Por mucho que nos empeñemos nuestros fueros no pueden justificarse en base a principios liberales. Son muy anteriores al liberalismo. Se basan en principios doctrinales que el liberalismo niega. Y fueron abolidos por los principios racionalistas aplicados por los borbones afrancesados, en el caso de la Corona de Aragón y por los liberales, en nuestro caso.
Hay un derecho natural y cristiano que no forma parte de la Fe revelada, aunque sea iluminado por ella, y en él se contienen los principios que legitiman los Fueros que tuvimos y los que tenemos que recobrar.
Uno de ellos es el principio de subsidiariedad que ninguna sociedad de orden superior se inmiscuya en los problemas que por sus propios medios puede resolver la sociedad inferior.
Otro es el que dice que la ley es una ordenación de la razón encaminada al bien común. En contraposición al que define a la ley como expresión de la voluntad general.
El hombre ha sido creado como ser social. No puede vivir aislado como imaginaba Rousseau. Ha de desenvolverse en un mundo que tiene sus propias leyes físicas. Cada persona es sujeto de derechos irrenunciables. Lo mismo que la familia, sin la que no existirían hombres. Lo mismo que otras asociaciones humanas de más amplitud en las que, naturalmente, se asocia el hombre.
El buscar por medio de la razón cuáles son esos derechos y las condiciones en que se desenvuelven los hombres es imprescindible para formular una ley justa.
Es imposible que los hombres nos demos derechos, ni individual ni colectivamente. Si el derecho tiene el origen en el propio hombre es inevitable la colisión de derechos, lo mismo a nivel personal que a nivel de grupos sociales. Los derechos vienen dados por la naturaleza. En última instancia los derechos vienen dados por Dios. Al menos eso pensamos los que creemos que el mundo ha sido creado por El. Y eso pensaban nuestros mayores cuando cantaban: «Danak Jainkoak egiñak gire».
Por eso los Fueros, todos los Fueros, los pasados, presentes y futuros, los de aquí y los de otras partes, son costumbres que surgen del pueblo y que, a petición del mismo pueblo, el legislador convierte en leyes, para hacer realidad unos derechos que no nacen de nuestra voluntad, sino de la naturaleza de las cosas. Del orden que Dios estableció en el universo.
Y este es el lenguaje de la tradición. El que emplearon Larramendi y Novia de Salcedo.
Decir que los Fueros son derechos que nuestro pueblo se dio a sí mismo, suena más a moderno porque es el lenguaje liberal de moda. Pero es más pobre y es fuente de interminables discusiones. ¿Porque, cuál es la extensión de nuestro pueblo? ¿Cada una de las provincias vascas por separado, como afirmaban los «aberrianos» de los años veinte y hoy el Sr. Mosquera respecto a Álava?
Preferimos las otras formulaciones. Aunque por ello nos llamen retrógrados e inquisitoriales. Porque la tradición que hizo libres a nuestros padres nos parece mejor que el liberalismo que nos privó de nuestros derechos y libertades.
Cuando los infanzones de Obanos proclamaron «Pro libértate Patria, gens libera estate» tuvieron la profética intuición de que llegaría el día que estamos viviendo, en que bajo el pretexto de la libertad de la Patria, se ha privado de su libertad a las personas, a las familias, a los municipios... a todo lo que no sea ese Estado omnipotente, que termina no siendo ni patria ni libre.
Carlos Ibañez
Deia 28/Febrero/1998)
Llamar "principios racionalistas" a lo que inspiró la ocupación militar de Cataluña después de la victoria borbónica de 1714 me parece una broma de mal gusto. Los borbones castigaron sin piedad a los líderes catalanes como Francesc Moragas y en muchos pueblos aplicaron la decimación: sencillamente 1 de cada 10 hombres eran ahorcados. Después los borbones se sacaron de la manga el impuesto del catastro para que los catalanes mantuviéramos las fuerzas de ocupación. Supongo que entienden porque estos "principios racionalistas" me parecen más dignos de los nazis que de los ilustrados del siglo XVIII.
Publicado por: Señor Negro | 08/12/2017 en 11:08 a.m.