Veinte años atrás murió Manuel Aznar. "Nada menos que un periodista", dice Abe. Mucho más: embajador en Argentina, Marruecos, República Dominicana, Washington, delegado en la ONU. Y un perillán, que no es incompatible. Lo escribió otro bilbaíno (Aznar nació en Echalar, Navarra), Indalecio Prieto: "Ficha de un perillán", escribió. Cándido, insigne escritor de periódicos y memorialista (Ediciones B saca ahora sus suculentos recuerdos), afirma, en ese periódico donde tengo tantos amigos, que "Eduardo Haro siempre me dice que Manuel Aznar se llevaba mal con Indalecio Prieto [concretamente, Prieto con Aznar]". Grato eufemismo de aniversario, que probablemente nadie recordaría de no ser el abuelo del candidato José María Aznar. Nadie recordará lo que decía Prieto: picardías, a veces aparentemente graves, con barcos de alimentos para España —¿trigo? ¿lentejas?, yo qué sé: cosas con la Duarte, "no llores por mí, Argentina": qué celebraciones, che—, ni lo que decía Azaña: salía un editorial laudatorio para él en El Sol y le constaba que lo había escrito Víctor de la Serna. Pero aparecía Aznar a presumir de haberlo escrito él. Toda esta corrupción ha sido siempre normal en España, y eso me disculpa de asombrarme de la actual de cada día. Son cosas que en estos medios se saben hace tiempo, y se van administrando.