Pocos cabecillas carlistas habrán hecho derramar más tinta que Manuel Ignacio Santa Cruz Loidi, el cura Santa Cruz, que ni fue tan exageradamente carlista como se dijo en su día ni puede ser considerado por sus hechos de armas avanzadilla decimonónica del foquismo guerrillero abertzale.
Todo en la vida y los hechos de este clérigo montaraz apunta hacia su desinterés tanto por las reclamaciones dinásticas de la rama carlista de los Borbones como por ese hipotético protoabertzalismo que algunos dieron en adjudicarle, engañados tal vez por la fascinación que suscita este hábil y escurridizo guerrillero cuyo motor principal, si no único, era su integrismo religioso, al que subordinó su defensa de los fueros.
Nacido en Elduain en 1842 en una familia humilde, Santa Cruz estudió en el seminario de Gasteiz, a la sazón un foco de integrismo religioso estimulado en su lucha contra las nuevas ideas no sólo por los tímidos brotes del liberalismo peninsular durante el reaccionario reinado de Isabel u, sino también por factores exógenos como el proceso de unificación italiana que, impulsado por Cavour y Garibaldi, ponía en entredicho la existencia de los Estados Pontificios y el poder temporal del Papado.
En el seminario, el futuro guerrillero destacó por su inteligencia y comenzó a cursar el ciclo completo de estudios eclesiásticos, la llamada «carrera larga», destinada a los abocados a llegar muy alto en el entramado jerárquico de la iglesia católica. De haber transcurrido las cosas de otro modo, acaso Santa Cruz hubiera terminado ejerciendo de canónigo y quién sabe si hasta de obispo, pero su organismo, hecho a la libertad de los parajes naturales de su Elduain natal, soportaba mal los espacios cerrados. El seminario gasteiztarra pronto se le vino encima y enfermó, lo que dio lugar a que sus superiores decidieran pasarle a la «carrera abreviada» para reintegrarle cuanto antes a un habitat en el que pudiera recuperar la salud. En 1866, tras cantar su primera misa, Santa Cruz fue nombrado vicario y, más tarde, párroco de Hernialde.
El nuevo cura se ganó pronto con su vida austera y trato confianzudo la voluntad de sus feligreses. Su implicación en los planes carlistas para derribar a los liberales fue a más y en 1870 fue dictada contra él una orden de prisión. Tras burlar a los guardias civiles enviados a detenerle, Santa Cruz huyó monte a través hasta Iparralde, de donde no regresó hasta 1872.
En la primavera de ese año, declarada ya la Tercera Guerra Carlista, Santa Cruz reaparece oficialmente como capellán de las tropas de Carlos VII aunque, conocedor de las limitaciones del mal pertrechado ejército del pretendiente, su designio secreto consiste en levantar una partida que haga la guerra a los liberales de acuerdo con las leyes, aún no escritas, de la guerrilla: conocimiento de la tierra y los naturales del país, movilidad extrema, utilización del factor sorpresa, aprovisionamiento sobre el terreno y destrucción de las vías de intendencia del enemigo.
Los comienzos son difíciles. Tras un primer encuentro con las fuerzas liberales, su partida se deshace y Santa Cruz es detenido y trasladado a Aramaio para ser fusilado. Allí, tras engañar a sus vigilantes, protagoniza una espectacular huida. Tras reunir de nuevo a los miembros de su partida, reinicia una guerra de guerrillas que agota y desconcierta a las tropas liberales.
Su fama, acrecentada por su fuga espectacular y el éxito de sus acciones frente al enemigo, le convierte en el más popular entre el centenar largo de curas que levantaron partidas en Euskal Herria para sumarse al levantamiento carlista. En "La cruz sangrienta. Historia del cura Santa Cruz", publicada en 1928 y reeditada estos días por Txalaparta, el escritor de Donibane Lohizune Gaëtan Bernoville cita entre otros curas trabucaires a Manuel Gabino, Pedro Leñara y Juan Antonio Macazaga.
Este último, vicario de Orio, había unido sus hombres a los de la partida de Santa Cruz, pero carecía de las dotes militares de éste. El fue, con su irresponsable exceso de confianza, uno de los dos principales responsables del revés sufrido en Aia por el guerrillero de Elduain. El otro fue el general Lizarraga, comandante del ejército carlista de Gipuzkoa, que, pudiendo acudir en su ayuda, le dejó sólo frente al enemigo. Esa fue la factura que Lizarraga pasó a quien poco antes se había negado a reconocer su autoridad y había declarado: «Yo hago mi guerra. Yo tengo mis hombres: capellán, don Valero; ayudante, Albistur; guía, Luxia; secretario, Caperochipi; sargento Arbelaiz; chistulari, Zabalo; tambor re ro, Toloxa; Yo tengo mi lema: Viva la Religión, Vivan los Fueros».
Esta "Guardia negra" de Santa Cruz era el eje sobre el que se articulaban las diferentes compañías que formaban la partida del cura. Cuando no había acciones en perspectiva, sus hombres escondían las armas y retornaban a sus actividades habituales a la espera de ser requeridos para entrar de nuevo en combate.
Las diferencias entre Santa Cruz y el general Lizarraga terminaron con la cabeza del cura puesta a precio y sus hombres encuadrados a la fuerza en batallones regulares carlistas. Perseguido por carlistas y liberales, Santa Cruz siguió haciendo la guerra por su cuenta hasta junio de 1873, cuando mandó fusilar en Endarlaza a todos los defensores del fortín de carabineros como represalia por haber disparado contra los voluntarios de su partida después de haber alzado la bandera blanca. El escándalo suscitado por este suceso fue tal que los carlistas redoblaron sus esfuerzos para acabar con él y Santa Cruz se vio obligado a refugiarse de nuevo en Iparralde, aunque regresaría fugazmente para intentar vengar a dos de sus oficiales, fusilados por Lizarraga.
Perdonadas por el Papa sus irregularidades canónicas, Santa Cruz terminó sus días como misionero, primero en Jamaica y luego en Colombia, donde ingresó en los jesuitas seis años antes de su muerte, acaecida en 1926. Entre los escritores que se hicieron eco de las andanzas de Santa Cruz cabe recordar, aparte del ya citado Bernoville, a Nicolás Ormaechea, Orixe, autor de "Santa Kruz apaiza", o Ramón María del Valle-Inclán, que hizo del cura de Hernialde protagonista de "Gerifaltes de antaño", la novela con la que Valle cerró su trilogía "La guerra carlista". Otro «noventayochista», Pío Baroja, que en 1909 ya había hecho aparecer a Santa Cruz y los integrantes de su "Guardia negra" en "Zalacaín el aventurero", volvió sobre el ultramontano personaje en 1918, año de publicación de "El cura Santa Cruz y su partida".
Por: Iñaki Berazategi
llustrazioa: KOLDO LANDALUZE
Por cierto si te meten mas de un año por un chiste de Carrero en Internet..., a Corcuera por decir las burradas que dice y sabiendo que hay víctimas y que España se autopresenta a si misma como una democracia en el panorama internacional, ¿cuánto le van a meter...?, el mundo observa... (ya hay comentarios internacionales por lo ocurrido con el chiste de Carrero, por ejemplo en Gran Bretaña..., da igual que Sabater calle..., Gran Bretaña no lo hace...).
Publicado por: Sony | 04/01/2017 en 03:27 p.m.
Si recuerdo la cita al leer el Zalacaín aunque era un chaval de 10 años de ello hace 41. Salutacions des de València.
Publicado por: Rodolf Carratalà Martí | 03/06/2019 en 04:51 p.m.
LO QUE DICEN LOS LIBROS DE LOS REGISTROS ECLESIASTICOS VISIBLE DESDE INTERNET
http://internet.ahdv-geah.org/paginas/portada/n_portada.php
FAMILIA DEL PADRE
Santa Cruz, Sarobe Maria Josefa,1780-02-27
Santa Cruz, Sarobe Maria Magdalena, 1782-04-15
Santa Cruz, Sarobe Francisco Antonio,1784-08-09
Santa Cruz, Sarobe Maria Ygnacia, 1786-12-23
Santa Cruz, Sarobe Juan Diego, 1789-07-06
Pasqual Ygnacio, Santa Cruz, Zuzuarregui
Maria Bauptista, Sarobe, Garaicoechea
Elduain anta Katalina / Santa Catalina
BODA DEL LOS PADRES 1824-05-04
Francisco Antonio, Santa Cruz, Sarove
Juana Josefa, Loidi, Urreztarazu
Elduain
HERMANA Y EL CURA
Santa Cruz, Loydi Josefa Ygnacia,1836-04-02
Santa Cruz, Loidi Manuel Ygnacio, 1842-03-23
Francisco Antonio, Santa Cruz, Sarove
Juana Josefa, Loidi, Urrestarazu
Elduain Santa Katalina / Santa Catalina
Publicado por: Aya Mon | 07/13/2020 en 11:00 a.m.