Crónica de Alemania
Tras el eslabón que aprisiona cuerpos y almas, allá en los acantilados de Finisterre, nuestro primer contacto con la Europa libre ha sido triste y aleccionador. Cascos de buques hundidos que asoman al aire, mástiles rotos y una costa, la de Royan, festoneada de escombros y ruinas. Es el sello trágico de la guerra, en contraste con la campiña verde y exuberante de una Francia, rejuvenecida y alegre, cuyas tierras recorremos con emoción. Es un re-encuentro con el pasado. Las cicatrices conservan aun tonos rosados, pero la vida sigue su curso y París, por ejemplo, continua siendo el centro y símbolo de actividades, de belleza y orte. La guerra ha quedado lejos y el ambiente está dominado por la esperanza. Es viva la fe en la paz y en el futuro. Hay que recorrer el norte, la zona fronteriza para pulsar la inquietud. Las huellas sangrantes frenan el optimismo, pero no anulan el vigoroso afán de trabajo y reconstrucción que se observa. El espíritu está intacto.
No diríamos lo mismo del otro lado de la frontera, en tierras alemanas. Si la reconstrucción es evidente superior y realizada, además, con un sentido urbanístico encomiable, el esceptismo y la indiferencia han ganado no pocos corazones. Las raíces del nazismo, si no han sido tan profundas como pudiera temerse, han dejado un poco de amargura, recelo y desconfianza, cuando no de odio. La transición ha sido excesivamente violenta. Del pináculo al abismo es un salto en el que creencias e ilusiones se quiebran por igual.
El paisaje delicioso, la fertilidad del campo y la cadena ininterrumpida de bosques de ensueño, chocan trágicamente con el cuadro dantesco que ofrecen las ciudades, aun al cabo de los años. Destrucción y escombros por doquier. El espectáculo horrible de Guernica bajo las bombas alemanas, se hace presente a nuestra memoria, pero es pálido ante lo que vemos. La que fue gran ciudad del Rhin, Colonia, fundada por los romanos, es un montón de escombros. Más armonía y solidez hay en esas ruinas romanas ¡no afectada por las bombas!, que la gigantesca urbe devastada. La bella catedral de puro estilo gótico, también mutilada, destaca su silueta en ese cementerio de piedras y huesos. Con lágrimas cabe pensar que Guernica ha sido vengada.
La existencia y repetición de esos escombros por cuantas ciudades pasamos, influyen en el espíritu alemán con mayor intensidad que la propia derrota. Y sin embargo, no obstante ese complejo, se advierte un afán de recuperación, un ansia de integrar una acción colectiva, un anhelo de volver a ser pieza de engranaje en esa maquinaria audaz que intenta poner en marcha Schumann.
El alemán de la zona occidental, que goza de libertad absoluta en contraste con las restricciones de todo orden impuestas al de la zona soviética, ha visto en ese plan el primer impulso de un deseo generoso y sincero de acercamiento y comprensión y lo ha acogido con simpatía porque ve en él, una eficiente y digna solución al problema que entenebrece el futuro de su país. Lo colaboración económica, en base a la fusión de las industrias pesadas de Alemania y Francia, será el crisol fraterno de los tiempos venideros. De ahí que entre los escombros y las ruinas abramos el corazón a la esperanza.
PEDRO DE BASALDUA /Bonn, 30 de Septiembre, de 1950
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