Libros
Por PEDRO GRINGOIRE
A raíz de la guerra civil de España (sigámosla llamando así cuando todos sabemos ahora que fue el campo de pruebas y el preludio de la agresión nazi y fascista que precipitó la Segunda Guerra Mundial), monseñor Gustavo J. Franceschi escribió un libro intitulado "En el humo del incendio", que publicó en Buenos Aires, la Editorial Difusión.
En ese libro, de una detonante parcialidad por el movimiento franquista, el alto prelado argentino repitió y apoyó con todo el peso de su autoridad eclesiástica y de su prestigio religioso, las consignas de la propaganda oficial del franquismo. Al repartir cargos y acusaciones de ese tenor, a los republicanos de diversos matices, barriendo con todos como comunistas y cómplices de los comunistas, y no buena ración a los nacionalistas vascos, no obstante la bien probada filiación católica romana de éstos, e inclusive a su clero.
En reciente visita del presidente de Euzkadi, doctor José Antonio de Aguirre, a la Argentina, se revivieron, exhumándolas de dicho libro, esas imputaciones. Lo cual impulsó a Pedro de Basaldúa, que ocupó puestos de confianza en el Gobierno vasco durante la guerra, y que fue actor o testigo presencial de algunos episodios anotados, a su manera, por monseñor Franceschi, a publicar esta obra a título de refutación, muy particularmente por lo que se refiere al papel de los vascos en aquel sangriento conflicto que le causó a España, desgarrones que no se han remediado todavía.
Basaldúa va tomando y citando textualmente, una por una las afirmaciones e imputaciones de monseñor —a quien en el prefacio confiesa conocer y admirar en otros respectos—, y las va demoliendo una tras otra con citas de autoridades de ambas partes, y documentos fehacientes. El tono se mantiene —hazaña de dominio propio en un asunto que toca fibras tan vivas—, sereno y mesurado en lo general. Y si de cuando en cuando hay estremecimientos de indignación, y hasta restalla el latigazo de fuego de una dolorosa ironía, esto es solamente cuando la refutación ha quedado ya sólidamente establecida, y no es sustitución de las pruebas.
Las imputaciones refutadas son demasiado numerosas para consignarlas en el reducido espacio de esta columna. Baste decir que la persuasiva argumentación de Basaldúa deja claramente delineado el perfil heroico de un pueblo profundamente católico y demócrata, apegado patrióticamente a su terruño y sus tradiciones libertarias, que en aquella hora crítica para los destinos de las nacionalidades ibéricas, no cometió más crimen —si crimen es—, que ponerse del lado que su conciencia no sólo nacional sino cristiana, le definió como favorable a la causa de la libertad.
Y por ese crimen, ese pueblo padeció la invasión de su territorio por rebeldes españoles asistidos por tropas moras, bombarderos nazis y tanques fascistas, y a manos de quienes decían defender la causa de Jesucristo, vio destrozadas sus ciudades, ametralladas sus poblaciones civiles, segadas sus formaciones bravías de guardias ante el número y armamento superiores, profanadas sus iglesias, fusilados a sus sacerdotes y, tras la derrota, calumniados a los próceres de su defensa y de su libertad.
Sin desconocer los extremos y excesos que en tiempos de guerra se cometen por ambos bandos. Basaldúa muestra cuál fue la actuación del Gobierno vasco tan "pronto como pudo recobrarse de la privación de sus medios de mantener el orden —ya que el ejército y la policía se pasaron casi totalmente al franquismo—, y organizar sus propias fuerzas de seguridad, y revela cuánto hizo dicho gobierno por aminorar, con medidas de humanidad, hasta donde podían aplicarse en tiempos como esos, el horror de la contienda".
(De Excelsior)
Nº 195 (01 de Septiembre, de 1956)
Si como se dice el pueblo vasco se levantó contra la rebelión militar por apego a sus tradiciones libertarias entonces tenemos que entender que los navarros no eran vascos. O bien aceptamos que la Guerra Civil fue principalmente un enfrentamiento entre derechas e izquierdas o llegamos a la conclusión de que los navarros querían destruir la cultura vasca. Porque en Navarra la rebelión gozó de mucho apoyo popular por parte de mucha gente de habla euskaldun.
Que la Guerra Civil fuera también un enfrentamiento entre el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos no significa que no hubiera muchos vascos y muchos catalanes que por intereses de clase colaboraran con el franquismo. En el caso de Cataluña por ejemplo Francesc Cambó financió la causa franquista y Joan Estelrich hizo propaganda franquista desde la revista Occident.
Aunque como se pueden imaginar a mí como catalán me hubiera gustado que todos los catalanistas hubieran sido antifranquistas al 100%.
Publicado por: Señor Negro | 08/06/2017 en 02:02 p.m.