, me ha sorprendido una afirmación del Papa Francisco (el título de Papa fue común a los obispos y solo después se restringió su uso, y entre Romano Pontífice, sucesor de Pedro o Vicario de Cristo, el más cristiano me parece, aunque largo, el de Servus servorum Dei, Siervo de los siervos de Dios). El día de la Inmaculada, en 2014, afirmó: “La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción. Hay que salir a curar heridas”. Afirmación muy válida y fecunda aún más allá de su reducido contexto.
Ciertamente, no es atractiva una Iglesia de espíritu cerrado, enrarecido por un ambiente de culpa, castigo y miedo, en el que las prohibiciones y los noes dominan el sistema, en el que parece existir una barrera entre las jerarquías y los fieles, clérigos y laicos, los dos géneros, y están cerradas las ventanas a la esperanza y alegría, etcétera. Atrae, por el contrario, una Iglesia de espíritu abierto, aligerado de mil accesorios inútiles, de cuestiones incomprensibles, comenzando por las palabras; un espíritu centrado en lo capital -hay que creer solo lo que hay que creer-, espíritu abierto a comprender las dificultades reales de la vida y debilidades de las personas, a curar heridas, algunas causadas tal vez por la vieja misma Iglesia, espíritu cercano de paz y alegría para ayudar sin reserva con la presencia, palabra y acción en el amplísimo campo de todo lo auténticamente humano.
Y todo esto no para hacer crecer la Iglesia, sino para ser la Iglesia. En la actualidad, en esta sociedad plenamente secularizada puede brotar espontáneamente, o sugerido por una palabra amiga, el asombro de la transcendencia del origen sin concretos ropajes religiosos. Una de las conquistas de la modernidad ha sido el derecho de cada cual a ser cada cual. Un derecho que pocas veces ejercemos.
Durkheim pensaba que el papel principal de las religiones era asegurar la cohesión social de la sociedad. Esto lo logra hoy la sociedad laica democrática en un Estado político aconfesional que acoge las opciones agnósticas y ateas, así como las religiosas, pero sin identificarse con ninguna de ellas.
Esto supuesto, la religión y, en concreto, la Iglesia católica, la más numerosa entre nosotros, además de atender a sus propios fieles puede hacer oír su voz en el espacio público, aunque quede relativizada, incorporada al juego sociopolítico del pluralismo. Pero además tiene el deber de poner su autoridad moral con sus medios al servicio de la sociedad en que vive, “sierva de los siervos de Dios”, aunque no se reconozcan tales.
Esta Iglesia atrayente -“mirad cómo se aman”, decían de ella- debe propagar practicando a través de todas sus instituciones (lo que ya hace en muchas de ellas: sus colegios, universidades, Cáritas, parroquias…) todos los derechos y valores auténticamente humanos, como la sacralización de la vida, la dignidad de la persona, la libertad, la paz, mejorar la convivencia, el uso de la palabra y los acuerdos… En una palabra. ayudar a mejorar la calidad de vida de todos los mortales, creyentes o increyentes, de mi bando o del contrario. Ayudar a hacer la vida más fácil, más risueña y si es posible más feliz.
JOSÉ RAMÓN SCHEIFLER
Hace no demasiados años las autoridades en los pueblos eran el guardiacivil,el cura y el maestro por ese orden.
De los prineros podemos decir que siguen igual, que los maestros han caido a lo más bajo de la escala mando, siendo menospreciados y mal pagados.
¿Y con los curas qué pasa? En mi modesta opinión han perdido la co fianza de muchos de sus fieles pero mantiene su influencia politica y económica.
Y como muestra un botón.Las misas de 12 de los Domingos en el Buen Pastor de Donostia o en la Basilica de Begoña en Bilbao registran "entradas" muy pobres.Supongo que en Gasteiz pasa algo parecido.
Sus 3 obispos, representantes del ala más rancia del nacional catolicismo han emitido un comunicado deplorable, que ha tenido muy poquita repercusión, a pesarr del interés de Voce to en su divulgación.
La iglesia nacional católica española se ha enquistado en la caverna.
Iceta, Munilla,Blazquez, Cañizares....son hombres de la derecha radical, en lo politico y en lo social.
Tienen su público y mantienen parte de su poder de influencia en la politica, pero ni recogen ni les importan las principales preocupaciones de los ciudadanos.
No tengo ni idea de lo que hace el Papa Francisco.Empezó muy fuerte y se ha diluido, quizás prisionero de la caverna vaticana.
Demasiado turbio todo como para ser atractivo.
Publicado por: CAUSTICO | 03/29/2017 en 11:54 a.m.
-Max Weber supone que el “desencantamiento del mundo” (desaparición de la magia, del chamanismo, etc.) se extenderá a la religión. Pero esta es hoy muy crítica y, aunque siempre pueden quedar supersticiones, las creencias falsas o tontas son claramente desechadas.-
Je je. ¿La iglesia católica ha abandonado las supersticiones? Lo dudo. Especialmente en el tema de la sexualidad allí siguen muchas supersticiones. La iglesia es machista por definición y considera a las mujeres como seres secundarios incapaces de asumir las mismas responsabilidades que los hombres. El papel de las mujeres desde la visión católica está claro: servir a los hombres. No pueden ser sacerdotisas ni oficiar misas, no pueden aspirar a nada más que cumplir servilmente con su papel de monjas y obedecer en todo a los obispos. Su papel en la familia ideal católica es el de criar los hijos y acontentar al marido. ¿Derecho a planificar su reproducción y a gozar de la sexualidad? Ni de coña. Como dijo hace poco tiempo el arzobispo de Tarragona la mujer tiene que hacer feliz a su marido.
Mi abuela sufrió mucho el machismo católico. Durante el franquismo la ley discriminaba a las mujeres de una forma horrible. Ella no pudo asistir al bautizo de sus niños porque a las mujeres se las consideraba impuras después del parto. Si se quería sacar el carné de conducir tenía que pedir permiso al marido. Obviamente a las adúlteras les podía caer el peso de la ley si lo quería el marido. ¿Divorcio? No. ¿Aborto? No. Abandonar el hogar era otro delito que podía cometer una mujer.
En un estado en el que los pecados católicos eran considerados crímenes las mujeres vivían oprimidas. En toda aquella época los católicos demostraron estar siempre dispuestos a tirar la primera piedra. Así que yo creo que la doctrina católica era muy farisea. Los católicos criminalizaban mucho a las mujeres pero eran incapaces de hacer autocrítica. Por eso yo tengo la impresión de que los católicos tienden mucho a ver la paja en ojo ajeno y no la biga en el propio ojo. ¿Leen los evangelios los católicos? Lo dudo.
Publicado por: Señor Negro | 03/29/2017 en 12:43 p.m.
Desde mi punto de vista ciencia y religión tratan de temas distintos. La ciencia trata de descubrir las leyes del cosmos, la relación entre las variables de la Naturaleza que se pueden medir. La religión debería centrarse en la ética y en las relaciones entre humanos. Pongo un ejemplo: la ciencia nos puede ayudar a crear nuevas medicinas pero sólo la ética nos dirá como se tienen que repartir estas medicinas y quién tiene que pagarlas. La ciencia nos da herramientas a través de la tecnología pero es la ética quien nos debería indicar como se tienen que utilizar. El problema es que a menudo las religiones se han entrometido en el campo de la ciencia. Ahora ya casi ni nos acordamos de ello pero durante el siglo XIX hubo cristianos que negaban la existencia de los dinosaurios porque no salían en la Biblia. Además se intentaba datar la fecha de creación de la Tierra a partir de la Biblia y en esto se discrepaba de los geólogos que probaban que la Tierra era mucho más antigua de lo que afirmaba el Viejo Testamento. Ni hace falta recordar los ataques de los fundamentalistas cristianos contra las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies. Si Dios había creado el hombre y la mujer era ridículo afirmar que éstos habían evolucionado a partir de otros simios. Para estos fundamentalistas los descubrimientos de los científicos eran unos actos de arrogancia humana respecto a Dios.
Así que los religiosos deberían limitarse al campo de la ética y de la política sin molestar tanto a los científicos. La experimentación con células madre, por ejemplo, no se puede prohibir en base a unas supersticiones heredadas de un libro escrito hace más de 20 siglos.
Publicado por: Señor Negro | 03/29/2017 en 01:34 p.m.
El Profesor de la Universidad de Deusto afirma que no cree que la religión vaya a desaparecer. Pues yo no lo tengo tan claro.
Quienes asisten a misa cada vez son menos y quienes imparten las misas también. Las iglesias están están siendo convertidas en otros establecimientos y los monasterios, abadias y conventos en atracciones turísticas. Todo esto indica a una tendencia a desaparecer.
A lo mejor la gente creerá en otras deidades. En UK "Jedism" es la religión que más adeptos suma año tras año desde la década de los 90. Pero la religión como la hemos conocido hasta hoy en día pertenece a otro tiempo. Al igual que la ya no se cree en "Ra", "Osiris" y "Isis" (La diosa egipcia- hermana y esposa del anterior- que no sea confundida con otra) Y ya no se momifican cuerpos, con la excepción de dictadores sangrientos. Pues tampoco creeremos en la religión como nos la han enseñado a nosotras.
Y desaparecerá por las mismas razones que desapareció la religión egipcia. Porque ya no tiene un rol en nuestra sociedad.
La religión ha sido un instrumento político. Dios aparece en consagrando constituciones, leyes, monedas y mandatarios en el mundo entero. "Sólo se puede reinar en el nombre de Jesucristo" se dice en "Amaya. O los vascos en el S.VIII"
Y ahora no gobierna Jesucristo.
Publicado por: Txilinasti | 03/31/2017 en 04:00 p.m.