Edouard Herriot, el gran estadista francés, el alcalde de Lyon, como a él le gustaba ser llamado.
Conociendo a este político francés es fácil suponer lo que supusieron para él aquellos días aciagos de Francia, cuánto tuvo que sufrir con ella el hombre que hizo de las virtudes civiles de la República su propia virtud de gobernante. Poco se pudo saber de la vida de Herriot y de otros hombres como él en la Francia invadida y victimada; pero algo pudo conocerse a través de la prisión en que yació la vida pública francesa de la conducta del alcalde de Lyon y ex jefe del gobierno de aquel país. Y lo que se supo no desmiente por cierto al hombre de espíritu entero, fiel a sus íntimos convencimientos, ideales y humanos, al ciudadano fuerte, que en aquellos momentos tenía un poco de símbolo de la Francia auténtica e imperecedera. Na claudicó su espíritu diré su espíritu. Se mantuvo firme en la hora de la adversidad, como una de las reservas morales i de su país. Todos recordamos que Herriot devolvió la insignia que ostentaba a los hombres que representaban en los días de prueba el abatimiento del espíritu francés. Era ese gesto toda su reacción posible ante la Francia sojuzgada, la fe de vida del espíritu verdadero de su pueblo. Herriot pudo mantener en sus últimos días ese gesto y una conducta altiva en la desgracia de Francia, porque era él mismo eso, algo de lo mejor de su pueblo, una de las expresiones de su dignidad apoyada en una historia de gobernante y político, aún en un clima donde ciertas nobles actitudes suelen ser peligrosas.
Los vascos que fueron expulsados de su tierra por la guerra encontraron en Herriot uno de esos hombres comprensivos de humanísima visión. Supo ver que su trance encerraba una enorme injusticia y les amparó en cuanto estaba en sus manos, con el prestigio de su garantía moral. Juntamente con otras relevantes figuras de Francia, a las que los vascos que hoy andan por el mundo deben el bien de su recomendación ante la conciencia honrada del mundo; con historiadores, políticos, religiosos, intelectuales que prestigiaron y prestigian a su pueblo, constituyó en Francia la Liga de Amigos de los Vascos, que fue y es para los exilados de Euzkadi el pasaporte moral librado por hombres de la entraña misma del pensamiento y la conciencia franceses Herriot asumió la vicepresidencia de ese organismo y laboró en él como quien cumple un mandato inexcusable, un deber. Eso le debemos los vascos al gran político francés, esa comprensión, ese gesto prócer con que nos distinguió en días adversos. Y no lo podemos olvidar en el momento de su muerte sino que consideramos obligado proclamarlo con la emoción propia del más profundo agradecimiento. Patriota excepcional, fue siempre al mismo tiempo y también en aquél momento hombre del mundo, guardián celoso de los fueros del espíritu y servidor de la libertad. Descanse en paz el gran hombre, con el que nuestro pueblo tiene contraída una de esas deudas de gratitud que nunca se cancelan y que nunca pesan, porque son estímulo y alivio en el camino.
1943
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