LOS británicos sacudieron el árbol europeo y hubo quienes pensaron que el vendaval del Brexit lo arrancaría de cuajo. Tras un par de décadas de críticas y el largo invierno de la crisis solo se veían hojas amarillentas y negruzcas. Aquel árbol parecía más muerto que vivo, esperando solo que alguien como Marine Le Pen lo partiese para hacer un fuego que calentase su casa en París. Sí, el año comenzó mal para Europa.
Hubo que esperar al comienzo de la primavera para observar que el árbol sigue en pie y la savia vuelve a fluir cada vez con más rapidez. Surgen nuevos brotes y las lluvias aceleran la aparición de hojas verdes. Aún no son muchas, pero se intuyen fuertes y sanas. No se puede obviar que algunas partes del tronco están dañadas y otras seriamente amenazadas. Pero se vislumbra la vida bullendo dentro. La mayor parte de la gente se lamenta del viento huracanado, y recuerda la gran rama derribada, otros se echan las manos a la cabeza por las hojas caídas, solo unos pocos se afanan en retirar la hojarasca para hacer visible el camino. Y aún menos se han lanzado a recorrerlo de nuevo.
Este es el reto. Aprender las lecciones y mirar hacia adelante. En marzo se cumplieron sesenta años de la firma de los tratados de Roma, los que crearon el mercado común y establecieron el camino de la integración europea. En el acto de celebración del aniversario se reunieron los líderes de los 27 (sin los británicos) y consensuaron una declaración conjunta de gran importancia. Afirmaron sentirse orgullosos de los logros de la Unión Europea (UE). Recordaron que la integración es un empeño valiente y ambicioso, que merece la pena. No solo no se lamentaron de los males que sufrimos, sino que lanzaron una visión cargada de futuro: vamos a hacer una UE más fuerte y más resiliente, mediante una unidad y una solidaridad aún mayores entre nosotros. Este acto fue uno de los primeros brotes primaverales de la UE.
Esto significa que hemos sido capaces de sobrevivir a este durísimo invierno y ello nos ha hecho más fuertes. Y es necesario recordarlo, para ser conscientes de ello. Ni ha desaparecido el euro, ni ha ganado Le Pen, ni se han cerrado las fronteras, ni ha colapsado la Unión.
Y ello, dijeron los líderes europeos, es debido a nuestra voluntad. La unidad es una necesidad y nuestra libre elección. Hemos querido construir Europa y lo hemos hecho. Y queremos que siga siendo así. Nuestra unión está asegurada. Un país ha querido salir. Es una pena, pero la vida sigue. Es además una buena lección para quienes afirman que esta Europa es antidemocrática. Solo están los que quieren estar. Por cierto, todos los estados miembros de la UE no pueden decir lo mismo. Los pueblos que los componen en muchos casos no pueden pronunciarse sobre si quieren seguir unidos a ellos o no.
Pero la noticia más importante no es que los ingleses y galeses hayan votado salir, sino que, una vez demostrado que se puede hacer, 27 estados formados por más de 430 millones de personas, quieren quedarse. Como también lo desean los irlandeses del norte, los escoceses y los gibraltareños. Le Pen prometió un referéndum para salir y los franceses le dijeron no. Por encima de las muchas críticas que se le pueden hacer a la UE, algunas fundadas y otras no, los franceses han votado reformar la UE, confiar en la UE. No destruirla.
Es la posición de las instituciones comunitarias y de los gobiernos. Hay que cambiar cosas, hay que respetar que algunos países tengan visiones distintas de lo que supone la integración e incluso que algunos quieran avanzar a un ritmo distinto; hay que reformar algunas políticas, hay que hacer nuevas cosas en común. Todo esto es razonable. Y debe ser abordado con seriedad y honestidad. Pero la Unión es imprescindible. La escala europea es la adecuada para afrontar con probabilidades de éxito los retos del mundo actual. ¿Cómo podrían los Estados, por separado, hacer frente a estos retos de la globalización, de las amenazas a nuestra seguridad? ¿Cómo podrían los Estados poner freno a los abusos de poder de las grandes corporaciones? Han demostrado que no pueden. Ni pueden protegernos de la nueva política exterior rusa, ni del terrorismo internacional. Hace falta una diplomacia exterior europea más sólida y más ambiciosa. Hace falta un ejército europeo que nos ofrezca autonomía de los Estados Unidos de Trump. Hace falta poner a las personas en el centro de la política y garantizar una Europa social de la que volver a sentirnos orgullosos. Hace falta un control democrático del euro. Hace falta un salario mínimo europeo que complemente a los de los estados. Hace falta una unión bancaria y un tesoro europeo que responda en caso de una nueva crisis. Es necesario avanzar hacia unos eurobonos que permitan compartir riesgos y ofrezcan un mensaje de credibilidad de la UE. Y, sobre todo, es imprescindible que se reduzcan las desigualdades entre los países del norte y del sur de Europa. Sin cohesión social, sin que los ciudadanos vean que la UE supone una mejora en su bienestar, no puede haber una verdadera UE.
Los líderes europeos son conscientes de que hay que reformar muchas cosas. En verdad, hay que repensar la UE. Por eso se encargó a la Comisión Europea (CE) que lanzara el debate. Y eso ha hecho. En marzo hizo público un documento en el que se hacía un llamamiento general a pensar juntos sobre la Europa que queremos y que necesitamos. El presidente de la CE, Jean-Claude Juncker, pedía en el prólogo del documento que participasen el Parlamento Europeo, los parlamentos de los Estados, las autoridades locales y regionales y la sociedad civil en general. Nos pide a todos los europeos que demos nuestra opinión sobre la Europa que queremos. No pide críticas fáciles sino diagnósticos de problemas y posibles soluciones.
El próximo 11 de septiembre la CE expondrá sus consideraciones en el discurso del presidente sobre el estado de la UE, y sobre ellas, el 14 y 15 de diciembre, el Consejo Europeo extraerá las primeras conclusiones sobre la línea de actuación. El horizonte es llegar a las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2019 con un programa de actuaciones concreto que puedan votar los ciudadanos.
Mientras tanto, para alimentar y difundir este debate decisivo, la CE va publicando cada pocas semanas diversos documentos de reflexión sobre los aspectos centrales de este debate: la dimensión social de Europa (abril), cómo aprovechar la globalización (mayo), la profundización de la Unión Económica y monetaria (mayo), el futuro de la defensa europea (junio), y el futuro de las finanzas europeas (junio).
Por otro lado, en el documento inicial, la CE esbozaba cinco escenarios posibles de la integración europea: seguir como estamos, limitar la integración solo al mercado único, que los que quieran hacer más cosas en común puedan mientras los otros siguen igual, hacer menos pero de forma más eficiente, o, por último, hacer mucho más conjuntamente (avanzar hacia una federación europea).
Europa bulle con ideas e iniciativas sobre nuestro futuro. Aunque por aquí la mayor parte de la gente ignora este debate y muchos se limitan simplemente a criticar la Europa actual, fuera de nuestras fronteras cientos de organizaciones e instituciones se encuentran reflexionando sobre la Europa que necesitamos y la que nos gustaría tener. Deberíamos participar activamente en este debate. Esto no es solo un llamamiento al Gobierno vasco o al Parlamento. Cualquier ONG, asociación o movimiento puede participar y enviar sus reflexiones y propuestas a la Comisión Europea. Los vascos no podemos dejar de participar y de contribuir con nuestras ideas en la construcción de nuestra casa europea. Lo hicimos en los inicios, en la época de Aguirre y Landaburu, y debemos hacerlo ahora de nuevo.
POR IGOR. FILIBI*
*Profesor de Relaciones Internacionales de la UPV/EHU
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