Crónica de Alemania
La Alemania de hoy es de una manera multiforme y tan llena de contradicción, que todo juicio resulta expuesto a grave error. De xxx Nietzache que en el fondo de cada alemán se oculta un caos. Si para el autor de Zarathustra, el caos es generador de vida, para quien observa y analiza elk panorama humano que se nos ofrece a vista, no puede tener otro significado que el de confusión y desconcierto. De la exaltación fanática, del orgullo mesiánico, del optimismo desbordado y triunfante, ha pasado el pueblo a una aceptación resignada y a un pesimismo fatalista y escéptico.
Cuando en este ambiente impresionante de ciudades desmoldadas, de montaña de escombros, no importa a qué ciudadano nos habla de la situación tensa de Europa, nos advierte de inmediato que no será carne de cañón el bastión militar frente a Rusia. El espíritu contra todo armamentismo es evidente y la voluntad unánime se eleva contra la utilización del pueblo como “material humano”. No se trata de simpatía a Rusia, ni mucho menos. Si no faltan quienes impregnados de un falso misticismo social. Pretende presentar a aquella como liberadora, el testimonio vivo de millares de refugiados huidos de la zona rusa, con el sello de la tiranía y el temor a cuestas, hace que l sentimiento tradicional antisoviético se generalice y consolide.
La masa cuyo control se disputan apasionadamente y por igual socialistas y demócratas cristianos, en tanto que otras organizaciones extremistas de derecha e izquierda apenas ejercen influencia, expresa bien el alma alemana, contradictoria y sorprendente. Quienes, con la dureza del acero, marcharon regimentados y autómatas, tras ceder libertad y dignidades, rechazan hoy, tras el cambio de bandera, todo sentimiento de “responsabilidad colectiva". Pretenden así desconocer una solidaridad granítica, forjada durante años y generador de endiosamiento malévolo y destructor.
Olvidan la historia de ayer, de ese ayer que desconcierta haber ignorado todo, hasta la existencia de los campos de concentración y el exterminio de millares y millares de personas llevado a cabo en los mismos. La invasión de tantos pacíficos países, la ocupación con las huellas de rehenes y represalias masivas, el desmantelamiento de fábricas (80.000 fueron llevadas de Francia por loa alemanes), el pillaje de las obras de arte que enriquecían las galerías particulares de los líderes consagrados y aclamados con frenesí y las expoliciones de diverso orden cuyo monto, tan solo en Francia, de acuerdo a la Comisión Consultiva de Daños y Reparaciones, asciende a 1.440 millones de francos (valor de 1.939), todo queda atrás bien lejano.
El nazismo, fenómeno aislado e inconcreto ahora, carga con el lastre trágico. Desgajado de la masa que le dio calor y vida, quedó así reducido a quienes ocuparon el banquillo de acusado en el tribunal de Nürenberg. Y si allí, con la presencia tétrica de los restos esqueléticos de Dacchau y Auschwitz, se puso al descubierto, con sus lacras y crueldades, allí también el nazismo fue liquidado. Porque, aparte de los sentenciados, todos los demás se consideraron inocentes, exentos de responsabilidad.
Observamos que para el ciudadano alemán corriente no existe ese pasado y sí un presente de dramática figura: ocupación de fuerzas heterogéneas, controles en la economía e industria, desmantelamiento compensador, ciudades en ruina, sin hogar, dispersas las familias y escindido el país en dos zonas de opuestas civilizaciones, focos latentes de una posible guerra civil. Tan solo eso ve el alemán medio lo que le toca y desgarra de cerca y, de acuerdo a ello, sin otra reflexión y en víctima, piensa y reacciona. Dominado por ese espíritu de contradicción por esa alma que tiene galerías, escondrijos insospechados, cavernas misteriosas como afirmara Niztzache, no ve en esos males la consecuencia lógica de una doctrina antinatural y diabólica con la que pretendió dominar al mundo, perturbado y convulso desde entonces.
Pedro de Basaldua
Hamburgo, Septiembre de 1950
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