Han pasado más de 40 años desde que Virgilio Zapatero publicara su tesis doctoral sobre Fernando de los Ríos y los problemas del socialismo democrático. Su mismo título indicaba bien una preocupación dominante en algunos círculos intelectuales del tardofranquismo: mostrar que en el socialismo español existía una tradición que no venía de la revolución, sino de la democracia. Pionero de esa recuperación había sido Elías Díaz y, con su empuje o a su vera, algunos jóvenes se dedicaron a quitar el polvo caído durante tantos años sobre las huellas dejadas por personajes como Fernando de los Ríos, Julián Besteiro, y no muchos más, que tampoco había tantos.
Zapatero ha seguido trabajando sobre este amor de juventud, recuperando papeles, recogiendo cartas, estudiando conferencias inéditas, y produce ahora esta biografía, muy completa. Muy amable, escrita al hilo de la correspondencia privada, de intervenciones públicas y de documentos oficiales, más narrativa que analítica, sin apear nunca el don a su don Fernando, un catedrático que daba clase enfundado en su chaqué y que vivió el socialismo como compendio de liberalismo y democracia más intervención del Estado. Ortega, su amigo y joven maestro, también había coqueteado con la idea, como lo harían los jóvenes de la generación del 14: renovar lo que llamaban emoción liberal con una inyección de vitaminas socialistas. Tal era, por lo demás, el núcleo del new liberalismo que corría por el pensamiento europeo en la primera década del siglo.
Pero mientras a la mayoría de sus colegas de generación —la nacida en torno a 1880— liberalismo más intervención del Estado la llevó desde el reformismo de 1914 al republicanismo de 1930, De los Ríos se fue hacia el socialismo debido a una singular experiencia, muy bien contada por Zapatero: ser intelectual en Granada. Allí ganó su primer escaño y allí se afilió al PSOE para inmediatamente ocupar, como ya ocurriera con los escasísimos intelectuales que habían seguido una similar trayectoria, una destacada posición. De los Ríos, con su piquito de oro en una sociedad que adoraba la palabra bien dicha, tenía asegurada una plaza entre la élite dirigente del socialismo.
La ocupó, pero sin renunciar a sus posiciones liberales y democráticas, lo cual le valió durante la dictadura de Primo de Rivera sentirse, como Prieto, en situación marginal. La República fue su gran ocasión: el Congreso para hacerse oír, los ministerios para introducir reformas, en Justicia primero, luego en Educación. No logró siempre su propósito de moderado reformador: en el debate sobre el artículo 26, el de la célebre cuestión religiosa, su voz vibrante de resonancias místicas fue única en su partido, que pretendía la disolución de todas las órdenes religiosas y la incautación y nacionalización de todos sus bienes. Pero luego, en el Ministerio de Instrucción Pública tuvo ancho campo para desparramar el ansia de regeneración de su juventud institucionista: escuela primaria, centros superiores, misiones populares. Fue su gran momento, que esta biografía capta en toda su amplitud.
Sin embargo, la experiencia del poder y de su pérdida lanzó al PSOE y a su sindicato hermano por la senda de la revolución, que se anunció no como la amenaza de desencadenar "un movimiento si se procedía a modificar el texto constitucional", como escribe Zapatero, sino como respuesta a una posible entrada de la CEDA en el Gobierno. En este momento crucial, De los Ríos, sin compartir la estrategia de su partido, tampoco se enfrentó a ella. Tal vez un tratamiento más detallado de sus pasos en este conflictivo año de 1934 habría sido necesario para entender su evolución desde el chasco moral en que le vio sumergido Azaña en el mes de enero al despectivo comentario que le hizo en vísperas de la Revolución de Octubre.
En todo caso, desde la revolución, don Fernando ya nunca fue lo que había sido. Su biografía, tampoco. A partir de su nombramiento como embajador en Washington, el relato de Zapatero, siempre documentado en fuentes de primera mano, se acelera y sólo tenemos noticias genéricas sobre la inadecuación del personaje con su tarea: la adquisición de armas para la República asaltada. La exhumación de las conversaciones mantenidas desde Washington permiten, sin embargo, tener noticia exacta de su posición en las últimas semanas de la guerra. De los Ríos prestó su adhesión al golpe de Casado, siguiendo también en este caso a Prieto, como había hecho durante toda su vida, a pesar de la enorme distancia de estilo. En el fondo, sabiendo alemán e inglés, habiendo hablado con la hermana de Nietzsche, con Lenin y con Roosevelt, el exquisito don Fernando representó en la política española lo mismo que el chocarrero don Inda: un socialismo de impulso liberal, traumatizado por la doble experiencia del poder y de la revolución en aquella España de los años treinta.
SANTOS JULIA
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