Brotaron tres ramas de aquel Árbol quo plantara un modesto tipógrafo madrileño en la moderna atlántica llamada Utopía allá, en la época, casi lejana, de la primera internacional, y las citadas tres ramas, apenas expuestas a la luz, se desgajaron sin savia ni verdura sobre el suelo calcinado de una tierra sin ventura.
La realización plena, la objetividad lograda, el triunfo abierto carecen de un presente sólido y estable como, por ejemplo, el de esas estatuas insoportables de piedra que rígidas desafían a la posteridad con aire desdeñosamente inalterable. El gran público, la masa, el bloque aspira puerilmente a ver plasmada como en la escena inmóvil de un grupo escultórico la apoteosis de sus reivindicaciones. Subconscientemente se lucha con denuedo tanto en el orden privado como en el colectivo, y la pasión y el entusiasmo que ponemos en el esfuerzo nos privan de la facultad de poder graduar con ponderación la aguja que marca el momento preciso de la culminación de nuestra obra. Quien actúa intensamente en la vida, carece de la serenidad suficiente para enjuiciar su propia obra. El futuro queda forjado en el nerviosismo del momento mismo en que se decide la realización de un esfuerzo heroico. Nos escuece el dejo amargo de ese trance crítico y difícil sin que tengamos cabal conciencia de las posibilidades que, a partir de ese instante, se irán tejiendo en la maraña intrincada por donde se abre paso la vida. La política, a simple vista, parece un juego de azar: unas siendo la misma la discusión perenne de la existencia, está regulada por una ley inexorable que se halla tan oculta como la fuerza misma que atiza y acrecienta la vida, la cual en el hombre depende esencialmente de ese aludido trance trágico e instantáneo.
Así, aquel imberbe y oscuro tipógrafo llegó a ser “El abuelo” venerado de una colectividad proletaria sedienta de justicia. Y el abuelo se marchó de esta vida sin que pudiera atisbar las hogueras que encenderían sus prédicas de apostolado civil.
Ya en aquellos tiempos en que era desconocido el vocablo “totalitarismo”, se debatía frente a la primera internacional, determinada ideología, mezcla de sindicalismo e individualismo y a la cual se dio en llamar anarquismo. Esta tendencia de Bakunin se ha mantenido hasta nuestros días frente al socialismo, porque éste aspiraba, por medio de infiltraciones políticas, a la captación de las riendas del poder del Estado sometiendo al hombre bajo su férula, si fuera necesario. Las internacionales de estas principales orientaciones opuestas de la vida sindical, oscilaban pues, entre la idea anarquista de los derechos individuales y el poder rígido de un Estado de imposición socializante que hubiera de implantarse bien por evolución o bien por efecto de una lucha de clases violenta. Qué perspectiva más lejana de la realidad actual. En el presente todos los “ismos” están absorbidos por el germanismo.
El socialismo cayó dentro de las conquistas del liberalismo aceptando, de hecho, el constitucionalismo estatal burgués de avance metódico y escalonado.
Como, por otro lado, el anarquismo, debido a la carencia de sentido político de su propio credo individualista, no podía cuajar en la vida actuante organizada al amparo del poder era necesaria una fuerza de acción que empujara o vigilara al socialismo, considerado ya entre el elemento trabajador más modesto como claudicante y hasta traidor a los principios de clase. Así surgió la tercera internacional de Moscú, vulgarmente llamado comunismo.
Desde que murió el abuelo se disputaban la jefatura del socialismo español tres figuras: Largo Caballero, Prieto y Besteiro.
El primero, al calor de los iniciales entusiasmos de la Segunda República, dejó tras sí una copiosa legislación social, de la que, por cierto, se hallaba muy necesitada España. La obra de Caballero era la de un fabiano inglés: ponderada, moderada, realizable.
En el periodo Lerroux-Gil Robles, las derechas españolas jesuíticas se refocilaban ridiculizando y pulverizando la obra del paladín del socialismo español.
La ira que se alimentó en el alma dolida de Caballero, le situó en el camino de la revancha, distanciándole tal suerte de la tradición cautelosa del socialismo internacional, hasta llegar al coqueteo con las violencias del comunismo y con la acción directa del anarcosindicalismo libertario. En días nerviosos, anteriores a la contienda española, las juventudes que seguían a Caballero se interrogaban: ¿Dictadura? Y se contestaban: “La nuestra”, dando así rienda suelta a la admisión del mesianismo y del candillaje. Error. En política, la ofuscación personal y el despecho son malos consejeros. Desde ese momento se secó una de las ramas del socialismo español.
La otra, la de Prieto, hubiera tenido grandes posibilidades dentro de una república burguesa ágil, unacameral, como él mismo propugnó. Quizá le fallara al socialista de Bilbao el cálculo de estas posibilidades, porque la falta de un organismo capaz de frenar la velocidad vertiginosa que pudiera imprimir a la joven cámara cierto entusiasmo de legisladores neófitos, puso en guardia a la reacción española contra lo que éstos creían que era economía dirigida y otros ensayos, conduciéndoles finalmente a la guerra civil. La cámara única había destituido al Presidente de la República. Destitución legítima y obligadamente encuadrada dentro de la ley fundamental del nuevo Estado; pero excesivamente alegre y fácil. He ahí la acción política más destacada de Don Inda que velara por un socialismo parlamentario vivo y capaz de tumbar a todo intruso que se interpusiera en su camino. ¿Ambición excesiva?.
El tercer aspecto del socialismo español fue el ofrecido por Besteiro, cuya conducta y cuyas disquisiciones jamás fueron comprendidas por las masas del socialismo y de la Unión G. de Trabajadores que, naturalmente, no se hallaban a la altura del culto profesor marxista. Vio desde el primer día de vida republicana oficial, el peligro y la soledad en que la joven cámara se perdiera sin la asistencia de otros organismos que sirvieran de puntal, freno y estímulo en labor legislativa y gubernamental. Porque abogó por la formación de una segunda cámara corporativa de sentido técnico y económico a la cual concurrieron los valores profesional del país, se le tildó de fascistoide.
La lucha Prieto-Largo Caballero fue el comienzo del derrumbamiento de la República, ya que llegó ésta, debido a la falta de cohesión del socialismo como consecuencia de sus rencillas internas, a perder la eficiencia del poder de la única fuerza organizada a su disposición. El fundamento de tales bizantinismos no descansaba en la cuestión de principios, sino, más bien, en la táctica política a seguir. Caballero aspiraba a ser el Lenin español. Prieto, por lo contrario, nunca fue ni tan optimista, ni tan proletario. Y resultó que se anularon mutuamente. Negrín resultó la condensación de ambas personalidades al ser éstas eclipsadas del teatro de la política. Negrín: leña del árbol caído, y así se apagó, con la derrota de la última brasa de la resistencia del pueblo frente a la traición.
Besteiro, en discordia desde el principio con las “alegres disputas” del socialismo español, se mantuvo distante de intervención alguna en la lucha sin cuartel. Los lectores de Euzko Deya hemos visto a la figura simbólica del caballero del ideal ponderado, fotografiado en el patio de la cárcel de Carmona en medio de compatriotas nuestros, entre los que descuellan numerosos sacerdotes vascos que quizás no se hallaran tampoco muy distanciados del credo político de quien tuvo la valentía de quedarse sobre el suelo patrio ensangrentado, para dar, acaso, su lección postrera de dignidad y ciudadanía.
Juan de Zuria
Buenos Aires, 24 de Septiembre de 1940
Nota de la Redacción:
Las líneas precedentes de nuestro asiduo colaborador, fueron escritas con anterioridad a la fecha de la noticia del fallecimiento de don Julián Besteiro, las que hoy adquieren actualidad. Euzko Deya hace suyo, sin quitar ni poner letra alguna, el espíritu de nuestro comentarista y lo une al homenaje póstumo que dedicamos en otro lugar al gran defensor de la causa justa del pueblo.
EUZKO - DEYA
Buenos Aires, 30 de Septiembre de 1940.
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