Josu Erkoreka
Hay quien se ha mostrado sorprendido por el hecho de que, un partido político como el popular, que tanto esfuerzo ha hecho por aparecer ante la opinión pública como el gran abanderado de la condena del terrorismo, haya sido incapaz de censurar, con toda la contundencia que habitualmente ponen sus líderes en la condena de los atentados que tienen lugar en Euzkadi, el alevoso e injustificado asesinato que las tropas norteamericanas perpetraron en Bagdag en la persona de José Couso. Aznar y sus ministros han lamentado el hecho, pero no lo han condenado. Han hecho exactamente lo mismo por lo que han promovido la ilegalización de Batasuna.
Personalmente, la cobarde actitud de los populares ante el atentado terrorista que ha acabado con la vida del cámara de Tele 5, no me ha extrañado. Y no lo ha hecho porque, contrariamente a lo que muchos creen, la práctica de eludir la condena de los actos de violencia política, limitándose a lamentar sus consecuencias, no es algo que haya surgido ahora, de la mano de la izquierda abertzale, no. Fue la derecha españolista del País Vasco la que, mucho antes de que naciera ETA, instituyó este perverso y despreciable hábito. Valga un ejemplo para avalar esta afirmación. El falangista bilbaíno Manuel Valdés Larrañaga cuenta en un libro autobiográfico que, cuando fue juzgado en el Madrid sitiado de los primeros meses de la guerra civil por las actuaciones que había llevado a cabo en contra de la República, uno de los miembros del jurado le recordó que, días antes, la aviación alemana había destruido Gernika y Durango, "arrasando sus casas, ametrallando hombres, mujeres y niños, bombardeando las Iglesias e incluso el árbol que es la historia de las libertades vascas". Tras el dramático relato, el magistrado le preguntó con vehemencia: "Usted, como buen vasco, ¿condena este hecho?". A lo que Valdés respondió: "Lo lamento". El jurado insistió: "¿Pero lo condena, o simplemente lo lamenta?". Firme en sus posiciones, el camisa vieja de Bilbao, ni cambió, ni matizó su posición inicial: "Lo lamento", contestó, seco y cortante.
El triste "lamento pero no condeno", que tanto mal está haciendo a la política vasca, no es, pues, patrimonio exclusivo de esa amalgama informe de siglas, personas y postulados que se hace llamar izquierda abertzale. Al contrario, forma parte, también, de la más genuina tradición política del conservadurismo españolista autoritario y excluyente. De esa tradición política en la que se inserta Aznar y a la que ahora se han incorporado, ávidos de prebendas y de pesebres, Jon Juaristi, Mikel Azurmendi, Edurne Uriarte, Iñaki Ezkerra y Germán Yanke, a quienes tampoco hemos oído condenar el asesinato de Couso.
Quienes militamos en las filas del nacionalismo democrático vasco, lo hacemos, entre otras cosas, porque nunca ha entrado en el perverso e inhumano juego del "lamento pero no condeno"; porque siempre ha condenado, rotunda y terminantemente, todas las expresiones violentas de la acción política. Sin excepciones. Sin matices. Sin reservas. Algo que, por cierto, pocos -muy pocos- pueden decir en nuestro entorno político más inmediato.
Ya en 1914, cuando tuvo lugar en Sarajevo el atentado terrorista que desencadenó la I guerra mundial, el nacionalismo vasco condenó el hecho con la máxima contundencia. Uno de los que más firmemente lo hizo, fue, precisamente, Manuel Aznar, abuelo paterno del presidente español que, en aquella época, era un pujante patriota vasco y un apasionado prosélito de Sabino Arana. "El nacionalismo vasco -escribía en el diario Euzkadi- reprueba los crímenes de Cabirnowitz y de Prinzil, como partido que se acoge firmemente a las sagradas e inmutables normas de la Ley de Dios. Y en el Santo Decálogo hay mandatos divinos que prohíben los crímenes".
Pero, consciente de que aquel atentado, cometido por un nacionalista serbio, iba a ser aprovechado para intensificar las críticas contra el nacionalismo vasco, acusándole de brutal y violento, Manuel Aznar se anticipó a presentar a éste, como un movimiento político que estaba en condiciones de presentar una doctrina y una ejecutoria radicalmente intachables desde el punto de vista ético. "Sería curioso -decía- observar aquí, para nuestras contiendas con los pequeños y ruines enemigos del nacionalismo vasco, cómo mientras se nos acusa de estridentes, de violentos, de beocios feroces, los hechos vienen a probar la nobleza de nuestras propagandas y de nuestros procedimientos (...) Sin embargo, para la vileza de nuestros enemigos seguirá siendo el nacionalismo predicado por Sabino de Arana un nacionalismo de estridencias y de violencias inconcebibles".
¿Por qué se sentía Manuel Aznar en la necesidad de completar la condena del atentado con este alegato a favor de la limpieza de la trayectoria política del nacionalismo vasco? Exactamente por la misma razón por la que, hoy, los nacionalistas democráticos tienen que salir, día sí, y día también, a replicar a quienes, dejándose llevar por su obsesión antinacionalista (vasca) aprovechan la más mínima ocasión para mancillar, por cualquier motivo, el nombre, la causa, la trayectoria, las actuaciones y la imagen de los líderes de este movimiento político. El fenómeno, como puede verse, no es nuevo. También en tiempos de Manuel Aznar existía este acoso ofensivo e injurioso contra el nacionalismo vasco. También entonces, desde algunos círculos políticos y mediáticos se acusaba injustamente al nacionalismo vasco de estridente y violento.
Con el tiempo, como se sabe, Manuel Aznar cambió, y mucho. Lo hizo en sus posiciones políticas, pero lo hizo, también, en su opinión sobre la legitimidad del uso de la violencia para la consecución de fines políticos. Mientras fue nacionalista vasco, Manuel Aznar no sintió la necesidad de invocar el recurso a la fuerza como medio de expresión de su sentimiento político. Después, cuando abrazó el delirio franquista y su españolismo agresivo e intolerante, aplaudió ardientemente la orgía de sangre y fuego que condujo al triunfo de la 'Cruzada'. Se acercó, tan significativa como peligrosamente, al repudiable "lamento pero no condeno" de Valdés Larrañaga.
Es una pena que su nieto José María haya preferido aproximarse a la fase franquista de la vida de su abuelo. Si hubiese tomado como modelo la fase juvenil -la nacionalista vasca-, no cabe duda de que hubiese condenado -y no solo lamentado- el vil asesinato de José Couso.
En general ningún movimiento político pide perdón por las víctimas que haya podido ocasionar. Ni la derecha española pide perdón por las víctimas del franquismo, ni la izquierda abertzale por las víctimas de ETA, ni el PCE por las víctimas de sus checas, ni los anarquistas por las víctimas de sus fijaciones anticlericales, etc. Así que pedir a la IA que haga lo que los otros no han hecho siempre me ha parecido un gran acto de hipocresía. Algunos de los que han hecho esto han militado en organizaciones que han practicado el terrorismo de estado como el PsoE.
A no ser que seamos todos unos católicos fanáticos y pensemos que la confesión y la penitencia son muy importantes en la vida esto de pedir perdón no tiene mucha importancia. Más que nada porque es un asunto que atañe a las conciencias de las personas y como nadie puede acceder a estas conciencias pues es algo que tiene que quedar en la vida privada. Pero claro ha habido un intento muy descarado de criminalizar al nacionalismo vasco y algunos medios se han especializado en ello. EL PAIS por ejemplo es capaz de atacar a Sabino Arana por ser racista y acto seguido publicar un artículo muy comprensivo con los fascistas de la División Azul. Que ya sabemos que para PRISA matar por Euskal Herria está mal pero matar por España está bien...
Publicado por: Señor Negro | 08/16/2017 en 10:48 a.m.
No veo demasiada diferencia, querido Josu, entre el "lamento pero no condeno" y condenar la violencia "Sin excepciones. Sin matices. Sin reservas" pero siempre añadiendo la coletilla descafeinante "todos los tipos de violencia".
Trump también ha condenado sin reservas la violencia, tanto la del KKK como la de los que se defienden de ella. La palabra que han utilizado los medios para describir esa actitud te sonará: tibieza. El KKK, por su parte, ha dado las gracias a Trump.
Publicado por: Ramon | 08/16/2017 en 02:46 p.m.
Artículo antiguo, situación actual.
Publicado por: CAUSTICO | 08/16/2017 en 06:03 p.m.