Este mes, nada más oportuno, que dedicar a manera de homenaje un recuerdo al cumplirse treinta años de la llegada del primer contingente de exilados vascos a Venezuela.
Para ello hemos aprovechado el periódico Euzko-Gaztedi que dedicó su edición completa hace cinco años a recordar el 25 Aniversario, para entresacar los artículos sobre este tema que no pierde actualidad.
Vicente Amezaga (G.B.) y Martín de Ugalde son los elegidos para este recuerdo.
80 AÑOS DE LEALTAD
Hace 80 años que llegaron los primeros grupos de exilados políticos vascos a Venezuela.
Muchos vascos habían llegado antes, porque las empresas del mar y de las nuevas tierras han sido una tradición en nuestro pueblo; pero así como fue la Compañía Guipuzcoana de Caracas la primera empresa exclusivamente vasca llegada al país, ésta hace 30 años fue la primera expedición de exilados políticos vascos en llegar a Venezuela.
Hoy, después de 80 años de exilio, con sus hijos sembrados en estas tierras, con sus Centros Vascos regados ya por todo el país, todavía siguen unidos por el ideal que provocó su viaje.
¿En qué elemento social, en qué fenómeno político, reside esta fuerza de cohesión?.
El Pueblo Vasco es eso, un pueblo. Es un pueblo unido por la sangre, por la que corre por sus venas y por la que ha sido vertida en empresas comunes, algunas viejas de miles de años. Es un pueblo por la lengua, por esa intrincada y a la vez formidable corriente espiritual por donde corre sutilmente el -espíritu vivo, despierto, de la conciencia nacional, del sentirse eso, pueblo vivo, con derecho a la expresión, con derecho a la vida. Es un pueblo unido -por la voluntad, por esa potencia del alma en parte intuitiva, en parte razonada, que hace converger a las gentes en ese sentimiento colectivo que hace que un grupo de seres humanos sea un pueblo.
Y el Pueblo Vasco es, también, y casi diríamos que sobre todo, un pueblo pequeño, sin grandes riquezas, sin grandes recursos, donde, para subsistir, para no morir, ha habido que dedicarse siempre a trabajar el día desde muy temprano, y hasta muy tarde.
Ya la conciencia de ser pocos, y, sobre todo, de ser necesarios, ha añadido un lazo de interdependencia mayor.
En eso, en ese fenómeno tan común, y a la vez tan incomprendido por los que nos observan como si sólo constituyésemos un fenómeno político pasajero, reside la trabazón de esa actitud vigilante, hasta un tanto agresiva, del sentimiento nacional de los vascos.
Y esta actitud vigilante, celosa de sus propias preocupaciones políticas y culturales, no vive, como pudiera suponerse, a costa de la preocupación venezolana. Esta aparente disyuntiva no constituye sino una consecuencia elemental.
Esta es una consecuencia de lealtad.
Esta lealtad a los principios y a los ideales que ha hecho pelear a los vascos en la guerra y les ha hecho abandonar todo lo que tenían y embarcarse a la aventura de una tierra que no conocían es la misma lealtad con que están sirviendo al país que los recibió.
Es aquí, en este aparente conflicto de las dos lealtades, donde es fácil demostrar que no existe ninguno.
Porque el sentido de la lealtad en el ser humano, como la sinceridad, como la honradez, es una facultad moral. Mal puede ser leal a una tierra de adopción quien no ha tenido la valentía o la consecuencia de ser leal con la suya propia. Y, al contrario, le será fácil ser leal a la tierra a la que debe la oportunidad, de rehacer una vida a quien está entrenado a pelear por ser leal al pueblo al que pertenece y luego tiene la valentía de proclamarlo, sin rendirse, en 30 años de largo exilio.
Este signo de la lealtad es el que oponemos los vascos que vivimos en Venezuela a ese otro signo de los “30 años de paz” que está exhibiendo el régimen franquista.
Los vascos en el exilio no disponemos de ningún aparato militar ni de policía, de ninguna fuerza de coerción que obligue a los vascos que viven en el país a ser leales con los ideales de su pueblo. Este de los vascos es, como lo decía el Primer Presidente del Gobierno de Euzkadi, Dr. José Antonio de Aguirre, el plebiscito diario que rinde el pueblo vasco allá donde se encuentre. La paz artificial del silencio impuesto a la fuerza no es más que un impresionante silencio de la conciencia de un pueblo; esa falsa paz de 30 años de franquismo, que se guarda cuidadosamente aislado entre algodones, como un feto que nadie se decide a enterrar, no es la paz que desean y buscan los hombres que son leales a la conciencia de la libertad.
A este espectáculo degradante que el franquismo está ofreciendo estentóreamente al mundo estamos oponiendo los vascos, modestamente, sin grandes aparatos de propaganda, estos 30 años de nuestra lealtad a Euzkadi y a Venezuela.
Martín Ugalde
TRES INMIGRACIONES
La incorporación del elemento vasco a Venezuela puede ser estudiada en tres momentos que denominaremos la Aventura, la Empresa y el Exilio y que corresponden respectivamente a los primeros tiempos de la institución colonial al siglo XVIII y a nuestros días.
El movimiento de la Aventura es aquel que se realiza bajo el signo de la inmigración individual y esporádica de los siglos XVI y XVII determinado por el ansia de riqueza y bienestar, superando las barreras que la estrechez de la tierra, la fecundidad familiar y las restricciones de la legislación civil, celosa conservadora de la casa solariega, imprimían a los enérgicos hombres de una raza que nacían frente a los infinitos caminos del mar, conquistada pérfidamente Navarra a principios del siglo XVI -aunque sea digno de notarse como, al principio, algunos juristas de Indias niegan a los navarros la calidad de españoles-, y unidas también las regiones de Alaba, -Guipúzcoa y Vizcaya a Castilla aunque en realidad no fuese más que en la persona, del común soberano, este vínculo que, según corrían los tiempos, había de engendrar tan desnacionalizadores efectos, ofrecía de momento a los vascos un amplio campo para sus actividades que, como es sabido, desde el Descubrimiento, comenzaron a desplegar a lo largo y lo ancho de toda la América.
El vasco aventurero se concreta en Venezuela y, para ser aún más precisos en Caracas, en individualidades como la de Diego de Henares Lezama (natural de Baracaldo, Vizcaya), el hombre que diseñó el plano de la primera urbe caraqueña; en Sancho del Villar, uno de sus primeros alcaldes; en Juan de Amezaga, escribano de cámara; en encomenderos como Simón de Bolívar (el Viejo), Sancho de Zuazo, los capitanes Arteaga y Guevara y otros que pudiéramos citar y cuyos nombres aparecen en los repositorios de viejos documentos caraqueños anteriores al año 1.600, sin olvidar a don Simón de Basauri, fundador de la primera escuela que hubo en la ciudad (año 1594).
Con los primeros años del siglo XVII (1606-1611) tenemos al gobernador Sancho de Alquiza cuyo nombre deformado en "Sanchorquiz” aún perdura en la toponimia caraqueña. Antes de él, y después a lo largo de toda la centura, van llegando y afincándose en el país, segundones de las más conocidas familias de Euzkadi, como los orgullosos vástagos de los Muxica y Butrón -"Muxika arerioakaz agika; Butroe zelangoa dan orok dakie”, reza su lema inscripto en las piedras de su viejo y poderoso castillo, allá en Gatika-; o de los Villela de Munguia, “los de los cinco lobos en vela, de la casa de Villela" que recordará todo lector del precioso "Libre" del Maestro Arana Goiri. De esa época los Landaeta, una de las estirpes más prolíficas entre todas las familias caraqueñas; los Arguinzoniz, los Arechederra y, para concluir con dos conocidas esquinas de la ciudad, los Ibarra y los Veroiz, que ahora dicen Veroes. Los frutos de esta inmigración de la Aventura correspondieron a sus orígenes y no pudieron ser otros que individuales y dispersos.
El 4 de septiembre de 1.730, con la llegada a Puerto Cabello de los tres primeros navíos de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas", las fragatas "San Ignacio de Loyola" y "San Joaquín" y la galera "Guipuzcoana", comienza sus actividades la inmigración de la Empresa. Una empresa de carácter puramente mercantil, nunca hay que perder esto de vista. Ni podemos olvidar tampoco que si del lado vasco ofrece la ventaja de ser un organismo netamente nacional en su dirección, en sus hombres, en sus instrumentos y hasta, en gran parte, en el destino de sus ganancias, representaba tan sólo el esfuerzo de una de las siete regiones o estados vascos que si en la letra de las leyes seguía tan independiente como el primer día de su unión personal a la Corona de Castilla, llevaba ya sufriendo siglos de adulteración en lo más íntimo de su esencia nacional.
Como quiera, con todas las limitaciones con que nacía y todos los reparos y objeciones que desde distintos ángulos pueden hacérsele, es indudable que esta empresa, ya se la mire desde el punto de vista del esfuerzo vasco, ya desde el de su influencia en los destinos de Venezuela a la que encontró: "... reducida a la situación de una provincia agobiada por la pobreza... y la dejó próspera revalorizada para el Imperio y bogando en la plena corriente del comercio exterior", como dice Hussey, reviste una trascendencia que sólo los voluntariamente ciegos pueden negar.
Y junto con el aspecto mercantil de la empresa: "... no se ha de olvidar” -como escribe Gil Fortoul- que los vascos de la Compañía Guipuzcoana trajeron a la hasta entonces pobre e inculta colonia venezolana, algo más importante que Ias mercaderías españolas. Trajeron libros, ideas, moderno espíritu emprendedor, hombres arrastrados en su mayoría por el movimiento que iba a culminar en la Enciclopedia y la Revolución Francesa. Guipúzcoa, vecina de Francia y hogar de una raza noble que juntó siempre las energías del trabajo con el espíritu de independencia, vino a modernizar en lo posible el anticuado régimen de los conquistadores. “Con lo que consiguió que Venezuela, añadimos nosotros, no estuviera ausente del siglo XVIII y hasta que éste fuese su siglo auroral, sin que pueda decirse aquí lo que Ortega y Gasset escribió de España: “Cuanto más se medita sobre nuestra historia, más clara se advierte la desastrosa ausencia del siglo XVIII... Este ha sido el triste sino de España, la nación europea que se ha saltado un siglo insustituible”.
Lo que los libros y las ideas de ese siglo traídas por los vascos a Venezuela representaron en la incubación del movimiento independentista es fácil de excogitar. Pero hay que señalar además algo tan importante como eso: la natural predisposición del hombre vasco para las empresas de libertad. Como escribiera aquel nuestro Ramón de Basterra a quien “las claridades de Roma” y “la herencia romana de España”, desviaron de los senderos de su patria: “la alarma me invade en presencia de la acción de los vizcaínos en América.
La sorda conciencia de haber abortado su forma espontánea de raza anterior a Roma por la imposición de Castilla, parece haberlos preparado a la comprensión y hasta a la misma simpatía con las poblaciones indígenas. He tenido que cerrar mis ojos a la plétora de apellidos del Pirineo que hormiguean en las rebeldías de las guerras civiles de América”. Sin duda, se los cerraría al leer la lista de los complicados en el alzamiento de Gual y España y después, aun con más violento esfuerzo, al ver en la gloriosa lucha de la Independencia venezolana, junto a la figura de Bolívar, tantas otras de primera magnitud como Urdaneta, Anzoátegui, Arismendi, Sagarzazu, Aramendi, Mendiri, etc., etc.
Esta inmigración de la empresa fue organizada y, en lo que cabe, masiva. Más de 2.500 fichas de vascos del tiempo de la Guipuzcoana tenemos recogidas, lo que algo significa, habida cuenta de que la mayor parte corresponden a Caracas, cuya población no excedía de 20 a 30.000 habitantes por aquel entonces. Los Olabarriaga, Aizpurua, Goizueta, Urroz, Zarandia, Uranga, Goicoechea, Amenabar, y Mintegui, por citar sólo a los Factores principales de la empresa, encabezan una relación que va, desde capitanes generales a grumetes, pasando por marineros, comerciantes y representantes de las más diversas actividades. De estos hombres proceden familias tan profundamente arraigadas en los medios venezolanos de hoy como los Lecuna, Zuloaga, Azpurua, Iriarte y tantos otros.
La disolución de la Compañía en 1.785 y las conmociones y guerras que sacuden a Venezuela en las primeras décadas del siglo XIX, cortan, a lo largo de todo el resto del siglo y casi primera mitad del XX, la corriente emigratoria vasca que se encauza, preferentemente, por esta época, a las orillas del Plata. Tenemos que llegar al año 1.939 para poder dar testimonio de una tercera corriente emigratoria de Euzkadi a Venezuela.
Es la que hemos llamado del Exilio. Parecida sólo a la anterior en que se inicia también con la llegada de tres barcos, el "Cuba”, el "Flandre” y el "Bretagne” a los puertos de Venezuela, pero muy distinta de ella y la primera en su motivación y en su espíritu. No llegaban ellos como aventureros a tierra conquistada, ni organizados en poderosa empresa mercantil, bajo los auspicios de un monarca. Venían rotos, con sus vidas truncadas por los horrores de una guerra que nunca quisieron, pero que hubieron de aceptar, con heroica determinación, en defensa propia y de sus valores nacionales, entre los que se alza, el primero y más alto que ninguno, el culto a la Libertad.
Pero no hablaremos nosotros de esta inmigración. Con más autoridad y conocimiento lo harán otros compatriotas que fueron actores y testigos de ella. Los hombres que al ser recibidos fraternalmente en la tierra generosa de Venezuela a la que ofrecen todos los días lo mejor que un hombre puede rendir: su trabajo constante y su conducta rectilínea, no pueden olvidar a su patria lejana. Porque no puede pedírseles que lo hagan, mientras ella que fue en Europa cuna y asilo de las más antiguas libertades, esté convertida en tierra ocupada por un invasor que, además de una sangre, un idioma y una cultura extrañas, pretende imponernos, para más escarnio, una doctrina que es la negación misma del concepto vital del hombre vasco; la antítesis de aquel ideal de independencia nacional y plenitud en la libertad por la que luchan, en las sombras de la Resistencia o a la grata luz de los ambientes democráticos, como el que Venezuela brinda, todos los vascos dignos de sus apellidos.
Vicente de Amezaga
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